14/03/2016, 10:26
Mientras ayudaba a la muchacha a ponerse en marcha hacia un lugar seguro, el tiburón no pudo percatarse del peligro que acechaba sobre ellos. Y es que el estruendo de los escombros cayendo por todos lados, aunado al caluroso oleaje de las llamas en el subsuelo eran de por sí suficientes distracciones como para tener que estar viendo hacia arriba a ver qué iba cayendo hacia dónde. Era una cúpula demasiado grande y lo importante era seguir moviéndose, o eso pensaba él.
Quizás la poca preocupación ante tan evidente peligro como resultaban ser el descenso de inmensas rocas se debía a su ya conocida capacidad. Podía ser aplastado sin ningún problema, pero probablemente fuera él el único superviviente. Ni Eri, o el calvo que apareció de la nada a ayudarle, llegarían a la zona segura.
No obstante, y a pesar de la resolución de seguir avanzando; una enorme piedra —como era de preverse—. fue directo hacia ellos. Pero desde la diestra del escualo apareció el segundo salvador del día, el muchacho de cabellos amarillos y ojos rojos, quien se abalanzó hacia ellos hasta dar un gran salto.
«¿Pero qué coño?»
El muchacho voló, técnicamente. Fue así su ascenso que impidió que el pedazo de cúpula cayera sobre su compañera, y por ende; sobre el par de extranjeros de la lluvia. Un choque lo suficientemente fuerte para enviarla en dirección contraria, cayendo de nuevo tras ellos e indicándoles que era tiempo de moverse, con mucha más prisa.
Kaido le dio dos palmadas en la espalda a Eri para que se moviera y le siguió el paso hasta la zona segura, no sin antes darle un vistazo al cabeza de vidrio cuyo cráneo brillaba bastante gracias a las intensas llamas que les rodeaban. Hasta podía iluminar una sala oscura, o eso pensó el tiburón.
Pero en fin, que ya había completado su buena acción del día. Se trataba de Eri, una buena chica, y no pasaba nada con perder, quizás; un poco de su mala fama de rufián por no dejarle morir de una forma tan triste, sepultada en un montón de piedras creadas por algún fenómeno de circo.
—Díganle al pelo de caspa que se atrevió a rajarme el cuello que le haré una visita luego. De momento, será mejor salir de aquí todos... en una sola pieza, preferiblemente.
Entonces rebuscó con la mirada, intentando encontrar con celeridad la ruta más indicada para dejar atrás semejante desastre. Se encontró con caras familiares, rutas bloqueadas y uno que otro completo desconocido que no venían al caso.
Si sus ojos no eran capaces de encontrar la salida, esperaba que los de otros sí lo fueran, pues era evidente que el tiempo se les agotaba.
Quizás la poca preocupación ante tan evidente peligro como resultaban ser el descenso de inmensas rocas se debía a su ya conocida capacidad. Podía ser aplastado sin ningún problema, pero probablemente fuera él el único superviviente. Ni Eri, o el calvo que apareció de la nada a ayudarle, llegarían a la zona segura.
No obstante, y a pesar de la resolución de seguir avanzando; una enorme piedra —como era de preverse—. fue directo hacia ellos. Pero desde la diestra del escualo apareció el segundo salvador del día, el muchacho de cabellos amarillos y ojos rojos, quien se abalanzó hacia ellos hasta dar un gran salto.
«¿Pero qué coño?»
El muchacho voló, técnicamente. Fue así su ascenso que impidió que el pedazo de cúpula cayera sobre su compañera, y por ende; sobre el par de extranjeros de la lluvia. Un choque lo suficientemente fuerte para enviarla en dirección contraria, cayendo de nuevo tras ellos e indicándoles que era tiempo de moverse, con mucha más prisa.
Kaido le dio dos palmadas en la espalda a Eri para que se moviera y le siguió el paso hasta la zona segura, no sin antes darle un vistazo al cabeza de vidrio cuyo cráneo brillaba bastante gracias a las intensas llamas que les rodeaban. Hasta podía iluminar una sala oscura, o eso pensó el tiburón.
Pero en fin, que ya había completado su buena acción del día. Se trataba de Eri, una buena chica, y no pasaba nada con perder, quizás; un poco de su mala fama de rufián por no dejarle morir de una forma tan triste, sepultada en un montón de piedras creadas por algún fenómeno de circo.
—Díganle al pelo de caspa que se atrevió a rajarme el cuello que le haré una visita luego. De momento, será mejor salir de aquí todos... en una sola pieza, preferiblemente.
Entonces rebuscó con la mirada, intentando encontrar con celeridad la ruta más indicada para dejar atrás semejante desastre. Se encontró con caras familiares, rutas bloqueadas y uno que otro completo desconocido que no venían al caso.
Si sus ojos no eran capaces de encontrar la salida, esperaba que los de otros sí lo fueran, pues era evidente que el tiempo se les agotaba.