21/07/2020, 19:04
Genocida. Oír aquella palabra de los labios de un Kage y hacia su persona hizo que se le congelase la sonrisa. Los dedos de las manos se le tensaron, casi cerrándose en dos puños. Los dientes se apretaron unos contra otros. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no replicarle con insultos. Fue tan difícil como contener un gruñido de dolor al recibir una puñalada en el estómago.
Las palabras adicionales de Kintsugi no fue más que echar sal sobre esa herida abierta. Tuvo que bajar los brazos y agarrarse una muñeca con la otra mano para evitar que esta alumbrase un Chidori sobre cualquiera de los dos.
—¿Justificarme? ¿Convenceros? —tuvo que interrumpirse la carcajada ácida que floreció por un momento en su garganta—. ¿Quién te piensas que soy, huh? ¿Uno de tus adoctrinados ninjas? —replicó a la Morikage, incrédulo ante lo que oía. ¿De verdad se habían pensado que había bajado para tratar de excusarse?—. ¿Sabéis lo que fue una barbarie, Kages? La Guerra de los Mil Años. Y la que siguió a esta, cuando el Ninshuu se convirtió en Ninjutsu. Y la que siguió a esta, cuando Kages de otros tiempos descubrieron a los bijū. ¿Sabéis que tuvieron en común todas estas guerras? —Una cosa. Solo una cosa—. Daimyōs. Gente que se creía con el derecho de poseer tierras porque… Bueno, ¿por qué era exactamente? —Nunca le había quedado claro—. Quizá las guerras terminaron hace años, pero yo sigo viendo barbaries día a día. En cada callejuela de Notsuba, críos mendigando por un trozo de pan mientras los Kurawa vomitan caviar tras el enésimo banquete que se han pegado en el día.
—¿Por qué? —repitió por enésima vez el chico-bomba.
—Sí, ¿por qué? ¿Por qué ellos tienen tanto y el resto tan poco? ¿Por qué estamos obligados a pagarles y obedecerles? ¿Por qué cojones se supone que yo tengo que hincar la rodilla ante un tío cuyo único logro en la vida ha sido nacer?
No, eso se iba a acabar. No más. Quizá la historia le recordase como un puto loco asesino de masas. Como un psicópata. Pero su último legado sería el de derrocar aquel sistema putrefacto. Lo haría, o moriría en el intento.
—Me habláis de civiles, cuando sois vosotros los primeros en olvidarlos. Nunca tuvieron voz, nunca tuvieron voto. ¿Que abra los ojos, Kaido? No, ábrelos tú. Yo sé muy bien en qué me he convertido. El Uzukage tiene razón, no hay palabras de miel que lo cambien. No soy un héroe. Nunca lo he sido. Y a partir de hoy lo que soy es… un genocida —soltó aquella última frase como si tuviese trozos de cristal en la boca que se clavaban en su lengua y encías con cada sílaba pronunciada—. También un regicida. Sí, esa es mi nueva profesión. Hoy me he ganado el pan, han caído unos cuantos. Lástima que pronto los herederos reclamen sus sombreros, ¿huh? Pues que sepan una cosa: voy a matarles también. A ellos, a los herederos que vengan después, ¡y a cualquiera que ose ponerse ese sombrero de mierda sobre su cabeza!
Hasta que no quedase ni uno. Hasta que nadie se atreviese a proclamarse Señor Feudal de ninguna tierra por miedo a morir. Por miedo a Sekiryū.
—Sé que vendréis a por nosotros. Sé que no moriré de viejo. Pero sabed vosotros también una cosa: seguid siendo el escudo de los Daimyōs, seguid intentando protegerles, y esto —levantó el dedo índice y dibujó un círculo en el aire con él, como si quisiese señalar a todo el estadio—, se convertirá en vuestras villas.
Las palabras adicionales de Kintsugi no fue más que echar sal sobre esa herida abierta. Tuvo que bajar los brazos y agarrarse una muñeca con la otra mano para evitar que esta alumbrase un Chidori sobre cualquiera de los dos.
—¿Justificarme? ¿Convenceros? —tuvo que interrumpirse la carcajada ácida que floreció por un momento en su garganta—. ¿Quién te piensas que soy, huh? ¿Uno de tus adoctrinados ninjas? —replicó a la Morikage, incrédulo ante lo que oía. ¿De verdad se habían pensado que había bajado para tratar de excusarse?—. ¿Sabéis lo que fue una barbarie, Kages? La Guerra de los Mil Años. Y la que siguió a esta, cuando el Ninshuu se convirtió en Ninjutsu. Y la que siguió a esta, cuando Kages de otros tiempos descubrieron a los bijū. ¿Sabéis que tuvieron en común todas estas guerras? —Una cosa. Solo una cosa—. Daimyōs. Gente que se creía con el derecho de poseer tierras porque… Bueno, ¿por qué era exactamente? —Nunca le había quedado claro—. Quizá las guerras terminaron hace años, pero yo sigo viendo barbaries día a día. En cada callejuela de Notsuba, críos mendigando por un trozo de pan mientras los Kurawa vomitan caviar tras el enésimo banquete que se han pegado en el día.
—¿Por qué? —repitió por enésima vez el chico-bomba.
—Sí, ¿por qué? ¿Por qué ellos tienen tanto y el resto tan poco? ¿Por qué estamos obligados a pagarles y obedecerles? ¿Por qué cojones se supone que yo tengo que hincar la rodilla ante un tío cuyo único logro en la vida ha sido nacer?
No, eso se iba a acabar. No más. Quizá la historia le recordase como un puto loco asesino de masas. Como un psicópata. Pero su último legado sería el de derrocar aquel sistema putrefacto. Lo haría, o moriría en el intento.
—Me habláis de civiles, cuando sois vosotros los primeros en olvidarlos. Nunca tuvieron voz, nunca tuvieron voto. ¿Que abra los ojos, Kaido? No, ábrelos tú. Yo sé muy bien en qué me he convertido. El Uzukage tiene razón, no hay palabras de miel que lo cambien. No soy un héroe. Nunca lo he sido. Y a partir de hoy lo que soy es… un genocida —soltó aquella última frase como si tuviese trozos de cristal en la boca que se clavaban en su lengua y encías con cada sílaba pronunciada—. También un regicida. Sí, esa es mi nueva profesión. Hoy me he ganado el pan, han caído unos cuantos. Lástima que pronto los herederos reclamen sus sombreros, ¿huh? Pues que sepan una cosa: voy a matarles también. A ellos, a los herederos que vengan después, ¡y a cualquiera que ose ponerse ese sombrero de mierda sobre su cabeza!
Hasta que no quedase ni uno. Hasta que nadie se atreviese a proclamarse Señor Feudal de ninguna tierra por miedo a morir. Por miedo a Sekiryū.
—Sé que vendréis a por nosotros. Sé que no moriré de viejo. Pero sabed vosotros también una cosa: seguid siendo el escudo de los Daimyōs, seguid intentando protegerles, y esto —levantó el dedo índice y dibujó un círculo en el aire con él, como si quisiese señalar a todo el estadio—, se convertirá en vuestras villas.
![[Imagen: Uchiha-Zaide-eyes2.png]](https://i.ibb.co/gwnNShR/Uchiha-Zaide-eyes2.png)