12/01/2016, 02:01
Los rumores, que de rumores tenían poco, habían llegado a los oídos del calvo uno de esos en el mercado. Takigakure se había formado en los territorios de la antigua y destruida Kusagakure. Le pareció un poco raro que al poco tiempo de que una aldea poderosa pereciera, nazca otra con un poder similar. Según sus revisiones en los mapas que poseía en su casa, el País del Río de encontraba en una zona limítrofe con el País de la Tierra. Exactamente al otro lado de su ubicación.
Como admirador de paisajes, sería interesante visitar las costas del país. Había presenciado el atardecer en sus tierras y en el País del Rayo y era algo que le fascinaba. Parecía como que cada ubicación generaba sentimientos diferentes y pintaba el cielo de un color distinto a cualquier otra parte del mundo. Era como que país tenía un atardecer diferente. Seguramente no fuese así, solo sería una locura de Karamaru, pero al le gustaba creer que así era, y era por eso mismo que se había puesto como objetivo pasar una noche en las costas del norte del País del Río y presenciar el atardecer. Quién sabe, tal vez algún día se decida a recrear esos paisajes en papel y con pintura. Aunque, a decir verdad, era un mal dibujante.
Con su sombrero cónico de paja, su túnica negra que cubría todo su cuerpo, y su mochila cuadrada y marrón equipada con millón de cosas, salió de su cosa una mañana de tormenta, para variar, de su casa. Su dirección era el este, cruzaría todo el País de la Tierra, de punta a punta, para pasar por el ya conocido Puente Tenchi. De ahí al norte, hasta llegar a las costas, y luego a una ubicación un poco más al este bordeando las playas del país para llegar a una zona en la que ya sabía que había un pueblo para hospedarse.
Dos, tres, tal vez cuatro días habían pasado, Karamaru no pensaba en el tiempo que le llevaba un viaje, ni siquiera le prestaba atención. Unas horas había perdido con un pequeño percance en un pueblo, pero ya hacia unas cuantas otras que había cruzado al Puente Tenchi y ahora se dirigía al norte hacia la costa. En las lejanías, tras los arboles, se erigían algunas puntas de lo que parecían ser edificios.
«No creo que un pueblo tenga algunas torres de esa altura, ¿Qué habrá allí?» se preguntaba a si mismo.
Pero para qué suponer cuando se puede comprobar. Se dirigió hacía ese lugar y en menos de una hora arribó a los parecían ser una ruinas. Las torres que veía no eran tan altas como parecían, pero una de ellas tenía un pequeño techo en la punta. La Luna estaba empezando a ganarle el territorio al Sol seguida de las estrellas, una batalla eterna que dejaba hermosos paisajes. El cielo estaba tomando su color habitual nocturno y Karamaru necesitaba un lugar donde descansar. Ese edificio daría una visión de la zona circundante y lo protegería si llueve por la noche.
Subió sin problemas, sacó su lámpara de la mochila y la colgó en un costado del techo. La encendió y se iluminó la pequeña zona que debía de tener unos tres metros cuadrados. Lo suficiente como para sentirse cómodo. Sin embargo, en ningún momento pensó que tal vez esa luz sirviera de faro para algún bandido, pero poco le importaba. No llevaba muchas de valor.
Iluminado por la luz de la vela miraba las ruinas que se alzaban alrededor cuando algo le llamó la atención. Una luz se generó a su derecha, unos cuantos metros alejado de la base del edificio. Se sorprendió y pensó en ir a ver que era, pero otra luz igual a la anterior, se localizo también en las ruinas. Algo lo acompañaba esa noche, algo había originado esos destellos, y por precaución decidió permanecer en la alturas, con su vela de compañera observando los alrededores. Si quería dormir, esas dos cosas no le ayudaron mucho.
Como admirador de paisajes, sería interesante visitar las costas del país. Había presenciado el atardecer en sus tierras y en el País del Rayo y era algo que le fascinaba. Parecía como que cada ubicación generaba sentimientos diferentes y pintaba el cielo de un color distinto a cualquier otra parte del mundo. Era como que país tenía un atardecer diferente. Seguramente no fuese así, solo sería una locura de Karamaru, pero al le gustaba creer que así era, y era por eso mismo que se había puesto como objetivo pasar una noche en las costas del norte del País del Río y presenciar el atardecer. Quién sabe, tal vez algún día se decida a recrear esos paisajes en papel y con pintura. Aunque, a decir verdad, era un mal dibujante.
Con su sombrero cónico de paja, su túnica negra que cubría todo su cuerpo, y su mochila cuadrada y marrón equipada con millón de cosas, salió de su cosa una mañana de tormenta, para variar, de su casa. Su dirección era el este, cruzaría todo el País de la Tierra, de punta a punta, para pasar por el ya conocido Puente Tenchi. De ahí al norte, hasta llegar a las costas, y luego a una ubicación un poco más al este bordeando las playas del país para llegar a una zona en la que ya sabía que había un pueblo para hospedarse.
...
Dos, tres, tal vez cuatro días habían pasado, Karamaru no pensaba en el tiempo que le llevaba un viaje, ni siquiera le prestaba atención. Unas horas había perdido con un pequeño percance en un pueblo, pero ya hacia unas cuantas otras que había cruzado al Puente Tenchi y ahora se dirigía al norte hacia la costa. En las lejanías, tras los arboles, se erigían algunas puntas de lo que parecían ser edificios.
«No creo que un pueblo tenga algunas torres de esa altura, ¿Qué habrá allí?» se preguntaba a si mismo.
Pero para qué suponer cuando se puede comprobar. Se dirigió hacía ese lugar y en menos de una hora arribó a los parecían ser una ruinas. Las torres que veía no eran tan altas como parecían, pero una de ellas tenía un pequeño techo en la punta. La Luna estaba empezando a ganarle el territorio al Sol seguida de las estrellas, una batalla eterna que dejaba hermosos paisajes. El cielo estaba tomando su color habitual nocturno y Karamaru necesitaba un lugar donde descansar. Ese edificio daría una visión de la zona circundante y lo protegería si llueve por la noche.
Subió sin problemas, sacó su lámpara de la mochila y la colgó en un costado del techo. La encendió y se iluminó la pequeña zona que debía de tener unos tres metros cuadrados. Lo suficiente como para sentirse cómodo. Sin embargo, en ningún momento pensó que tal vez esa luz sirviera de faro para algún bandido, pero poco le importaba. No llevaba muchas de valor.
Iluminado por la luz de la vela miraba las ruinas que se alzaban alrededor cuando algo le llamó la atención. Una luz se generó a su derecha, unos cuantos metros alejado de la base del edificio. Se sorprendió y pensó en ir a ver que era, pero otra luz igual a la anterior, se localizo también en las ruinas. Algo lo acompañaba esa noche, algo había originado esos destellos, y por precaución decidió permanecer en la alturas, con su vela de compañera observando los alrededores. Si quería dormir, esas dos cosas no le ayudaron mucho.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
◘ Hablo ◘ Pienso ◘
-Maestro Yoda.
◘ Hablo ◘ Pienso ◘