1/03/2016, 07:46
"Siento informaros de que vuestras armas son del todo inútiles ante mí. Es obvio que no tenéis lo que hay que tener para poseer mis esferas "
Tan pronto como dijo aquello, tuvo que enarcar una ceja y hacerse mofa a sí mismo.
«¿De verdad he dicho eso?... Por Ame no Kami, estas esferas me están haciendo perder la cabeza»
En efecto, su frase no había sido lo genial que hubiese querido. Probablemente habría un millón de cosas que decir respecto a su condición y a la capacidad de sentir cero preocupación por cualquier arma filosa cercana a su cuerpo, pero lamentablemente no había aprovechado la oportunidad.
Y no tendría otra, desde luego; puesto que la muchacha de cabellos azules espabiló repentinamente y dejó caer la furia de sus puños sobre el suelo. Kaido percibió aquello de reojo, aunque no indagó demasiado en el por qué de la reacción de quien conoció una vez en la ciudad de Yachi. Quizás no le preocupaba que pudiera pasar algo extraordinario, aunque su sorpresa fue grande cuando tras el gesto de Eri la tierra se quebró como el papel más frágil.
Aunque lo hubiese previsto, el filo de la espada estaba demasiado cerca como para evitar que le cercenara el cuello. Él se tambaleó, y también el infractor que le amenazaba a su espalda, haciendo de su decapitación un hecho inminente. Pudo sentir como el frío filo del arma se hundía de la manera más simple y sin esfuerzo en sus húmedas carnes, aunque en el calor del momento aquello era lo menos vistoso de la situación.
Kaido cayó al suelo y se desparramó como la mismísima lluvia sobre el suelo.
...
La cúpula que les envolvía sintió las fuerzas en sus cimientos y comenzó a desmoronarse a cuenta gotas. Rocas caían aquí y allá y el suelo desvelaba de a poco los secretos de su propio submundo, donde yacía lo que parecía ser una estancia secreta altamente volátil a la chispa más frágil.
El tiburón estuvo consciente todo el tiempo, divirtiéndose con el cómo pudieran reaccionar todos ante su "muerte". De cualquier forma, al muchacho de la espada no pareció importarle en lo absoluto el haber quitado una vida y se esforzó por encontrar las gemas que Kaido guardó anteriormente con tanto recelo. Pero no encontró nada, porque en el jaleo de toda aquella situación, el agua se fue escurriendo por las rendijas de tierra y de forma oportuna el Hozuki se había alejado de allí.
Sus opciones eran pocas. Mientras recomponía su cuerpo a la distancia —oculto tras la seguridad que le ofrecía un par de formaciones rocosas en su norte más inmediato—, podía sentir el esfuerzo de las llamas por consumir todo a su alrededor y el único lugar seguro era donde se encontraba el chico de los cabellos amarillos, quien además, parecía ser muy amigo de los dos que unieron fuerzas para intentar arrebatar su esfera ahora completa. Si tenía que ir hasta allí para salvarse el culo, lo haría.
Ya luego se encargaría de ellos como mejor fuera posible.
Como buenamente pudo, y dejando rastros de agua a lo largo de su trayecto; el tiburón acortó distancia entre él y la zona sólida y estable donde Nabi se encontraba, percibiendo además el fallido intento de Eri por alcanzar el mismo destino.
Dos metros le separaban de la zona segura. Dos metros le separaban de donde Eri quedó atrapada por las fauces el herido suelo bajo sus pies. ¿Qué debería hacer?
«Hoy tienes suerte, Eri-chan. Me siento generoso»
Kaido salió de su escondite y saltó dos grietas. Tras Eri el fuego se hacía más intenso y el rompecabezas de líneas bajo sus pies se iluminaba consecutivamente, deseoso de alcanzarlos cuanto antes. Pero él llegaría primero a donde ella estaba, tomándola del cogote y ofreciéndole su brazo para avanzar. Pero no sería cuidadoso ni mucho menos, si tenía que dolerse el pie luego, que lo hiciera; pero al menos estaría viva.
Pero más allá de una acción heroica, se trataba de una estrategia. Eri se convirtió en ese momento en su salvoconducto, porque si de algo se había dado cuenta era que el lugar estaba minado de los pomposos shinobi del remolino. Y nadie de sus tierras, lamentablemente.