12/07/2020, 13:42
Hanabi respondió con una risilla nerviosa y se llevó la mano al pecho con un ligero gesto de dolor. A Kintsugi no le pasó desapercibido que su mano libre rebuscaba en uno de los bolsillos de su haori.
—Ya hablaremos de lo de la reunión por teléfono cuando pongamos a salvo a la gente, Kintsugi. Creo que este no es el momen... ¡agh! —Otro gesto de dolor, su mano presionando su pecho. Y Kintsugi entrecerró los ojos ligeramente. El Uzukage no parecía haber sufrido ningún daño en esa zona durante su combate, ¿acaso se trataba de una crisis nerviosa?—. No lo entiendes, Reiji. El hijo de Rasen...
Pero antes de que Hanabi pudiera terminar su frase o que nadie pudiera añadir nada al respecto, un nuevo estruendo los sobresaltó. Una enorme roca de hormigón atravesó una de las puertas del estadio como si no fueran más que papel, y entre la polvareda levantada surgió la figura del Enorme Dragón. Y Kintsugi palideció. ¿Acaso su clon no había conseguido...?
¡Puff!
No. Los recuerdos de su última réplica en pie regresaron a ella como un lejano eco y suspiró, aliviada. Daigo estaba bien, en las manos de uno de los Uzujines. Ahora sólo le quedaba confiar en que le hicieran caso y salieran del estadio cuanto antes y no se pusieran a rebuscar entre los escombros a su amigo perdido.
Mientras tanto, el Dragón había apoyado la espalda contra la esquina de la entrada y utilizaba su enorme mandoble a modo de bastón. De alguna manera, parecía debilitado. Pero ahora todos conocían la verdad sobre aquel homb... no, sobre aquel monstruo. Débil no era un adjetivo que se le pudiera adjudicar.
—Kaido —pronunció, volviéndose hacia el Dragón Azul.
—Ryūnosuke —respondió el nombrado—. Akame se ha ido, me dejó a la deriv...
Kaido desapareció súbitamente en un parpadeo y apareció más allá, apoyado en un escombro. Sobre Ryūnosuke, Kaido enarboló una curiosa espada serrada y se abalanzó sobre el que antes había sido su aliado.
«¿Pero qué está haciendo?» —se preguntó la Morikage, incrédula.
Pero entonces recordó una conversación lejana en el tiempo. Allí mismo, en los Valles de los Dojos, en una reunión donde se había declarado rota la Alianza. En un reunión que Kintsugi ya había abandonado, pero no una de sus mariposas espía (AO de aquella trama).
«Si ese es el tatuaje del que hablaban, sigue teniéndolo...» Meditó Kintsugi, insegura. «Pero que ataque de esa manera a los suyos ahora sólo podría significar una cosa. Lo que no sabemos es si el efecto será permanente, o de tan sólo unos minutos, como pasó con la Jinchūriki.»
—Ya hablaremos de lo de la reunión por teléfono cuando pongamos a salvo a la gente, Kintsugi. Creo que este no es el momen... ¡agh! —Otro gesto de dolor, su mano presionando su pecho. Y Kintsugi entrecerró los ojos ligeramente. El Uzukage no parecía haber sufrido ningún daño en esa zona durante su combate, ¿acaso se trataba de una crisis nerviosa?—. No lo entiendes, Reiji. El hijo de Rasen...
Pero antes de que Hanabi pudiera terminar su frase o que nadie pudiera añadir nada al respecto, un nuevo estruendo los sobresaltó. Una enorme roca de hormigón atravesó una de las puertas del estadio como si no fueran más que papel, y entre la polvareda levantada surgió la figura del Enorme Dragón. Y Kintsugi palideció. ¿Acaso su clon no había conseguido...?
¡Puff!
No. Los recuerdos de su última réplica en pie regresaron a ella como un lejano eco y suspiró, aliviada. Daigo estaba bien, en las manos de uno de los Uzujines. Ahora sólo le quedaba confiar en que le hicieran caso y salieran del estadio cuanto antes y no se pusieran a rebuscar entre los escombros a su amigo perdido.
Mientras tanto, el Dragón había apoyado la espalda contra la esquina de la entrada y utilizaba su enorme mandoble a modo de bastón. De alguna manera, parecía debilitado. Pero ahora todos conocían la verdad sobre aquel homb... no, sobre aquel monstruo. Débil no era un adjetivo que se le pudiera adjudicar.
—Kaido —pronunció, volviéndose hacia el Dragón Azul.
—Ryūnosuke —respondió el nombrado—. Akame se ha ido, me dejó a la deriv...
Kaido desapareció súbitamente en un parpadeo y apareció más allá, apoyado en un escombro. Sobre Ryūnosuke, Kaido enarboló una curiosa espada serrada y se abalanzó sobre el que antes había sido su aliado.
«¿Pero qué está haciendo?» —se preguntó la Morikage, incrédula.
Pero entonces recordó una conversación lejana en el tiempo. Allí mismo, en los Valles de los Dojos, en una reunión donde se había declarado rota la Alianza. En un reunión que Kintsugi ya había abandonado, pero no una de sus mariposas espía (AO de aquella trama).
«¿Sabes, Hanabi? El otro día Ayame se presentó en mi aldea con un Kage Bunshin de Umikiba Kaido.»
«¿Umikiba Kaido? ¿El que ahora era miembro de Dragón Rojo, no? ¿Y qué pasó?»
«Pasó que averiguamos que Dragón Rojo le está comiendo la cabeza con un Fūinjutsu. Es el tatuaje del dragón que lleva tatuado. Ayame dijo que su voluntad se quebró durante unos minutos mientras luchaba contra él. Envié a Kaido a infiltrarse para eliminar a la banda, y esos hijos de puta lo han esclavizado.»
«¿Umikiba Kaido? ¿El que ahora era miembro de Dragón Rojo, no? ¿Y qué pasó?»
«Pasó que averiguamos que Dragón Rojo le está comiendo la cabeza con un Fūinjutsu. Es el tatuaje del dragón que lleva tatuado. Ayame dijo que su voluntad se quebró durante unos minutos mientras luchaba contra él. Envié a Kaido a infiltrarse para eliminar a la banda, y esos hijos de puta lo han esclavizado.»
«Si ese es el tatuaje del que hablaban, sigue teniéndolo...» Meditó Kintsugi, insegura. «Pero que ataque de esa manera a los suyos ahora sólo podría significar una cosa. Lo que no sabemos es si el efecto será permanente, o de tan sólo unos minutos, como pasó con la Jinchūriki.»