20/01/2023, 17:43
«Zzzzzup.»
Con un característico zumbido y un destello rojo, cuatro figuras aparecieron, como surgidas de la nada, frente a las puertas de la Villa Oculta del Remolino. La más larguilucha de ellas, un muchacho con la cara surcada de cicatrices y que vestía enteramente de negro —a excepción de su vieja y remendada capa de viaje—, se irguió trabajosamente mientras miraba a su alrededor, aturdido todavía por el dolor que le nacía en el ojo izquierdo y atenazaba esa parte de su rostro.
Akame alzó la vista y contempló el desolador paisaje como quien hubiera vuelto a casa después de un largo viaje para verse sorprendido por las consecuencias de una inesperada tormenta. La Aldea yacía en ruinas. Durante un momento no supo que pensar, impactado. Durante mucho tiempo había imaginado aquel desenlace —si bien en esas ensoñaciones llegaba por su propia mano—, pero ahora que lo tenía ante sí, descubrió no sin sorpresa que no le producía placer o satisfacción alguna. El olor a quemado, a tierra, a miedo y a desesperación le golpeó de repente como un mazo, y tuvo que esforzarse para no caer al suelo.
—No... No puede ser... —fue cuanto alcanzó a decir.
Pero, a lo lejos, alcanzaba a ver edificios aún en pie. Había partes de la Villa que no habían sido destruidas. Había esperanza.
Se giró hacia el Uzukage, su rostro recuperando aquella expresión despiadada; esta vez, teñida también de miedo. Sus labios se movieron para articular una única frase mientras las aspas de su Mangekyō Sharingan izquierdo volvían a girar, convertidas en un remolino, y chispas de chakra carmesí se arremolinaban a su alrededor. Una frase.
—Voy a buscarla.