25/02/2016, 00:04
El shinobi de forma apescada ni se inmutó a pesar de tener una katana en el cuello, es más, la soberbia hizo acto de presencia en los orbes que tenia por ojos y estaban clavados en el joven shinobi de Uzushiogakure que estaba frente a él a escasos metros, ya que al peliblanco que tenia inmediatamente detras, no podia mirarle. Sus labios se extendieron dando lugar a una sonrisa más que ancha, como si la katana que tenia al cuello fuera una hermosa joven y el lugar siniestro y lobrego en el que se encontraba, un hermoso y apacible cuarto del mejor de los hoteles del mundo.
Siento informaros que vuestras armas son del todo inutiles ante mi. Es obvio que no teneis lo que hay que tener para poseer mis esferas.
Con una voz tan serena como la primera brisa de la mañana, como el amanecer en la cima de una montaña, tanto, que dejaba estupefacto a quien le escuchara. Todo un hito en la historia de los shinobis que presenciaban la escena, con una katana a punto de cortarle la cabeza y el muy merluzo tan calmado que podria hacer una operación a corazon abierto sin inmutarse.
Algo con lo que no contaba nadie estaba a punto de hacer que la situación se volviera aún más extraña y peligrosa. La kunoichi peliazul del grupo sin pensarselo demasiado ni poco, vamos, sin pensarselo directamente, amasó una cantidad ingente de chakra en el brazo izquierdo y le dió un buen puñetazo al suelo. La tierra, el planeta, se estremeció. La superficie alrededor de la chica se hundió y varias brechas aparecieron de ese hueco que habia creado, recortando la distancia en un suspiro se expandieron hasta doce metros alrededor del lugar de origen. Y el suelo, que tan duro parecia, empezó a desmoronarse.
Tras el golpe, un temblor dejó claro que algo se habia despertado, las brechas abiertas se separaron hasta llegar a casi medio metro de distancia causando todo tipo de desastres a los shinobis. La mayoria de ellos cayeron de culo intentando que esa caida fuera en un sitio donde hubiera suelo firme y no acabar precipitandose a Sama-sama sabe donde.
A Karamaru se le cayó su pequeño fuego y pudo ver como a sus lados las brechas se abrian pero no más de diez centimetros, si se asomaba no veria más que su antigua fuente de luz precipitarse hasta golpearse contra un suelo subterraneo.
Juro simplemente se cayó de culo viendo como una brecha de medio metro se abria entre él y su objetivo y su compañero, quien se desequilibraria ante lo inesperado del temblor y caeria hacia atras, llevandose por delante la cabeza del shinobi de Amegakure. Cuyo cuerpo inerte cayó al lado de Kazuma.
Ritsuko sentiria como sus pies se separaban, pues una de las fisuras estaba expandiendose entre sus piernas, con tan mala suerte que del susto se tragó lo que tenia en la boca, que paso por su gargante en un instante y pudo sentir como llegaba hasta su estomago. Definitivamente, no habia mejor sitio para esconderla.
Yota y Datsue eran los que estaban libre de pecado, estaban charlando tranquilamente así que podrian ver venir con claridad lo que iba a pasar si se fijaban, sino, no. Cada uno tenia un compañero inconsciente al lado.
El lugar donde estaba Eri parecia ser el que tenia el suelo más solido, viva la ironia, y contra más alejadas eran las brechas más anchas se volvian. Con una excepción, el espacio comprendido entre las columnas parecia tan firme como siempre, inmune a las roturas que tenia a sus alrededores, cuando una de las fisuras fue a atravesar dicha circumferencia paró, dejando el terreno intacto y apareciendo de nuevo al otro lado de este como si fuera lo más normal del mundo. Sin embargo, tras un pequeño instante de duda, los alrededores se vinieron abajo, como si de repente, nada sostuviera el suelo, o como si este fuera el techo de uno de los antiguos templos. Quedando casi un metro de distancia entre la circumferencia en la que se encontraban las columnas y el resto de superficie.
Obviamente, ante tal destrozo terreste, la cupula empezaba a resentirse. Cuando pareció que las fisuras se tranquilizaban, las enormes paredes que les cubrian tenian numerosas grietas debidas al movimiento de la base donde estaba apoyada. Pequeños hilillos de polvo y piedrecitas del tamaño de una uña, pero cada vez la consistencia de la cupula estaba más en entredicho así como la del mismo suelo que pisaban.
—Nabi—