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Ni bien había pasado una semana desde que habían llegado a casa desde el Valle de los Dojos, Ayame se encontró una nota de Kōri en el suelo de la habitación. No daba detalles al respecto pero los citaba, tanto a ella como a Daruu, en el centro de la aldea al día siguiente por la mañana temprano para llevar a cabo una nueva misión como equipo.
«Me lo podría haber dicho directamente, que vivimos en la misma casa.» Pensaba Ayame, alicaída, mientras balanceaba los pies por encima de la barandilla del puente sobre el que se había sentado a contemplar las aguas de uno de los canales que recorrían las calles de Amegakure. Sin paraguas ni capa impermeable encima, la lluvia caía sobre ella con todo su peso, pero ella no parecía notarlo. O al menos no parecía importarle.
Pero lo cierto era que los ánimos no habían mejorado desde la fuerte discusión que se había desarrollado en el carro en el camino de vuelta a casa. Durante todos aquellos días, Ayame se había pasado las horas en completo silencio, y aprovechaba cualquier excusa para salir de casa siempre que podía, por lo que al final sólo se veía cara a cara con su padre y su hermano a la hora de las comidas. Y eso sin mencionar a la familia de Daruu. La mayor parte de las horas que gastaba fuera las pasaba entrenando por su propia cuenta, y su padre no volvió a interpelarla para entrenarla en el arte del Genjutsu. Ni para nada más, en realidad. Debía de estar muy ocupado enseñando a su nuevo pupilo...
¿Y ahora su hermano los citaba para una misión? ¡No tenía ninguna gana de hacer misiones! ¡Bien se podía ir el examen de chunin al cuerno!
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Desde que habían vuelto del Valle de los Dojos, la vida de Daruu se había convertido en todo un infierno.
La discusión en el carro sólo había provocado que Zetsuo estuviera de peor humor que de costumbre, cosa increíblemente admirable, porque lo cierto es que el jounin tenía un especial talento para mostrarle a los demás su faceta menos amable y más terca, y eso en condiciones normales. Eso se traducía, en la práctica, que los horarios de entrenamiento de Daruu con su nuevo e insospechado sensei en las artes ilusorias comenzaban una hora antes y terminaban una hora después. Zetsuo pagaba con Daruu todo el rencor que le tenía a su hija, y lo peor es que al contrario pasaba también lo mismo.
Como Daruu era alumno de Zetsuo, Ayame no quería saber nada de Daruu. Eso, después de haber pasado momentos tan bonitos en el Valle, hacía que el pobre chaval estuviera continuamente montado en una montaña rusa emocional con muchas, muchas cuestas muy inclinadas. La echaba de menos, pero a la vez, orgulloso, le molestaba que Ayame mantuviera una actitud tan infantil y también que lo pagase con él, que sólo quería aprender a defenderse de las ilusiones.
Por supuesto, eso de que sólo quería aprender a defenderse de las ilusiones de momento, Zetsuo no lo había entendido. Como su hija no quería entrenar con él porque era demasiado orgullosa para pedírselo, y como él era demasiado orgulloso como para ofrecérselo amablemente y no mediante indirectas cargadas de sobria decepción porque no lo buscaba ella misma, pagaba el pato también con Daruu: se había empeñado en enseñarle más, y más, y Daruu no tenía bemoles para negarse a seguir.
No se le niega algo fácilmente a Aotsuki Zetsuo.
Acababa de llegar a casa de su entrenamiento matutino, en el que el hombre había visto a bien hacerle disipar unas cuantas docenas de Genjutsu con abejorros y otras delicias de la naturaleza de colores vivos y con aguijones. Y su madre le esperaba con una sonrisa radiante.
Es la clase de sonrisa radiante de Kiroe que uno no espera ver cuando se habla con ella.
—¡Hombre, Daruu! —le dijo, y desde ese mismo momento ya sabía que no iba a poder echarse a dormir y a descansar, que es lo que había pretendido. Por un momento, se lamentó de no poder subir a su casa si no era a través de la Pastelería de Kiroe-chan—. No, cariño, no te quites la capa ni el kasa, tienes una misión.
Daruu levantó la cabeza y la miró por debajo del sombrero de paja azul acero, extrañado. «¿Una misión? ¿Con Kori-sensei? ¿Con... Ayame?»
—¿Cómo que una misión? Si Ayame no me dirige la palabra.
—No puedes renegar del trabajo porque has discutido con un compañero. Además, algún día tendréis que arreglar las cosas, ¿no? ¿O váis a tirar la toalla ya? Daruucíiin...
