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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
La situación estaba totalmente fuera de control, la anciana gritaba como una autentica loca y el pueblo se enfurecía aún más con cada palabra y en mitad de todo aquello: Tatsuya.

La masa, pronto entró en la locura y comenzaron a prepararse para quemar a la anciana viva. Ya no eran personas, lo que tenía frente así hacia tiempo que habían dejado de ser humanos, ahora no eran más que una panda de perros rabiosos.

Sobre el ensordecedor caos, se alzó la voz del padre de Tatsuya tratando de poner orden aunque de manera poco ortodoxa, sin embargo había de reconocer que resultó sorprendentemente efectivo. Todos se quedaron parados en el sitio, mirando en dirección al shinobi que se abría paso entre todos.

—Parecen animales... No, ni eso, los animales no matan por estupideces— Les dedicó una mirada reprobatoria a los aldeanos —Si quisieran arreglar las cosas podrían pedir ayuda a alguna autoridad del País del Fuego, si no pues síganse pudriendo en la miseria de este intento fallido de asentamiento humano— Se alejó de la viga y empezó a caminar a la entrada del pueblo. —Tatsuya, nos vamos— Mientras avanzaba se paró a la par de donde estaba la peliblanca —Imagino que tú también tienes cosas que hacer ¿no? Si vas al noroeste llegarás a Minori en el País de la Espiral, es el pueblo mas cercano a la frontera...

—Le agradezco nuevamente su ayuda— hizo una reverencia, antes de avanzar en la dirección contraria en la que caminaba el hombre, en dirección a la anciana —No permitiré que tomen la justicia por su cuenta— se detuvo a una distancia prudencial de la anciana, no confiaba en ella —Ustedes no son nadie para juzgar a esta mujer, no son mejores que ella y matarla no arreglará nada— clavó sus ojos en los de la anciana —Lo mismo le puedo decir a usted, matar a todos esos niños no les ha devuelto a los que perdió... ni siquiera una pizca de consuelo ¿a merecido la pena?— la joven no hablaba con dureza, si no con sinceridad, nadie en aquel pueblo estaba libre de pecado —Aún tiene tiempo de redimirse, abandone el pueblo y viva la vida que debe vivir una sacerdotisa...— se giró para observar al resto de los allí presentes —No sigan el camino que les ha llevado hasta aquí, por favor... no hay mayor castigo para esta mujer que seguir viviendo—

Mitsuki sabía que si mataban a esa mujer, tarde o temprano la historia se repetiría... otra Aki perecería y vuelta a empezar, había que romper aquel circulo... y ese era el momento
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—Mitsu...— El de ojos dispares escuchó cada palabra que salió de boca de la Hyuga, conmoviéndolo en el acto.

Por su parte el jounin se frenó sin mirar atrás. Quería escuchar lo que la kunoichi tenía que decir, simplemente respiró hondo, sin decir nada.

La anciana levantó la vista para ver a la peliblanca, mientras todos los aldeanos se miraban las caras entre sí, confusos, avergonzados.

—Niña, ¿crees que los dioses me perdonarán?— Preguntó triste.

Tatsuya estaba pendiente de la escena cuando se percató de la presencia de la madre de la pequeña Yuka, de hecho la niña estaba detrás de ella, escondiéndose tras la faldas de su progenitora. Las vió, unidas, una vez más. El espadachín entonces se acercó y colocó su mano en el hombro de la Hyuga.

—Mitsuki-chan...

Los aldeanos se fueron dispersando, en silencio, quién quita y quizás por fin sintieron algo de remordimiento en su interior, al final quedó sólo la sacerdotisa de rodillas.

—Vayánse, por favor— Dijo la anciana.
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Sus palabras parecían haber hecho recapacitar a la gente, al menos ya no parecían estar apunto de abalanzarse sobre la anciana. Ahora más bien parecían confusos y avergonzados por su manera de proceder

—Niña, ¿crees que los dioses me perdonarán?—

La peliblanca se había dado la vuelta para observar los ojos de la mujer una vez más, parecía que de verdad estaba arrepentida.

—Eso solo lo saben los dioses, lo único que puedes hacer es intentarlo— Sintió como la mano de Tatsuya se apoyaba sobre su hombro, a la vez que le escuchó decir su nombre —Quizás algún día te perdonen... Sí los humanos podemos perdonarte, ¿por qué no habrían de hacerlo los dioses?— perdonar a alguien como ella... era algo muy duro, pero no era una situación fácil de juzgar. Cualquiera podría haber tomado el mismo camino, además los aldeanos eran tan culpables como ella

—Vayánse, por favor—

—Si, será lo mejor— respondió la peliblanca — Te deseo que el camino que recorres ahora sea mejor que el que dejas atrás...— Mitsuki giró sobre si misma suavemente para encontrarse con Tatsuya a su lado —Me temo que aquí nos separamos— sonrió levemente —Muchas gracias por tu ayuda— hizo una reverencia en señal de agradecimiento —y también a usted, padre de Tatsuya— lo dijo aproposito de esa manera, para señalar que ni siquiera se había presentado
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—Tú también me ayudaste mucho, no tengo forma de agradecerte, ojalá algún día el dios en el que crees sea capaz de recompersarte— Respondió un tanto triste.

El jounin se dió la vuelta y se acercó, su mirada era difícil de descifrar, los miró a ambos y tras un largo suspiró por fin habló.

—Antes de que nos marchemos quiero decirles algo a ambos: La compasión es una gran virtud de los humanos, pero un gran pecado para los ninjas... Debemos retirarnos ahora, con su permiso, kunoichi de Uzushiogakure— Actó seguido le dió la espalda y empezó a caminar.

—Yo también debo partir, a pesar de lo ocurrido, a sido un placer conocerte. Hay tantas cosas que quisiera decirte, quizás algún día podamos reencontrarnos o quizás no, sólo el tiempo lo dirá. Adiós, Mitsuki-chan— El de ojos dispares reverenció una última vez y entonces se fue siguiendo a su padre.

Las nubes que cubrían el sombrío pueblo se empezaron a disipar para dejar alguno que otro rayo de sol a la vista. La sacerdotisa se levantó con esfuerzo y se dió la vuelta también. Antes de marcharse dedicó unas fugaces palabras a la kunoichi.

—Una palabra puede edificar, una palabra puede destruir, ¿cómo usarás tus palabras?— La anciana entonces se fue con rumbo desconocido.

Muchas leyendas se cuentan alrededor del lago de los llantos, quizás esta historia se convierta en una más...
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