11/09/2022, 15:42
Datsue era un cabrón. Pero no un cabrón cualquiera. El cabrón más cabrón de toda la villa. ¿Villa? De puto Onindo. ¿Qué clase de amigo, de hermano, de bro, te llama después de meses para que te quedes a vigilar la villa porque se va de vacaciones? No para una barbacoa, no para preguntar por los niños, para hacerte puto trabajar. ¿Eso es un amigo? El sombrero le ha poseido. Ahora va de responsable por la vida. ¡Hace dos días estaba tirando mierda a la cara de sus colegas! ¿Responsable de qué?
Hacía días que estaba en la villa. Vigilando. Acechando. Desde el tejado del edificio del kage. El lugar donde el Gran León de la Espiral se aseguraba de que todo estaba bien. Y lo único que había visto en esos días eran gatos callejeros. ¡Gatos! Datsue estaba dejando que la villa se hundiese bajo el dominio del animal más traidor, maquiavelico y, llanamente, malvado. Si un gato tenía que elegir entre un pescado o salvar el mundo, elegía el pescado. ¡Insultante! ¡Tanta maldad concentrada en tan poco espacio!
Por otro lado, el Cachorro Indigente de la Espiral estaba en una nube. Se pasaba las noches persiguiendo a los gatos. La mayoría huían de él y él los perseguía de forma juguetona, porque si intentase comerselos de verdad hubiese exterminado a los gatos. Hasta que se encontraba con uno de esos gatos que les da igual la vida, que cruzan los caminos cuando pasan carros o se ponen en medio de la gente para que los pisen y cuando los esquivas te miran sin moverse, con esa cara sin vida. Yo los llamo, gatos zombi. ¿Están vivos? No sé yo.
En fin, ahí estaba una vez más. El Furioso León de la Espiral. En el tejado del edificio del kage, vigilando, acechando, e inflandose a todo tipo de dulces.
— Dios, qué bueno está esto. Menos mal que Datsue nos ha dado presupuesto ilimitado en dietas, sino me estaría muriendo. De hambre o de aburrimiento, pero muerto me hallaría. — lamentablemente no había quien escuchase mi fino léxico en la soledad de mi torre de vigilancia.
Hacía días que estaba en la villa. Vigilando. Acechando. Desde el tejado del edificio del kage. El lugar donde el Gran León de la Espiral se aseguraba de que todo estaba bien. Y lo único que había visto en esos días eran gatos callejeros. ¡Gatos! Datsue estaba dejando que la villa se hundiese bajo el dominio del animal más traidor, maquiavelico y, llanamente, malvado. Si un gato tenía que elegir entre un pescado o salvar el mundo, elegía el pescado. ¡Insultante! ¡Tanta maldad concentrada en tan poco espacio!
Por otro lado, el Cachorro Indigente de la Espiral estaba en una nube. Se pasaba las noches persiguiendo a los gatos. La mayoría huían de él y él los perseguía de forma juguetona, porque si intentase comerselos de verdad hubiese exterminado a los gatos. Hasta que se encontraba con uno de esos gatos que les da igual la vida, que cruzan los caminos cuando pasan carros o se ponen en medio de la gente para que los pisen y cuando los esquivas te miran sin moverse, con esa cara sin vida. Yo los llamo, gatos zombi. ¿Están vivos? No sé yo.
En fin, ahí estaba una vez más. El Furioso León de la Espiral. En el tejado del edificio del kage, vigilando, acechando, e inflandose a todo tipo de dulces.
— Dios, qué bueno está esto. Menos mal que Datsue nos ha dado presupuesto ilimitado en dietas, sino me estaría muriendo. De hambre o de aburrimiento, pero muerto me hallaría. — lamentablemente no había quien escuchase mi fino léxico en la soledad de mi torre de vigilancia.
—Nabi—