5/07/2020, 17:05
(Última modificación: 5/07/2020, 17:12 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
La estratagema de la Morikage había dado resultado. Los tres Dragones Rojos habían quedado completamente paralizados, a la merced de los Kage de la Alianza. Era su oportunidad de hacer las cosas. De hacerlas bien.
Pero no todo iba a ser tan sencillo como podía parecer.
Amekoro Yui estaba demasiado ocupada con el Dragón más veterano. Demasiado ocupada y demasiado debilitada después de haber recibido aquella lanza cargada de electricidad. Y fue Sarutobi Hanabi se lanzó a la carga con el arrojo y la energía de un incendio forestal. Su clon lanzó hasta cuatro dragones de puro fuego que se dirigieron hacia los Dragones más jóvenes, dispuestos a engullirlos y reducirlos a cenizas, mientras él entrelazaba las manos. Pero entonces algo muy extraño ocurrió. Desde la distancia a la que se encontraba Kintsugi era difícil discernirlo con absoluta claridad, pero parecía que el espacio alrededor del Uzukage se estaba... ¿distorsionando en una especie de remolino? Alarmado, Hanabi se hizo a un lado interrumpiendo su secuencia de sellos, pero eso no evitó que su brazo se retorciera de forma antinatural, desgarrando piel y carne. El hombre cayó al suelo con un desgarrador alarido de dolor y la sangre brotando a borbotones desde la herida.
Y entonces Kintsugi lo supo. Había que actuar. Y había que hacerlo ya.
Puede que los Dragones no fueran de su incumbencia. Puede que no hubiese ningún shinobi suyo entre sus filas, pero tampoco iba a permitir que desataran el caos de aquella manera, amenazando incluso la vida de dos de los pilares de Ōnindo.
Ni siquiera necesitó escuchar la réplica del joven shinobi de Uzushiogakure. Ella también abadonó al fin su puesto, desapareció de su grada en un sinfín de mariposas y apareció súbitamente en el estadio frente al Uzukage casi al mismo tiempo que Reiji, con las manos extendidas.
—¡No le muevas de su sitio o empeorarás la hemorragia! —le comandó. Pese a que no era un shinobi de su aldea, suponía que agradecería algún consejo para salvar la vida de su verdadero líder. Tigre, Liebre, Jabalí, Perro—. ¡Aplícale un torniquete! ¡Resistirá!
La Morikage estampó sendas manos en el suelo y tras un breve temblor una enorme barrera de roca y tierra de unos diez metros de ancho y quince de alto con el emblema de una gigantesca mariposa con las alas desplegadas se alzó frente a ellos, actuando a modo de pantalla protectora frente a los Dragones.
«No puedes morirte. Me debes una buena charla. Pase lo que pase, no los dejaré pasar por aquí.»
Kintsugi se levantó entonces, volvió a entrelazar las manos en tres sellos y apoyó sendas manos en la pared recién creada. Y su propio nombre cobró forma de técnica: Los tatuajes de sus brazos brillaron como el oro, se extendieron sobre sus manos y pasaron a la misma pared, desplegándose sobre la roca y la tierra, siguiendo las alas de la mariposa grabada y creando un hermoso patrón dorado sobre ellas.
—¡Doton: Kintsugi no Jutsu!
Pero no todo iba a ser tan sencillo como podía parecer.
Amekoro Yui estaba demasiado ocupada con el Dragón más veterano. Demasiado ocupada y demasiado debilitada después de haber recibido aquella lanza cargada de electricidad. Y fue Sarutobi Hanabi se lanzó a la carga con el arrojo y la energía de un incendio forestal. Su clon lanzó hasta cuatro dragones de puro fuego que se dirigieron hacia los Dragones más jóvenes, dispuestos a engullirlos y reducirlos a cenizas, mientras él entrelazaba las manos. Pero entonces algo muy extraño ocurrió. Desde la distancia a la que se encontraba Kintsugi era difícil discernirlo con absoluta claridad, pero parecía que el espacio alrededor del Uzukage se estaba... ¿distorsionando en una especie de remolino? Alarmado, Hanabi se hizo a un lado interrumpiendo su secuencia de sellos, pero eso no evitó que su brazo se retorciera de forma antinatural, desgarrando piel y carne. El hombre cayó al suelo con un desgarrador alarido de dolor y la sangre brotando a borbotones desde la herida.
Y entonces Kintsugi lo supo. Había que actuar. Y había que hacerlo ya.
Puede que los Dragones no fueran de su incumbencia. Puede que no hubiese ningún shinobi suyo entre sus filas, pero tampoco iba a permitir que desataran el caos de aquella manera, amenazando incluso la vida de dos de los pilares de Ōnindo.
Ni siquiera necesitó escuchar la réplica del joven shinobi de Uzushiogakure. Ella también abadonó al fin su puesto, desapareció de su grada en un sinfín de mariposas y apareció súbitamente en el estadio frente al Uzukage casi al mismo tiempo que Reiji, con las manos extendidas.
—¡No le muevas de su sitio o empeorarás la hemorragia! —le comandó. Pese a que no era un shinobi de su aldea, suponía que agradecería algún consejo para salvar la vida de su verdadero líder. Tigre, Liebre, Jabalí, Perro—. ¡Aplícale un torniquete! ¡Resistirá!
La Morikage estampó sendas manos en el suelo y tras un breve temblor una enorme barrera de roca y tierra de unos diez metros de ancho y quince de alto con el emblema de una gigantesca mariposa con las alas desplegadas se alzó frente a ellos, actuando a modo de pantalla protectora frente a los Dragones.
«No puedes morirte. Me debes una buena charla. Pase lo que pase, no los dejaré pasar por aquí.»
Kintsugi se levantó entonces, volvió a entrelazar las manos en tres sellos y apoyó sendas manos en la pared recién creada. Y su propio nombre cobró forma de técnica: Los tatuajes de sus brazos brillaron como el oro, se extendieron sobre sus manos y pasaron a la misma pared, desplegándose sobre la roca y la tierra, siguiendo las alas de la mariposa grabada y creando un hermoso patrón dorado sobre ellas.
—¡Doton: Kintsugi no Jutsu!