Daruu apartó la mirada, molesto. Chasqueó la lengua. «Me sigue llamando así... Y definitivamente sabe lo nuestro.»
—Bueno, ¿y bien? ¿De qué se trata?
—Kori-kun os espera en el puente al este de la plaza del centro de la Villa. No sé, no sé qué otros detalles podría tener vuestra tarea... Jijiji.
—Ese jijiji no me suena nada bien... En fin, hasta luego, supongo —dijo Daruu, y dio media vuelta. Las puertas de la cafetería cerraron tras él.
Suspiró. ¿Una misión? ¿Ahora? ¡Suficiente tenía con los desvaríos de Zetsuo y con la riña estúpida entre padre e hija! Todos los problemas se los estaba comiendo él.
Caminó a través de su calle y se incorporó a la avenida principal. Recorrió Amegakure calle arriba hasta llegar a la plaza, y luego giró a la derecha, en busca de los canales. Allí encontró el susodicho puente, y sentada en la barandilla estaba...
—Hola, Ayame... —dijo. Apoyándose e inclinándose junto a ella, observando las aguas.
Si Ayame levantaba la mirada, se daría cuenta, por debajo del kasa de Daruu, de las profundas ojeras que el muchacho exhibía como trofeo de sus exhaustivos esfuerzos.
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—Hola, Ayame...
Ayame se sobresaltó un poco al reconocer aquella voz que tanto había añorado y que al mismo tiempo tanto había evitado en los últimos días. Pero allí estaba él, con la cabeza protegida de la lluvia por un kasa triangular y el cuerpo cubierto por una túnica impermeable.
«Se ha dejado crecer el pelo...» Ayame había reparado en la coleta que caía como una cascada tras la espalda de Daruu. Quizás, de las pocas partes de su cuerpo que no estaban a resguardo de la lluvia. Descubrió una parte de ella admirando lo bien que le quedaba aquel detalle.
—Eh... hola... Daruu-kun... —le saludó con cierta torpeza, tras varios segundos meditando si debía o no corresponder a su saludo. Pero no podía evitarlo, aunque el orgullo le encogiera el corazón, le echaba terriblemente de menos. Sus manos se aferraron con más fuerza a las barandillas, como si temiera caerse en cualquier momento—. Pareces cansado... —añadió, haciendo referencia a las profundas ojeras que surcaban los párpados inferiores del chico y que eclipsaban el color perlado de sus ojos.
¿Por qué tardaba tanto Kōri? ¡Debería aparecer de una vez y salvarla de aquella incómoda conversación!
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2/10/2017, 20:50
(Última modificación: 2/10/2017, 20:51 por Amedama Daruu.)
Daruu suspiró con alivio cuando descubrió que, a pesar de que la muchacha había estado evitándole, no había contestado con rencor. O al menos, no lo había parecido. Sintió una congoja muy extraña en la garganta, y casi tuvo el impulso de agarrársela como una mano. A punto de llorar, cuando la muchacha le dijo que parecía cansado, Daruu se quitó el kasa de la cabeza, se agachó y la abrazó por detrás de los hombros, apretándola muy fuerte.
—Te echaba mucho de menos, ¿sabes? —Sonrió, disfrutando del tacto, del olor de la muchacha de una manera que nunca lo había hecho. Como si aquella separación de apenas un poco más de una semana hubiese sido de meses y como si en lugar de haber estado poco más lejos que diez metros el uno del otro la mayor parte del día, hubiesen estado a muchos kilómetros de distancia—. No quiero que nos peleemos. Yo te quiero, Ayame.
»Yo te...
—UUUUU UUUUUUUUUUUU.
El ululato de un búho nival más grande que sus cabezas les sorprendió. El animal había volado desde abajo del puente, por algún motivo, y les había golpeado con un pergamino en la cara con fuerza, arrojándolos hacia atrás. Ayame cayó encima de Daruu, quien gimió de dolor y se apartó rápidamente con el rostro más rojo que una bandera carmesí con el símbolo de Uzushiogakure.
—¿Pero qué...? —dijo, y entonces se fijó en el rollo de papel. Retiró el sello con cautela y lo abrió...
Soltó una pedorreta con fastidio y se lo pasó a Ayame. El pergamino estaba escrito con la letra pulcra, recta, y sin personalidad de Kori-sensei, y decía:
Hola, chicos,
esta vez, no os acompañaré para la misión. Podéis apañaros perfectamente. Kiroe-san ha pedido de nuevo a dos genin para que la ayuden, pero esta vez no hay que buscar nada fuera de la aldea: se trata de un encargo bajo su tutela en su establecimiento, la Pastelería de Kiroe-chan. Dirigíos hacia allá y ella os proporcionará todos los detalles.
