Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Cuando Hanabi interrumpió la charla, Datsue dejó caer la espalda contra el respaldo de la silla y suspiró. Por un momento, le invadió la melancolía. Sabía lo que venía ahora. Sabía lo que Hanabi tenía que decir. No en los detalles, claro. No en los pormenores. Pero sí en su esencia. Si Hanabi quería hablarles de algo importante, es que era de gravedad.
Resultó ser una misión de alto rango. ¿Una S, quizá? ¿Con qué objetivo? ¿Dónde? ¿Cuándo? No importaba. Hanabi le había enseñado a ser paciente. Le había enseñado a creer. Gracias a él, Aiko tenía una segunda oportunidad. Gracias a él, Datsue mismo se había reconvertido. No, no importaban los detalles. No importaba nada de eso. Cuando habló, su voz sonó tan firme como una espada forjada por la casa Sasaki.
—Hasta el final… y lo que venga después. —Porque tras cada final siempre llegaba un nuevo principio. Y lo verían, juntos. Fuese el que fuese.
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Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
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—"Lo que venga después", ¿eh...? —Hanabi se dio la vuelta y cruzó los brazos tras la parte baja de la espalda—. Lo que venga después. —Repitió, como embobado.
Tardó unos segundos en escupirlo.
»Uzumaki Shiden. El hijo de Rasen. Es el nuevo Señor Feudal. Apoyaba a Zoku abiertamente, en contra del buen razocinio de su padre. —Suspiró y se dio la vuelta, encarándoles—. Rasen y yo sospechábamos que urdía una trama para matarle y tomar el poder. Íbamos a enviar un escuadrón de élite para investigar, pero las cosas se han... adelantado.
»Ese hombre ha solicitado que acuda a una reunión con él en Aliento Nevado, en su palacio. ¿El motivo? No lo sé, pero me estoy temiendo que quiera... destituirme.
»Había pensado en llevarme algo de protección, por si acaso la cosa fuera más allá. No obstante, de nuevo, quisiera saber... si estaríais dispuesto a arriesgar vuestra vida por mí. O vuestra bandana. Legalmente, el Daimyo es vuestra máxima autoridad. Pero... ¿en vuestro corazón? ¿A quién sois leales? —Hanabi pasó sus ojos naranjas, apasionados, por Yuuna, por Reiji, por Eri. Y finalmente, y por más tiempo... por Datsue. El más perspicaz, y quien más conocía de todos a Hanabi, notó algo en aquellos ojos. Algo que ardía. Algo que Hanabi conseguía mantener a raya por puro milagro, pero que arrasaba. Una voluntad. Una resolución. Una decisión.
¿Qué...?
Hanabi apartó la mirada y se dio la vuelta.
»¿Sacamos las bebidas, nos olvidamos de esto y disfrutamos de esta agradable velada?
Uzumaki Eri permaneció en silencio tras las palabras de los tres jóvenes que hablaron tras ella. Miró a su Uzukage, a aquel hombre que parecía ligeramente cansado, que no tenía buen aspecto y que, aun así, seguía adelante. Eri lo admiraba y deseaba, con todas sus fuerzas, llegar a ser al menos una milésima parte de lo que él era.
Solo con ser eso, bastaba.
Escuchó sobre Shiden, sobre el nuevo Señor Feudal; quien apoyaba las creencias de Zoku. Al recordarlo, un escalofrío recorrió su espalda. Y entonces habló de la reunión, y... ¿El motivo? No necesitaba mucho más para saber que para algo bueno no era. Y Eri se temía lo peor.
—Había pensado en llevarme algo de protección, por si acaso la cosa fuera más allá. No obstante, de nuevo, quisiera saber... si estaríais dispuesto a arriesgar vuestra vida por mí. O vuestra bandana. Legalmente, el Daimyo es vuestra máxima autoridad. Pero... ¿en vuestro corazón? ¿A quién sois leales?
«¿A quién soy leal...?» Su mente lo sabía: debía serlo al Daimyo, tenía que serlo, pero su corazón sabía que no era así. Que ella, después de todo, era fiel a quien se lo merecía.
