25/07/2020, 13:40
Entonces ocurrió lo impensable: Amedama Daruu se interpuso entre Kaido y los otros dos Kage. Fue entonces cuando Kitsugi se fijó mejor en él, y sobre todo en el sombrero de Kage que lucía sobre su cabeza. El sombrero de la mismísima Amekoro Yui.
—No —sentenció, tajante. Pero su voz temblaba, inquieta. Estaba nervioso, eso era algo que cualquiera podría notar enseguida—. Amekoro Yui es la nueva Señora Feudal del País de la Tormenta. Se ha ido a Amegakure con Ayame para salvaguardarla y para pensar sobre la muerte de su hermano.
—Así que el Señor Feudal de la Tormenta también ha sido asesinado... —meditó. Era algo que había esperado después de escuchar los alaridos de Yui cuando se apresuró a salir del estadio después del monstruoso rayo lanzado por Zaide, pero hasta entonces no habían tenido una confirmación oficial.
«Y se ha llevado a Ayame, ¿cómo demonios ha conseguido sobrevivir?» Se preguntó, aquella vez para sus adentros. Ella misma, con uno de sus clones, había sido testigo de cómo la jinchūriki de Amegakure era engullida por la bijūdama de Kurama. Entonces, ¿cómo era posible? Estaba claro que esos monstruos eran duros de roer, más de lo que podrían esperar...
—Me ha legado este sombrero y sus instrucciones temporalmente —continuó explicándose—, hasta que elija un nuevo Arashikage. Ahora yo... yo... estoy al mando, ¿supongo?
Cerca de ellos, Kaido se rio. Pero para Kintsugi no era cosa de risa: puede que aquel muchacho llevara las alas de una mariposa, pero apenas era una larva que acababa de salir del huevo. Puede que aquel chico fuera uno de los shinobi más fuertes de Amegakure, así lo había demostrado al haber derrotado en combate a Uchiha Datsue, pero en cuanto a dotes de mandato aún estaba verde. Más verde que su propio haori.
—Eso significa que Umikiba Kaido está bajo mi mandato. Kaido es uno de los nuestros, Morikage-dono. Espera aquí un momento, compañero —añadió, dirigiéndose a su compañero, antes de subirse al muro levantado por Kintsugi y usarlo de plataforma. Kaido, por su parte, le dirigió una breve mirada a los dos Kage y se encogió de hombros—. ¡¡SHINOBI DE AMEGAKURE!! ¡¡AMEKORO YUI ME HA PUESTO AL MANDO POR AHORA!! ¡Ayudaremos con las labores de rescate y de primeros auxilios, con la identificación de cadáveres y con la recogida de desperfectos! ¡Mañana, cuando podamos, nos reuniremos todos en la puerta principal y volveremos a casa! ¡Hasta entonces, YA SABÉIS!
Después de lanzar la orden, el Hyūga saltó del muro y volvió a su puesto inicial.
—Hanabi-dono, Kintsugi-dono. Había un General de Kurama atacando a Ayame. Es posible que Dragón Rojo y estos estuvieran colaborando.
Entonces, bajo la estupefacta mirada de los dos Kage, Daruu desevainó una de sus hojas ocultas, recubrió su filo con una chisporroteante electricidad y de un solo golpe partió la cadena que unía los grilletes de las esposas supresoras.
—¡¿Pero qué estás haciendo?! —exclamó Kintsugi, alarmada.
—¿Pero qué coño haces? —exclamó Kaido a su vez.
—Kaido, amigo. Yui confiaba en ti. Yo confiaré en ti. Rápidamente, ¿estaban colaborando?
—No, para nada. No teníamos idea de que también estaban en los Dojos —respondió el Dragón Azul.
—He dado tiempo a los demás shinobi a propósito. Yui me pidió otra cosa, y estés de acuerdo o no, es lo primero que vamos a hacer: Vamos a quitarte ese sello de los cojones.
—Lo que usted diga, Godaime.
—Amedama Daruu, ¿es así? —intervino Kintsugi, sombría—. Creo que no eres consciente de lo inconsciente de tus actos —añadió, señalando a Umikiba Kaido—. Él no está sólo bajo tu mando, no es sólo uno de los vuestros: ¡desde el momento en el que apareció aquí con el resto de Dragones y participó en el asesinato de los Señores Feudales y de decenas de personas se ha convertido en un asunto global que nos concierne a todos! ¡Quitarle las esposas de esa manera antes de quitarle el sello ha sido una estúpida temeridad! ¿Qué te asegura que de verdad está de nuestra parte o que no sea algo temporal?
