13/02/2016, 23:43
El tiburón de Amegakure no llegó a sentirse afligido en ningún momento por la extraña situación a la que se veía expuesto en ese momento. A diferencia del buen número de jóvenes extranjeros reunidos allí bajo circunstancias evidentemente sospechosas, nada de lo sucedido había logrado hasta ese entonces sacar al gyojin de su solemne parsimonia, la cual le mantenía sereno e imperturbable; lejos de las cercanías al centro de la cúpula donde según él se cocía todo el meollo del asunto.
Siempre pensó que de mantenerse lejos de la muchedumbre, todo continuaría viento en popa. Podría regresar a casa luego de haber presenciado un acontecimiento sin lógica ni razón, con cúpulas mágicas apareciendo de la nada y con gemas fundidas en misticismos: todo sin haberse mojado tan siquiera un poco.
«La gema... ¿dónde está?»
Pero de pronto, sus propias dubitativas lograron comerle la cabeza. Le invadió un falso sentido de necesidad y pareció verse obligado a rebuscar en sus bolsillos para cerciorarse de que su media gema aún estuviese allí guardada, a pesar de que nadie se le había acercado lo suficiente como para arrebatársela sin que él se diese cuenta.
La tomó con su mano derecha y dejó que sus ojos la observaran por medio minuto. Entre tanto, Kaido fruncía el ceño, confundido, buscando una pizca de lógica y razón en su repentino comportamiento. Pero aunque nada parecía tener sentido, le fue imposible seguir preguntándose nada; a razón de la aparición de un nuevo retazo de luz que retó en desigualdad de condiciones a la imperante oscuridad de la noche.
Fue justo bajo sus pies, tan cerca que podía probar el dulce sabor de la victoria. Pues bajo la luminosidad yacía una gema similar a la suya, la cual podría ser su otra mitad.
Pero resultó evidente que no era el único que pretendía tenerla. Porque pudo observar a la distancia como uno de los reunidos salió desprendido de su posición en dirección a la ubicación de Kaido, luego de lo que pudo haber sido una eficiente distracción. Pero el gyojin no se vio afectado en lo absoluto por cuales fueran las vicisitudes de su alrededor, su atención era en su totalidad para la gema y nada más.
De aquello sólo pudo percibir peligro. Peligraban sus dos gemas, porque la que estaba en el suelo fue suya en cosa de segundos gracias a la cercanía que había entre él y el artilugio. Fueron sus manos las que protegieron con recelo las dos piezas, envolviéndolas en un manto protector del que probablemente no saldrían nunca. Ni el indecoroso estruendo producido por lo que pareció ser una bomba sonora le sacó de la ebriedad emocional generada por la tenencia del las dos piedras.
El avance de su ahora contrincante se vería frenado por su propia embestida. Kaido se abalanzó con el hombro por delante y dejó que su cuerpo recibiera la arremetida, a fin de generar un choque que les hiciera botar a ambos. Una vez recompuesto del asunto, afrontaría al infractor con la mirada, no sin antes picotear al aire con la cabeza y mover la mandíbula un par de veces para aminorar los efectos de la bomba.
—Te sugiero que des vuelta y vuelvas a donde están tus amiguitos —dijo, victorioso—. la piedra es mía.
Introdujo ambas en la rendija de su cinturón, dejando así sus manos libres. Ahora tenía como defenderse, desde luego.
Siempre pensó que de mantenerse lejos de la muchedumbre, todo continuaría viento en popa. Podría regresar a casa luego de haber presenciado un acontecimiento sin lógica ni razón, con cúpulas mágicas apareciendo de la nada y con gemas fundidas en misticismos: todo sin haberse mojado tan siquiera un poco.
«La gema... ¿dónde está?»
Pero de pronto, sus propias dubitativas lograron comerle la cabeza. Le invadió un falso sentido de necesidad y pareció verse obligado a rebuscar en sus bolsillos para cerciorarse de que su media gema aún estuviese allí guardada, a pesar de que nadie se le había acercado lo suficiente como para arrebatársela sin que él se diese cuenta.
La tomó con su mano derecha y dejó que sus ojos la observaran por medio minuto. Entre tanto, Kaido fruncía el ceño, confundido, buscando una pizca de lógica y razón en su repentino comportamiento. Pero aunque nada parecía tener sentido, le fue imposible seguir preguntándose nada; a razón de la aparición de un nuevo retazo de luz que retó en desigualdad de condiciones a la imperante oscuridad de la noche.
Fue justo bajo sus pies, tan cerca que podía probar el dulce sabor de la victoria. Pues bajo la luminosidad yacía una gema similar a la suya, la cual podría ser su otra mitad.
Pero resultó evidente que no era el único que pretendía tenerla. Porque pudo observar a la distancia como uno de los reunidos salió desprendido de su posición en dirección a la ubicación de Kaido, luego de lo que pudo haber sido una eficiente distracción. Pero el gyojin no se vio afectado en lo absoluto por cuales fueran las vicisitudes de su alrededor, su atención era en su totalidad para la gema y nada más.
De aquello sólo pudo percibir peligro. Peligraban sus dos gemas, porque la que estaba en el suelo fue suya en cosa de segundos gracias a la cercanía que había entre él y el artilugio. Fueron sus manos las que protegieron con recelo las dos piezas, envolviéndolas en un manto protector del que probablemente no saldrían nunca. Ni el indecoroso estruendo producido por lo que pareció ser una bomba sonora le sacó de la ebriedad emocional generada por la tenencia del las dos piedras.
«Mía»
El avance de su ahora contrincante se vería frenado por su propia embestida. Kaido se abalanzó con el hombro por delante y dejó que su cuerpo recibiera la arremetida, a fin de generar un choque que les hiciera botar a ambos. Una vez recompuesto del asunto, afrontaría al infractor con la mirada, no sin antes picotear al aire con la cabeza y mover la mandíbula un par de veces para aminorar los efectos de la bomba.
—Te sugiero que des vuelta y vuelvas a donde están tus amiguitos —dijo, victorioso—. la piedra es mía.
Introdujo ambas en la rendija de su cinturón, dejando así sus manos libres. Ahora tenía como defenderse, desde luego.