Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Yota y Nabi estaban sentados relativamente cerca cuando sucedió. Un trozo de estadio pasó justo entre los dos, aplastó a los ocupantes de asientos que estaban a su lado y los envió a ellos en dirección contraria, chocando contra otras personas más. Pronto, la grada se había vuelto un caos, y todo el mundo corría de un lado para otro.
A Kazuma y a Juro los estaba aplastando la muchedumbre. A uno le empujaban por un lado, y a otro por el otro. Casi parecía que se les cortaba la respiración, y cada dos por tres la cabeza del uno chocaba contra la del otro.
A Mitsuki le había caído un cascote prácticamente delante, y se había visto propulsada hacia arriba. Con suerte, había conseguido agarrarse al filo del muro del estadio. Desde allí, a su izquierda, podía ver claramente la figura del monstruo que había provocado el caos: una especie de tanuki marrón con manchas azules, grotesco, gigante y con una cola aún más gigante.
Riko estaba en un pasillo oscuro. Todo temblaba a su alrededor. Si echaba la vista arriba, estaba claro que su entorno se había desmoronado y estaba en las tripas del estadio. Pero sería peor si decidía dirigir su mirada hacia su alrededor. Los trozos de roca y madera: clavados en los cuerpos de las primeras víctimas de la masacre.
Daruu había pasado justo al lado de Mitsuki. Se había aferrado a su pierna en un último intento instintivo de frenar la caída, pero no había tenido suerte, y se le había resbalado la mano. Había caído aturdido en la hierba. De no ser por la vegetación, probablemente habría muerto. Pero tampoco había caído muy en gracia: le dolía horrores la pierna derecha, y no parecía que el asunto fuera a resolverse sin atención médica.
Karamaru estaba sentado justo detrás de Kaido cuando al tiburón le golpeó de lleno un trozo de pilar. El pedazo era lo suficientemente plano para que sólo le provocase una contusión de mediana gravedad: nada de lo que preocuparse porque su musculatura le permitió aguantar el golpe mejor que lo habría hecho cualquier humano. Sin embargo, al salir despedido hacia atrás, se llevó al calvo de camino y terminaron arrastrándose hasta una apertura que había abierto otro peñasco. Era una grieta en la pared del estadio. Si se asomaban por ella podrían ver a un herido Daruu sujetándose la pierna.
Mogura y Katomi estaban sentados en una zona que les permitió ser testigo directo del monstruo que acababa de entrar sin invitación al torneo. Justo en otra parte de la grada, además, donde no había mucho público, y la mayoría ya había salido corriendo.
Noemi y Ritsuko se encontraban en una trifulca con un acomodador porque se habían tenido que sentar en las escaleras, ya que la organización había contado mal el número de espectadores. Cuando la bestia entró en escena, la Arashikage apartó al acomodador de un puñetazo en la cara y les instó a que le ayudaran a evacuar al público.
Anzu no había podido resistir la urgencia de la naturaleza y se encontraba en el baño haciendo pis cuando el tanuki entró al estadio. Sintió un estruendo tremendo, y pareciera que el techo fuera a desprenderse en cualquier momento.
A dos metros por delante de ella el techo se desprendió y la puerta de los baños se tumbó para revelar a Tatsuya, que acababa de caer de su asiento enfrente de ella.
En primer lugar, quiero pediros disculpas por manipular a varios personajes, pero creo que no he cometido ninguna burrada en ningún sitio. Ha sido para crear situaciones diferentes, si no, os habría puesto a todos derrumbados en el suelo y no habría sido tan interesante desde el punto de vista narrativo, ¿no? Si alguien se ha ofendido y cree que he humillado a su personaje, por favor que me mande un MP y hablamos, pero no es mi intención.
En segundo lugar, los que no he mencionado en el primer turno tenéis que interpretar en base al último post de la final... Sois los protagonistas, por ahora, de modo que váis los últimos y tenéis ya trama para rato.
¿Bien? ¡Bien!
Vamos allá. Vamos a hacer algo innovador, ¿okay? Para esta primera ronda tenéis hasta 72 horas para contestar desde la última respuesta, y después de la primera masterización lo vamos a sustituir por... 48. Con la particularidad de que si contestáis antes de 24 horas, para la siguiente ronda volveréis a tener 72 para contestar.
8/06/2016, 22:39 (Última modificación: 9/06/2016, 00:02 por Sasagani Yota.)
Finalmente había llegado el gran día. La gran final en la que no tomaría parte activa.
La final femenina. Uzushio contra Ame.
Tenía todas mis esperanzas puestas en la determinación y el buen hacer de aquella chica peliazul que se había convertido en apenas un año en uno de mis grandes apoyos, tales y como lo eran mamá o la propia Setsuna-sensei. Hoy el momento de gloria debía ser para Mizumi Eri. Se lo había ganado con creces.
Había pasado tan solo una semana pero recordaba aquel combate con claridad, fui claramente superado por aquella inocente muchacha de ojos esmeraldas.
El cuerpo ya no me dolía como lo hizo hacia unos días. Me recuperé del maldito veneno y de los golpes que me dejaron renqueante, como si fuera un saco de boxeo, vaya.
Por tanto, me faltaron piernas para levantarme como un resorte y echar a correr en dirección al estadio el cual ya desde el exterior estaba adornado con delicadeza para la gran ocasión, además que bien temprano ya habían colas kilometricas. Esta vez no me libraría de la maldita cola de las narices.
Perdí al cuenta cuando llevaba una hora esperando pero al fin me encontraba en mi localidad arropado por mamá y Setsuna esperando que avisasen tanto a Ayame como a Eri a luchar. En el estadio no cabía un alfiler. Se notaba la expectación, la gente tenía ganas de un gran espectáculo.
La organización esperó al momento oportuno. Todo estaba calculado al milímetro pero al fin las llamaron a combatir y entonces el estadio estallo en un profundo y estruendoso griterio repleto de emociones, ¡Joder, se me había puesto la piel de gallina! Posteriormente empezó al pelea, al cosa estaba reñida pues Ayame también era una gran luchadora, por algo estaba en aquella final... Hasta que la de Amegakure usó su carta magna.
*¿Qué coño acaba de hacer?*
Incluso desde mi asiento sentí un poco de mareo y confusión.
clavé la vista en mi compatriota y vi que el terror se iba apoderando de su cuerpo a medida que aquella multitud de copias azabaches se acercaban a ella suplicando su rendición. Una rendición que no tardó en completarse.
-¡No! ¡Lo prometiste! ¡¡¡LUCHAAAAAAAAAA!!!-
Me había levantado de golpe, me había agarrado con fiereza a la barra de protección pero obviamente no pudo escucharme. Ayame entonces enfureció, buscando respuestas, tratando de proseguir con la pelea a su modo, asestándole otro golpe a la peliazul aunque todo pronto tomaría un rumbo muy distinto ya con la pelea finalizada de la peor forma posible.
Pero... Daré lo mejor de mí.
BOOM.
¡¡GRROOOOOOAAAAARR!!
Sin saber exactamente qué mierdas acababa de pasar, aquel estallido proveniente de los mismísimos infiernos me hizo despegar de mi localidad golpeándome con los demás espectadores de forma violenta.
-Me cago en mi puta vida-
Una vez todo sucedió empecé a asimilarlo como buenamente pude. Un maldito peñasco se había desprendido, ¿O quizás había sido golpeado por algo? Aquel rugido pareció cualquier cosa menos algo dócil y tranquilo. Unos centímetros hacía mí y habría sido sepultado bajo aquel montón de roca, supongo que debía dar las gracias. Pero gente inocente acababa de morir y fruto del golpe yo había salido despedido y golpeado varias cabezas, o costillas o vete a saber qué, pero la cabeza me retumbaba como si estuviera inmerso en una procesión de fin de año.
Y para colmo había perdido de vista a mamá y a Setsuna.
Empezaba a perder el norte fruto de los nervios. necesitaba localizarlas.
