2/07/2020, 14:18
(Última modificación: 2/07/2020, 16:39 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
El caos se seguía desarrollando en el centro del campo de combate, y Kintsugi seguía observando cómo se desarrollaban los acontecimientos desde su particular posición.
Yui intentó un ataque furtivo contra uno de los Dragones, pero no tuvo buena suerte. Quedaba claro que los Dragones estaban muy bien coordinados entre sí. Desde luego, mucho mejor que los tres Kage de una Alianza ya rota. El Uchiha al que había sentenciado a muerte arrojó una lanza cargada de electricidad contra la Arashikage, que la recibió prácticamente con los brazos abiertos y una férrea voluntad inquebrantable. La mujer se iluminó con un bramido de guerra, y entonces vino el contraataque en forma de bala electrificada.
—¡Morikage-sama! —Alguien llamó su atención. Kintsugi bajó la mirada hacia el muchacho que se había atrevido a dirigirse a ella. Precisamente, un shinobi de Uzushiogakure. Pero no cualquier shinobi, precisamente el que había dejado en coma a uno de sus shinobi y había partido las bandanas de dos de ellos—. ¡Están por dentro, lo del ring es una distracción!
—Lo sé. Ya me estoy ocupando de ello —aquella fue toda su respuesta. No se le había escapado que el Dragón Gigante había entrado dentro del estadio y había cerrado las puertas, con todos los demás en su interior. Por eso había mandado a sus clones, y de momento parecía que no habían sufrido ningún percance.
Mientras tanto, Hanabi se había duplicado y había bajado a la arena. El clon se mantuvo cerca del shinobi de Amegakure, mientras que el original seguía su trayectoria hacia el centro del campo antes de detenerse a pocos metros de los recién llegados. Y entonces desató toda la furia del remolino que escondía en su interior.
«Allá va de nuevo, el "Jinchūriki del Remolino".» Pensó, no sin cierto desdén hacia aquel apelativo.
Kintsugi ya lo había visto más de una vez. El chakra de aquel hombre era poderoso. Muy poderoso. Capaz incluso de paralizar de terror a las mentes más débiles. Pero Kintsugi no era una de ellas. Era impresionante, sí, nunca dejaría de serlo. Pero no dejaba de ser poco más que fuegos artificiales muy brillantes y ruido. Mucho ruido. Ella prefería el sigilo, la discreción, el ataque desde las sombras.
—Podéis venir los tres a por mi a la vez o po... —Comenzó a decir Hanabi.
Pero de nada sirvió, fue bruscamente interrumpido por dos balas de agua del Dragón de escamas azules.
Aquel era el momento. Mientras todos estaban ocupados lanzándose puyas entre ellos, o luchando, o más pendientes del espectáculo que acababa de suceder contra el pájaro que sobrevolaba sus cabezas. Kintsugi dio una orden silenciosa, y el aleteo de la mariposa desató el huracán. A la altura de la nuca y desde las ropas de Zaide, Akame y Kaido, surgió súbitamente un polvo amarillento, un polvo que les dejaría paralizados al respirarlo. Un polvo de escamas proveniente de tres inofensivas mariposas que habían revoloteado hacia ellos aprovechando el caos del momento.
Y entonces sucedió algo inaudito. Algo resurgido de sus más temibles pesadillas. Reiji, frente a ella, se recubrió de una capa de color violáceo y lo último que querría volver a ver sucedió frente a sus ojos: Un láser de energía destructor que ascendió en el cielo, buscando al enorme águila que había traído hasta allí a sus enemigos.
—¡¿Qué significa esto?! ¡¿Otro jinchūriki en Uzushiogakure?! —Kintsugi, iracunda, volvió la mirada hacia Hanabi—. Tú y yo tenemos una conversación pendiente, Uzukage —siseó, peligrosa.
Yui intentó un ataque furtivo contra uno de los Dragones, pero no tuvo buena suerte. Quedaba claro que los Dragones estaban muy bien coordinados entre sí. Desde luego, mucho mejor que los tres Kage de una Alianza ya rota. El Uchiha al que había sentenciado a muerte arrojó una lanza cargada de electricidad contra la Arashikage, que la recibió prácticamente con los brazos abiertos y una férrea voluntad inquebrantable. La mujer se iluminó con un bramido de guerra, y entonces vino el contraataque en forma de bala electrificada.
—¡Morikage-sama! —Alguien llamó su atención. Kintsugi bajó la mirada hacia el muchacho que se había atrevido a dirigirse a ella. Precisamente, un shinobi de Uzushiogakure. Pero no cualquier shinobi, precisamente el que había dejado en coma a uno de sus shinobi y había partido las bandanas de dos de ellos—. ¡Están por dentro, lo del ring es una distracción!
—Lo sé. Ya me estoy ocupando de ello —aquella fue toda su respuesta. No se le había escapado que el Dragón Gigante había entrado dentro del estadio y había cerrado las puertas, con todos los demás en su interior. Por eso había mandado a sus clones, y de momento parecía que no habían sufrido ningún percance.
Mientras tanto, Hanabi se había duplicado y había bajado a la arena. El clon se mantuvo cerca del shinobi de Amegakure, mientras que el original seguía su trayectoria hacia el centro del campo antes de detenerse a pocos metros de los recién llegados. Y entonces desató toda la furia del remolino que escondía en su interior.
«Allá va de nuevo, el "Jinchūriki del Remolino".» Pensó, no sin cierto desdén hacia aquel apelativo.
Kintsugi ya lo había visto más de una vez. El chakra de aquel hombre era poderoso. Muy poderoso. Capaz incluso de paralizar de terror a las mentes más débiles. Pero Kintsugi no era una de ellas. Era impresionante, sí, nunca dejaría de serlo. Pero no dejaba de ser poco más que fuegos artificiales muy brillantes y ruido. Mucho ruido. Ella prefería el sigilo, la discreción, el ataque desde las sombras.
—Podéis venir los tres a por mi a la vez o po... —Comenzó a decir Hanabi.
Pero de nada sirvió, fue bruscamente interrumpido por dos balas de agua del Dragón de escamas azules.
Aquel era el momento. Mientras todos estaban ocupados lanzándose puyas entre ellos, o luchando, o más pendientes del espectáculo que acababa de suceder contra el pájaro que sobrevolaba sus cabezas. Kintsugi dio una orden silenciosa, y el aleteo de la mariposa desató el huracán. A la altura de la nuca y desde las ropas de Zaide, Akame y Kaido, surgió súbitamente un polvo amarillento, un polvo que les dejaría paralizados al respirarlo. Un polvo de escamas proveniente de tres inofensivas mariposas que habían revoloteado hacia ellos aprovechando el caos del momento.
Y entonces sucedió algo inaudito. Algo resurgido de sus más temibles pesadillas. Reiji, frente a ella, se recubrió de una capa de color violáceo y lo último que querría volver a ver sucedió frente a sus ojos: Un láser de energía destructor que ascendió en el cielo, buscando al enorme águila que había traído hasta allí a sus enemigos.
—¡¿Qué significa esto?! ¡¿Otro jinchūriki en Uzushiogakure?! —Kintsugi, iracunda, volvió la mirada hacia Hanabi—. Tú y yo tenemos una conversación pendiente, Uzukage —siseó, peligrosa.