12/01/2016, 21:18
Una gema. Eso fue lo que quedó tras el fuego.
Un poco decepcionante… ¡¿Pero qué…?!
Por el rabillo del ojo, vio movimiento a su derecha. Alguien había entrado en el templo desvencijado, y una gema gemela a la suya salió disparada contra la que estaba en el suelo, provocando una explosión de luz y una fuerte onda expansiva, que impactó en su cuerpo como un martillazo. Salió despedido contra las endebles paredes del templo, atravesándolas como si no fueran más que telas de araña viejas e impactando contra los sólidos cimientos de un pilar.
El dolor le recorrió el costado como una serpiente que estuviese reptando dentro de su carne. Dejó escapar una bocanada de aire, seguido de un prolongado y agudo quejido, no muy alto. Pese a que su cuerpo, tirado entre los escombros, no parecía haber sufrido ni un mísero golpe, sus nervios le decían —le chillaban—, que mas bien era todo lo contrario.
Estaba en peligro. Su intuición se lo decía. Su lógica se lo decía. Los escombros tirados sobre él y la gema que de pronto estaba flotando ante él, como evaluándole, se lo decía. Toda célula de su ser, todo rincón de su alma, le decía que o reaccionaba, o moriría.
—Esto ya parece más un Uchiha.
No tuvo tiempo a esquivarlo. Cuando logró ponerse en pie, la pequeña gema había traspasado su pecho como si tuviese aire por carne. Y entonces…
Datsue siempre había sabido, muy en el fondo, que era bueno. Pero nunca se había imaginado que lo fuese tanto. Sentía la agudeza de un águila, la agilidad de una mosca, la fuerza de un oso. Las costillas habían dejado de dolerle, las dudas, dejado de atosigarle, y todo asomo de miedo se había esfumado. Era indomable, imparable, incomparable. En lugar de sangre, su corazón bombeaba el fuego del Amateratsu, y sus pulmones tomaban aire de las nubes.
Un ser insignificante estaba frente a él. Un rubio escuchimizado que le miraba con ojos asombrados. No era para menos.
Alzó las manos y miró al cielo: su hogar. Pues él era un Dios. Un Dios atrapado en un cuerpo humano, como el Juubi había sido sellado en Rikudo. Él era…
—Mierda…
… un desastre. El dolor volvió a penetrarle por el costado y le dejó sin aliento. Sus rodillas se pusieron a temblar. Se sentía extenuado, mareado, hueco por dentro. El mundo se había convertido en una mancha borrosa y el simple hecho de mantenerse en pie le suponía un enorme esfuerzo que dudaba poder mantener durante mucho más tiempo.
Como si alguien le leyese el pensamiento y tuviese un humor muy perverso, recibió una patada en el costado que le ahorró dicho esfuerzo, tirándolo al suelo semiinconsciente.
Un poco decepcionante… ¡¿Pero qué…?!
Por el rabillo del ojo, vio movimiento a su derecha. Alguien había entrado en el templo desvencijado, y una gema gemela a la suya salió disparada contra la que estaba en el suelo, provocando una explosión de luz y una fuerte onda expansiva, que impactó en su cuerpo como un martillazo. Salió despedido contra las endebles paredes del templo, atravesándolas como si no fueran más que telas de araña viejas e impactando contra los sólidos cimientos de un pilar.
El dolor le recorrió el costado como una serpiente que estuviese reptando dentro de su carne. Dejó escapar una bocanada de aire, seguido de un prolongado y agudo quejido, no muy alto. Pese a que su cuerpo, tirado entre los escombros, no parecía haber sufrido ni un mísero golpe, sus nervios le decían —le chillaban—, que mas bien era todo lo contrario.
Estaba en peligro. Su intuición se lo decía. Su lógica se lo decía. Los escombros tirados sobre él y la gema que de pronto estaba flotando ante él, como evaluándole, se lo decía. Toda célula de su ser, todo rincón de su alma, le decía que o reaccionaba, o moriría.
—Esto ya parece más un Uchiha.
No tuvo tiempo a esquivarlo. Cuando logró ponerse en pie, la pequeña gema había traspasado su pecho como si tuviese aire por carne. Y entonces…
Datsue siempre había sabido, muy en el fondo, que era bueno. Pero nunca se había imaginado que lo fuese tanto. Sentía la agudeza de un águila, la agilidad de una mosca, la fuerza de un oso. Las costillas habían dejado de dolerle, las dudas, dejado de atosigarle, y todo asomo de miedo se había esfumado. Era indomable, imparable, incomparable. En lugar de sangre, su corazón bombeaba el fuego del Amateratsu, y sus pulmones tomaban aire de las nubes.
Un ser insignificante estaba frente a él. Un rubio escuchimizado que le miraba con ojos asombrados. No era para menos.
Alzó las manos y miró al cielo: su hogar. Pues él era un Dios. Un Dios atrapado en un cuerpo humano, como el Juubi había sido sellado en Rikudo. Él era…
—Mierda…
… un desastre. El dolor volvió a penetrarle por el costado y le dejó sin aliento. Sus rodillas se pusieron a temblar. Se sentía extenuado, mareado, hueco por dentro. El mundo se había convertido en una mancha borrosa y el simple hecho de mantenerse en pie le suponía un enorme esfuerzo que dudaba poder mantener durante mucho más tiempo.
Como si alguien le leyese el pensamiento y tuviese un humor muy perverso, recibió una patada en el costado que le ahorró dicho esfuerzo, tirándolo al suelo semiinconsciente.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado