26/07/2020, 18:47
Kōri habló con un cariño y un tacto poco habitual, pese a que fue directo. Daruu lo notó en los gestos. En la mano sobre su hombro. No, su madre no estaba herida. Su madre estaba gravemente herida. Por eso, mientras Kōri hablaba y hablaba, su Byakugan estaba más allá. En las gradas. Buscándola.
Pero los ojos encontraron infiernos peores que el de su madre. Gente muerta, mutilados. Familiares llorando. Shinobi y kunoichi desesperados, en el suelo, con las manos en la cabeza.
Él le había pedido a Ayame que confiase en él. Y ahora Kōri le estaba pidiendo lo mismo. ¿Por qué no iba a confiar en él?
Asustado, dejó caer un par de lágrimas.
—Mañana —dijo, separándose de él—. Mañana quiero verla con vida, sensei. —Reparó entonces en la herida del brazo del Hielo. Tenía un aspecto horrible—. ¡Sensei, tu brazo! —Chasqueó la lengua, se dio dos palmadas en la cara y sacudió la cabeza—. Cuídate, ¿vale? Volveré cuando pueda. Con un amigo.
Daruu asintió tras hablar con Datsue. Se dirigió esta vez a Hanabi.
—Discúlpeme, Hanabi-dono. Se lo voy a robar un momento, pero en cuanto todo esté bien con Kaido, le prometo que le insistiré para que vuelva con usted —anunció, clavándole una reverencia. Observó preocupado la herida de su brazo y torció el gesto. No sabía cuál era peor, si la del Hielo O la del Fuego. Se dio la vuelta y miró a Kaido y a Datsue—. Vámonos. Busquemos un sitio tranquilo.
Daruu había vencido, con la ayuda de Ayame, a las Náyades. El grupo que secuestró y lavó el cerebro a su padre. Que destrozó la vida de su madre. Con ello, había consumado una venganza importante.
Pero si no podía evitar que sucediese lo mismo con Kaido, a quien Dragón Rojo había hecho algo parecido, sería como si no hubiese logrado nada.
Se trataba de salvar una vida. No de vengarse. Aunque algunas búsquedas vengativas eran inevitables. Lo sabía.
Datsue lo sabía.
Yui lo sabía.
La mitad de aquél estadio lo sabía.
En silencio, los tres shinobi se retiraron.
Pero los ojos encontraron infiernos peores que el de su madre. Gente muerta, mutilados. Familiares llorando. Shinobi y kunoichi desesperados, en el suelo, con las manos en la cabeza.
Él le había pedido a Ayame que confiase en él. Y ahora Kōri le estaba pidiendo lo mismo. ¿Por qué no iba a confiar en él?
Asustado, dejó caer un par de lágrimas.
—Mañana —dijo, separándose de él—. Mañana quiero verla con vida, sensei. —Reparó entonces en la herida del brazo del Hielo. Tenía un aspecto horrible—. ¡Sensei, tu brazo! —Chasqueó la lengua, se dio dos palmadas en la cara y sacudió la cabeza—. Cuídate, ¿vale? Volveré cuando pueda. Con un amigo.
Daruu asintió tras hablar con Datsue. Se dirigió esta vez a Hanabi.
—Discúlpeme, Hanabi-dono. Se lo voy a robar un momento, pero en cuanto todo esté bien con Kaido, le prometo que le insistiré para que vuelva con usted —anunció, clavándole una reverencia. Observó preocupado la herida de su brazo y torció el gesto. No sabía cuál era peor, si la del Hielo O la del Fuego. Se dio la vuelta y miró a Kaido y a Datsue—. Vámonos. Busquemos un sitio tranquilo.
Daruu había vencido, con la ayuda de Ayame, a las Náyades. El grupo que secuestró y lavó el cerebro a su padre. Que destrozó la vida de su madre. Con ello, había consumado una venganza importante.
Pero si no podía evitar que sucediese lo mismo con Kaido, a quien Dragón Rojo había hecho algo parecido, sería como si no hubiese logrado nada.
Se trataba de salvar una vida. No de vengarse. Aunque algunas búsquedas vengativas eran inevitables. Lo sabía.
Datsue lo sabía.
Yui lo sabía.
La mitad de aquél estadio lo sabía.
En silencio, los tres shinobi se retiraron.