26/01/2016, 07:53
(Última modificación: 26/01/2016, 09:13 por Umikiba Kaido.)
El tiburón contempló la escena con bastante reticencia, permitiéndose mantener la distancia ante una situación que sin duda se salía de los cánones normales en cuanto a las vivencias de un joven genin como él. Todo aquello era cuanto menos sospechoso y a pesar de que Kaido solía verse siempre inmiscuido en todo tipo de problemas, algo le decía que en ese instante no querría hacerlo pues las consecuencias podrían ser catastróficas.
Se preguntó si estaba siendo cobarde o cauteloso, aunque se podría decir que venían siendo lo mismo. Y también le dio mérito a su mentor, pues parecía que las largas charlas que el viejo le impartía cada cierto tiempo estaban dando sus frutos. A cuenta gotas, el gyojin se estaba convirtiendo en una especie de shinobi responsable, todo lo contrario a su usual comportamiento.
«Puto Yarou de los huevos»
De cualquier forma, decidió asumir su decisión con bastante tranquilidad, incluso con gracia. Continuó bebiendo de su termo como si estuviese en una obra de teatro y apostó por esperar a que los acontecimientos se desarrollaran sin que su presencia tuviera que ser parte de los hechos. Pero el destino, tan caprichoso y contradictorio, no parecía dispuesto a dejar a Kaido fuera del plano. Llevó hasta su lado a otro de los invitados, quien se tomó la libertad de interrumpir su ansiada soledad con la interrogante de la noche:
Kaido aprovechó para darle un rápido vistazo a su acompañante, sintiéndose gratamente sorprendido por lo que vería a continuación. Cabellos azabache, que se mezclaban con la latente oscuridad de la noche. Ojos color ámbar, una piel tan pálida que parecía destacar aún y cuando parecían estar sumidos en el mismísimo abismo y por último pero no menos meritorio; un rostro cuya belleza rompía los estándares que sus ojos habían podido contemplar hasta ahora.
Un ángel de la noche, podrían decir algunos.
Pero a él poco le interesaban ese tipo de nimiedades. La atracción no era parte de su psiquis y muy bien habían hecho quienes le habían entrenado en el Valle Aodori con blindarle en ese aspecto. De lo contrario, esa muchacha ya tendría control total sobre él, pues su hermosura lo meritaba.
—No lo sé, pero luce como la fantasía de un pedófilo, ¿no te parece? —bromeó, para luego dar un par de sorbos más a su termo—. más de diez críos en un mismo lugar, a la misma hora en una misma noche. Sin duda luce como si alguien se hubiera esforzado bastante en reunirnos a todos aquí y me temo que desconozco el por qué, pero apuesto a que no es para jugar a ponle la cola al burro.
Era un hecho que ni el más despistado podría haber pasado por alto. Que todos los reunidos parecían tener —o aparentaban al menos— una edad anterior a la quincena. Y no estaban allí para disfrutar de la luz de la luna.
Luego escupió al suelo. Y su pie derecho cayó sobre su saliva para borrar el rastro de la tierra, aunque coincidió de forma extraña con lo que pareció ser un temblor que le hizo perder su balance y apoyar su brazo izquierdo sobre el hombro de la muchacha que le acompañaba. Urgido, volteó hacia su alrededor y pudo comprobar como a su alrededor nacía una especie de cúpula que terminó por encerrar a todos los presentes. Escombros fueron de aquí a allá amenazando a un par de los reunidos y otros, como él, no tuvo que hacer demasiado pues se encontraba lejos de algo que pudiera caerle encima y acabar con su existencia. Aunque un par de rocas pasaron muy cerca de sus cabezas, por no decir que estuvieron a punto de dejarles un buen chichón como recuerdo.
—Joder, esto ya no puede ponerse más raro —argumentó, a priori para restar importancia al temblor. No obstante, su mirada yacía fija hacia el epicentro del asunto, donde el joven herido continuaba tendido en el suelo y cuya gema se vio inmersa en una pared naciente por arte de magia —. dime, antes de que pase algo más: ¿cómo coño te llamas?
