23/02/2023, 11:31
El exiliado miró a su alrededor, embargado por la añoranza. Todos sus sentidos estaban inundados del olor de Yume, del color azul de las paredes de su cuarto, del tacto de las sábanas de su cama. Los recuerdos volvían a su cabeza tan vívidos como si fueran de ayer, aturdiéndole con la fuerza de un huracán. Sintió que le fallaban las fuerzas y estuvo a punto de dejarse caer sobre el colchón de la cama que tantas veces le había acogido por las noches —y alguna mañana—. Pero se obligó a seguir.
«Todavía estoy a tiempo, todavía estoy a tiempo...», se repetía en su fuero interno. La devastación de Kurama no parecía haber alcanzado esa parte de la Villa. Todavía estaba a tiempo.
Veloz como una gacela salió del cuarto y traspasó el salón. El curry humeante aún estaba caliente; Yume había salido hacía poco de allí.
«Todavía estoy a tiempo.»
Con paso apresurado se aproximó al umbral de la puerta entreabierta. Salió al exterior, aspirando el aire fresco de Uzushiogakure, que aquel día traía un sabor amargo; a cenizas, a destrucción, a muerte. Sus ojos rojos escudriñaron los alrededores, buscando a una muchacha de pelo blanco.
«Todavía estoy a tiempo, todavía estoy a tiempo...», se repetía en su fuero interno. La devastación de Kurama no parecía haber alcanzado esa parte de la Villa. Todavía estaba a tiempo.
Veloz como una gacela salió del cuarto y traspasó el salón. El curry humeante aún estaba caliente; Yume había salido hacía poco de allí.
«Todavía estoy a tiempo.»
Con paso apresurado se aproximó al umbral de la puerta entreabierta. Salió al exterior, aspirando el aire fresco de Uzushiogakure, que aquel día traía un sabor amargo; a cenizas, a destrucción, a muerte. Sus ojos rojos escudriñaron los alrededores, buscando a una muchacha de pelo blanco.