A sus amigos.
A Hanabi.
—¿Sacamos las bebidas, nos olvidamos de esto y disfrutamos de esta agradable velada?
—Claro, Hanabi-sama, para celebrar que seremos sus escoltas oficiales. —Dijo Eri, asintiendo con una sonrisa mientras se acercaba al refresco de sabor limón.
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Hanabi contó de que se trataba. Al parecer, el nuevo señor feudal, hijo del anterior, había ocupado el puesto de su padre por derecho tras lo sucedido en el estadio de los dojos. Sin embargo, por lo que contaba Hanabi, el hombre había estado planeando sustituir a su padre desde mucho antes. El ataque de Dragón Rojo le había venido de maravilla.
Lo que me generaba más curiosidad era... ¿Por que destituira a Hanabi? La respuesta podia sonar lógica para algunos: Por lo de Zoku. Pero no era tan simple. Dragón rojo seguía campando a sus anchas, y la única defensa que tenía el señor feudal era Uzushio, donde ahora se vivía bien gracias de Hanabi. Si el señor feudal se enemistaba con Hanabi ¿Que le aseguraba que todos esos shinobis que, gracias a Hanabi, ahora estaban mejor, no se unirían a la causa de Dragón Rojo con tal de derrocarlo? Era un movimiento muy arrisgado. Y aún así, si a Hanabi le preocupaba, debía de haber algo más...
—Había pensado en llevarme algo de protección, por si acaso la cosa fuera más allá. No obstante, de nuevo, quisiera saber... si estaríais dispuesto a arriesgar vuestra vida por mí. O vuestra bandana. Legalmente, el Daimyo es vuestra máxima autoridad. Pero... ¿en vuestro corazón? ¿A quién sois leales?
No quería responder a esa pregunta en voz alta. La respuesta desde luego no era el Daimyo, pero desde luego, lo ocupaba mi corazón no era la imagen de Hanabi. Si, le debía muchas cosas, pero la verdad era que en esos momentos, era capaz de abandonar mi bandana si era por Yuuna. Muy grave tenia que ser la traición de ella para que yo no estuviera de su parte.
Pero por otra parte, era obvio que si, mi lealtad hacia Hanabi era muy superior hacia la del señor feudal. Realmente, el Daimyo no había hecho nada por mí, y Hanabi sí. Así que, aunque no fuera el primero en la lista de mi corazón, para mí estaba claro que yo estaría del lado de Hanbi.
Pero si que había una cosa que me preocupaba: ¿Como afectaría, si todo se torcia y acabábamos enfrentados al señor feudal, a mi familia? ¿Los considerarían traidores a ellos también? ¿Les harían algo por mi culpa?
—¿Sacamos las bebidas, nos olvidamos de esto y disfrutamos de esta agradable velada?
—Como dice Eri, hay que celebrar que nosotros navegamos en el mismo barco que usted.
—Si, pero nada de canciones de piratas, por favor.
¿El hijo de Rasen apoyaba a Zoku? El mero hecho de escuchar aquel nombre le ensombreció el rostro, como aquella época en la que no pegaba ojo por culpa de las pesadillas de Shukaku. Aquel hombre, aún muerto, evocaba en su mente demasiados recuerdos poco agradables. Demasiado fallos. Demasiadas meteduras de pata.
Todavía recordaba el momento de su sublevación contra el Uzumaki. El segundo en que había decidido plantarle cara. No había sido por la villa, ni por su deber. Oh, no. Había sido porque Zoku le había tratado como a una mera herramienta. Como a un jodido esclavo. Había visto en lo que se iba a convertir su vida, y eso le hizo despertar. Y el hecho de que aquello representase la gota que había colmado su vaso le avergonzaba terriblemente. ¡Incluso Akame había tenido una razón más honorable!
Sacudió la cabeza, tratando de atender a Hanabi. Ya se había flagelado lo suficiente en el pasado, y, si de algo estaba seguro, es que al fin se había encauzado en el camino correcto desde que empezó a confiar en Hanabi. Desde que empezó a serle verdaderamente leal. Desde que se convirtió en su ninja.
