12/01/2016, 01:40
(Última modificación: 12/01/2016, 12:13 por Sasagani Yota.)
Truenos a lo lejos. Como si algún Dios estuviese cabreado. Y en Uzushiogakure caía una tromba de agua digna de Amegakure.
Al otro lado del cristal estaba yo, observando como las gotas se deslizaban por la superficie transparente, absolutamente aburrido y a ratos me iba embobando, aburrido a más no poder.
Pero mamá interrumpió aquel penoso ritual en el que me había visto sumido inconscientemente.
-Ha llegado esto, Yotita-
Era la voz de Sasagani Naomi, mi madre. Traía consigo una carta con mi nombre. La verdad es que no lograba dar crédito. Me di la vuelta y tomé la notificación con la diestra.
-Vaya... ¿De quién será?-
La verdad es que no tenía ni idea de quien podría ser. ¡Nadie me había enviado nunca una carta! En un primer momento parecía como si aquello fuese un regalo. Nada más palpar el sobre pude notar algo sólido en su interior, más allá de la carta o lo que fuera. La abrí ipsofacto bajo la atenta mirada de mamá. Acabó cayendo entre las sabanas aquella mitad de piedra blanca lisa.
*Qué cojones..*
alcé la ceja izquierda totalmente desconcertado. No podía esperar más a ver qué era lo que contenía la notificación en si. Con la diestra sujetaba el trozo de papel, con la zurda aquella mitad de la piedra blanca. apenas un par de frases, ni a eso llegaba. Pero basto para que me cabrease como nunca lo había hecho. La yugular se hinchó y adquirió el tamaño de un pequeño acueducto, los ojos se cargaron de rabia, los pómulos y la frente se tensaron y por la boca soltaba bocanadas violentas de aire.
-Yotita... ¿Qué ocurre, cariño?-
La miré con el mismo desprecio con el que estaba leyendo aquellas pocas letras. Lloviese o no iba a partir.
-Me voy. No se lo digas a Setsuna-sensei. No se lo digas a Shiona-sama. Volveré-
Hablaba con toda la rabia que uno pudiese imaginarse. Tomé mi túnica carmesí y mi gorro de paja cónico, un puñado de ryos para el viaje y guarde tanto la mitad de aquella piedra como la nota en el portaobjetos, totalmente arrugada. ni me había molestado en dejarla de buenas maneras.
Ni siquiera me había parado a pensar si aquello era una trampa. Nada me importaba más en aquel momento que ponerme de frente ante el autor de aquello. Pagaría por su fechoría.
Estuve de viaje prácticamente dos semanas. Tuve que cruzar una buena parte del mapa. De hecho llegue a perderme en alguna ocasión, pero finalmente había llegado al lugar en el que se me había citado. La cara de imbécil debía ser de proporciones épicas. Nada ni nadie me esperaba allí, solo aquel montón de ruinas y el musgo que alimentaba la asquerosa humedad de aquel lugar dejado de la mano de Dios. Hasta que vi algo moverse. Era una chica de cabellos blancos y se estaba poniendo a cubierto, seguía lloviendo y yo tendría qué hacer lo mismo antes de que la noche se convirtiese en un peligro.
*¿Mitsuki-chan?*
Avancé hasta su posición con paso seguro.
-¡Mitsuki!- trataba de llamar su atención -Algún día tendremos una charla en Uzushiogakure, lo prometo-
Bromeaba, claro. Pero para aquella noche tendríamos que poner un poco de humor. Se antojaba una noche de aquellas verdaderamente largas.
Pero seguía pensando en las arañas. Y en la promesa que hizo Shizuka-dono en su día. Fallar no era una opción.
Hasta que caí en la cuenta de algo.
-Oye, oye, no me digas que...- Rebusqué en los bolsillos de la túnica y le mostré la mitad de mi piedra que aún mostraba su color nevado -No em digas que tu también tienes una de estas, Mitsuki..-
¿Qué otro motivo para que estuviese allí podría haber?