*¿Han muerto?*
Agité la cabeza ipsofacto de lado a lado, negandolo en primera instancia. Me negaba ante la simple posibilidad la cual era más que factible.
Traté de levantarme entre varios tembleques. Una vez más, los nervios pasaban factura y las piernas fallaron, cayendo nuevamente al suelo mientras trataba de levantarme.
-¡Mamá! ¡Setsuna!-
Quizás con la voz lograse localizarlas pero no recibí respuesta, lo cual contribuyó a alterarme todavía más. Los cuerpos de la gente herida, que también trataba de reincorporarse me rozaban, aumentando el malestar hasta que los aparté de mi espacio vital con rapidez y malas maneras.
-¡Quita coño!-
La situación lo había logrado, estaba fuera de mis casillas, descontrolado, completamente nervioso y en mi cabeza solo estaba el localizar a mamá y Setsuna-sensei. Era lo único que quería. Ya ni siquiera pensaba en lo que sucedía en la arena, pero fue entonces cuando vi como los peores presagios posibles se hicieron realidad.
Un bicho de proporciones descomunales estaba situado en la zona de combate, enorme, de un marrón claro como la maldita arena del desierto y lucía una cola de sus mismas proporciones, seguramente buscando sus tributos en forma de bocado. carne humana fresquita. Allí tenía toda la que quisiera para saciarse.
-Mierda..-dije, pensando en voz alta.
-¡Mamá!-
Volví a intentarlo esta vez levantándome con éxito volviendo a apartar a la gente de mi alrededor, la cual me dirigió alguien que otro insulto de desaprobación.
-¡Setsuna-sensei!-
Nada. Ni una sola respuesta.
Pero mis ojos inyectados en sangre buscaban sin cesar.
Maldita sea, no podía estar demasiado lejos. ¿Dónde narices estaban? La gente trataba de huir del lugar como podía y era cierto que era lo más sensato pero no iba a permitir que me arrebatasen a Setsuna y a mamá tal y como me arrebataron a papá.
De hecho llegué a recordar su cuerpo inerte sin vida y ensangrentado sobre mis brazos aquel amargo día de otoño.
Las lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas, humedeciéndolas, ante el miedo de perderlas, pese a negarme a creer aquello.
Finalmente me acerque al peñasco, quizás caminando y acercándome a aquello lograba encontrarlas, quizás me encontraba con un destino fatal pero necesitaba respuestas y cuanto antes mejor.
Se habia agenciado uno de los mejores asientos del estadio, o más bien, de la zona reservada para los antiguos participantes de Uzushiogakure y sus allegados, lo cual incluia a sus compañeros de equipo, incluida su sensei, y al nuevo Yota. No queria mediar palabra con ellos, no por ahora. Apenas habian intercambiado saludos y su silencio y aura natural habia dejado claro que no queria saber nada, no de momento. Aún así, no se habia librado de la mirada inquisitiva de la pelirroja, que parecia saber hasta lo que habia desayunado.
Se quedó sentado sin darle ninguna importancia a lo que pasaba a su alrededor, el estadio se fue llenando gradualmente de gente hasta que ahí no se escuchaba una mierda, las conversaciones subidas de tono cada vez estaban más subidas de tono, hasta que parecia una competición de chillidos de gallina. Finalmente, se anunció el inicio de la gran final, y durante un maravilloso segundo, reinó el silencio, hasta que explotó una muchedumbre deseosa de sangre que empezó a vitorear a las dos feminas que se iban a partir los dientes.
Ambas salieron al centro del estadio, pero tras un par de envites y un genjutsu de Ayame, Eri cayó al suelo y parecia estar totalmente fuera del combate, no fisicamente, pero sí psicologicamente. Nabi se encorbó hacia delante, con el sharingan activado intentando leerle los labios a Eri, y lo consiguió vagamente. Sin duda alguna se habia rendido. No tenia muy claro con que palabras exactamente pero todo encajaba. Y ahí deberia haber acabado el combate.
—¡HIJA DE MALA PECORA!
Pero la muy Amegakuriense de Aotsuki Ayame se aprovechó de la joven e inocente Eri, que acababa de finalizar el combate con su rendición. Tras unos gritos que resonaron por todo el estadio y unos sellos que avivaron una llama casi extinta en el corazón del Uchiha, la más negra y putrefacta de todas las llamas, la del odio. Todas sus fuerzas se concentraron en llegar ahí y partirle la boca a la muy cochina.
Sin embargo, la fuerza del destino le impidió levantar el culo del asiento, la fuerza del destino en forma de mujer pelirroja que colocó su mano sobre el hombro del rubio desde atras, presionandole hacia abajo con una fuerza descomunal. El Uchiha se giró, cuando sus ojos rojos chisporroteando de pura ira se encontraron con una pared petrea y fria de color esmeralda supo que no se iba a librar, iba a necesitar una verdadera catastrofe a escala bestial con colas para librarse del sutil yugo de su sensei.
Rapidamente, todos se dieron cuenta de que se habia rendido y procedieron a abuchear a la kunoichi, que ahora yacia desolada en medio del estadio, por suerte, un par de guardias se acercaron a ella para sacarla del foco de atención, que en este momento era el lugar más peligroso en el que se pudiera encontrar. Justo en ese instante, Shiori bajó la presión en el rubio, quien ya se habia planteado levantarse para adentrarse en las entrañas de aquella estructura parecida a las arenas donde se mataban los gladiadores, si esos gladiadores hubieran sido hippies y hubieran construido con madera y hierbitas. Joder que asco de madera.
Sin embargo, el destino tenia algo mucho más gordo y bijuual preparado para ese dia. Justo en el instante en que Nabi despegaba su culo del asiento, una brutal rafaga de aire le echó de nuevo sobre él. Despues de aquello el caos se hizo presente. Acompañado de un fuerte gusto a desesperación y un olor a sangre recien derramada y a... muerte.
BOOM.
¡¡GRROOOOOOAAAAARR!!
Como sacado del más antiguo de los libros con ilustraciones a todo color de bijuus, en medio del paisaje ahora se encontraba el único y legendario Shukaku con los ojos inyectados en sangre, destruyendo todo lo que podia mientras gritaba enfurecido y se deleitaba con el caos que él mismo originaba. Alzandose, nada perezoso y lleno de una energia descontrolada como todo bijuu.
Sin dudarlo un instante saltó de su sitio dispuesto a ir a por Eri y se dispuso a buscarla con la mirada. Aunque un cambio de planos le paso justo por delante suyo, e impactó de lleno en los asientos de su lado lanzandole en dirección contraria. Y entonces se dio cuenta de algo, habia un bicho gigante destruyendo y causando todo tipo de estragos. Aquel enorme trozo de estadio que acababa de aplastar a todo tipo de personas dejando un penetrante olor a sangre y organos internos.
Aquel olor llegó hasta lo más profundo de su cerebro, las imagenes empezaron a amontonarse. Sangre, peligro, sobrevivir. El reguero de sangre que empezaba a encharcar el suelo del estadio le recordó el peligro de estar en una situación en la que la única manera de sobrevivir es ganando. Perder es morir. Aquel muchacho, él lo habia matado. Lo mató por supervivencia. Por volver a ver la sonrisa de la única persona que le importaba en aquel momento, la única persona que importaba ahora y la única persona que iba a tener el honor de recibir la preocupación del rubio. Tragando saliva y algo de vomito que intentaba escapar de su estomago, se levantó.
Las gradas habian caido en el más absoluto caos. El sharingan en sus ojos le traicionaban revelando el aura inhumana que emitia aquel bicho del tamaño de un edificio. Pero ya le era indiferente. Solo habia una razón por la que estaba vivo, y si no actuaba esa razón podia morir, así que sin pensarselo dos veces se lanzó a la boca del loco, plantandose en la arena donde instantes antes aquella maldita Ayame habia traicionado toda moralidad y toda humanidad para atacar a alguien que no tenia intención de pelear, y aún peor, ese alguien era Eri, así que en la puta lista negra mental habia escrito ese nombre. Justo debajo de Hozuki Namiron, Aotsuki Ayame.