No iba a dejar de serlo ahora. Ni siquiera por su Daimyō.
«Hay algo que no nos estás contando», intuyó Datsue, cuando ambos intercambiaron miradas. Le conocía. Se conocían ya demasiado bien. Pero, ¿el qué?
—¿Sacamos las bebidas, nos olvidamos de esto y disfrutamos de esta agradable velada? —finalizó Hanabi, dándose la vuelta y cambiando de tema.
Datsue se quedó callado, pensativo. En lo que acababa de escuchar. En lo que acababa de ver. Quizá la bebida llenase las copas de vidrio. Quizá se tomase un par, y el alcohol aflojase de sus labios un par de chistes sobre kusareños para diversión de sus invitados. Pero él ya no fue capaz de disfrutar de la velada. No del todo. Tenía un mal presentimiento…
… y ya no podría quitárselo de la cabeza.
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Con sus más y sus menos, todos disfrutaron de la fiesta. Ya habría tiempo para desvelar misterios y para enfrentarse a peligros, para cambiar el curso de la historia, o para que la historia cambiase a todos sus cursos. Ya habría tiempo.
Pero antes de que se dieran cuenta, el día señalado llegó. Y no hubo marcha atrás.
· · ·
Hanabi, intranquilo, se encontraba apoyado en una de las grandes puertas de la aldea, a la espera de que Reiji, Eri y Datsue hicieran acto de presencia. Charlaba sombríamente con un ANBU.
—Haz llegar esta orden a Katsudon en el plazo estipulado. No quiero que escatiméis en recursos para esto.
El ANBU tragó saliva y le dedicó a su kage una reverencia.
—Se hará.
Hanabi asintió, y el soldado desapareció dejando tras de sí unas cuantas flores de cerezo. El Sarutobi se sintió de pronto mucho más viejo. Se miró el dorso de la mano. ¿Esa arruga era nueva?
«Rasen, viejo amigo, has dejado una pesada carga sobre mis hombros...»
19/11/2020, 18:14 (Última modificación: 19/11/2020, 18:14 por Uzumaki Eri.)
Los días pasaron tras la fiesta, donde Eri terminó pasándoselo bastante bien, olvidándose, sin embargo; de la gran misión que se les presentaba encima tanto a ella como a Reiji y a Datsue. ¿Vendría también Yuuna? Lo dudaba, aunque seguro que una mano más no vendría mal...
Poco a poco comenzó a divisar, perdida en sus pensamientos; la gran entrada de Uzushiogakure, hacia donde apresuró el paso.
—Uzukage-sama —saludó e hizo una leve reverencia. Estaba de misión, no quería sonar descortés si comenzaba a llamarle Hanabi cuando estuviera de servicio, aunque en la fiesta lo hiciera un par de veces sin querer—. ¿Cómo está? —preguntó, esperando a sus otros dos compañeros.
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Uchiha Datsue caminaba por las calles de la villa con aire nostálgico, fijándose en cada arco torii carmesí que atravesaba, en cada tienda que dejaba atrás, en cada carcajada y en cada comentario que escuchaba de cerca. Un ninja nunca tenía la certeza de volver con vida a su villa tras una misión, por insignificante que fuese esta. Y, cuando dicha misión tenía preocupado al mismísimo Uzukage, entonces la única certeza era que, de hecho, volver a casa iba a estar complicado.
Al contrario que en un día normal, Datsue vestía con la indumentaria oficial de la aldea. Cada portaobjetos y cada bolsillo de su chaleco ninja rebosaban de armas, y en el dobladillo de sus calzoncillos tenía bordado unas ganzúas —una vieja costumbre que, pese a solo serle útil una vez en la vida, todavía no había perdido—. Además, sellado en su cuerpo y también en los pergaminos, contaba con suficientes mudas para la ropa interior como para no verse en aprietos, así como alguna camiseta extra, unos bocadillos y una botella grande de agua.
