18/07/2020, 03:04
Allí, en ese justo momento, La Alianza de las Tres Grandes tomó un nuevo significado. Ésta podía haberse roto hace algún tiempo, parcial o definitivamente, pero las intenciones veladas de semejante pacto demostraron permanecer aún firmes en convicción en los corazones de todos sus ninjas. Tanto viejos y nuevos, como es el caso de Umikiba Kaido.
Y algún día, en una fábula que contasen los sobrevivientes de aquella masacre, alguien cantaría acerca de como Kusagakure, Amegakure y Uzushiogakure, en una sucesión compacta de movimientos; acabaron con la amenaza del Heraldo del Dragón, que desapareció en una estela de humo que reforzaba las esperanzas de aquellos que, por suerte, seguían con vida.
Kaido se permitió suspirar por un instante, aliviado. Aliviado por ser él, entre todos, el que conocía la verdadera fuerza de Ryūnosuke, aquella que contempló en toda su grandeza durante el famoso Kaji Saiban. Aliviado porque, por suerte, el Ryūto fue incapaz de llevar a cabo la última parte del plan.
¿El plan?
La angustia creció súbitamente en él cuando lo vio descender. A él, a Zaide. Aquella aparición no estaba entre los planes que habían discutido previamente. ¿Qué hacía ahí? ¿Acaso ya no era suficiente?
Miró al cielo, buscando a Viento Blanco. No le debía de quedar mucho tiempo...
Kaido frunció el ceño, y sin ver directamente a aquél hombre —consciente de lo que sus ojos eran capaces de hacer—. aprovechó el intercambio entre Zaide y Hanabi para acercarse al Uzukage. Kaido se detuvo a su lado y blandió su espada: lo iba a proteger, así le costara la vida. Y no era para menos. El gyojin se sentía culpable. Tal vez, él era el más culpable de todos. Si lo pensaba bien y daba un paseo por los caminos de todas sus decisiones, cada vez le era más claro.
Si no hubiera fallado en su misión de destruir Dragón Rojo, no habría recibido el Bautizo del Dragón. Si no hubiera recibido el Bautizo del Dragón, no habría elegido ir a la Prisión del Yermo, donde le fue encomendado matar a un malogrado prisionero llamado Uchiha Zaide. De no haber intentado matar a Uchiha Zaide, Muñeca —no, Masumi— seguiría viva, y ese hijo de puta nunca habría escapado de ese maldito agujero en las profundidades del mismísimo desierto. De no haber escapado de su tumba, nunca habría seguido al escualo hasta Ryūgū-jō. De no haber llegado a Ryūgū-jō...
... no hubiese tenido lugar su revolución.
Él, Kaido, lo había empezado todo, y lo lamentaría profundamente hasta el final de sus días.
—Abre los ojos, Zaide. Yo ya lo hice —dijo—. mira lo que has hecho. Lo que hemos hecho. Lo perdiste todo, por culpa de Dragón Rojo —perdió a Kuma y a todos sus aliados que trabajaban para él en el cañón del secuestrado. Perdió a Aiza, o más bien, ésta le abandonó. También perdió uno de sus preciados ojos durante el Kaji Saiban, todo para que no se le diera caza a su amada. Y ahora, por culpa de Ryū, perdió lo último que tenía: su idealismo, que ahora se derrumbaba junto a los cimientos del Estadio—. al igual que yo.
«Pero no más, no esta vez»
Kaido torció el pescuezo, apenas un instante, y le susurró algo a Hanabi.
Y algún día, en una fábula que contasen los sobrevivientes de aquella masacre, alguien cantaría acerca de como Kusagakure, Amegakure y Uzushiogakure, en una sucesión compacta de movimientos; acabaron con la amenaza del Heraldo del Dragón, que desapareció en una estela de humo que reforzaba las esperanzas de aquellos que, por suerte, seguían con vida.
Kaido se permitió suspirar por un instante, aliviado. Aliviado por ser él, entre todos, el que conocía la verdadera fuerza de Ryūnosuke, aquella que contempló en toda su grandeza durante el famoso Kaji Saiban. Aliviado porque, por suerte, el Ryūto fue incapaz de llevar a cabo la última parte del plan.
¿El plan?
La angustia creció súbitamente en él cuando lo vio descender. A él, a Zaide. Aquella aparición no estaba entre los planes que habían discutido previamente. ¿Qué hacía ahí? ¿Acaso ya no era suficiente?
Miró al cielo, buscando a Viento Blanco. No le debía de quedar mucho tiempo...
Kaido frunció el ceño, y sin ver directamente a aquél hombre —consciente de lo que sus ojos eran capaces de hacer—. aprovechó el intercambio entre Zaide y Hanabi para acercarse al Uzukage. Kaido se detuvo a su lado y blandió su espada: lo iba a proteger, así le costara la vida. Y no era para menos. El gyojin se sentía culpable. Tal vez, él era el más culpable de todos. Si lo pensaba bien y daba un paseo por los caminos de todas sus decisiones, cada vez le era más claro.
Si no hubiera fallado en su misión de destruir Dragón Rojo, no habría recibido el Bautizo del Dragón. Si no hubiera recibido el Bautizo del Dragón, no habría elegido ir a la Prisión del Yermo, donde le fue encomendado matar a un malogrado prisionero llamado Uchiha Zaide. De no haber intentado matar a Uchiha Zaide, Muñeca —no, Masumi— seguiría viva, y ese hijo de puta nunca habría escapado de ese maldito agujero en las profundidades del mismísimo desierto. De no haber escapado de su tumba, nunca habría seguido al escualo hasta Ryūgū-jō. De no haber llegado a Ryūgū-jō...
... no hubiese tenido lugar su revolución.
Él, Kaido, lo había empezado todo, y lo lamentaría profundamente hasta el final de sus días.
—Abre los ojos, Zaide. Yo ya lo hice —dijo—. mira lo que has hecho. Lo que hemos hecho. Lo perdiste todo, por culpa de Dragón Rojo —perdió a Kuma y a todos sus aliados que trabajaban para él en el cañón del secuestrado. Perdió a Aiza, o más bien, ésta le abandonó. También perdió uno de sus preciados ojos durante el Kaji Saiban, todo para que no se le diera caza a su amada. Y ahora, por culpa de Ryū, perdió lo último que tenía: su idealismo, que ahora se derrumbaba junto a los cimientos del Estadio—. al igual que yo.
«Pero no más, no esta vez»
Kaido torció el pescuezo, apenas un instante, y le susurró algo a Hanabi.