Llegó hasta la peliazul justo cuando esta recibia algún tipo de orden de Shiona, aunque era totalmente imposible oir una mierda con tanto grito, gruñido, estruendo, gimoteo, barullo, chillido y llanto. ¿¡Tan dificil era desesperarse en silencio!? Sin esperar ningún tipo de permiso, orden o lo que fuera, agarró el brazo de la kunoichi y tiró en dirección contraria al bijuu.
— ¡Eri, hay que salir de aqui! ¡AHORA!
La imagen del rubio tenia que ser consternadora como poco, tenia las piernas llenas de sangre ajena por haber caido al suelo al lado de un montón de cadaveres aplastados. Las rocas volaban de un lado a otro lanzadas por todo tipo de colisiones con el monstruo, coletazos, manotazos, orejazos... Ademas de que la estructura se desmoronaria en cualquier momento, debian salir por encima de este tan lejos como pudieran.
La única idea que tenia en la mente el muchacho era poner a salvo a Mizumi Eri, lo demas era polvo y ceniza para él. Todos sus compañeros importaban nada, toda su villa importaba nada, su propia vida no importaba. Habia que salvar a la kunoichi Eri.
Kazuma se encontraba disfrutando, muy cómodamente, del combate entre su compatriota y la chica de Amegakure. Estaba en las gradas, en una fila por debajo de donde estaba Juro. Le hubiese gustado el sentarse junto a su compañero y observar aquel despliegue de habilidades ninjas, pero el estadio estaba repleto de gente y levantarse de su asiento implicaría perderlo.
«Esto se está poniendo bueno —pensó en cuanto ambas participantes comenzaron a intercambiar ataques—. Es una lástima que Naomi y el viejo no pudiesen venir.»
Pero la aparente soledad en aquel mar de gente no le molestaba; Se encontraba completamente sumergido en las idas y venidas del encuentro, en las tácticas y en las técnicas usadas. Buena compañía eran el enorme bote de palomitas con mantequilla y el exagerado vaso de gaseosa que cargaba consigo.
De pronto la pelea final del torneo de los dojos llegó a un punto crítico; Las personas del público se encontraban ardiendo de emoción mientras trataban de transmitir su ánimo a las competidoras. Incluso la gente de Takigakure se mostraba entusiasmada, aunque no tenían a quien pudiesen apoyar abiertamente. La Aotsuki desplegó una serie de extraños “clones” que sin perder tiempo rodearon a su enemiga. El público se levantó y aulló de adrenalina antes tal espectáculo excepcional y ante la expectativa de cómo reaccionaría la Mizumi. Pero lo que aconteció después hizo descender un efímero y terrible silencio sobre todas y cada una de las personas que se encontraban como espectadores. «Y así, lo que estaba soportando tanta presión, terminó por quebrarse.»
—Me rindo. —Fue lo que exclamó su compañera de villa.
Las palabras fueron dichas sin fuerza y sin convicción, pero la forma en cómo rompió a llorar logró que todos captaran el mensaje. Daba la sensación de que con esa frase, Eri les había robado, a todos, el aliento y las esperanzas de ver un espectáculo digno de contar a sus descendientes.
«Esto no está bien; Ya estaba seguro de que Eri no podría con todo el peso que representaba la final, pero esta forma de hacer las cosas no va dejar a nadie satisfecho… En estos combates lo más importante no eran la fuerza o la victoria, eran el espectáculo y la apariencia.»
Las voces del público comenzaron a volver lentamente, primero como un susurro pero luego fue cobrando fuerza hasta tener la magnitud de una furiosa tormenta. Los gritos y los insultos comenzaron a manifestarse con una inclemencia brutal, mientras la insatisfacción comenzaba a regarse como un incendio.
—¡Hey, no había terminado con eso! —Exclamó cuando las personas aledañas le despojaron de sus golosinas para aventarlas hacia la arena, más específicamente hacia la joven de Uzushio.
«Bueno, el combate se puede dar por terminado, pero... —se levantó emocionado al ver como Datsue entraba en la arena—. Aun tengo el espectáculo de consolación.» En ningún momento había tenido dudas de que ganaría la apuesta, pero no estaba seguro de si el Uchiha estaría dispuesto a cumplir.
Sintió una enorme satisfacción al ver todo aquella especie de sátira que el de Takigakure estaba montando. Él estaba disfrutando de lo lindo, pero no podía decirse lo mismo de todos los demás espectadores decepcionados. A la peliazul la estaban retirando rápidamente del campo, mientras que la ganadora confrontaba el descomunal bochorno al cual la estaba sometiendo aquel joven y poco consciente apostador. «Me siento bien porque esto de la apuesta se diera a la perfección, pero también me siento un poco mal por aquellas chicas; Después de todos iban a demostrar el gran poder de las Kunoichis, todo un hito necesario en una profesión de tradiciones bastante machistas. Estaban tan cerca del honor y la gloria… Pero ahora solo serán recordadas como “Ayame la que ganó sin luchar y Eri la que perdió sin luchar”.» No podía evitar imaginar lo crueles y terribles que serían con ellas los medios impresos y los chismes que se presentarían durante un muy largo tiempo, por meses y hasta por años quizás... En el peor de los casos, serían acosadas de por vida.
—¿Qué sucede allí abajo? —De pronto las cosas comenzaron a volverse mucho más confusas.
De un momento a otro alguien más apareció sobre el campo de batalla. Se trataba del mismísimo Kawakage. El joven de ojos grises trago grueso, pues no daba crédito a lo que veía. El líder de aquella aldea bajó de su palco solo para darle un buen golpe a Datsue. No estaba seguro de que hacer, no se imaginaba que lo de la apuesta fuera a acarrear problemas de semejante magnitud a aquel chico.
«Joder… No puedo dejarle toda la culpa a Datsue, pero tampoco quiero ganarme una bronca. Debí verlo venir, los Kages no son famosos por su sentido del humor.» Se llevó las manos al cabello, tratando de encontrar una solución que fuera lo más honorable y lo menos problemática posible.
De pronto sucedió una enorme explosión que mandó a todos contra el suelo y las paredes. Luego un rugido desgarrador que parecía provenir de algo más allá de lo que un humano pudiese imaginar.
Kazuma se levantó como pudo, quitándose de encima a alguien que había quedado inconsciente al caer sobre él. Cuando abrió los ojos se encontró en un lugar completamente distinto y que en nada se parecía al mundo que había visto la última vez que parpadeo. El estadio ahora estaba prácticamente en ruinas y reinaba aquel familiar y ominoso silencio que se manifiesta cuando una tragedia golpea por sorpresa.
Antes de poder moverse las personas comenzaron a correr a su alrededor, como dirigidas por un rugido que volvía a golpear sus pechos con ferocidad. La mayoría de las personas eran más altas que él, por lo que le impedían ver que sucedía en los alrededores, la única información que tenía era la del fugaz vistazo que había arrojado. La única razón por la cual no caía, y era aplastado por la multitud enloquecida, era porque estaba utilizando chakra en sus pies para mantenerse firme en su sitio.
—¿Pero qué demonios es lo que sucede? —no encontraba la forma de salir de aquella marea humana que lo mantenía anclado al lugar donde estaba su asiento—. ¡¿Juro, dónde estás?! —Gritó con todas sus fuerzas, con la esperanza de que su compañero que hasta hace poco estaba cerca pudiese escucharlo entre el caos reinante.
Su mirada se posó en el combate, después en la muchedumbre de gente, y luego otra vez al combate. Así llevaba un rato ya, antes incluso de que el combate empezase.
Se encontraba en una buena zona para ver el combate. Sus compañeros no estaban muy lejos, de hecho, Kazuma estaba una fila por debajo. Eso le tranquilizaba un poco. Nada más llegar, gracias a la muchedumbre y a los pocos asientos libres, se había separado de su hermana, que no debía de andar lejos.