Cuando a lo lejos vio la gran entrada de la villa, suspiró. Sus ojos se perdieron un momento en el cielo, con mirada ausente. Luego caminó con paso resuelto hacia sus amigos.
—Hanabi, Eri —saludó, con una leve inclinación de cabeza—. Buenos días.
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Había pasado tiempo ya desde aquella fiesta en el jardín. Sabía que Hanabi me haría llamar en cualquier momento, y me había estado preparando. Por a o por b, no habia conseguido la inspiración suficiente para reparar a Tsubama ni hacer una espada mejor, pero en algun momento volveria a intentarlo...
Los días pasaron mas o menos tranquilos hasta que el ANBU acudió a la puerta del barco solicitando mi presencia en la entrada de la villa. Solo yo. No habían llamado a Yuuna. Por un lado casi mejor, una misión tan peligrosa como había dicho Hanabi tenia riesgos, y aunque estaba claro que podia defenderse... Era mejor así. Ademas, Katsudon iba a necesitar a alguien de confianza mientras Hanabi estaba fuera con nosotros, y como Eri y Datsue se venían a la misión, Yuuna seria un buen respaldo. Cogí mis cosas y me despedí no sabiendo cuál sería mi futuro, pero salí dispuesto a dar lo mejor de mí. Armado, eso si, con una espada de repuesto que habia pillado del almacén de mi padre hasta que repararse a Tsubame.
No tarde mucho en llegar hasta la puerta, pues me di algo de prisa, pero cuando aparecí por allí, ya estaban todos esperando y reunidos.
—Buenos días, siento ser el último. Espero no llegar tarde. —Me gustaba ser puntual, pero viendo que habían llegado todos antes... —Antes de que marcharnos... ¿No creéis que sería buena idea llevarnos el barco? Si se tuercen mucho las cosas, que espero que no, pues... Podemos refugiarnos ahí.
Estaba asumiendo, claro, que al reunirnos en la puerta, iríamos hasta la capital a pata. Y la verdad es que prefería el barco, sinceramente. Aún así, tampoco era mala idea llevárselo sellado por si acaso. Al fin y al cabo, nos permitiría ir fácilmente hasta la otra punta de Oonindo si se diera el caso. Y ademas, fijo que tardabamos menos en barco que a pié.
—Uzukage-sama —La voz de Eri le sorprendió. Caminaba resuelta hacia él desde el interior de la aldea. No parecía cargada con mucho equipaje, cosa poco prudente. A pesar de todo, tenían unos días de camino hasta Yamiria—. ¿Cómo está?
—¡Oh, hola, Eri! —saludó Hanabi—. Nervioso, no te voy a mentir. Pero al mismo tiempo teneros a vosotros conmigo me llena de paz. Es difícil de describir. —Sonrió, juntó las manos e inclinó el cuerpo para saludar a alguien más.
—Hanabi, Eri —saludó Datsue—. Buenos días.
—¡Buenos días, compañero! —Datsue tampoco venía cargado con nada, pero en su caso Hanabi sabía que no haría falta. «Ahora que lo pienso, Eri es Uzumaki. Quizás haya preparado equipamiento también con Fūinjutsu.» Al fin y al cabo, él mismo había preparado algunas cosas. Quizás las suficientes para proveerles a todos. A menos que necesitasen sacos de dormir, claro. Sólo tenía uno—. Uy, ¿y esta formalidad? No es propio de ti. —Datsue venía hecho un ninja de Uzushiogakure de los pies a la cabeza... es decir, vestido con el uniforme oficial. Quizás porque iban a reunirse con el Señor Feudal, pero eso, en opinión de Hanabi, era menos importante que estar cómodo. Y... bien preparado.