Luego sintió un cosquilleo en su bolsillo, donde se encontraba su media gema. Parecía intentar decirle algo, y repentinamente se embriagó de una sofocante desconfianza que sin duda le empezaría a comer la cabeza, aunque por ahora continuaría actuando igual pues no era algo de lo que pudiera darse cuenta de forma inmediata.
»Yo soy Kaido.
Se preguntó si estaba siendo cobarde o cauteloso, aunque se podría decir que venían siendo lo mismo. Y también le dio mérito a su mentor, pues parecía que las largas charlas que el viejo le impartía cada cierto tiempo estaban dando sus frutos. A cuenta gotas, el gyojin se estaba convirtiendo en una especie de shinobi responsable, todo lo contrario a su usual comportamiento.
«Puto Yarou de los huevos»
De cualquier forma, decidió asumir su decisión con bastante tranquilidad, incluso con gracia. Continuó bebiendo de su termo como si estuviese en una obra de teatro y apostó por esperar a que los acontecimientos se desarrollaran sin que su presencia tuviera que ser parte de los hechos. Pero el destino, tan caprichoso y contradictorio, no parecía dispuesto a dejar a Kaido fuera del plano. Llevó hasta su lado a otro de los invitados, quien se tomó la libertad de interrumpir su ansiada soledad con la interrogante de la noche:
¿Qué coño estaba pasando allí?
Kaido aprovechó para darle un rápido vistazo a su acompañante, sintiéndose gratamente sorprendido por lo que vería a continuación. Cabellos azabache, que se mezclaban con la latente oscuridad de la noche. Ojos color ámbar, una piel tan pálida que parecía destacar aún y cuando parecían estar sumidos en el mismísimo abismo y por último pero no menos meritorio; un rostro cuya belleza rompía los estándares que sus ojos habían podido contemplar hasta ahora.
Un ángel de la noche, podrían decir algunos.
Pero a él poco le interesaban ese tipo de nimiedades. La atracción no era parte de su psiquis y muy bien habían hecho quienes le habían entrenado en el Valle Aodori con blindarle en ese aspecto. De lo contrario, esa muchacha ya tendría control total sobre él, pues su hermosura lo meritaba.
—No lo sé, pero luce como la fantasía de un pedófilo, ¿no te parece? —bromeó, para luego dar un par de sorbos más a su termo—. más de diez críos en un mismo lugar, a la misma hora en una misma noche. Sin duda luce como si alguien se hubiera esforzado bastante en reunirnos a todos aquí y me temo que desconozco el por qué, pero apuesto a que no es para jugar a ponle la cola al burro.
Era un hecho que ni el más despistado podría haber pasado por alto. Que todos los reunidos parecían tener —o aparentaban al menos— una edad anterior a la quincena. Y no estaban allí para disfrutar de la luz de la luna.
Luego escupió al suelo. Y su pie derecho cayó sobre su saliva para borrar el rastro de la tierra, aunque coincidió de forma extraña con lo que pareció ser un temblor que le hizo perder su balance y apoyar su brazo izquierdo sobre el hombro de la muchacha que le acompañaba. Urgido, volteó hacia su alrededor y pudo comprobar como a su alrededor nacía una especie de cúpula que terminó por encerrar a todos los presentes. Escombros fueron de aquí a allá amenazando a un par de los reunidos y otros, como él, no tuvo que hacer demasiado pues se encontraba lejos de algo que pudiera caerle encima y acabar con su existencia. Aunque un par de rocas pasaron muy cerca de sus cabezas, por no decir que estuvieron a punto de dejarles un buen chichón como recuerdo.
—Joder, esto ya no puede ponerse más raro —argumentó, a priori para restar importancia al temblor. No obstante, su mirada yacía fija hacia el epicentro del asunto, donde el joven herido continuaba tendido en el suelo y cuya gema se vio inmersa en una pared naciente por arte de magia —. dime, antes de que pase algo más: ¿cómo coño te llamas?
Luego sintió un cosquilleo en su bolsillo, donde se encontraba su media gema. Parecía intentar decirle algo, y repentinamente se embriagó de una sofocante desconfianza que sin duda le empezaría a comer la cabeza, aunque por ahora continuaría actuando igual pues no era algo de lo que pudiera darse cuenta de forma inmediata.
»Yo soy Kaido.