"Estará bien. Seguramente estará por esta zona, no muy lejos..."
Trató de sacar pecho. No quería verse como un niño asustado que no encontraba a su madre. Se mantuvo observando el combate, y presenció como se decantaba a favor de la chica de amegakure, la rival que le había apalizado una ronda atrás. Juro observó con curiosidad como esta utilizaba técnicas que no había visto antes. Repentinamente, el campo se había llenado totalmente de figuras negras y ella había desaparecido.
"Parece que se ha puesto seria..."
Sin embargo, poco le duró la observación. Pronto, el combate cambió las tornas a algo inesperado.
—Me rindo.
Pronto, el estadio se sumó en una gran protesta. Juro torció el gesto, sin saber que hacer. Se sintió mal por Eri. No supo que le ocurría, pero quizás no tuviese las fuerzas para pelear en ese momento. Trató de imaginarse en su lugar, llegando hasta la final... Si, puede que los nervios le hubiesen jugado una mala pasada.
Pensó en tratar de decir algo, unas palabras que la confortasen, hasta recordar que estaba demasiado lejos para que su voz pudiese ser escuchada. Se cruzó de brazos, pensando una solución. Pronto, la gente comenzó a lanzar cosas hacia la arena en medio de los gritos y los abucheos.
Pronto, alguien corrió entre el público. Juro pensó en que podría ser algun loco en contra de Eri. Sin embargo, se acercó a Ayame y comenzó a hablarle. Frunció el ceño. Al verle mejor, pudo recordar que le sonaba de algo. Pero no caía muy bien donde lo había visto... Mientras, unos guardias parecieron llevarse a Eri, algo que le tranquilizó bastante. A Juro no le gustaban las muchedumbres enfurecidas, sobretodo si estaban en contra de su amiga...
Y de repente, un hombre se materializó junto a Datsue, a gran velocidad. Juro lo reconoció. Era el kage de Takigakure.
"Esto ya se esta descontrolando..."
El kawakage golpeó al que se había atrevido a irrumpir en el campo. El desorden estaba presente. La gente gritando, Eri alejandose cabizbaja, Ayame contemplando la escena... Todo se volvió un pequeño fotograma, una pequeña parte de la escena. Durante unos momentos, fue como si el propio tiempo se detuviese...
Una especie de explosión destrozó el marco. Lo que antes había sido una grada perfectamente construida, se volvió un mar de escombros. Durante unos momentos, Juro se quedó ensimismado, sin saber que estaba pasando, hasta que notó que algo iba mal.
No pudo ver bien la escena, y desde luego, no pudo ver que la había provocado. Una fina nube de polvo cubría el ambiente. Pero además de la explosión, había escuchado algo más...
- ¿Un rugido? - murmuró, dudoso - ¿Qué esta pasando?
Elevó la cabeza, cada vez más nervioso. Buscó con desesperación a su hermana. ¿Por qué justamente tenía que separarse de ella en el momento en que más la necesitaba ¿Donde se había metido?
-¡Katsue! - gritó, todo lo alto que pudo - ¡Katsu...!
Pronto, no tuvo fuerzas para gritar. La gente a su alrededor se arremolinó, buscando escapar del lugar. El escaso lugar y la desesperación había provocado una gran presión, tanto, que Juro sucumbió a ella en un primer momento. Fue literalmente tragado por la gente.
Trató de no perder el equilibrio, siendo consciente de que si caía, acabaría destrozado entre la multitud. Empujó y saltó, cada vez más desesperado. El ambiente era contagioso. No se sentía como un ninja preparado. Tenía miedo. Estaba solo.
Saltó y saltó con desesperación, tratando de abrir un hueco para poder respirar, empleando toda la fuerza con la que sus manos contaba.
—¡¿Juro, dónde estás?!
"¿Kazuma?" - Juro cayó en la cuenta. ¡Habían estado practicamente al lado antes de la explosión!
— ¡Kazuma! - Juro alzó la mano entre la multitud y saltó más, esperando que le oyese. Pronto, fue otra vez movido por la gente, quién lo empujó hacia un lado
Afortunadamente, su zona había tenido más suerte. La gente le movió hacia un lado, y hacia otro... Pronto, notó un fuerte golpe en la cabeza. Juro miró hacia el lado, y pudo ver a su compañero. Se lamentó por él. En menuda posición debía estar para que su cabeza diese contra la suya.
— ¡Estoy aqui, estoy aqui! — exclamó, un poco más desesperado que antes. Tenía que salir de ahí como fuese, la gente le agobiaba, le quitaba la respiración, le tapaba la visión.
Pronto notó otro fuerte golpe. Si, otro cabezazo...
El combate acababa de empezar cuando Mitsuki llegaba junto a su asiento, había tenido que despedir al Sr Hayate antes de entrar al estadio y eso la había retrasado varios minutos. Además, la ropa que había elegido no le permitía moverse excesivamente rápido pues el bajo del yukata es bastante cerrado. Era de color azul cielo, con motivos bastante coloridos inspirados en una jardín tradicional con carpas, un cinturón del mismo color, al igual que el lazo que le recogía el cabello en una cola de caballo que apenas dejaba escapar un par de mechones que le enmarcaban el rostro.
Su sitio estaba justo en la última fila del graderío, como el combate estaba empezado decidió quedarse de pie detrás de su localidad para no molestar a los que ya estaban sentados, pasar por un lugar tan estrecho con su yukata.
La peliblanca dirigió su mirada hasta el centro del estadio, allí en la arena pudo ver como comenzaban las hostilidades entre una tal Eri de Uzushio y Ayame de Amegakure. Al verla moverse recordó el encuentro entre ella y el chico araña, no pudo evitar sentir cierta preferencia por la de Ame, a pesar de que la otra chica pertenecía a la Aldea que Mitsuki servía en aquel momento. Sin embargo, para la de Kusabi, no era muy diferente una persona de un lado u otro y teniendo en cuenta que era solo un torneo se permitió seguir su corazón.
El combate no se alargó demasiado, una excelente jugada de la de cabellos azabache, acabó en una rendición por parte de la peliazul. Al igual que el resto del estadio, no pudo evitar la sorpresa pero pudo entender perfectamente que se retirase al contrario que el resto del público que comenzó a gritar de manera enfurecida.
"Pobre chica... el público no tiene piedad con ella..." lamento la peliblanca que empatizaba de lleno con la rendida, seguramente ella hubiese hecho lo mismo en esa situación
Para más sorpresa, Ayame pareció no tomarse para nada bien la rendición y lejos de celebrar su victoria comenzó a increpar a la Uzu. Debido a la distancia, Mitsuki, no sabía muy bien que era lo que le estaba diciendo pero tras lanzarle un puñetazo imaginó que nada bueno. Además, para añadirle aún más de perplejida a la situación un chico del público saltó a la arena.
"¿Qué hace?" la de Kusabi no se esperaba que el chico plantase rodilla al suelo para entregar una flor, aunque le pareció un bonito detalle si se tenía a bien evitar valorar el contexto de la situación "Me temo que se esta metiendo en un lío" Mitsuki esperaba que la guardia del torneo interviniese de un momento a otro, pero no fue así en su lugar una de los kages fué el que lo hizo. Era una lástima estar tan lejos, escuchar lo que aquel hombre estaría diciéndole al chico que parecía conocer de algo debía de ser bastante entretenido por las carcajadas que levantó en el público.
"Ese chico me suena de algo... ¿No fue el que amañó su combate?" trataba de recordar la peliblanca cuando de repente, todo se detuvo.
El tiempo se paró, un instante que le parecieron décadas. Un instante que lo rompió todo.
Una fuerte explosión y un rugido como nunca había oído, para Mitsuki debía de provenir desde lo más profundo de algún infierno. Un infierno que se había desatado ante ella, de repente una piedra impacto en la fila de asientos que había justo delante de ella, justo done debía de haber estado sentado ella, aplastando a todos los que allí estaban.
