10/09/2022, 16:50
(Última modificación: 5/10/2022, 18:12 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Una figura encapuchada y vestida enteramente de negro caminaba canturreando entre los charcos de la Planicie del Silencio, a veces deteniéndose para saltar en uno o patear otro, casi como un niño pequeño. Recordaba la última vez que había pisado aquellas tierras: él era mucho más grande, y podía ver las olas a izquierda y a derecha de la península. Entonces Uzushiogakure no era más que un pueblucho de mala muerte. Aquellas tres aldeas, que se habían beneficiado del conflicto humano —uno de tantos—, ahora estaban convirtiéndose en una molesta astilla. No podía chapotear tranquilo en los charcos, ni mirar hacia el sur sin esbozar una mueca de repugnancia absoluta.
Allí estaban sus puertas, enormes, con la espiral carmesí en el centro. Parcialmente abiertas, como esperando recibir una visita. «Magnífico. Una brecha más en el escudo de madera que es Uchiha Datsue.»
Las aldeas ninja. Las "Tres Grandes". Antaño fueron cinco, y perecieron. Esta vez también perecerían. Y gracias a su fiel infiltrada, él sabía que ahora mismo el Uzukage estaba lejos, en el norte, librando una batalla que no era más que una distracción.
Kurama extendió las manos hacia adelante, y reclamó todo cuánto le pertenecía de aquellos seis a quienes todavía prestaba algo de chakra. La conexión que les unía, en la distancia, era algo que había aprendido de su pobre anfitrión humano. Cuánto le estaba agradecido. Seguro que si pudiese verlo, ahora, mirando fijamente a la aldea que le vio nacer, derramaría alguna lágrima.
Él solo había condenado a todas las futuras generaciones de pequeños hijos de puta. Al pensar en eso, Kurama sonrió.
Al fin y al cabo, ¿quién podría detenerle?
Allí estaban sus puertas, enormes, con la espiral carmesí en el centro. Parcialmente abiertas, como esperando recibir una visita. «Magnífico. Una brecha más en el escudo de madera que es Uchiha Datsue.»
Las aldeas ninja. Las "Tres Grandes". Antaño fueron cinco, y perecieron. Esta vez también perecerían. Y gracias a su fiel infiltrada, él sabía que ahora mismo el Uzukage estaba lejos, en el norte, librando una batalla que no era más que una distracción.
Kurama extendió las manos hacia adelante, y reclamó todo cuánto le pertenecía de aquellos seis a quienes todavía prestaba algo de chakra. La conexión que les unía, en la distancia, era algo que había aprendido de su pobre anfitrión humano. Cuánto le estaba agradecido. Seguro que si pudiese verlo, ahora, mirando fijamente a la aldea que le vio nacer, derramaría alguna lágrima.
Él solo había condenado a todas las futuras generaciones de pequeños hijos de puta. Al pensar en eso, Kurama sonrió.
Al fin y al cabo, ¿quién podría detenerle?
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