31/10/2022, 14:16
Kurama tomó aire, como si pudiera respirar la explosión de chakra que emanaba de Hanabi. Se vio, de pronto, incapaz de mover las rodillas durante unos segundos. Lejos de amedrentarse, sin embargo, clavó sus afilados ojos rojos sobre los de Hanabi, alzando la barbilla con orgullo. Ya había soltado al chūnin, que corría hacia la villa. Kurama sonrió, y Hanabi pudo detectar en la sonrisa los mismos rasgos de crueldad que había intuido a través de las vendas de uno de sus subordinados más excéntricos: Bakudan.
En lugar de levantarse, Kurama se dejó caer hacia atrás y se sentó en la hierba, cruzando las piernas. Suspiró.
—Perfecto, Hanabi-dono. Intuía que estarías aquí. Hablemos de rey a rey. —Lentamente, Kurama se retiró la capucha, y por primera vez, Hanabi entendió por qué el dibujo que Aotsuki Ayame había transmitido a todos le generaba unas mariposas en el estómago, una suspicaz precaución. Porque había visto esa cara en los retratos de su despacho, en los pasillos del Edificio del Uzukage, cuando aún lo era. Lo habría reconocido al instante, si siguiera siendo Kage y tuviera que pasar a menudo por el suyo, el más grande, decorando la puerta de entrada.
Porque aquél rostro pertenecía a Uzumaki Shiomaru, el primer Uzukage, y supuesto verdugo de los nueve bijuus, allá hacía más de doscientos años.
»¿Sorprendido, Hanabi? —la sonrisa de Kurama se ensanchó todavía más—. Venga, siéntate, sólo he venido a negociar. Y será mejor que sujetes a tus cachorros. Creo que hay alguno ansioso de morderme el pescuezo. Y entonces nos quedaríamos sin esta agradable conversación.
2 AOs mantenidas
En lugar de levantarse, Kurama se dejó caer hacia atrás y se sentó en la hierba, cruzando las piernas. Suspiró.
—Perfecto, Hanabi-dono. Intuía que estarías aquí. Hablemos de rey a rey. —Lentamente, Kurama se retiró la capucha, y por primera vez, Hanabi entendió por qué el dibujo que Aotsuki Ayame había transmitido a todos le generaba unas mariposas en el estómago, una suspicaz precaución. Porque había visto esa cara en los retratos de su despacho, en los pasillos del Edificio del Uzukage, cuando aún lo era. Lo habría reconocido al instante, si siguiera siendo Kage y tuviera que pasar a menudo por el suyo, el más grande, decorando la puerta de entrada.
Porque aquél rostro pertenecía a Uzumaki Shiomaru, el primer Uzukage, y supuesto verdugo de los nueve bijuus, allá hacía más de doscientos años.
»¿Sorprendido, Hanabi? —la sonrisa de Kurama se ensanchó todavía más—. Venga, siéntate, sólo he venido a negociar. Y será mejor que sujetes a tus cachorros. Creo que hay alguno ansioso de morderme el pescuezo. Y entonces nos quedaríamos sin esta agradable conversación.
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