El impacto fue tan poderoso, que hizo que la joven saliese despedida hacia atrás, golpeando con la espalda la barandilla final del estadio lo que la hizo casi caer al vacío si no llega a ser por que estuvo rápida y logró aferrarse con su mano derecha al borde del mismo. Una sombra pasó a su lado, no pudo ver quién era, pero parecía un chico, pudo intuir su mano alargada. Ella trató de alargar la suya para agarrarlo, pero era tarde, sintió como resbalaba por su pierna y caía.
La peliblanca trató de buscar con la mirada al chico que caía, pero sus ojos se quedaron clavados en la criatura que comenzaba a dejarse ver entre tanta humareda. Era gigante, nunca había visto nada tan grande, era casi como un palacio de un señor feudal.
Aquella bestia rugía desaforadamente, provocando que todo el estadio temblase como si de un terremoto se tratase.
"¿Qué es eso...?" la chica no podía dar crédito a lo que estaba viendo, casi se había olvidado que estaba apunto de caer al vacío pero una mirada hacia abajo la hizo reaccionar.
Con bastante trabajo, logró asirse hasta lo alto del graderío de nuevo. Nada más poner los pies en suelo firme, una sola mirada le bastó para comprender lo crítica que era la situación. Gente corriendo por todos lados, ensangrentada, gritando, buscando a sus familiares, llorando, intentando sacar cuerpos desde debajo de los escombros.
—¿Qué está pasando?— lanzó aquella pregunta para sí misma, esperando que el hacerlo en voz alta le ofreciese alguna posibilidad de repuesta, mientras miraba a un lado y a otro sin saber muy bien que hacer, ¿cómo podía ayudar alguien como ella en una situación como aquella?
17/06/2016, 12:30 (Última modificación: 17/06/2016, 12:31 por Riko.)
Había llegado el gran día, el día que toda persona en aquella localidad llevaba esperando desde que aquel fantástico evento había dado comienzo, el día de la gran final, final con representación de su villa, Uzushiogakure, por lo que estaba claro a quien iba a apoyar, a pesar de no conocer demasiado a Eri, no dejaban de ser compatriotas, por lo que la animaría como si fuese una de sus más queridas amigas.
Sus padres le esperaban tras la puerta de su habitación en el hotel, vestidos con ropajes dignos de una situación como aquella, en la que, al fin y al cabo, querían mostrar cómo se las gastaban en la villa del Remolino. Habían conseguido unas entradas espléndidas, que tenían reservadas desde el inicio del torneo, por lo que les sería muy fácil disfrutar en todo su esplendor del combate que se iba a librar.
No tardaron demasiado en alcanzar el lugar en el que se iba a luchar, y rápidamente uno de los mozos encargados de dirigir a los espectadores les guió a sus asientos. No pasaron ni 5 minutos hasta que el estadio estaba completo, no cabía ni un senbon más en las gradas, al menos en las de su zona.
Y el combate empezó. El furor de la gente que esperaba impaciente no se hizo esperar y prácticamente era imposible hablar con el que tenías al lado, pero aquello era irrelevante.
— ¡Vamos Eriiiiiiiiii! — Gritó el muchacho cuando comenzó.
Riko no se perdió un solo detalle del combate, prácticamente se podría decir que ni parpadeó, por lo que fue capaz de ver como se iban complicando las cosas para la peliazul, hasta que, de repente, algo en lo que ni siquiera se había parado a pensar.
- Me rindo.
Aquellas palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre los espectadores, que parecían no comprender cómo era posible que aquella jovencita se rindiera en lugar de seguir proporcionándoles entretenimiento. Lanzaban palabras que, si la joven las escuchaba, de seguro que se sentiría herida, pero aquello no era lo peor, un joven, no mucho mayor que él, se había lanzado al campo de lucha, y aunque no podía escuchar lo que hablaban, debería tener una excusa más que decente para estar allí.
Y, tan repentino como la aparición de aquel joven en el centro del estadio, ocurrió algo que nadie podía haber esperado. Un estallido retumbó como miles de tambores, y un rugido propio de una criatura de leyendas y cuentos lo siguió y de repente Riko se encontraba tirado en el suelo, todo estaba oscuro y apenas podía respirar.
El rastas apenas podía ponerse en pie, el golpe que había recibido contra el suelo había sido bastante grande, incluso notó como un pequeño chorro de sangre brotaba de su ceja derecha, recorriendo rápidamente el lateral de la cara del joven. Cuando pudo ponerse en pie, tenía bien claro que tenía que hacer.
— ¡Mamáaaaaaaa! ¡Papáaaaaaa! ¿Dónde estáaaaaaais?
Miraba en todas direcciones, y probablemente esto fue la peor idea que pudo haber tenido, allí donde miraba, nada más que veía muerte, gente atravesada por partes del estadio, otros aplastados por los pedazos de las gradas que se habían desmoronado... No tardo ni dos segundos en empezar a vomitar ante aquel grotesco espectáculo, pero aquello no podía frenarlo en la búsqueda de sus padres, solo rezaba por que a ellos no les hubiera pasado lo mismo.
No tardó demasiado en localizar a sus padres. Su madre se encontraba de rodillas junto a su padre, que yacía sentado tratando de quitarse de encima un pedrusco que le había caído sobre su pierna derecha. Con la ayuda de Riko y de su madre, fueron capaces de liberarle la pierna.
— Tenemos que irnos de aquí, no podemos quedarnos. — Dijo el joven mirando a sus padres mientras se echaba el brazo de su padre al hombro para ayudarle a caminar.
Rápidamente, los tres comenzaron a caminar por aquel pasillo oscuro, evitando cadáveres, escombros y gente sollozando. Aunque fuera duro, tenía que aclarar sus prioridades, y en aquel momento, su mayor prioridad era salir de allí vivo con su madre y su padre, por lo que no pensaba distraerse.
18/06/2016, 08:33 (Última modificación: 18/06/2016, 08:53 por Umikiba Kaido.)
El escualo acomodaba plácidamente su azulado trasero sobre la grada y dejaba reposar sus piernas sobre el cabezal de los asientos inferiores. Como rey en su trono, Kaido se había hecho su propio espacio para disfrutar de uno de los eventos más esperados por los ciudadanos de los Dojos del Combatiente y a su lado le acompañaba el joven Shirogama, un vendedor-transeúnte de la ciudad de Tanzaku que habría acompañado al tiburón durante su revoltoso viaje por el País del fuego, obligándole, prácticamente, a acudir al famoso torneo. No por nada había faltado a las primeras dos rondas, pero después de tanto resquemor al evento por el simple hecho de no haber podido participar, allí se encontraba, deseando ver en primera fila como su compañera ganaba el jodido torneo de una buena vez.
Porque si de algo estaba seguro, es de que Ayame limpiaría el suelo con Eri. Las conocía a ambas, y aunque podría decirse que las dos eran tan débiles y delicadas como un jodido fideo cocido; la de Amegakure seguramente estaría más motivada por el asunto de su promesa. Si los nervios no le traicionaban, todo sería pan comido.
[...]
El combate comenzó y las damas no dudaron en tantearse. El desarrollo del mismo fue según lo esperado por cualquiera y ninguna parecía tomar la ventaja suficiente como para tener la posibilidad de acabar con el combate, aunque la resolución en los movimientos de Ayame comenzaba a ser más determinante mientras los ir y venir de la batalla fueran suscitándose. La amplia gama de espectadores —incluyendo al mismísimo tiburón— podría sentirse conforme del espectáculo, teniendo en cuenta que hasta el momento; ninguna había sobornado a la otra, ni mucho menos.
Pero el pez muere por la boca. Y en cuanto Kaido le comentó a Shirogama su conformidad con la pelea, la contrincante de su compañera de aldea espetó las palabras mágicas. Un certero "me rindo" para traer a su persona y a su aldea el deshonor que un cobarde se merece. Ayame le replicó un par de veces, intercambiaron palabras inaudibles para el resto de la muchedumbre, y concluyeron el encuentro con la visita inesperada de una cara conocida. La de Datsue, cuyas manos sostenían una flor.
