4/11/2022, 10:57
Lo que despertó la pregunta de Hanabi fue una irritante y escandalosa carcajada por parte de Kurama. Tan graciosa la encontraba, que tuvo que limpiarse las lágrimas de los ojos. Por supuesto, el Uzukage no hizo ni un atisbo de minúscula sonrisa.
—¡JA, JA, JA, JA! ¿Que cómo lo he "conseguido"? —repitió, reincorporándose él también para volver a ponerse a la misma altura que Hanabi—. Es el fruto de mi esfuerzo. Casi doscientos años de lucha de voluntades. Casi doscientos años de venganza. Y aquí culminan... en el principio de todo.
—¿Lucha de voluntades? ¿Qué quieres decir?
Pero Kurama miraba más allá de él, hacia su hogar, hacia la Villa Oculta del Remolino.
—Estudié vuestra historia. No puedo esperar a ver tu cara cuando te diga esto, Hanabi.
»Toda vuestra sociedad está construida sobre una mentira. Las buenas y bondadosas Tres Grandes. Los buenos y bondadosos Tres Kages —Kurama se señaló el rostro—. El bueno y bondadoso Uzumaki Shiomaru, que en el último instante reservó parte de su chakra para lanzar una innovadora técnica de Fūinjutsu... para salvarse. Y para condenarme a vivir en su interior. Para obtener más poder. Para elevar a Uzushiogakure a lo más alto.
«No puede ser...» Pensaba un horrorizado Hanabi, con los ojos abiertos como platos y las manos temblorosas como si echaran en falta estar sosteniendo algo entre los dedos. Las palabras de Kurama, tan venenosas como la hiel, estaban dejando entrever con cruel lentitud una verdad que pocos estarían dispuestos a admitir.
—¡Y mírame! —exclamó, abriendo los brazos en cruz para mostrar a Uzumaki Shiomaru en todo su esplendor—. ¡El cuerpo del Uzumaki más poderoso y longevo de todos los tiempos! ¡Ese sí que fue un oponente digno! Pero acabó SALVÁNDOME. Y CONDENÁNDOSE.
El mundo alrededor de Hanabi pareció desmoronarse. Su porte, antes orgulloso, ahora se tambaleaba. Su memoria le hizo viajar varios años atrás, a una reunión que tuvo con la difunta Amekoro Yui y su asistente Hōzuki Shanise. De cuando hablaron de que el cuerpo de su kunoichi, Aotsuki Ayame, había sido poseído por la voluntad del Gobi y que necesitaban la ayuda del Consejo de Sabios para volver a revertir el sello que uno de los Generales de Kurama había invertido. Aquella lucha de voluntades, afortunadamente, terminó bien para todos. Y, si no había sido informado de forma errónea, parecía que incluso la kunoichi y su bijū colaboraban de forma conjunta. Pero lo que Hanabi estaba presenciando en aquellos instantes era un resultado muy distinto. Un resultado catastrófico.
«Tiene que estar mintiendo.» Ese maldito zorro tiene que estar intentando envenenarme con sus palabras...[/sub]Pero la verdad se mostraba ante sus ojos, y no se trataba de un mero espejismo. Aquel era el cuerpo de Uzumaki Shiomaru, y la única explicación posible para ello era que...
Kurama estuviese diciendo la verdad.
—Dime una cosa, Hanabi —La voz del Kyūbi le sacó de aquel agujero negro en el que se había sumergido, devolviéndole a la realidad. Con la frente perlada por el sudor, Hanabi le devolvió la mirada—. ¿Cuál es la pieza más importante del tablero en el ajedrez occidental, ese que juegan por el País de la Tormenta? Piensa bien tu respuesta —añadió, tras una breve pausa.
«¿A qué demonios estás jugando?» Se preguntaba el Uzukage, frunciendo el ceño. El ajedrez occidental era un juego parecido al shōgi, pero que era más popular por el País de la Tormenta. Hanabi le había echado más de una partida a Amekoro Yui y podía presumir de haberle ganado en casi todos los encuentros. Yui era muy diferente de su inseparable mano derecha, Shanise. A aquella mujer no pudo ganarle ni una sola.
—Todas —respondió, clavando en él sus iris anaranjados—. Desde el peón hasta el rey, todas son importantes.
Era cierto que con la captura del rey terminaba la partida. Pero el rey no podía sobrevivir mucho tiempo sin la barrera que formaban los peones en primera línea, ni con el avance firme y sólido de las torres, ni con el ataque en diagonal de los alfiles, ni con las cabriolas imposibles de los caballos, ni tampoco sin su grácil e implacable reina. De hecho, los siempre subestimados peones eran incluso capaces de ascender en su estatus si lo hacían tan bien que conseguían colarse hasta el final de las líneas enemigas.
