11/01/2016, 03:14
(Última modificación: 11/01/2016, 03:15 por Umikiba Kaido.)
—¡Kaido, tienes correspondencia! —gritó alguien fuera de su habitación.
El tiburón frunció el ceño y levantó una ceja.
«¿Yo, correspondencia?»
Ante el llamado del mensajero, se vio obligado a dejar el confort propinado por su cama y mover su perezoso trasero hasta la entrada de su cuarto. Mosqueado, abrió la puerta de un manotazo e hizo que la manilla se estampara con el otro extremo de la pared, demostrando así su evidente molestia ante lo que parecía ser una broma pesada. Porque lo cierto era que en su vida había recibido una carta, no había nadie que necesitara usar ese canal para comunicarse con él. No tenía amigos en tierras lejanas, Yarou siempre estaba cerca y los Hozuki que le controlaban desde las sombras no parecían muy interesadas en saber cómo estaba su apuesto amigo azulado.
Kaido tomó el sobre y volvió a cerrar la puerta sin mediar palabra. Lo abrió en cuanto pudo, esperando algún mensaje-parodia que hiciera burla a su apariencia. Pero encontró algo totalmente distinto. Algo más enigmático, sin duda alguna.
El gyojin se vio un poco desconcertado. No podía concebir de dónde provenía la supuesta advertencia ni tampoco sabía si darle veracidad al escrito. ¿Estaría alguien de su clan en peligro realmente?... y... ¿¡le habían llamado princesa?
—Princesas tu puta madre, capullo. —dijo, tirando el sobre al suelo.
Fue en ese instante que descartó prestar atención al contenido, no perdería su tiempo en semejante chiste de mal gusto. No obstante, un diminuto brillo fugaz llamó su atención apenas soltó el envoltorio de la carta. De él salió despedida una pequeña roca, similar a un zafiro, cuya apariencia sí que lucía real. La piedra, escondida con la carta, le dio cierta veracidad al mensaje que antes no le había encontrado.
Porque... ¿quién dejaría algo tan valioso si se trataba de una broma, cierto?
Finalmente su curiosidad picó el anzuelo. Tendría que viajar al país del río y encontrar al gracioso que le había insultado.
Todo muy verde, frondoso. El país del Río parecía ser todo un edén de vegetación al que Kaido no estaba acostumbrado. Existía una severa dicotomía entre su aldea —cuyos cimientos no eran más que edificios bañados en metal— con el resto del mundo y ese día quedaba más claro que nunca. Pudo contemplarlo durante todo el viaje hasta que la luz del sol se fue perdiendo en el horizonte, coincidiendo así con su llegada a los misteriosos templos abandonados que habían sido mencionados en la carta.
Pero no pensaba adentrarse sin tener como moverse libremente por la zona. Sin luz diurna o una antorcha, era imposible encontrar nada allí adentro. Y no es que no pudiera hacer fuego, sino que la incesante lluvia no le dejaría mantenerla encendida.
O eso pensaba él.
A unos cuantos metros, hacia el interior de un par de estructuras raídas y quebradas por la voluntad del tiempo; una ligera luz se abría ante sus ojos. Era similar a una llama, lo que sin duda lucía extraño teniendo en cuenta la llovizna que caía sobre él.
Sí había un lugar al que dirigirse, sería hacia allí, desde luego.
El tiburón frunció el ceño y levantó una ceja.
«¿Yo, correspondencia?»
Ante el llamado del mensajero, se vio obligado a dejar el confort propinado por su cama y mover su perezoso trasero hasta la entrada de su cuarto. Mosqueado, abrió la puerta de un manotazo e hizo que la manilla se estampara con el otro extremo de la pared, demostrando así su evidente molestia ante lo que parecía ser una broma pesada. Porque lo cierto era que en su vida había recibido una carta, no había nadie que necesitara usar ese canal para comunicarse con él. No tenía amigos en tierras lejanas, Yarou siempre estaba cerca y los Hozuki que le controlaban desde las sombras no parecían muy interesadas en saber cómo estaba su apuesto amigo azulado.
Kaido tomó el sobre y volvió a cerrar la puerta sin mediar palabra. Lo abrió en cuanto pudo, esperando algún mensaje-parodia que hiciera burla a su apariencia. Pero encontró algo totalmente distinto. Algo más enigmático, sin duda alguna.
"En el País del Río todos saben que los Hozuki no son más que unas princesas sin ningún tipo de utilidad para el mundo. En las paredes de los Templos Abandonados esta más que retratado, allí sera donde uno de los vuestros vea el fin de su vida llegar."
El gyojin se vio un poco desconcertado. No podía concebir de dónde provenía la supuesta advertencia ni tampoco sabía si darle veracidad al escrito. ¿Estaría alguien de su clan en peligro realmente?... y... ¿¡le habían llamado princesa?
—Princesas tu puta madre, capullo. —dijo, tirando el sobre al suelo.
Fue en ese instante que descartó prestar atención al contenido, no perdería su tiempo en semejante chiste de mal gusto. No obstante, un diminuto brillo fugaz llamó su atención apenas soltó el envoltorio de la carta. De él salió despedida una pequeña roca, similar a un zafiro, cuya apariencia sí que lucía real. La piedra, escondida con la carta, le dio cierta veracidad al mensaje que antes no le había encontrado.
Porque... ¿quién dejaría algo tan valioso si se trataba de una broma, cierto?
Finalmente su curiosidad picó el anzuelo. Tendría que viajar al país del río y encontrar al gracioso que le había insultado.
...
Todo muy verde, frondoso. El país del Río parecía ser todo un edén de vegetación al que Kaido no estaba acostumbrado. Existía una severa dicotomía entre su aldea —cuyos cimientos no eran más que edificios bañados en metal— con el resto del mundo y ese día quedaba más claro que nunca. Pudo contemplarlo durante todo el viaje hasta que la luz del sol se fue perdiendo en el horizonte, coincidiendo así con su llegada a los misteriosos templos abandonados que habían sido mencionados en la carta.
Pero no pensaba adentrarse sin tener como moverse libremente por la zona. Sin luz diurna o una antorcha, era imposible encontrar nada allí adentro. Y no es que no pudiera hacer fuego, sino que la incesante lluvia no le dejaría mantenerla encendida.
O eso pensaba él.
A unos cuantos metros, hacia el interior de un par de estructuras raídas y quebradas por la voluntad del tiempo; una ligera luz se abría ante sus ojos. Era similar a una llama, lo que sin duda lucía extraño teniendo en cuenta la llovizna que caía sobre él.
Sí había un lugar al que dirigirse, sería hacia allí, desde luego.