Al otro lado del cristal estaba yo, observando como las gotas se deslizaban por la superficie transparente, absolutamente aburrido y a ratos me iba embobando, aburrido a más no poder.
Pero mamá interrumpió aquel penoso ritual en el que me había visto sumido inconscientemente.
-Ha llegado esto, Yotita-
Era la voz de Sasagani Naomi, mi madre. Traía consigo una carta con mi nombre. La verdad es que no lograba dar crédito. Me di la vuelta y tomé la notificación con la diestra.
-Vaya... ¿De quién será?-
La verdad es que no tenía ni idea de quien podría ser. ¡Nadie me había enviado nunca una carta! En un primer momento parecía como si aquello fuese un regalo. Nada más palpar el sobre pude notar algo sólido en su interior, más allá de la carta o lo que fuera. La abrí ipsofacto bajo la atenta mirada de mamá. Acabó cayendo entre las sabanas aquella mitad de piedra blanca lisa.
*Qué cojones..*
alcé la ceja izquierda totalmente desconcertado. No podía esperar más a ver qué era lo que contenía la notificación en si. Con la diestra sujetaba el trozo de papel, con la zurda aquella mitad de la piedra blanca. apenas un par de frases, ni a eso llegaba. Pero basto para que me cabrease como nunca lo había hecho. La yugular se hinchó y adquirió el tamaño de un pequeño acueducto, los ojos se cargaron de rabia, los pómulos y la frente se tensaron y por la boca soltaba bocanadas violentas de aire.
-Yotita... ¿Qué ocurre, cariño?-
La miré con el mismo desprecio con el que estaba leyendo aquellas pocas letras. Lloviese o no iba a partir.
Las arañas están en peligro, la amenaza en los Templos Abandonados del País del Rio necesita que lleves esta gema.
-Me voy. No se lo digas a Setsuna-sensei. No se lo digas a Shiona-sama. Volveré-
Hablaba con toda la rabia que uno pudiese imaginarse. Tomé mi túnica carmesí y mi gorro de paja cónico, un puñado de ryos para el viaje y guarde tanto la mitad de aquella piedra como la nota en el portaobjetos, totalmente arrugada. ni me había molestado en dejarla de buenas maneras.
Ni siquiera me había parado a pensar si aquello era una trampa. Nada me importaba más en aquel momento que ponerme de frente ante el autor de aquello. Pagaría por su fechoría.
Estuve de viaje prácticamente dos semanas. Tuve que cruzar una buena parte del mapa. De hecho llegue a perderme en alguna ocasión, pero finalmente había llegado al lugar en el que se me había citado. La cara de imbécil debía ser de proporciones épicas. Nada ni nadie me esperaba allí, solo aquel montón de ruinas y el musgo que alimentaba la asquerosa humedad de aquel lugar dejado de la mano de Dios. Hasta que vi algo moverse. Era una chica de cabellos blancos y se estaba poniendo a cubierto, seguía lloviendo y yo tendría qué hacer lo mismo antes de que la noche se convirtiese en un peligro.
*¿Mitsuki-chan?*
Avancé hasta su posición con paso seguro.
-¡Mitsuki!- trataba de llamar su atención -Algún día tendremos una charla en Uzushiogakure, lo prometo-
Bromeaba, claro. Pero para aquella noche tendríamos que poner un poco de humor. Se antojaba una noche de aquellas verdaderamente largas.
Pero seguía pensando en las arañas. Y en la promesa que hizo Shizuka-dono en su día. Fallar no era una opción.
Hasta que caí en la cuenta de algo.
-Oye, oye, no me digas que...- Rebusqué en los bolsillos de la túnica y le mostré la mitad de mi piedra que aún mostraba su color nevado -No em digas que tu también tienes una de estas, Mitsuki..-
¿Qué otro motivo para que estuviese allí podría haber?
Narro ~ Hablo ~ Pienso ~ Kumopansa