10/07/2020, 17:06
(Última modificación: 10/07/2020, 17:06 por Uchiha Akame.)
Y entonces, ocurrió. Akame sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando escuchó el atronador rugido del rayo que partió en dos al Daimyō de la Tormenta. Sintió un mareo repentino cuando el estruendo de un auténtico huracán se revolvió desde las entrañas mismas del Estadio, abriéndose paso a mordiscos como si de una bestia furiosa se tratase, aniquilando por completo a los señores feudales de los países menores. Y notó cómo le temblaban las manos cuando una riada de fuego y llamas acompañó a los llantos de cientos de inocentes mientras abrasaba al Daimyō de la Espiral. Entonces lo supo, supo de dónde venían aquellas sensaciones. No era miedo, ni arrepentimiento, ni rabia.
Era vértigo: el vértigo que sólo podía sentirse cuando uno estaba en la cima de la montaña. Cuando se estaba presenciando, en cuerpo vivo, la Historia. Lo que habían logrado perduraría en la memoria colectiva de los habitantes de Ōnindo durante décadas —quizá siglos—, las ramificaciones de sus actos desencadenarían consecuencias que nadie podría imaginar, y el mundo sería cambiado para siempre.
En algún lugar oscuro y solitario, una mujer habría levantado una copa de vino, brindando al aire.
Entonces le asaltó una certeza: Sekiryū había sido, al final, la palanca de cambio de Ōnindo. Lo habían conseguido, habían cambiado el mundo. No tenía duda de ello. Habían demostrado a todos lo equivocados que estaban, habían hecho posible lo imposible. Akame supo que todos ellos —feudales y ninjas— hacía tiempo que se habían convertido en dinosaurios; y los Dragones habían sido el meteorito.
La realidad le golpeó como un martillo cuando los gritos desgarradores de Yui le sacaron de su trance. Aquel muro enorme de tierra todavía le separaba de Kaido, había perdido de vista a Zaide y a Ryu. Ignoraba donde estaban el resto de sus compañeros, pero lo que sí sabía era que cada uno tenía sus propias formas de escapar; todos menos el Tiburón. El Uchiha negó para sus adentros: demasiado tarde, se dijo.
El Sharingan izquierdo de Akame se fundió en una espiral carmesí cuando chispas de chakra saltaron a su alredor y...
... desapareció.
Era vértigo: el vértigo que sólo podía sentirse cuando uno estaba en la cima de la montaña. Cuando se estaba presenciando, en cuerpo vivo, la Historia. Lo que habían logrado perduraría en la memoria colectiva de los habitantes de Ōnindo durante décadas —quizá siglos—, las ramificaciones de sus actos desencadenarían consecuencias que nadie podría imaginar, y el mundo sería cambiado para siempre.
En algún lugar oscuro y solitario, una mujer habría levantado una copa de vino, brindando al aire.
Entonces le asaltó una certeza: Sekiryū había sido, al final, la palanca de cambio de Ōnindo. Lo habían conseguido, habían cambiado el mundo. No tenía duda de ello. Habían demostrado a todos lo equivocados que estaban, habían hecho posible lo imposible. Akame supo que todos ellos —feudales y ninjas— hacía tiempo que se habían convertido en dinosaurios; y los Dragones habían sido el meteorito.
La realidad le golpeó como un martillo cuando los gritos desgarradores de Yui le sacaron de su trance. Aquel muro enorme de tierra todavía le separaba de Kaido, había perdido de vista a Zaide y a Ryu. Ignoraba donde estaban el resto de sus compañeros, pero lo que sí sabía era que cada uno tenía sus propias formas de escapar; todos menos el Tiburón. El Uchiha negó para sus adentros: demasiado tarde, se dijo.
El Sharingan izquierdo de Akame se fundió en una espiral carmesí cuando chispas de chakra saltaron a su alredor y...
Zzzzup.
... desapareció.