3/07/2020, 22:05
Incluso para un bandido desalmado como Kaido, resultaba abrumador el tener que debatirse entre tantos acontecimientos significativos que por desgracia se suscitaban a su alrededor, a toda marcha. Fue bastante evidente —al menos para él—. que algo en su interior se revolvía, incómodo, por ser incapaz de torcer su mirada hacia aquél punto lejano en donde Zaide se batía a duelo con su antigua Líder, Yui; y por tanto, no poder discernir el desenlace de semejante choque de titanes. Pero en las circunstancias actuales, el Bautizo del Dragón no iba a permitir fisuras ni flaquezas como sucedió con Ayame: no cuando un monstruo como Sarutobi Hanabi seguía de pie, frente a ellos, y luciendo indiferente ante el hecho de que su Mizudeppō le había atravesado el hombro. Daruu, no obstante, sí que había esquivado el proyectil, probablemente por conocer la técnica con anterioridad, y poco después decidió abandonar el combate.
Fue entonces cuando Kaido entendió que quizás ya no le conocía tan bien como antes. Que tal vez, aquél Daruu de antaño, impulsivo, no existía más. Ahora era un hombre —jōnin, además—. de prioridades. Su primera prioridad fue poner a Datsue a resguardo de los Ryūto. ¿Y ahora, cuál era? ¿qué le urgía más, por sobre tomar venganza hacia la rata y el traidor?
Si el escualo hubiese tenido la intención de averiguarlo —siguiéndole, probablemente—. no iba a ser capaz de hacerlo. ¿El por qué? pues por un cúmulo de situaciones. La primera, que por un ínfimo instante tuvo que centrar su mirada en Hanabi, y en esas pistolas que emulaba con las manos. La segunda, que una súbita explosión a veinte metros de altura llamó su atención, y a la que habría querido husmear de no ser porque cuando pretendió alzar la cabeza, pues no pudo. También estaba ese nuevo clon que parecía alejarse apenas un par de metros al lado de Hanabi y que, evidentemente, no fue creado sólo para observar el combate. Y por sobre todas las cosas, el hecho de que, por más que se esforzaba por mover así fuera un músculo, su cuerpo no respondía a sus demandas.
Sólo entonces sintió el verdadero pánico, ese que te invade cuando el Yomi te susurraba muy de cerca al oído «¿Pero qué mierda?... ¿acaso...» su mente viajó al desenlace de su misión en la Prisión del Yermo. Recordaba que Zaide había logrado paralizar su cuerpo incluso sin haberle visto a los ojos. ¿Podría haber sido algo similar lo que le estaba afectando ahora? ¿Acaso valía la pena pensar en ello?
No. No había tiempo. No cuando un puñado de proyectiles de fuego fulguraban hacia él, bailoteando en una mortal danza de dragones. Los ojos de Umikiba Kaido, azul mar, se fueron iluminando. Y entre el infierno que se le venía encima, ese pánico que le invadía el cuerpo, de pronto, mutó.
Del pánico al Temor. Del temor a la rabia. De la rabia a la euforia. De la euforia al Instinto. El más puro y terrenal sentido de supervivencia apoderándose de todo. Rompiendo los esquemas. Haciendo lo físicamente imposible, posible.
Un mecánico movimiento de mano, para realizar un sello. Un intercambio súbito, que se suscitó en el momento —ajeno al conocimiento de Kaido—. en el que a Hanabi le estaban por desgarrar el brazo. El reemplazo de ubicación entre un tablón roto del tatami, al costado contrario de donde se ubicaba el clon del Uzukage, a unos 5 metros de separación. Y, finalmente, una técnica, tan rápida como concisa, para acabar de una vez por todas con el Primer Pilar de la Alianza.
«¡ Suiton: Teppōdama!»
Fue entonces cuando Kaido entendió que quizás ya no le conocía tan bien como antes. Que tal vez, aquél Daruu de antaño, impulsivo, no existía más. Ahora era un hombre —jōnin, además—. de prioridades. Su primera prioridad fue poner a Datsue a resguardo de los Ryūto. ¿Y ahora, cuál era? ¿qué le urgía más, por sobre tomar venganza hacia la rata y el traidor?
Si el escualo hubiese tenido la intención de averiguarlo —siguiéndole, probablemente—. no iba a ser capaz de hacerlo. ¿El por qué? pues por un cúmulo de situaciones. La primera, que por un ínfimo instante tuvo que centrar su mirada en Hanabi, y en esas pistolas que emulaba con las manos. La segunda, que una súbita explosión a veinte metros de altura llamó su atención, y a la que habría querido husmear de no ser porque cuando pretendió alzar la cabeza, pues no pudo. También estaba ese nuevo clon que parecía alejarse apenas un par de metros al lado de Hanabi y que, evidentemente, no fue creado sólo para observar el combate. Y por sobre todas las cosas, el hecho de que, por más que se esforzaba por mover así fuera un músculo, su cuerpo no respondía a sus demandas.
Sólo entonces sintió el verdadero pánico, ese que te invade cuando el Yomi te susurraba muy de cerca al oído «¿Pero qué mierda?... ¿acaso...» su mente viajó al desenlace de su misión en la Prisión del Yermo. Recordaba que Zaide había logrado paralizar su cuerpo incluso sin haberle visto a los ojos. ¿Podría haber sido algo similar lo que le estaba afectando ahora? ¿Acaso valía la pena pensar en ello?
No. No había tiempo. No cuando un puñado de proyectiles de fuego fulguraban hacia él, bailoteando en una mortal danza de dragones. Los ojos de Umikiba Kaido, azul mar, se fueron iluminando. Y entre el infierno que se le venía encima, ese pánico que le invadía el cuerpo, de pronto, mutó.
Del pánico al Temor. Del temor a la rabia. De la rabia a la euforia. De la euforia al Instinto. El más puro y terrenal sentido de supervivencia apoderándose de todo. Rompiendo los esquemas. Haciendo lo físicamente imposible, posible.
Cláusula de técnicas incapacitantes (en este caso, parálisis):
Al ser el daño propuesto (180 PV) mayor al 50% del PV máximo de Kaido (240 PV), le permite reaccionar a tiempo.
Al ser el daño propuesto (180 PV) mayor al 50% del PV máximo de Kaido (240 PV), le permite reaccionar a tiempo.
Un mecánico movimiento de mano, para realizar un sello. Un intercambio súbito, que se suscitó en el momento —ajeno al conocimiento de Kaido—. en el que a Hanabi le estaban por desgarrar el brazo. El reemplazo de ubicación entre un tablón roto del tatami, al costado contrario de donde se ubicaba el clon del Uzukage, a unos 5 metros de separación. Y, finalmente, una técnica, tan rápida como concisa, para acabar de una vez por todas con el Primer Pilar de la Alianza.
«¡ Suiton: Teppōdama!»