«Quién lo diría... el sobornador tiene su lado romántico. ¡Que bello!»
A partir de allí todo comenzó a ponerse lo suficientemente extraño como para que el tiburón sintiese la necesidad de levantar el culo e intentar mirar más de cerca todo el asunto. No era para menos, cuando además de Datsue, el líder de la Cascada decidió también acercarse al tumulto de gente en el centro del campo. Se le veía enojado, y kaido no podía esperar a ver como le metía el chanclazo a su protegido... aunque la espera era de lo menos que tendría que preocuparse.
[...]
El estruendo le golpeó el alma y le obligó a retroceder por instinto. Aquella magnífica explosión le había calado hasta los huesos y le estrujó tanto los tímpanos que lo único que podía oír era un incesante, neto y constante pitido chillón que le hizo perder el equilibrio. A su lado, Shirogama luchaba por contener la calma pero el miedo le invadió de tal manera que salió corriendo despavorido hacia el lado contrario de su azulado acompañante.
Para Kaido todo duró una eternidad. Podía sentir incluso el temor y la confusión ajena, por no decir que la suya ya era suficiente como para obligarlo a huir de las gradas en cuanto recobrara la compostura. Pero como si tratase de un claro augurio de muerte, el chillido de sus oídos se detuvo en seco para abrir paso al certero rugido que auspiciaba el verdadero terror; pues a pesar de que el escualo desconocía totalmente lo que podría haber causado semejante catástrofe, él pudo sentir, de bestia a bestia, el verdadero canto que secundaba la destrucción.
¡¡GRROOOOOOAAAAARR!!
Tenía la cabeza por todos lados. Tanto grito despavorido, polvo y desastre le impedía poner en orden sus ideas para así tomar la decisión más acertada en ese momento. Por tal razón, no pudo siquiera percatarse del inminente peligro que salió despedido hacia a él entre los escombros. Un enorme pedazo de madera que terminó por golpearle la cabeza y enviarle, además, despedido hacia las gradas superiores; haciendo que se llevase de por medio a una persona. Fue en esa circunstancia que pudo comprobar la verdadera ventaja de ser un Umi no Shisoku; fue su resistencia sobrenatural la que le permitió soportar semejante impacto sin padecer más que un buen dolor de cabeza. El color de su piel no era más que un precio mínimo a pagar cuando se tenía una ventaja física tan importante como la suya.
—¡Mierda! —espetó con garganta quebrada. Intentó recomponerse tan pronto como le fuera posible y dejó caer su cuerpo entre los pedrales laterales, quejándose del dolor —. ¡Eh, tío; ¿estás bien?
Su pregunta no le distrajo de la cruda realidad. Estaba rodeado de escombros, peldaños y amplias fisuras en toda la estructura del inmenso campo de batalla. Si bien había tenido suerte de no haber muerto en el acto como tantos otros, no creía que aquello durase mucho si los que habían causado aquello se encontraban, aún, en el lugar.
—Mueve tu jodida calva y salgamos de aquí, no quiero morir sin haber tocado mi primer par de tetas, ¿vale?... ¡vamos!
Finalmente llegaba el final de ese torneo en donde el calvo había sido humillado. Gracias a ese combate con un tal Yota, un nombre que todavía lo hacía estremecer, pudo reflexionar sobre su vida como shinobi y como seguir adelante. Su estadía en ese lugar fue deprimente y triste pero afortunadamente se acercaba el momento de regresar a casa, solo quedaba un combate entre dos kunoichi. Una era de su pueblo, Amegakure, y estaba bastante orgulloso por ello.
Llegó al estadio sin túnica negra ni su cónico sombrero y tampoco le prestó mucha atención a la gente que le rodeaba. Se dedicó a sentarse en su lugar y mirar el combate de reojo, todavía seguía mal por no haber podido rendir en el suyo pero en el fondo alentaba a Ayame desde el fondo de su ser. Ame tenía que salir victorioso de ese combate, pero algo impediría ese momento de satisfacción y emoción para su compañera de aldea.
Fue lo que le llamó la atención, algo que hizo que perdiese la cabeza y mirase con los ojos como platos el escenario principal. Un ligero "¡Me rindo!" causó una mini-cólera interna en el calvo. El había podido resistir la humillación con tal de no acabar prematuramente el combate y esa chica, que pudo lograr llegar a la final, no podía hacerlo. Los sucesos comenzaron a ocurrir con rapidez y cuando el pelado se levantó de su asiento para quejarse de la actitud un destello iluminó sus ojos. En tan solo unos segundos se vio obligado a tapar su cara con sus brazos a causa de una fuerte corriente de viento.
Cuando recién pudo pispear por encima de ellos un grito ensordecedor irrumpió en sus oídos y causó el alboroto de toda la muchedumbre. Una gran forma de vida de características monstruosas apareció en el medio del estadio y lo primero que largó fue un gran alarido...
¡¡GRROOOOOOAAAAARR!!
Un oso gigante compuesto de arena y trazos azules se hizo protagonista del evento. Los pilares de las tribunas comenzaron a venirse abajo y los cimientos temblaban cada vez con más violencia. Un terremoto sacudía a todos los espectadores y solo había una cosa segura en ese momento.
«El poder de esa cosa es.... indescriptible»
Incluso los más gennin como él debían de sentir esa imponente energía que emanaba la bestia de una sola cola. Un desconocido Shukaku, por lo menos para Karamaru, oprimía el alma de los más débiles solo con su presencia. No había tiempo que perder, tenía que salir de allí rápido pero a la vez era su deber ayudar a la evacuación de la zona. El cenobita sabía completamente que los civiles estaban más aterrados y menos protegidos.
Pero el tiempo lo apresuró a Karamaru y en su indecisión cometió el pecado de permanecer demasiado tiempo en el mismo lugar, con los brazos cubriéndole la cara. Un cuerpo le impactó justo en el estomago y salieron volando contra la pared del estadio que logró detenerlos sin mayores daños. Fue un golpe duro, pero el monje se entrenaba día a día para tratar de resistir ese tipo de agresión física.
Su vista estaba un poco borrosa mientras yacía con el culo en el piso pero cuando se pudo recuperar y postrar sobre sus pies escuchó a alguien que le hablaba, no se podía descansar ni un segundo en una situación como esa y eso era incuestionable.
¡Eh, tío; ¿estás bien?
Si si, gracias.
Mueve tu jodida calva y salgamos de aquí, no quiero morir sin haber tocado mi primer par de tetas, ¿vale?... ¡vamos!
¿Tetas? ¿Había dicho tetas en un momento como ese? Eso fue lo último que pensó Karamaru que sin dudar ni un segundo se acercó lo más que podía al cuerpo que le hablaba. Tenía un color de piel fuera de lo común y una cara un poco intimidante pero en esa situación uno no se pone a analizar a sus amigos y menos cuando llevan el mismo símbolo de aldea que uno.
El calvo pasó cerca del límite del estadio con una irresistible tentación de mirar por la cornisa. En el fondo de todo, en el suelo, se encontraba un hombre tirado y con una bandana que Karamaru no tardó en reconocer. Amegakure.
¡EEEHH!- gritó el pelado a la misma persona que antes le había hablado- Allí abajo hay uno de los nuestros, debemos ayudarlo.
Expectante a la respuesta se quedó inmóvil mirando a la gente corriendo a su alrededor, un poco aliviado, tal vez, por no sentir tanta impotencia como la sufrían esas personas.
"El miedo es el camino al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y el sufrimiento al lado oscuro"
-Maestro Yoda.