—¿A qué viene esto, Kurama? ¿Déjate de juegos y vamos al grano de una vez.
—¡JA, JA, JA, JA! ¿Que cómo lo he "conseguido"? —repitió, reincorporándose él también para volver a ponerse a la misma altura que Hanabi—. Es el fruto de mi esfuerzo. Casi doscientos años de lucha de voluntades. Casi doscientos años de venganza. Y aquí culminan... en el principio de todo.
—¿Lucha de voluntades? ¿Qué quieres decir?
Pero Kurama miraba más allá de él, hacia su hogar, hacia la Villa Oculta del Remolino.
—Estudié vuestra historia. No puedo esperar a ver tu cara cuando te diga esto, Hanabi.
»Toda vuestra sociedad está construida sobre una mentira. Las buenas y bondadosas Tres Grandes. Los buenos y bondadosos Tres Kages —Kurama se señaló el rostro—. El bueno y bondadoso Uzumaki Shiomaru, que en el último instante reservó parte de su chakra para lanzar una innovadora técnica de Fūinjutsu... para salvarse. Y para condenarme a vivir en su interior. Para obtener más poder. Para elevar a Uzushiogakure a lo más alto.
«No puede ser...» Pensaba un horrorizado Hanabi, con los ojos abiertos como platos y las manos temblorosas como si echaran en falta estar sosteniendo algo entre los dedos. Las palabras de Kurama, tan venenosas como la hiel, estaban dejando entrever con cruel lentitud una verdad que pocos estarían dispuestos a admitir.
—¡Y mírame! —exclamó, abriendo los brazos en cruz para mostrar a Uzumaki Shiomaru en todo su esplendor—. ¡El cuerpo del Uzumaki más poderoso y longevo de todos los tiempos! ¡Ese sí que fue un oponente digno! Pero acabó SALVÁNDOME. Y CONDENÁNDOSE.
El mundo alrededor de Hanabi pareció desmoronarse. Su porte, antes orgulloso, ahora se tambaleaba. Su memoria le hizo viajar varios años atrás, a una reunión que tuvo con la difunta Amekoro Yui y su asistente Hōzuki Shanise. De cuando hablaron de que el cuerpo de su kunoichi, Aotsuki Ayame, había sido poseído por la voluntad del Gobi y que necesitaban la ayuda del Consejo de Sabios para volver a revertir el sello que uno de los Generales de Kurama había invertido. Aquella lucha de voluntades, afortunadamente, terminó bien para todos. Y, si no había sido informado de forma errónea, parecía que incluso la kunoichi y su bijū colaboraban de forma conjunta. Pero lo que Hanabi estaba presenciando en aquellos instantes era un resultado muy distinto. Un resultado catastrófico.
«Tiene que estar mintiendo.» Ese maldito zorro tiene que estar intentando envenenarme con sus palabras...[/sub]Pero la verdad se mostraba ante sus ojos, y no se trataba de un mero espejismo. Aquel era el cuerpo de Uzumaki Shiomaru, y la única explicación posible para ello era que...
Kurama estuviese diciendo la verdad.
—Dime una cosa, Hanabi —La voz del Kyūbi le sacó de aquel agujero negro en el que se había sumergido, devolviéndole a la realidad. Con la frente perlada por el sudor, Hanabi le devolvió la mirada—. ¿Cuál es la pieza más importante del tablero en el ajedrez occidental, ese que juegan por el País de la Tormenta? Piensa bien tu respuesta —añadió, tras una breve pausa.
«¿A qué demonios estás jugando?» Se preguntaba el Uzukage, frunciendo el ceño. El ajedrez occidental era un juego parecido al shōgi, pero que era más popular por el País de la Tormenta. Hanabi le había echado más de una partida a Amekoro Yui y podía presumir de haberle ganado en casi todos los encuentros. Yui era muy diferente de su inseparable mano derecha, Shanise. A aquella mujer no pudo ganarle ni una sola.
—Todas —respondió, clavando en él sus iris anaranjados—. Desde el peón hasta el rey, todas son importantes.
Era cierto que con la captura del rey terminaba la partida. Pero el rey no podía sobrevivir mucho tiempo sin la barrera que formaban los peones en primera línea, ni con el avance firme y sólido de las torres, ni con el ataque en diagonal de los alfiles, ni con las cabriolas imposibles de los caballos, ni tampoco sin su grácil e implacable reina. De hecho, los siempre subestimados peones eran incluso capaces de ascender en su estatus si lo hacían tan bien que conseguían colarse hasta el final de las líneas enemigas.
—¿A qué viene esto, Kurama? ¿Déjate de juegos y vamos al grano de una vez.