Atentamente,
Kori.
PD: Lo siento si Shiroikari-kun se ha portado mal con vosotros. Odia hacer de mensajero.
El búho, apoyado en un alféizar cercano, les dirigió una mirada cargada de rencor y salió volando.
—¿Te lo puedes creer? —protestó Daruu, indignado, señalando al extremo de la calle por el que había llegado al puente—. ¡Vengo de hablar con mi madre! Me lo podría haber dicho ella misma...
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Daruu se quitó el kasa de la cabeza, descubriéndose a una lluvia que no tardó en aprovechar la ocasión para empapar su rostro y sus cabellos. La abrazó por detrás de los hombros y Ayame sintió que algo se rompía dentro de ella en mil pedazos: La muralla que había levantado en torno a su corazón.
—Te echaba mucho de menos, ¿sabes? —Escuchó su voz detrás de ella, con sus cabellos haciéndole cosquillas en la nariz. Durante un instante se maldijo su propia debilidad, pero terminó rendida y alzó los brazos para agarrar los antebrazos de Daruu. No podía negarlo, le había echado de menos... mucho más de lo que estaría dispuesta a admitir. Pero el rencor de que su padre hubiera decidido entrenar a Daruu seguía empozoñándola desde dentro y...—. No quiero que nos peleemos —le repitió, como aquella noche en El Patito Frito—. Yo te quiero, Ayame. Yo te...
—UUUUU UUUUUUUUUUUU.
Una sombra blanca surgió justo desde debajo del puente con un sonoro aullito y algo les golpeó en la cara antes de que pudieran saber siquiera qué había sido. Presas del pánico, Ayame y Daruu cayeron de espaldas entre exclamaciones de susto y dolor. La peor parte, indudablemente, se la llevó él al caer debajo de ella.
—P... perdón... —gimió Ayame.
Pero Daruu no encontró ningún tipo de problema para apartarse a toda velocidad, con el rostro tan rojo como el suyo. El causante del accidente no había sido otro que un búho nival que, ahora posado sobre la barandilla, había entrecerrado sus ojos dorados y los miraba con el máximo desprecio.
Daruu le pasó entonces un pergamino. Y Ayame lo entendió todo...
—Oh... —exclamó, tras leerlo un par de veces para asegurarse de que lo había entendido bien. Era otro mensaje de su hermano y Ayame no pudo evitar aterrarse al leer que no les iba a acompañar en la misión. Afortunadamente, iban a trabajar desde casa. Concretamente, desde la Pastelería de Kiroe-chan—. ¡Muchas gracias por el mensaje, Shiroikari-san, sentimos las molestias! —le dijo al búho, antes de que se alejara demasiado para que no pudiera escucharla.
—¿Te lo puedes creer? —protestó su compañero, claramente indignado, mientras señalaba al otro extremo de la calle—. ¡Vengo de hablar con mi madre! Me lo podría haber dicho ella misma...
—Sí, yo también vengo desde casa... —sonrió, nerviosa, pero terminó por encogerse de hombros—. Entonces será mejor que regresemos, no deberíamos hacer esperar demasiado a Kiroe-san.
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Ayame señaló que ella también venía desde casa. Sí, pensó Daruu, pero Koori solía estar mucho tiempo fuera, a Kiroe él la veía continuamente. Podría haberle avisado. Enfurruñado, bajó la vista, se cruzó de brazos y echó a caminar hacia la pastelería cuando Ayame lo sugirió.
—Si la hacemos esperar, que se aguante —dijo, infantil—. Hubieran acabado antes diciéndonoslo directamente en lugar de haciendo el paripé este.
Daruu y Ayame entraron en la pastelería. Cliring clin clín, hicieron las campanillas del recibidor. Su madre giró a la vista hacia ellos, sonriendo traviesamente.
—Ji-jiiiií —rió.
—¡Nada de jijís! —espetó Daruu, y colgó el kasa y la capa en un perchero de plástico cercano a la puerta, junto a la cristalera—. Hemos tardado más para nada. ¡Vivimos en este bloque!
Kiroe se aclaró la garganta, se puso recta como un palo e hizo una reverencia.
—¡El protocolo es el protocolo! —anunció, rimbombante. Unas chicas en una mesa cercana cuchicheaban y se reían. Daruu las miró de reojo con cara de malos amigos, y, rojas como un tomate, apartaron la mirada—. Oh, ninjas, bienvenidos a la Pastelería de Kiroe-chan. Estáaabamos esperando su ayuuuda.