—Buenos días, siento ser el último. Espero no llegar tarde. —La voz de Reiji vino de detrás de Datsue. Hanabi se inclinó un poco a la derecha para verle y hacerle una inclinación de cabeza, a la vez que negaba. Reiji no venía tampoco especialmente equipado, nada fuera de lo normal. Pero el equipamiento de Reiji estaba en otro lugar. Con un activo que se había agenciado hacía tiempo, y que ahora demostraría ser harto útil—. Antes de que marcharnos... ¿No creéis que sería buena idea llevarnos el barco? Si se tuercen mucho las cosas, que espero que no, pues... Podemos refugiarnos ahí.
Hanabi dio una palmada.
—¡Es verdad, es verdad! ¡Gracias por recordarlo, Reiji! No se me había ocurrido la idea, vaya. Y nosotros aquí como tontos, yendo a pie. Con el puerto que tiene Yamiria. —Suspiró. Le dio una palmada a Datsue en el hombro, porque era al que tenía más cerca, y echó a caminar de nuevo a través de las puertas de la villa—. En fin, ¡a deshacer el camino! Oye, Reiji, ¿pero has aprendido ya a pilotar ese cacharro? —Hizo una pausa—. ¿Se le dice pilotar? ¿Navegar, quizás? —Rio.
Estaba entre amigos. Si debía morir, que fuera así.
En su estómago sintió un cosquilleo al escuchar las palabras de Hanabi. ¿Se sentía realmente en paz con ellos? De ser así, tenía que darlo todo en aquel viaje y en aquella escolta, sobre todo, para que a ninguno de los integrantes de ese pequeño grupo les pasase algo.
Perdida en sus pensamientos, no notó que llegó Datsue hasta que el mismo Uzukage lo saludaba. Eri dio un brinco y le saludó con demasiada efusividad, pero luego se enderezó. ¡Estaba de misión!
Aunque sentía que se le olvidaba algo.
Mientras Reiji comentaba que era mejor, quizás, llevar su barco, Eri intentaba hacer memoria de aquello que se le olvidaba. ¿Qué podría ser? Llevaba todo... En la mochila.
Que no tenía en la espalda.
—¡Ah! —exclamó, nerviosa—. ¡Mi mochila! ¡La he olvidado en casa! —miró a Hanabi—. ¡Lo siento muchísimo, Uzukage-sama! ¡Necesito ir a por ella! —hizo un parón—. ¿P-puedo...? Si no, no pasa nada, me pasa por despistada...
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—Manejar, si quieres, cualquier palabra está bien. —Conteste al uzukage, que habia accedido a lo del barco. Menos mal, por que había dejado allí mi equipaje confiando ciegamente en que diría que si. —Si, ya puedo llevar mi barco a través de los cuatro mil doscientos mares de Oonindo. —Aunque con la cantidad de agua que había, quizas me había quedado corto con la cifra. —Y no soy el único, Datsue también puede, así que podemos turnarnos para descansar.
Lo cual, mejoraba bastante la situación con respecto a las desastrosas ida y vuelta hacia el Hierro. Nadie sabia manejarlo, y encima Katsudon tenia miedo al agua. Por suerte, les acompañaba el gran Reiji, peor pirata de Oonindo que, aunque inexperto, manejó la situación de una forma absolutamente increíble.
Y ahora, quien iba a necesitar de la serenidad y la calma del peor pirata de Oonindo a los mandos de su inestimable compañero, El mil y un mares, no era otro que el mismísimo Uzukage. Y la primera vez lo había hecho de maravilla sin tener ni idea, ahora que tenía el conocimiento, lo haría perfecto.
Por otro lado, Eri parecía haber olvidado su equipaje. ¡Suerte que teníamos que dar media vuelta! Y encima, en barco, el recorrido era menor y más rápido, así que, si no pasaba nada, teníamos un poco mas de tiempo.
—Yo creo que nos pilla de camino al puerto, ademas hay tiempo mientras ponemos en marcha el barco para zarpar.
Aunque quién tenía la última palabra, y a quien Eri le había pedido permiso, era el Uzukage.
Datsue se encogió de hombros cuando Hanabi se extrañó ante tanta formalidad.
—Me gusta el diseño de la indumentaria oficial, y… —no pudo evitar continuar, contando toda la verdad—. Y si la destrozas en una misión, te dan otra, sin cargos.
