28/06/2020, 01:18
(Última modificación: 29/06/2020, 18:10 por Amedama Daruu. Editado 3 veces en total.)
Ah, sí, el caer de un rayo. El sonido de un cuerno de guerra. Una bravuconada. Todas son cosas que pertenecían a la Tormenta, y se las habían arrebatado de las manos. El rostro de Yui, rojo de ira, observaba desde la grada. Zaide vio la Tormenta en sus ojos azules, antes de prestar atención al resto de distracciones del estadio. Los ANBU que acompañaban a Yui trataron de susurrarle, medio segundo después, que era la hora de abandonar el estadio, quizás querían preguntar por algún tipo de orden, quizás... pero sólo se encontraron con su sombrero y con su haori.
Ah, sí, a bravuconadas no le ganaba nadie. A espectáculo. Tampoco a aceptar un desafío. Pero Yui no sólo era la Tormenta. Yui era una kunoichi curtida en mil batallas. Yui era lanzada, imprudente e impulsiva. Pero a veces uno debe subirse al impulso del rayo y viajar junto a él. Oh, pero no esperen que la Tormenta avise de su llegada. Oh, no. La Tormenta no avisa, sólo llega.
Muchos shinobi se obsesionan con hacer historia, pero no entienden que para hacer historia no sólo hay que hablar de hacer historia. Uno debe plantarse en el centro de todo y HACERLA.
Yui era tan sólo una mujer más en aquella marabunta de gritos de espanto. Se deslizó con habilidad entre la gente, como navegando entre un banco de peces mareados en medio de un oleaje intenso. Descendió. Amedama, allá abajo, gritó un improperio a los recién llegados. Entonces distinguió a Kaido. A su Kaido. Yui entrecerró los ojos.
Sekiryū le había robado demasiadas cosas.
Así que se acercó, sin pausa pero con sigilo, a espaldas de Zaide. A la distancia justa. Ignoró los gritos, los llantos. Ignoró y levantó el brazo, concentrada en su presa.
El rayo no avisa de que llega.
El rayo llega.
Una bala de agua buscó atravesar el puto cráneo de aquél hijo de puta, y acabar con sus aires de grandeza de una simple y brutal contusión.
Ah, sí, los aires de grandeza. Los líderes natos. Yui aprendió en su juventud que incluso los más grandes shinobi de la historia pueden palmarla de un día para otro.
«A tomar por culo, hijo de la grandísima puta.»
Ah, sí, a bravuconadas no le ganaba nadie. A espectáculo. Tampoco a aceptar un desafío. Pero Yui no sólo era la Tormenta. Yui era una kunoichi curtida en mil batallas. Yui era lanzada, imprudente e impulsiva. Pero a veces uno debe subirse al impulso del rayo y viajar junto a él. Oh, pero no esperen que la Tormenta avise de su llegada. Oh, no. La Tormenta no avisa, sólo llega.
Muchos shinobi se obsesionan con hacer historia, pero no entienden que para hacer historia no sólo hay que hablar de hacer historia. Uno debe plantarse en el centro de todo y HACERLA.
Yui era tan sólo una mujer más en aquella marabunta de gritos de espanto. Se deslizó con habilidad entre la gente, como navegando entre un banco de peces mareados en medio de un oleaje intenso. Descendió. Amedama, allá abajo, gritó un improperio a los recién llegados. Entonces distinguió a Kaido. A su Kaido. Yui entrecerró los ojos.
Sekiryū le había robado demasiadas cosas.
Así que se acercó, sin pausa pero con sigilo, a espaldas de Zaide. A la distancia justa. Ignoró los gritos, los llantos. Ignoró y levantó el brazo, concentrada en su presa.
El rayo no avisa de que llega.
El rayo llega.
Una bala de agua buscó atravesar el puto cráneo de aquél hijo de puta, y acabar con sus aires de grandeza de una simple y brutal contusión.
Ah, sí, los aires de grandeza. Los líderes natos. Yui aprendió en su juventud que incluso los más grandes shinobi de la historia pueden palmarla de un día para otro.
«A tomar por culo, hijo de la grandísima puta.»