Daruu suspiró y pasó al lado de su madre.
—Córtalo ya, mamá —imploró—. Vamos a la cocina, y nos cuentas lo que tenemos que hacer, ¿sí? La gente nos está mirando y me pone ner-vio-so.
—Claro, claro —rio Kiroe—. Vamos, Ayame-chan, por aquí.
La mujer apremió a Ayame para que les siguiera. Ella nunca había estado allá adentro, pero Daruu conocía el camino y no tenía vergüenza alguna, ni tenía que pedir permiso. Quizás, por protocolo, sí. Pero a Daruu, sinceramente, le daba igual. Empujó la puerta de mal humor y los tres se adentraron en la cocina, una sala amplia con el suelo de azulejos negros y blancos, como el tablero de un ajedrez. Allí adentro hacía un calor agradable, fruto de la multitud de hornos que había a ambos lados de la sala.
Y el olor. Oh, dios, el olor.
Daruu estaba acostumbrado al olor empalagoso de las cocinas, pero para Ayame, el cálido vapor cargado de partículas de chocolate sería como entrar en el cielo.
...Ayame acababa de descubrir la respuesta a la pregunta que un bebé chocolatina le haría a sus padres cuando le estuviesen empezando a crecer más onzas: "¿mamá, mamá, de dónde vienen los dulces?" 1.
(1): Imaginad a un pequeño brownie preguntándole a un par de pasteles de chocolate hechos y derechos.
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Volvieron tras sus mismos pasos y llegaron a la pastelería en pocos minutos. La campanilla resonó alegre sobre sus cabezas cuando abrieron la puerta, reflejo de la alegría que parecía sentir Kiroe cuando se giró hacia ellos y les dedicó una risilla traviesa.
—Ji-jiiiií.
—¡Nada de jijís! —espetó Daruu, y Ayame no pudo evitar reírse por lo bajo ante la escena. El chico colgó el kasa y la capa de viaje en un perchero cercano a la puerta, y entonces Ayame reparó en su craso error. Ella estaba empapada de los pies a la cabeza—. Hemos tardado más para nada. ¡Vivimos en este bloque!
Kiroe carraspeó, se puso recta y después inclino el cuerpo en una reverencia.
«¿Pero qué hace?» Se preguntó Ayame, parpadeando varias veces.
—¡El protocolo es el protocolo! —exclamó, rimbombante. Cerca de allí, unas chicas en una mesa cuchicheaban y se reían. Daruu las miró de reojo, con cara de malas pulgas, y, rojas como un tomate, apartaron la mirada—. Oh, ninjas, bienvenidos a la Pastelería de Kiroe-chan. Estáaabamos esperando su ayuuuda.
En aquella ocasión fue Ayame la que se sonrojó, muerta de vergüenza. Si iban a realizar una misión, ¿por qué no podían hacerla con normalidad y evitar los teatritos?
Las chicas de la mesa contigua volvieron a soltar una risilla, y Daruu se adelantó con un resoplido para pasar junto a su madre.
—Córtalo ya, mamá —le pidió—. Vamos a la cocina, y nos cuentas lo que tenemos que hacer, ¿sí? La gente nos está mirando y me pone ner-vio-so.
—Claro, claro —rio Kiroe—. Vamos, Ayame-chan, por aquí.
Ayame volvió a sonrojarse con fuerza pero, agachando la mirada, se adentró en el local con paso lento y alicaído. Sus botas de goma hacían un ruido muy vergonzoso sobre las losas.
Los tres pasaron el límite que separaba el dominio público con lo privado, la madurez del mismo nacimiento, el cielo... del paraíso.
Lo primero que sintió al entrar en la cocina fue el calor que la abrazó y envolvió su cuerpo y después llegó el olor. El olor de los hornos, el olor de la masa y el hojaldre haciéndose, el olor del dulce, el olor del... chocolate. Ayame tragó saliva cuando sintió que su boca se inundaba, pero nada pudo hacer por reprimir el rugido de un súbitamente hambriento estómago que no parecía importarle el haber desayunado hacía relativamente poco. Aquí y allá. multitud de ingredientes y multitud de bandejas con todo tipo de dulces cubrían las diferentes mesas: mochi, taiyaki, pasteles, bollos, tartas... ¿Acaso había muerto sin darse cuenta y había entrado en el paraíso?