En la cúspide del torneo se vio de pronto con un sabor agridulce en el paladar. Por una parte, aquella kunoichi de Uzushio de cabello azul parecía rendirse. Por otra parte, deseaba que Ayame ganase justamente, y no por un cúmulo de circunstancias. Estaba pegado a su asiento por pura fuerza de voluntad, pero en realidad quería levantarse y gritar muy fuerte que la batalla continuara.
Eso, claro, es lo que estaba pasando antes de la tragedia.
Un estruendo terrible, una nube de polvo y astillas que le cegó le hirió y le desorientó por completo. Un enorme golpe que le sacudió, el sonido del aire cortando el espacio a su alrededor...
Abrió los ojos y vio que estaba volando. Subió por encima de las gradas y sólo atisbó una parte de lo que aquél monstruo representaba: una gigantesca cola con espinas, marrón y negra.
«¿¡Qué está pasan...!?»
"Rápido, reacciona", le dijo su cabeza, y se agarró a la pierna de alguien que ya luchaba por sostenerse. Era egoísta, pero no pudo pensar en nada más. Ni siquiera sabía quien era. La mano resbaló, sin embargo, y se precipitó irremediablemente a la hierba de fuera del estadio. Algo que no quería saber qué era hizo un fuerte crack cuando aterrizó, y el latigazo de dolor en su pierna le chivó a escondidas y a traición de que efectivamente se trataba de su pierna.
Gritó un improperio más grande que aquella cosa salida de los infiernos y se agarró la extremidad, incapaz de pensar en ese mismo momento más que en lo mucho que le dolía.
19/06/2016, 23:25 (Última modificación: 19/06/2016, 23:25 por Aiko.)
Habían pasado unos cuantos días desde que la chica despertó en una cama ajena, con todo el cuerpo magullado y aún mas cicatrices. Por suerte, casi se había acostumbrado a ello, al menos su cuerpo. No parecía que hubiese sobrevivido a una paliza como la que recibió en casa de su padrastro a manos de esos guardias personales, ya andaba y todo. Casi se podría decir que su cuerpo se había amoldado a un ritmo de vida un tanto frenético, en lo que a la recuperación al menos se refiere.
Sin demasiado ánimo, la chica reposó como dios manda, y se contuvo de hacer la tontería que tenía en mente. —Romperle la cara a su padrastro, obviamente.— Sabía que no era aún rival para esos guardias personales, y además de ellos, una enorme corte le cubría la espalda. Si bien lo dijo un sabio, el dinero es poder.
Al menos tenía clara una cosa, debía darse en prisa en cumplir sus objetivos, fuera cual fuera de los dos. El de darle la paliza era evidentemente que sería el mas demorado, quizás era hora de pillar todos y cada uno de sus ryos e invertirlo en un negocio. Ya tenía claro que no iba a ser cosa fácil, pero evidentemente iba a tardar menos en poder ayudar a su madre de esa manera. Si cumplía con eso, podría mantener ella misma a su madre, ofrecerle todos los lujos a los que ella acostumbraba... y como no, separala de ese hijo de la grandisima señora que vende su cuerpo en una esquina transitada.
Está mal llamar a una mujer así, pero esa señora mínimo hacía eso. Criar a una mala pécora de esa calaña no podía ser de buena señora.
Ataviada con su ropa, y sin armas salvo un par de miseros kunais, la chica salió a la calle por fin. Cuando lo hizo, no pudo evitar ser sorprendida por un bullicio de gente que no era normal. La ciudad no le ea familiar, pero sin duda había algo raro, quizás algún evento. Sin demasiados ánimos, se puso a investigar, y poco tardó en darse cuenta del acontecimiento; se estaba celebrando un gran torneo.
«Diablos... ¿un torneo?»
Para cuando se quiso dar cuenta, el bullicio de la gente, los empujones, y en sí la corriente de aquella marea humana, la habían llevado frente a la entrada. Donde un rostro se le hizo mas que reconocible, una cabellera azabache y unas prendas que sin duda eran las del curandero que una vez la acompañó a cenar.
Escurriéndose entre personas, la chica recortó las distancias con éste todo lo que pudo, cosa que no fue fácil. Finalmente llegó hasta él, pero no fue antes de que éste tomase asiento, expectante del combate. Tampoco era para menos, se trataba ni mas ni menos que de la gran final.
Sin permiso, se sentó junto a él, y le pagó con una sonrisa. Hacía tiempo que no se veían, tampoco quería preocuparlo con su reciente incidente. Ya habría tiempo para hablar sobre eso.
[...]
Pasaron un rato observando el torneo, una pelea de lo mas rara entre un par de chicas. Una era reconocible, una kunoichi de Amegakure; mientras que la otra, parecía pertenecer a la aldea del chico de las rastas, Riko. Entre una cosa y otra, la pelea fue de lo mas desbocada al inicio, pero comenzó a estropearse un tanto. En mitad del combate, un chico se entrometió, y hasta uno de los señores al mando de las aldeas tuvo que salir al estadio.
«¿Esto... esto es un torneo de verdad? Que poca organización... ¿Cómo no le han detenido antes de saltar al tatami?»
Quiso hacer un inciso en la batalla, iba a quejarse a Mogura diciéndole que este combate parecía de cómic, pero antes de que eso le fuese posible... todo se fue a la puta.
BOOM.
¡¡GRROOOOOOAAAAARR!!
Un invitado para nada deseado hizo gala de presencia, y sin haber avisado de que venía a merendar, puso todo patas para arriba. Poco mas que un rugido le bastó para desmontar la mitad del estadio. La gente voló, y otra gente volaba de esos primeros, y unas pocas de arboladas le hubiesen salvado... pero allí no habían mas que muros. Al final quedaron como pegatinas, estampados en la piedra caliza.
Desde la posición privilegiada de la peliblanco, se podía ver perfectamente al creador de todo el desorden. Una cola, unos ojos inyectados en sangre, y un tamaño atroz. No cabía duda, se trataba de uno de los demonios con cola de los que tanto hablaban los libros. Uno de esos monstruos con los que cuando eres pequeña te amenazan de que si no duermes vendrán a comerte. No era para menos.
—HOSTIA PUTA! LA MADRE QUE ME PARIÓ!!— Vociferó asustada la chica mientras se levantaba del palco.
Rápidamente llevó la vista hacia su lado, y tomó a Mogura por el brazo. Su cuerpo temblaba como un flan de huevo.
Por sus mejillas corrían un par de lagrimas, fruto del estrés que tenía ahora mismo. Ya no era solo el momento, que también, todo se le estaba acumulando... ¿Acaso no iba a tener un solo respiro? Diablos, cuando la vida aprieta el cuello lo hace de verdad.
«¿¿PERO QUÉ HACES TONTA!?»
Ni ella misma lo creía, estaba paralizada por el miedo y la situación.
Después de varios días de estar paseando por el lugar donde se estaba celebrando el torneo y que por llegar tarde se había perdido casi todo de este, tenía la oportunidad de sentarse tranquilamente y observar al menos el ultimo combate, la gran final que todos estaban esperando.
Esa fecha marcaría el final de una temporada que parecía haber durado casi un año entero, no estando al tanto de los resultados de las llaves y las siguientes rondas parecían haber hecho la espera eterna.
Tras mucho pelear por avanzar entre la muchedumbre, logró conseguir un asiento desde el cual la vista fuera agradable y pudiese ver todo tan bien como fuese posible, detalle que tomaría mas relevancia momentos mas tarde.
Grata fue la sorpresa que se llevó al ver que una espectadora rezagada estaría acompañándolo en aquella jornada de torneo, una muchacha de melena color nieve y ojos rojos como el fuego que sabía exhalar, Sarutobi Katomi.
La recibió con una sonrisa en el rostro y un gesto de saludo con una de sus manos. No se había cruzado en un tiempo con la muchacha pero el momento que habían compartido en su aldea había sido uno muy agradable, no había razón para pensar que la final del torneo sería lo contrario.
