25/07/2020, 14:07
Humo, escombros, gradas a medio derrumbarse, cenizas y polvo en el aire... Era casi imposible respirar en aquellas condiciones, era imposible ignorar el resto de alaridos, el resto de lamentos, el resto de personas muriendo sin poder hacer nada por evitarlo... Pero, entre las gradas, un hombre se afanaba arrodillado entre los restos, tratando de concentrarse pese a los llantos de la chiquilla que se encontraba junto a él.
—Joder... No puedes morirte, joder... —mascullaba entre dientes.
Su rostro, perlado de sudor y con una brecha sangrante recorriendo su sien hasta la mejilla, reflejaba el destello esmeralda de sus manos, iluminadas por la Palma Mística y apoyadas en el pecho de la mujer que yacía en el suelo: Amedama Kiroe, que había resultado gravemente herida al intentar apartar a Chiiro de unos escombros que habían estado a punto de aplastarla y había sufrido su destino en su lugar. Zetsuo y Kōri se habían apresurado a apartar los cascotes que habían caído sobre ella, pero las heridas eran graves y su pulso muy débil. La mujer se encontraba en un peligroso límite entre la vida y la muerte, y el médico se estaba esforzando por arrastrarla de vuelta a su lado de la línea.
—¡Despierta de una vez, pastelera! ¿Acaso crees que vas a conseguir encasquetarme a tus mocosos si te mueres? ¡Despierta, te necesitan!
Y entonces, como si hubiese invocado su presencia, escuchó el eco de la voz de Amedama Daruu en algún punto del centro del estadio:
—¡¡SHINOBI DE AMEGAKURE!! ¡¡AMEKORO YUI ME HA PUESTO AL MANDO POR AHORA!! ¡Ayudaremos con las labores de rescate y de primeros auxilios, con la identificación de cadáveres y con la recogida de desperfectos! ¡Mañana, cuando podamos, nos reuniremos todos en la puerta principal y volveremos a casa! ¡Hasta entonces, YA SABÉIS!
Poco le había faltado a Aotsuki Zetsuo para que se le cayera la mandíbula al suelo al ver al mocoso de Kiroe vistiendo el sombrero de Kage. Enseguida sacudió la cabeza y rio entre dientes.
—¿"Ya sabéis"? Joder, Daruu... —repitió, con un hilo de voz—. ¿Lo has oído, Kiroe? Tu hijo nos está dando órdenes, con el sombrero de Yui-sama sobre la cabeza. Vas a tener que despertar si no quieres que se enfade con nosotros...
Zetsuo tragó saliva y alzó la cabeza momentáneamente. Miró a Kōri:
—Por favor, Kōri.
Él asintió en silencio, y desapareció con una última brisa gélida que les sacudió.
«Más te vale que estés bien... Ayame.»
Una nueva sombra, blanca como la nieve, apareció de repente en el estadio. Aotsuki Kōri, con sus impolutas ropas desgarradas y llenas de polvo, inclinó el cuerpo frente a los dos Kage sujetándose un brazo sangrante que yacía inerte junto a su costado, y después se dirigió a toda prisa hacia el joven sustituto de la Arashikage:
—Daruu. Ayame, ¿dónde está? —apremió, y el shinobi de Amegakure podría detectar el atisbo de gravedad en su voz aparentemente neutral.
—Joder... No puedes morirte, joder... —mascullaba entre dientes.
Su rostro, perlado de sudor y con una brecha sangrante recorriendo su sien hasta la mejilla, reflejaba el destello esmeralda de sus manos, iluminadas por la Palma Mística y apoyadas en el pecho de la mujer que yacía en el suelo: Amedama Kiroe, que había resultado gravemente herida al intentar apartar a Chiiro de unos escombros que habían estado a punto de aplastarla y había sufrido su destino en su lugar. Zetsuo y Kōri se habían apresurado a apartar los cascotes que habían caído sobre ella, pero las heridas eran graves y su pulso muy débil. La mujer se encontraba en un peligroso límite entre la vida y la muerte, y el médico se estaba esforzando por arrastrarla de vuelta a su lado de la línea.
—¡Despierta de una vez, pastelera! ¿Acaso crees que vas a conseguir encasquetarme a tus mocosos si te mueres? ¡Despierta, te necesitan!
Y entonces, como si hubiese invocado su presencia, escuchó el eco de la voz de Amedama Daruu en algún punto del centro del estadio:
—¡¡SHINOBI DE AMEGAKURE!! ¡¡AMEKORO YUI ME HA PUESTO AL MANDO POR AHORA!! ¡Ayudaremos con las labores de rescate y de primeros auxilios, con la identificación de cadáveres y con la recogida de desperfectos! ¡Mañana, cuando podamos, nos reuniremos todos en la puerta principal y volveremos a casa! ¡Hasta entonces, YA SABÉIS!
Poco le había faltado a Aotsuki Zetsuo para que se le cayera la mandíbula al suelo al ver al mocoso de Kiroe vistiendo el sombrero de Kage. Enseguida sacudió la cabeza y rio entre dientes.
—¿"Ya sabéis"? Joder, Daruu... —repitió, con un hilo de voz—. ¿Lo has oído, Kiroe? Tu hijo nos está dando órdenes, con el sombrero de Yui-sama sobre la cabeza. Vas a tener que despertar si no quieres que se enfade con nosotros...
Zetsuo tragó saliva y alzó la cabeza momentáneamente. Miró a Kōri:
—Por favor, Kōri.
Él asintió en silencio, y desapareció con una última brisa gélida que les sacudió.
«Más te vale que estés bien... Ayame.»
. . .
Una nueva sombra, blanca como la nieve, apareció de repente en el estadio. Aotsuki Kōri, con sus impolutas ropas desgarradas y llenas de polvo, inclinó el cuerpo frente a los dos Kage sujetándose un brazo sangrante que yacía inerte junto a su costado, y después se dirigió a toda prisa hacia el joven sustituto de la Arashikage:
—Daruu. Ayame, ¿dónde está? —apremió, y el shinobi de Amegakure podría detectar el atisbo de gravedad en su voz aparentemente neutral.