—Daruu-kun... —llamó en un susurro a su compañero, agarrándole de la manga con apenas dos dedos—. Esto va a sonar raro, pero... Por favor, vigílame, porque no puedo asegurar que vaya a poder contenerme durante todo el tiempo...
En un principio había pensado disculparse con Kiroe por haber llegado mojada a la pastelería, pero enseguida se dio cuenta de que, con el calor de los hornos, no tardaría más de media hora en secarse casi por completo.
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9/10/2017, 23:59
(Última modificación: 9/10/2017, 23:59 por Amedama Daruu.)
—¡Ou! —De pronto, Ayame le agarró de la manga y se acercó a él.
—Daruu-kun... Esto va a sonar raro, pero... Por favor, vigílame, porque no puedo asegurar que vaya a poder contenerme durante todo el tiempo...
Daruu la miró raro, sin saber muy bien qué decir. «Qué... ¿qué está diciendo...?»
—Va... vale... —contestó—. Ayame, ¿qué...?
Plic, plic, plic.
Kiroe, detrás de Ayame, le tocaba el hombro con un dedo. Ayame escuchó esa picarona risita suya, jijijí, y cuando se diera la vuelta, vería que Kiroe sostenía entre sus manos dos taiyaki... el doble de grande que los habituales.
—No podréis hacer el trabajo con hambre, ¿eh? Tomad, tomad.
Además de deliciosos, los había decorado para la ocasión. Uno de ellos era azul, y el otro verde.
—Glaseado dulce de azúcar tostadito y pintado con colorante.
Daruu apartó la mirada, malhumorado, pero aún así tomó el taiyaki. Cuando le dio el bocado, descubrió un nuevo sabor que no se había descubierto todavía. El chocolate, abundante, llenó toda su boca.
Era delicioso.
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11/10/2017, 10:05
(Última modificación: 11/10/2017, 10:40 por Aotsuki Ayame.)
—Va... vale... —Daruu se había vuelto hacia ella, profundamente confuso. Y realmente no encontró motivos para culparle—. Ayame, ¿qué...?
Ayame sintió tres toques en el hombro. No habían sido más que unos simples toquecitos, unas caricias de nada, pero la risilla que acompañó a esos toques le puso todos los pelos de punta y no pudo evitar tensar todos los músculos del cuerpo. ¿La había oído? Recta como un palo, se giró casi a trompicones, consciente de a quién se iba a encontrar tras su espalda. Kiroe, con esa traviesa sonrisa suya, extendía sus manos hacia ellos con...
Dos taiyaki.
A Ayame se le hizo la boca agua de nuevo nada más verlos. Aquella masa de hojaldre rellena con forma de pez y ahora pintada con colorante (uno azul y otro verde) era su auténtica perdición. Y aquellos además eran el doble de grandes que los que la pastelera solía vender de cara al público... Cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra, mordiéndose el labio inferior. Durante un instante no pudo evitar preguntarse si aquello no sería algún tipo de prueba hacia su voluntad, pero la mirada de Kiroe parecía sincera...
—No podréis hacer el trabajo con hambre, ¿eh? Tomad, tomad —les dijo, tendiéndole a ella el taiyaki azul y a Daruu el verde. Ayame se vio con el dulce entre las manos antes de que pudiera siquiera pensar una frase de cortesía, y entonces supo que era demasiado tarde para una golosa como lo era ella—. Glaseado dulce de azúcar tostadito y pintado con colorante.
—Gr... gracias, Kiroe-san —balbuceó ella, que, aunque ya había desayunado, se veía incapaz de rechazar un ofrecimiento así. ¡Y de la mejor pastelería del mundo nada menos?
Se llevó el taiyaki a la boca, y el hojaldre tostado se mezcló con el sabor del azúcar glaseado. Pero aquello sólo fue el principio, puesto que el chocolate no tardó en entrar en escena.
—¡¡Qué rico!! —exclamó, llena de felicidad. Concentrada en su paraíso personal, ni siquiera se dio cuenta de que se había manchado la punta de la nariz. Y entonces se volvió hacia Daruu, que también parecía estar disfrutando de su propio taiyaki—. ¡Creía que detestabas los taiyaki porque tenían forma de pez! —exclamó. Sin embargo, terminó de comer, más feliz que un regaliz, y ajena a su desgracia personal se volvió hacia Kiroe con ánimos renovados—: ¿Y en qué va a consistir la misión exactamente, Kiroe-san?
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Ayame miró a Daruu, pero él no la estaba mirando a ella. Ni a su taiyaki. Apartaba la mirada de aquél pez de hojaldre como si fuera lo más feo que había visto en su vida.