—No —sentenció, tajante. Pero su voz temblaba, inquieta. Estaba nervioso, eso era algo que cualquiera podría notar enseguida—. Amekoro Yui es la nueva Señora Feudal del País de la Tormenta. Se ha ido a Amegakure con Ayame para salvaguardarla y para pensar sobre la muerte de su hermano.
—Así que el Señor Feudal de la Tormenta también ha sido asesinado... —meditó. Era algo que había esperado después de escuchar los alaridos de Yui cuando se apresuró a salir del estadio después del monstruoso rayo lanzado por Zaide, pero hasta entonces no habían tenido una confirmación oficial.
«Y se ha llevado a Ayame, ¿cómo demonios ha conseguido sobrevivir?» Se preguntó, aquella vez para sus adentros. Ella misma, con uno de sus clones, había sido testigo de cómo la jinchūriki de Amegakure era engullida por la bijūdama de Kurama. Entonces, ¿cómo era posible? Estaba claro que esos monstruos eran duros de roer, más de lo que podrían esperar...
—Me ha legado este sombrero y sus instrucciones temporalmente —continuó explicándose—, hasta que elija un nuevo Arashikage. Ahora yo... yo... estoy al mando, ¿supongo?
Cerca de ellos, Kaido se rio. Pero para Kintsugi no era cosa de risa: puede que aquel muchacho llevara las alas de una mariposa, pero apenas era una larva que acababa de salir del huevo. Puede que aquel chico fuera uno de los shinobi más fuertes de Amegakure, así lo había demostrado al haber derrotado en combate a Uchiha Datsue, pero en cuanto a dotes de mandato aún estaba verde. Más verde que su propio haori.
—Eso significa que Umikiba Kaido está bajo mi mandato. Kaido es uno de los nuestros, Morikage-dono. Espera aquí un momento, compañero —añadió, dirigiéndose a su compañero, antes de subirse al muro levantado por Kintsugi y usarlo de plataforma. Kaido, por su parte, le dirigió una breve mirada a los dos Kage y se encogió de hombros—. ¡¡SHINOBI DE AMEGAKURE!! ¡¡AMEKORO YUI ME HA PUESTO AL MANDO POR AHORA!! ¡Ayudaremos con las labores de rescate y de primeros auxilios, con la identificación de cadáveres y con la recogida de desperfectos! ¡Mañana, cuando podamos, nos reuniremos todos en la puerta principal y volveremos a casa! ¡Hasta entonces, YA SABÉIS!
Después de lanzar la orden, el Hyūga saltó del muro y volvió a su puesto inicial.
—Hanabi-dono, Kintsugi-dono. Había un General de Kurama atacando a Ayame. Es posible que Dragón Rojo y estos estuvieran colaborando.
Entonces, bajo la estupefacta mirada de los dos Kage, Daruu desevainó una de sus hojas ocultas, recubrió su filo con una chisporroteante electricidad y de un solo golpe partió la cadena que unía los grilletes de las esposas supresoras.
—¡¿Pero qué estás haciendo?! —exclamó Kintsugi, alarmada.
—¿Pero qué coño haces? —exclamó Kaido a su vez.
—Kaido, amigo. Yui confiaba en ti. Yo confiaré en ti. Rápidamente, ¿estaban colaborando?
—No, para nada. No teníamos idea de que también estaban en los Dojos —respondió el Dragón Azul.
—He dado tiempo a los demás shinobi a propósito. Yui me pidió otra cosa, y estés de acuerdo o no, es lo primero que vamos a hacer: Vamos a quitarte ese sello de los cojones.
—Lo que usted diga, Godaime.
—Amedama Daruu, ¿es así? —intervino Kintsugi, sombría—. Creo que no eres consciente de lo inconsciente de tus actos —añadió, señalando a Umikiba Kaido—. Él no está sólo bajo tu mando, no es sólo uno de los vuestros: ¡desde el momento en el que apareció aquí con el resto de Dragones y participó en el asesinato de los Señores Feudales y de decenas de personas se ha convertido en un asunto global que nos concierne a todos! ¡Quitarle las esposas de esa manera antes de quitarle el sello ha sido una estúpida temeridad! ¿Qué te asegura que de verdad está de nuestra parte o que no sea algo temporal?