25/07/2020, 23:05
Kōri, que había sido un testigo mudo de la respuesta que le había dado Daruu a la Morikage, no pudo sino sentir cierto alivio, y un profundo orgullo, por su pupilo. Pese a las circunstancias, había sabido contenerse, templar su rabia, y ofrecer una solución más recatada y cordial. La situación así lo ameritaba, no era momento para más disputas entre las tres aldeas. En aquellos momentos lo que necesitaban era unión, paz y serenidad.
—Tranquilo, sensei. No tienes nada de lo que preocuparte. Ayame es quien ha llevado a Yui a Amegakure con el Chishio Kuchiyose. Está a salvo.
Kōri asintió en silencio, y en sus ojos destelló durante una fracción de segundo el intenso alivio que sentía.
—Entiendo —dijo, simplemente.
—¿Lo estáis todos vosotros? ¿Estáis bien? Debo irme con Kaido y con Datsue ahora, pero me tranquilizaría saber... algo.
Kōri pareció reparar entonces en la presencia de Kaido, y sus ojos se clavaron en él como dos estacas de hielo. No se había olvidado de él, lo recordaba perfectamente... Como también recordaba la herida de bala que había sufrido su hermana a su causa. Sin embargo, le dejó ir, y volvió su atención a Daruu. Se inclinó sobre él, y apoyó una de sus gélidas manos en su hombro.
—Tu madre está herida —le dijo, sin anestesia. Pero antes de que pudiera decir nada al respecto o irse corriendo a buscarla, afianzó el agarre sobre su hombro y le miró largamente a los ojos—. Pero padre ya está con ella, la está tratando lo mejor que sabe. Está en buenas manos. Daruu, escúchame. Ahora es cuando más debes templar tus emociones: la serenidad del hielo. Tienes una tarea muy importante, Arashikage-sama te la ha confiado a ti y sólo tú puedes llevarla a cabo. Confía en nosotros, la cuidaremos bien.
Era curioso cómo habían cambiado las tornas. Ayame se había visto obligada a dejar la seguridad de sus seres queridos en las manos de Daruu, y ahora él debería hacer lo mismo en las de ellos.
Quizás otra persona habría optado por mentirle para aliviar la carga sobre su corazón, pero Kōri no era así. Kōri siempre iba con la verdad por delante, aunque doliera. Así era la nula empatía del hielo. Además, aunque hubiese querido, no podría haberle mentido. No con la vida de su madre en juego. Él ya había perdido a la suya, y sabía que Daruu no le perdonaría jamás si le mintiera y algo llegara a sucederle. Merecía conocer la verdad. La dolorosa verdad. Porque era su madre.
—Tranquilo, sensei. No tienes nada de lo que preocuparte. Ayame es quien ha llevado a Yui a Amegakure con el Chishio Kuchiyose. Está a salvo.
Kōri asintió en silencio, y en sus ojos destelló durante una fracción de segundo el intenso alivio que sentía.
—Entiendo —dijo, simplemente.
—¿Lo estáis todos vosotros? ¿Estáis bien? Debo irme con Kaido y con Datsue ahora, pero me tranquilizaría saber... algo.
Kōri pareció reparar entonces en la presencia de Kaido, y sus ojos se clavaron en él como dos estacas de hielo. No se había olvidado de él, lo recordaba perfectamente... Como también recordaba la herida de bala que había sufrido su hermana a su causa. Sin embargo, le dejó ir, y volvió su atención a Daruu. Se inclinó sobre él, y apoyó una de sus gélidas manos en su hombro.
—Tu madre está herida —le dijo, sin anestesia. Pero antes de que pudiera decir nada al respecto o irse corriendo a buscarla, afianzó el agarre sobre su hombro y le miró largamente a los ojos—. Pero padre ya está con ella, la está tratando lo mejor que sabe. Está en buenas manos. Daruu, escúchame. Ahora es cuando más debes templar tus emociones: la serenidad del hielo. Tienes una tarea muy importante, Arashikage-sama te la ha confiado a ti y sólo tú puedes llevarla a cabo. Confía en nosotros, la cuidaremos bien.
Era curioso cómo habían cambiado las tornas. Ayame se había visto obligada a dejar la seguridad de sus seres queridos en las manos de Daruu, y ahora él debería hacer lo mismo en las de ellos.
Quizás otra persona habría optado por mentirle para aliviar la carga sobre su corazón, pero Kōri no era así. Kōri siempre iba con la verdad por delante, aunque doliera. Así era la nula empatía del hielo. Además, aunque hubiese querido, no podría haberle mentido. No con la vida de su madre en juego. Él ya había perdido a la suya, y sabía que Daruu no le perdonaría jamás si le mintiera y algo llegara a sucederle. Merecía conocer la verdad. La dolorosa verdad. Porque era su madre.