—A mi Daruucín no le gusta el pescado hasta el punto de que se niega a comer un taiyaki si lo mira fijamente, pero sí que le gusta el chocolate. Es un poco idiota. —Kiroe guiñó el ojo a Ayame y le acercó una servilleta—. Límpiate la nariz, cariño. Jijijí.
Se dio la vuelta y se acercó a una percha cercana. Allí había tres delantales naranjas y tres gorros de cocina.
—¡Bien! Y ahora... ¡manos a la obra!
Daruu y Ayame estaban a sendos lados de Kiroe, los tres ataviados con la indumentaria descrita anteriormente. Frente a sí mismos tenían varios boles: uno de ellos tenía una especie de crema anaranjada, otro de ellos azúcar glass, y el tercero de todos emanaba un frío espectral y tenía multitud de hilillos de color blanco azulado.
—Veréis, para esta temporada de las fiestas de Viento Gris se me ha ocurrido una nueva receta para mis famosos bollitos. Aprovechando que es la temporada de calabazas de Yachi, claro —explicó—. Antes de las fiestas, quiero ver si estos bollitos tienen aceptación y si gustan a la gente. Pero tengo mucho trabajo y esto es casi un extra, de modo que necesito vuestra ayuda para prepararlos.
»Yo pondré el horno y todo, sólo necesito que me preparéis veinte bandejas de bollitos sin cocinar. Aquí tenéis la pasta, hecha de vainilla y calabaza, el azúcar, y... las fresas shiroshimo, claro. Ahora, prestadme especial atención, por favor.
Kiroe dirigió su mano a la pasta de calabaza y cogió una cantidad equivalente a medio palmo.
—Cogéis un poco de masa.
Hizo de ella una manopla, y ayudándose de la pasta cogió un poquito, una minúscula parte de ralladura de fresa shiroshimo. Luego, la envolvió con la masa, la amasó un poco en el banco de la cocina para mezclar la ralladura...
—No toquéis la ralladura directamente. Veréis que nada más ponerla en la masa y amasarla ya sentiréis un poco de frío. Es muy potente.
La hizo una bola, y la rebozó en una buena cantidad de azúcar. La depositó en la bandeja.
—¿Lo habéis entendido? Se hace así. Ahora haréis uno cada uno para que supervise cómo lo hacéis.
Daruu ya había hecho bollitos de vainilla con su madre y en solitario anteriormente, así que el procedimiento le resultó equivalente. Rápidamente y sin ningún problema había hecho su propia versión del bollo.
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11/10/2017, 13:09
(Última modificación: 11/10/2017, 13:09 por Aotsuki Ayame.)
Pero Daruu ni siquiera la miró cuando le interpeló. Ni estaba mirando el taiyaki. En realidad, sus ojos estaban fijos en algún punto inexistente, como si no quisiera cruzarse con la mirada vacía de ojos grandes y saltones de pez verde relleno de chocolate que estaba devorando.
—A mi Daruucín no le gusta el pescado hasta el punto de que se niega a comer un taiyaki si lo mira fijamente, pero sí que le gusta el chocolate. Es un poco idiota —respondió Kiroe, guiñándole un ojo a Ayame, que estuvo a punto de reír hasta que le tendió una servilleta—. Límpiate la nariz, cariño. Jijijí.
Las ganas de reír se vieron inmediatamente sustituidas por una terrible vergüenza. Ayame tomó a toda prisa la servilleta y en su afán por limpiarse la nariz se tapó prácticamente toda la cara.
—¡Bien! Y ahora... ¡manos a la obra!
La mujer se acercó a una percha cercana y les pasó a cada uno un delantal y un gorro de cocina, ambos de color naranja. Ayame los miró con curiosidad antes de ponérselos. Ella ya cocinaba en casa, pero nunca se había visto en un atuendo así. Aunque enseguida pensó que debía de tener una pinta ridícula con aquello puesto. Sin embargo, no emitió ni una sola queja. Simplemente siguió a la pastelera y a Daruu hasta una mesa cercana. Sobre ella había varios boles: uno de ellos con una crema de color naranja, el otro con azúcar glass y del último se escapaban varios hilos de fríos glaciar.
«¿Serán las fresas shiroshimo?» Se preguntó Ayame, ladeando ligeramente la cabeza.