Y eso no era ninguna tontería. Menos cuando al Uchiha le gustaba comprar ropa de marca. ¡Su habitual chaqueta negra costaba un riñón! ¿Cómo iba a arriesgarse a tener que comprar otra? Además, en el chaleco podía esconder sellos explosivos, píldoras y demás armas pequeñas. Teniendo en cuenta la envergadura de la misión, quizá le fuese de provecho.
«Deja de justificarte. Todos sabemos que es únicamente por la pasta. ¡JIA JIA JIA!»
Datsue sonrió para sí, al tiempo que Reiji llegaba y daba la idea de ir en barco. «¡Hostia, claro! ¡Si lo tenemos facilísimo!» Antes de ir a pie, el Uchiha hubiese sugerido pillar un tren. ¡Pero ir en barco molaba mucho más! Por no decir que su entrada a la capital sería más espectacular.
—Pues sí, una mano puedo echar. Me quité el carnet el año pasado, aunque tras tanto tiempo estoy algo oxidado —dijo, cuando Reiji aseguró que ambos sabían manejar el barco. No obstante, cuando Eri preguntó si podía ir a por su mochila, y a pesar de que Reiji aseguró que le daría tiempo de sobra, el Uchiha compuso una cara de preocupación—. No sé yo, eh, Eri —dijo, mirando su muñeca izquierda, como si allí tuviese un reloj—. En realidad, apenas lleva unos minutos preparar el barco. Creo que vas a tener que darte mucha prisa. No sé qué opinará el resto, ¡pero pienso que no te quedará más remedio que usar tu técnica secreta, Eri! ¡Aquí y ahora!
Vale, sí. Datsue todavía aprovechaba la menor oportunidad para maravillarse ante la visión de aquel ninjutsu. Su verdadero amor, y, hasta el momento, uno imposible. El único, el inigualable e inimitable. El…
—¡EL JODIDO YOROI!
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30/11/2020, 18:42 (Última modificación: 30/11/2020, 18:43 por Amedama Daruu.)
Hanabi chasqueó la lengua, rio, y golpeó en el hombro a Datsue con el puño.
—¡Datsue! —protestó—. No, Eri, no tendrás que usar el jodido Yoroi y, pasen los minutos que pasen para poner a punto el barco, tienes tiempo de sobra. Te acompañamos —aseguró.
Así que, tras pasar por casa de la Uzumaki, los tres se dirigieron al barco. Mientras los muchachos desempolvaban la maquinaria, él se acercó a la proa y se quedó mirando los suaves remolinos del puerto con los ojos entrecerrados. «Desde que te dimos la bandana no has aparecido, Gyūki. Me pregunto si todavía sigues por ahí.»
Reiji no vio problema en esperar a que la chica fuera por su equipaje. Datsue, sin embargo; fue un poco más brusco, sacando a relucir su amada Yoroi. No era una mala idea, sin duda, pero... ¿No era demasiado?
—No, Eri, no tendrás que usar el jodido Yoroi y, pasen los minutos que pasen para poner a punto el barco, tienes tiempo de sobra. Te acompañamos —aseguró.
La voz de Hanabi, la serenidad, la voz de la razón, habló. Ella asintió, algo apenada por hacerles ir en busca de sus cosas, y aunque nadie se quejó, intentó hacerlo lo más rápido posible.
Y pronto estuvieron en el barco de Reiji.
Eri se encontró maravillada. Le encantaba el puerto de Uzushiogakure, el mar, la brisa, el sonido de las aves, aunque a veces el tufo de los peces era demasiado para ella, de normal le encantaba andar por allí. Por lo que estar en un barco era infinitivamente mejor.
Intentó ayudar en todo lo que pudo porque no entendía nada de cómo llevar un barco. Miró a Reiji, a Datsue, esperando que alguno le explicara algo mientras Hanabi estaba en la proa, luego, chilló.
Eri pegó un brinco.
—Eh... ¡Sí! Creo... ¿No? —miró a sus dos compañeros—. ¿Ya?
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