2/03/2016, 02:52
«¡Maldición! No encuentro la gema, desearía que hubiera un poco de luz.»
Como si los dioses del mal hubiesen escuchado su deseo, las heridas en la tierra comenzaron a rebosar en una sangre brillante y ardiente. El repentino resplandor lo cegó por un momento, pues sus ojos tenia ya rato acostumbrados a la oscuridad reinante. La repentina claridad le reveló la realidad de la situación. La cúpula se caía a trozos, el suelo era engullido por un poso de flamas y la gente corría de un lado a otro.
Pudo escuchar como Nabi gritaba algo y como todos los presentes corrían hacia una pequeña zona que parecía ser el único lugar seguro. Era un pequeño círculo central, que a medida que la tierra circundante iba desapareciendo, se iba transformando en un pilar de roca que prometía mantener a salvo a todos los que aceptaran abordarlo.
En aquel instante, entre unas rocas cercanas que estaban a punto de caer, pudo ver la gema que estaba buscando. Ahí, cercanas y tentadoras, sobre una roca que se precipitaría hacia el vacío ardiente con el más mínimo de los añadidos a su peso. La oportunidad se manifestaba macabra y cautivante.
—¡Maldición! Está tan cerca.
«Vivir o morir, he ahí el dilema ¿No es así?» —Escuchó aquella voz tan familiar justo cuando sus músculos estaban por poner en marcha su caminar funesto.
—Pero… Pero necesito la piedra. —Le aseguro a la aparente nada.
«Y yo necesito a mi amo, pero este planea abandonarme cruelmente a quien pueda encontrarme entre sus restos calcinados, y todo por una pieza de bisutería barata… Después de tantas promesas y experiencias juntos ¿planeas separarnos por tan poco?»
—¡Joder, Bohimei! —Gritó mientras comenzaba a correr hacia su compañero rubio y el pilar de la salvación.
En medio de tanto parloteo mental casi se había quedado sin suelo por el cual llegar a su objetivo, por lo que tuvo que volar.
Desde una pequeña cornisa que se recién se había formado, dio un gran salto hacia el vacio. Bien sabia que le faltaría aproximadamente medio metro de salto para llegar, pero entonces, en medio del aire y las llamas, esgrimió su katana y la clavo en la roca del pilar a modo de ancla. La misma quedo en un ángulo de cuarenta y cinco grados, quedando firmemente afianzada y salvándole el pellejo.
Como si los dioses del mal hubiesen escuchado su deseo, las heridas en la tierra comenzaron a rebosar en una sangre brillante y ardiente. El repentino resplandor lo cegó por un momento, pues sus ojos tenia ya rato acostumbrados a la oscuridad reinante. La repentina claridad le reveló la realidad de la situación. La cúpula se caía a trozos, el suelo era engullido por un poso de flamas y la gente corría de un lado a otro.
Pudo escuchar como Nabi gritaba algo y como todos los presentes corrían hacia una pequeña zona que parecía ser el único lugar seguro. Era un pequeño círculo central, que a medida que la tierra circundante iba desapareciendo, se iba transformando en un pilar de roca que prometía mantener a salvo a todos los que aceptaran abordarlo.
En aquel instante, entre unas rocas cercanas que estaban a punto de caer, pudo ver la gema que estaba buscando. Ahí, cercanas y tentadoras, sobre una roca que se precipitaría hacia el vacío ardiente con el más mínimo de los añadidos a su peso. La oportunidad se manifestaba macabra y cautivante.
—¡Maldición! Está tan cerca.
«Vivir o morir, he ahí el dilema ¿No es así?» —Escuchó aquella voz tan familiar justo cuando sus músculos estaban por poner en marcha su caminar funesto.
—Pero… Pero necesito la piedra. —Le aseguro a la aparente nada.
«Y yo necesito a mi amo, pero este planea abandonarme cruelmente a quien pueda encontrarme entre sus restos calcinados, y todo por una pieza de bisutería barata… Después de tantas promesas y experiencias juntos ¿planeas separarnos por tan poco?»
—¡Joder, Bohimei! —Gritó mientras comenzaba a correr hacia su compañero rubio y el pilar de la salvación.
En medio de tanto parloteo mental casi se había quedado sin suelo por el cual llegar a su objetivo, por lo que tuvo que volar.
Desde una pequeña cornisa que se recién se había formado, dio un gran salto hacia el vacio. Bien sabia que le faltaría aproximadamente medio metro de salto para llegar, pero entonces, en medio del aire y las llamas, esgrimió su katana y la clavo en la roca del pilar a modo de ancla. La misma quedo en un ángulo de cuarenta y cinco grados, quedando firmemente afianzada y salvándole el pellejo.