—Veréis, para esta temporada de las fiestas de Viento Gris se me ha ocurrido una nueva receta para mis famosos bollitos. Aprovechando que es la temporada de calabazas de Yachi, claro —explicó—. Antes de las fiestas, quiero ver si estos bollitos tienen aceptación y si gustan a la gente. Pero tengo mucho trabajo y esto es casi un extra, de modo que necesito vuestra ayuda para prepararlos.
«¡Oh, vamos a probar una nueva receta!» Pensó Ayame, repentinamente entusiasmada con la idea.
—Yo pondré el horno y todo, sólo necesito que me preparéis veinte bandejas de bollitos sin cocinar. Aquí tenéis la pasta, hecha de vainilla y calabaza, el azúcar, y... las fresas shiroshimo, claro. Ahora, prestadme especial atención, por favor.
Kiroe cogió un poco de la pasta de calabaza y después, ayudándose con ella a modo de manopla, tomó una minúscula cantidad de ralladura de fresas shiroshimo del bol congelado, la envolvió con la masa y después la amasó en el banco de cocina para mezclarlo.
—No toquéis la ralladura directamente. Veréis que nada más ponerla en la masa y amasarla ya sentiréis un poco de frío. Es muy potente.
Hizo una esfera con la masa y la rebozó en el azúcar directamente antes de dejarla en la bandeja.
—¿Lo habéis entendido? Se hace así. Ahora haréis uno cada uno para que supervise cómo lo hacéis.
—Es una pregunta un poco tonta pero... ¿cuántos bollitos caben por bandeja? —preguntó Ayame, mientras cogía un poco de la pasta de calabaza y vainilla, calculando aproximadamente la cantidad que había cogido Kiroe.
Después la extendió y cubrió sus dedos índice, corazón y pulgar con ella para dirigirse al bol de la ralladura de las fresas shiroshimo. Apenas había acercado la mano mínimamente al contenedor cuando sintió un frío glacial subiéndole por el antebrazo. Y en el breve momento de indecisión, su dedo meñique rozó sin querer la ralladura.
—¡AH!
Ayame se había apartado rápidamente al sentir la intensa quemazón penetrar en los huesos de su mano. Resollando, se miró la mano, pero afortunadamente estaba intacta. Su piel simplemente se había enrojecido un poco. En realidad el contacto había sido mínimo, por lo que había sufrido más del susto que por el dolor.
—L... ¡Lo siento!
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Kiroe señaló las bandejas, que eran de un tamaño considerable, y luego al horno.
—Pues un montón, chica —rio—. Así a ojo podéis meter unos cincuenta. ¡En la nevera hay más boles con masa, eh! Es que... Los vamos a hacer a gran escala. Ya veréis, ya...
A Daruu le dio un pequeño escalofrío.
Ayame probó a crear su propio bollito. Cogió la pasta y la extendió por la mano, pero cuando trató de coger un poco de ralladura de fresas shiroshimo, rozó con el dedo un poco la materia prima y apartó rápidamente el brazo, gimiendo de dolor. Daruu, instintivamente, le puso la mano en la espalda, preocupado.
—¡Cuidado, Ayame-chan! Despacio. Da igual que tardes un poco más que yo, pero las ralladuras de la fresa queman al contacto por el frío. Tienes que tener mucho cuidado.
Si Ayame echaba la vista atrás, recordaría como su hermano había sostenido la bandeja con las manos desnudas, y cómo incluso él había dicho que estaba fría.
—L... ¡Lo siento!
—No te preocupes, Ayame. Me ha pasado más de una vez. Tú ten cuidado y no te hagas daño, que tampoco hay tanta prisa. —Se quitó el delantal, y se acercó a la puerta de la cocina—. Bien. Llenad las bandejas. Cuando hayáis terminado, buscadme en la pastelería. Yo atenderé a la clientela mientras, ¿vale?
—¡Vale, mamá!
Kiroe se marchó. Daruu cogió un poco más de pasta, y preparó otro bollito.
—¿Qué piensa hacer con tantos bollos...?
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«Veinte bandejas... por unos cincuenta bollitos en cada bandeja...» Ayame palideció de sólo echar cuentas. ¡¿Cómo les iba a dar tiempo a hacer MIL bollitos?! ¡¡Morirían de viejos antes de terminarlos!!
Y aquel pensamiento fue el preludio de la tragedia.
—¡AH! —Ayame se apartó con una exclamación cuando sus dedos apenas rozaron el contenedor de la ralladura de las fresas Shiroshimo y Daruu se acercó a toda prisa y colocó una de sus manos sobre su espalda.
—¡Cuidado, Ayame-chan! Despacio. Da igual que tardes un poco más que yo, pero las ralladuras de la fresa queman al contacto por el frío. Tienes que tener mucho cuidado.
