24/07/2020, 20:17
(Última modificación: 24/07/2020, 20:18 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Kaido estaba resignado. No en vano se había puesto él mismo las esposas, así que tenía que darle la razón a Kintsugi respecto a su precaria situación. En estos casos, siempre es mejor prevenir que lamentar; se dijo a sí mismo. Asintió con la cabeza a las palabras de la Morikage, aunque no se esperaba que alguien las refutara tan tajantemente como lo hizo Amedama Daruu.
—No. Amekoro Yui es la nueva Señora Feudal del País de la Tormenta. Se ha ido a Amegakure con Ayame para salvaguardarla y para pensar sobre la muerte de su hermano. Me ha legado este sombrero y sus instrucciones temporalmente, hasta que elija un nuevo Arashikage. Ahora yo... yo... estoy al mando, ¿supongo? «¡¿Como que supones, cabrón?!» —rió—. »Eso significa que Umikiba Kaido está bajo mi mandato. Kaido es uno de los nuestros, Morikage-dono —Cuando Daruu le miró, su rostro expresaba gratitud—. Espera aquí un momento compañero.
Mientras le veía subir al muro, el gyojin sólo podía pensar en el enorme corazón de sus camaradas. Que le tendieran una mano así después de tanto y de todo, decía mucho de esa poderosa camaradería existente entre todos los Hijos de la Tormenta.
Durante el discurso de su nuevo Líder, el Godaime Arashikage —al menos temporalmente—. Kaido cruzó miradas con Hanabi y Kintsugi. Alzó los hombros como quien no quiere la cosa.
«No me miren así, eh, cabrones. Que me he esposado yo solito. ¡Yo solito!»
»Hanabi-dono, Kintsugi-dono. —intervino Daruu en cuanto volvió de dar las ordenes a todos su Shinobi repartidos en el Estadio—. Había un General de Kurama atacando a Ayame. Es posible que Dragón Rojo y estos estuvieran colaborando —Kaido arrugó las cejas, confundido. ¿Los Generales también habían atacado durante el Torneo? negó para sí mismo. No. Ellos no tenían nada que ver con eso, así que quizás había sido tan sólo una simple aunque fatídica coincidencia.
—¿Pero qué coño haces? —espetó, cuando las esposas cayeron al suelo.
»Kaido, amigo. Yui confiaba en ti. Yo confiaré en ti. Rápidamente, ¿estaban colaborando?
—No, para nada. No teníamos idea de que también estaban en los Dojos —contestó tajante. Tenía cierta información respecto a los Generales, pero ya era un tema para otra ocasión. Luego se miró el tatuaje. La orden de Yui había sido quitárselo de inmediato—. Lo que usted diga, Godaime.
—No. Amekoro Yui es la nueva Señora Feudal del País de la Tormenta. Se ha ido a Amegakure con Ayame para salvaguardarla y para pensar sobre la muerte de su hermano. Me ha legado este sombrero y sus instrucciones temporalmente, hasta que elija un nuevo Arashikage. Ahora yo... yo... estoy al mando, ¿supongo? «¡¿Como que supones, cabrón?!» —rió—. »Eso significa que Umikiba Kaido está bajo mi mandato. Kaido es uno de los nuestros, Morikage-dono —Cuando Daruu le miró, su rostro expresaba gratitud—. Espera aquí un momento compañero.
Mientras le veía subir al muro, el gyojin sólo podía pensar en el enorme corazón de sus camaradas. Que le tendieran una mano así después de tanto y de todo, decía mucho de esa poderosa camaradería existente entre todos los Hijos de la Tormenta.
Durante el discurso de su nuevo Líder, el Godaime Arashikage —al menos temporalmente—. Kaido cruzó miradas con Hanabi y Kintsugi. Alzó los hombros como quien no quiere la cosa.
«No me miren así, eh, cabrones. Que me he esposado yo solito. ¡Yo solito!»
»Hanabi-dono, Kintsugi-dono. —intervino Daruu en cuanto volvió de dar las ordenes a todos su Shinobi repartidos en el Estadio—. Había un General de Kurama atacando a Ayame. Es posible que Dragón Rojo y estos estuvieran colaborando —Kaido arrugó las cejas, confundido. ¿Los Generales también habían atacado durante el Torneo? negó para sí mismo. No. Ellos no tenían nada que ver con eso, así que quizás había sido tan sólo una simple aunque fatídica coincidencia.
—¿Pero qué coño haces? —espetó, cuando las esposas cayeron al suelo.
»Kaido, amigo. Yui confiaba en ti. Yo confiaré en ti. Rápidamente, ¿estaban colaborando?
—No, para nada. No teníamos idea de que también estaban en los Dojos —contestó tajante. Tenía cierta información respecto a los Generales, pero ya era un tema para otra ocasión. Luego se miró el tatuaje. La orden de Yui había sido quitárselo de inmediato—. Lo que usted diga, Godaime.