28/06/2020, 02:04
(Última modificación: 28/06/2020, 17:11 por Aotsuki Ayame. Editado 3 veces en total.)
Dicen que un simple aleteo de una mariposa desencadena un huracán en el otro extremo de Ōnindo.
Pero, en aquella ocasión, aquel caótico huracán poco tenía que ver con sus preciadas mariposas.
Kintsugi observó con imperturbable calma la caída del trueno y la aparición de aquellos sujetos: Umikiba Kaido y Uchiha Akame, prófugos de Amegakure y Uzushiogaku, respectivamente; un hombre desaliñado y de aspecto bárbaro que hacía sonar un cuerno de guerra y una auténtica mole de piel y músculos que se dividió en dos para invadir el interior del estadio por las dos entradas de los participantes.
«¿Dragón Rojo? ¿Qué están haciendo aquí?» Se preguntó, frunciendo el ceño por debajo de su antifaz.
No se movió inmediatamente. En su lugar, inspeccionó la escena con la gélida calma que la caracterizaba. El pánico cundía en las gradas, pero nadie parecía conocer las intenciones de aquellos tipos. Unos tipos que, recordando las palabras de Hanabi y Yui, eran un verdadero escozor para sus dos aldeas. Pero no para Kusagakure. Ningún shinobi del Bosque estaba entre sus filas, y, ahora que no contaban con ningún bijū, no se le ocurría ninguna buena razón para que les atacaran.
«A no ser...»
Poco le interesaban los problemas enzarzados de la Tormenta y la Espiral con aquella organización criminal. Pero sí tenía claro que sí Dragón Rojo había penetrado todas sus defensas hasta colocarse en pleno epicentro de las tres aldeas, en mitad de un evento multitudinario y tan importante como era la final de un torneo entre shinobi, es que venían a demostrar algo frente al mundo. Algo grande. Y, seguramente, algo peligroso.
Y Aburame Kintsugi, desde que se había colocado el sombrero sobre la cabeza, había jurado proteger a su aldea. Con su sacrificio.
—Hana, despliega un destacamento de jōnin y evacuad al Señor Feudal. Akazukin, comanda al resto de shinobi y encargaos de sacar de aquí a los civiles. Los quiero a todos fuera de aquí en cuanto antes.
Sus dos manos asintieron una sola vez antes de desaparecer en apenas una voluta de humo. Kintsugi, por su parte, no se movió aún del sitio. Entrelazó las manos discretamente en un único sello y dos réplicas aparecieron junto a ella. Dos clones que partieron en direcciones opuestas.
Su misión: salvar a sus propios shinobi malheridos tras sus combates, mientras la original recapitulaba información sobre los recién llegados y sus intenciones.
Pero, en aquella ocasión, aquel caótico huracán poco tenía que ver con sus preciadas mariposas.
Kintsugi observó con imperturbable calma la caída del trueno y la aparición de aquellos sujetos: Umikiba Kaido y Uchiha Akame, prófugos de Amegakure y Uzushiogaku, respectivamente; un hombre desaliñado y de aspecto bárbaro que hacía sonar un cuerno de guerra y una auténtica mole de piel y músculos que se dividió en dos para invadir el interior del estadio por las dos entradas de los participantes.
«¿Dragón Rojo? ¿Qué están haciendo aquí?» Se preguntó, frunciendo el ceño por debajo de su antifaz.
No se movió inmediatamente. En su lugar, inspeccionó la escena con la gélida calma que la caracterizaba. El pánico cundía en las gradas, pero nadie parecía conocer las intenciones de aquellos tipos. Unos tipos que, recordando las palabras de Hanabi y Yui, eran un verdadero escozor para sus dos aldeas. Pero no para Kusagakure. Ningún shinobi del Bosque estaba entre sus filas, y, ahora que no contaban con ningún bijū, no se le ocurría ninguna buena razón para que les atacaran.
«A no ser...»
Poco le interesaban los problemas enzarzados de la Tormenta y la Espiral con aquella organización criminal. Pero sí tenía claro que sí Dragón Rojo había penetrado todas sus defensas hasta colocarse en pleno epicentro de las tres aldeas, en mitad de un evento multitudinario y tan importante como era la final de un torneo entre shinobi, es que venían a demostrar algo frente al mundo. Algo grande. Y, seguramente, algo peligroso.
Y Aburame Kintsugi, desde que se había colocado el sombrero sobre la cabeza, había jurado proteger a su aldea. Con su sacrificio.
—Hana, despliega un destacamento de jōnin y evacuad al Señor Feudal. Akazukin, comanda al resto de shinobi y encargaos de sacar de aquí a los civiles. Los quiero a todos fuera de aquí en cuanto antes.
Sus dos manos asintieron una sola vez antes de desaparecer en apenas una voluta de humo. Kintsugi, por su parte, no se movió aún del sitio. Entrelazó las manos discretamente en un único sello y dos réplicas aparecieron junto a ella. Dos clones que partieron en direcciones opuestas.
Su misión: salvar a sus propios shinobi malheridos tras sus combates, mientras la original recapitulaba información sobre los recién llegados y sus intenciones.