Ayame agachó la mirada, compungida, y murmuró una disculpa al aire.
—No te preocupes, Ayame. Me ha pasado más de una vez. Tú ten cuidado y no te hagas daño, que tampoco hay tanta prisa —añadió Kiroe, que se quitó el delantal y se acercó a la puerta de la cocina—. Bien. Llenad las bandejas. Cuando hayáis terminado, buscadme en la pastelería. Yo atenderé a la clientela mientras, ¿vale?
—¡Vale, mamá!
La pastelera los dejó a solas, Daruu cogió un poco más de pasta de calabaza y vainilla y Ayame le imitó.
—¿Qué piensa hacer con tantos bollos...?
—Pues no lo sé, la verdad... —respondió, sacudiendo ligeramente la cabeza. Con mucho más cuidado, cogió un poco de ralladura de fresa y suspiró con alivio al conseguirlo. Rápidamente, lo envolvió con la masa y la mezcló en el banco de cocina—. Pero si necesita tantos y quiere probar si a la gente le gusta antes de que llegue la temporada de fiestas de Viento Gris...
La bombilla se le encendió en el momento en el que rebozó la bola que había formado en el azúcar.
—¡Quizás quiere usarlos como muestras! —exclamó, al tiempo que dejaba su propia obra sobre la bandeja. Torció ligeramente el gesto al comprobar que no le había salido tan esférico como el de Kiroe o el de Daruu—. Oh...
Pero no se dejó amilanar por ello y volvió a tomar más masa.
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¡¡Mil bollos!! Menuda locura. Pero Ayame se daría cuenta enseguida de que la mujer se había equivocado con el número de bandejas. Eran muy grandes, pero sólo eran cinco. Cinco bandejas. Cincuenta por bandeja, eso eran... doscientos cincuenta bollitos. Tampoco es que fuese un número asequible de pasteles, pero ya no tendrían que realizar una gesta épica de la bollería.
Ayame conversaba con Daruu. Sugirió que tal vez su madre quería utilizar los bollitos como muestras para que cuando llegase Viento Gris la gente ya los conociera y acudiera en masa a comprarlos.
—Ya... ¿Sabes qué? Lo que me preocupa es quién va a ofrecer esas muestras. ¿Sabes lo que te digo, no?
A Daruu no le pasó inadvertido el ligero mohín que hizo Ayame cuando no le salió tan redonde el primer bollito. Acercó las manos y le dio un poco de forma con las manos.
—No pasa nada —dijo—. Si no te sale a la primera puedes intentar darle la forma después.
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—Ya... ¿Sabes qué? Lo que me preocupa es quién va a ofrecer esas muestras. ¿Sabes lo que te digo, no?
Ayame se estremeció.
—No... ¿No estarás pensando en...? —murmuró, mirándole de reojo. Si Kiroe había solicitado sus servicios porque estaba tan ocupada con la tienda que no podía hacerse cargo de los bollitos, cabía la terrible posibilidad de que...—. No... ¿Nosotros...?
Tragó saliva, con la terrorífica imagen en su cabeza de ella, vestida con el ridículo disfraz de un bollito de calabaza, ofreciendo a los viandantes las muestras de su duro trabajo con una sonrisa forzada. Y entre esa gente pronto apareció la desaprobadora mirada de su padre y el rostro inexpresivo de su hermano.
Gimoteó para sus adentros. ¿Qué clase de misión era aquella? ¿En qué momento les iban a enviar a una misión de verdad y no de simples recaderos...? No terminaba de entender aquella forma de llevar las cosas. ¡Se suponía que eran ninja! ¿Cómo iban a mejorar así sus habilidades?
—No pasa nada —dijo su compañero, interviniendo de nuevo para ayudarla con su torpeza con los bollitos—. Si no te sale a la primera puedes intentar darle la forma después.
—S... sí, lo siento —respondió, ruborizada hasta las orejas, antes de tomar un poco más de masa y volverlo a intentar. Con una risilla, señaló hacia las bandejas apiladas. Cinco, no veinte—. Sólo espero que Kiroe-san se haya equivocado de verdad con el número y no tenga más bandejas escondidas por ahí...
Tomó un poco de ralladura de fresa, lo mezcló bien y tras rebozarlo en el azúcar volvió a amasarlo para darle forma redondeada. En aquella ocasión, le salió una esfera perfecta, y no pudo evitar pegar un saltito de alegría:
—¡Mira, mira! ¡Este es PERFECTO!
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