Pasaron un rato observando el torneo, a Mogura le llamó un poco la atención la forma en la que el combate se fue dando, si bien le agradó el hecho de que una de las finalistas sea una kunoichi de Amegakure, su oponente de Uzushiogakure no había estado muy metida en el tema de la gran final, por alguna razón. En un par de ocasiones volteó a ver a su compañera de gradas como queriendo constatar cuales eran sus opiniones sobre lo que estaban viendo, sobre todo en el momento en que el muchacho extraño se logró meter en la zona del combate.
Podría haber existido un momento para debatir sobre lo que estaba pasando pero había llegado el momento que marcaría un antes y un después en aquel lugar.
BOOM.
¡¡GRROOOOOOAAAAARR!!
Mogura no estaba para nada seguro de lo que estaba viendo. Tras la aparición de aquel monstruo, un montón de gente había quedado como moras aplastadas contras lo que habían pasado a ser escombros de partes del estadio.
Trataba de pensar de manera tan lógica como fuese posible, no había razon para que eso estuviese ahí. Pero ahí estaba, y no parecía venir con buenos motivos. Sus manos habían empezado a temblar, no se levantó de su asiento pero si se echó hacía atras con todo el estruendo.
Sería entonces que el grito de Katomi lo devolvería a la realidad que estaban sufriendo. Intento estar tan calmado como pudo al sentir como le tomaban el brazo y lograba contemplar a su compañera en un estado lejos del optimo.
Hey... ¡Hey, Katomi!
Gritó con fuerza a la peliblanco intentando centrarla en su persona. Él no estaba mucho mejor que ella, pero no serviría de mucho si ambos se ponian a temblar como gelatinas en medio de aquella locura.
¡Tenemos que salir rápido de este lugar!
Volvió a gritar mientras se levantaba colocándose frente a ella, cubriéndole la vista de lo traumante de la escena para luego tomarla de la mano. Su pulso no era mucho mejor que el de la chica, pero juntos podrían tener mas chances de salir enteros del estadio.
En ésta ocasión para hacer avanzar la trama me he conectado para postear por Mogura, soy Katomi. Él me dejó el post ya listo, como dije teníamos los post hechos, y estábamos a la espera.
—¿¡Es que no sabes quién soy!? —Exclamó una más que enfadada Noemi que había pasado buena parte de la gran final del torneo con el trasero aplastado en el frío y duro piso y en compañía de la loca que en la que se suponía que debía de confiar ciegamente.
No podía ser así, que la gran Sakamoto Noemi se viera obligada a tomar asiento en medio de las escaleras y para colmo tuviese que moverse constantemente cada vez que a alguien se le ocurría pasar y a final de todo, se cansó, se levantó y cargó contra el primer acomodador que se topó por el camino soltándole los mil y un motivos por los que debería de rogar por su perdón. Lo bueno es que por como lo había interceptado tenía una hermosa vista al lugar de los hechos, donde aquellas dos kunoichis peleaban.
++Venga Eri, puedes más que eso. ++Pensaba la rubia que permanecía de brazos cruzados y la cadera ligeramente inclinada a un lado mientras esperaba que el empleado diera alguna posible solución al descontento.
Incluso si le brindase alguna solución, los ojos de la fémina se abrieron de par en par viéndose incapaz de concebir lo que tenía delante. El propio Datsue, allí parado en el centro de todo regalándole una flor a otra chica de otra aldea ni más ni menos. —Hijo de puta… —Susurró para sí misma ignorando totalmente las acciones del desconocido.
Tenía las ideas bastante claras, cuando el Uchiha desapareciera de la escena ir a buscarle personalmente para darle la paliza de su vida por haberle prometido una cosa y luego irse a coquetear con otra, para colmo que le había perdonado la de la posada semanas atrás… Pero todas esas ideas de como torturarle se esfumaron de un instante a otro a causa de un estruendo ensordecedor y de lo que parecía ser un gruñido.
¡¡GRROOOOOOAAAAARR!!
—¿Qué mierda…? —Fue lo único que llegó a pronunciar la de Taki en lo que retrocedía un par de pasos sin saber siquiera cómo reaccionar.
Estaba realmente horrorizada ante aquella monstruosa aparición, una bestia inmensa, intimidante, enfurecida probablemente allí, frente a sus verdosos ojos que solo dejaban en claro el pánico que sentía pero lejos de salir corriendo…
Allí se quedó. Por lo menos hasta que una mujer fácil de reconocer como la kage de Amegakure se hizo presente noqueando literalmente al empleado con el que había estado peleándose momentos atrás.
Así como Yui llegó les dejó una instrucción a la rubia y a la pelirroja y se desvaneció sin esperar respuesta alguna de parte de ellas, así sin más, seguramente ni se había molestado en comprobar que fueran realmente kunoichis y tal pero ya tenían trabajo que hacer y negarse no era una posibilidad. —¡Que os den! —Gritó la rubia en una rabieta aprovechando claro, que el ruido de los derrumbes y los gritos de la gente no permitirían que la escuchasen.
Lo único que le quedaba por hacer era justamente eso, empezando seguramente por ese hombre que fue noqueado frente a ella y claro, tenía que estar atenta a que nada le cayera y no le sorprendería para nada que el bichejo colosal que estaba destruyendo todo no les lanzara alguna cosa que pudiera matarles.
—Venga Ritsuko… Saquemos a este y borrémonos. —Soltó la Senju mientras levantaba al inconsciente empleado para llevárselo lo más lejos posible de la escena. No necesitaba ayuda, pero era una compañera de la aldea y no había llegado a reconocer a nadie más a excepción de Datsue pero ya él se las arreglará solo. ++Y si no que le den. ++Pensaba recuperando el coraje que había perdido por el terror.
Hasta cierto punto era entendible que no la hayan tenido en cuenta puesto que llegó tarde, varias rondas tarde realmente y justamente la persona que la había invitado y por la cual estaba allí había sido descalificada aunque los detalles no se los comentaron. Lo positivo era que no estaba sola en toda Taki aunque si todos los participantes de la aldea habían sido eliminados de una forma u otra y bueno.
~Le pasa por no enviarme a mi. ~Pensaba la pelirroja con su orgullo herido gracias al accionar de Yubiwa.
Y así fue como la madre de la chica calavera se hizo presente mientras se paseaba por el lugar, buscando una escalera más o menos limpia donde aplastar el culo. —Seguramente tuvo sus motivos. —Decía la fémina en lo que atravesaba a medio mundo.
—Si claro. —Respondió apenas la pelirroja que mientras bajaba algunos escalones se topó con aquella rubia tetona de Taki con la que tampoco había hecho tan buenas migas.
Lo peor del caso era que parecía estar en la misma situación, después de todo ya se había sentado en las escaleras y todo pese a todo ese orgullo desbordante que le había mostrado el día que se conocieron y tal. Pero va, en un lugar tan lejano como el país del fuego uno no puede esperar que le reconozcan igual que dentro de la aldea.
Sin mucho interés Ritsuko simplemente tomó asiento a su lado y la conversación apenas si fluyó, principalmente en el descontento de ambas kunoichis pero no fue hasta que la mayor de ambas se levantó y acercó hasta el encargado de acomodar a los espectadores que la pelirroja despegó la mirada del centro de atención de todo el mundo, la pelea.
A paso lento y tras haberse estirado, la chica se levantó y se acercó hasta su histérica compañera. —¿Ni siquiera una banquetita? —Preguntó algo desinteresada en lo que se rascaba la mejilla por debajo de la máscara.
Pero nada, los histeriqueos de la rubia seguían hasta que un temblor, ruido y mil cosas más ocurrieron.
Boom. ¡¡GRROOOOOOAAAAARR!!
¿Qué fue eso? Un ente desconocido hacienda acto de presencia como si de obra teatral con efectos super chulos se estuviese llevando a cabo ahí, en el centro de todo donde dos kunoichis desconocidas para Ritsuko pelearon y acto seguido un Uchiha de habilidades dudosas se hizo presente para regalar una floresita a una de las que pelearon.
Pero el asunto del Uchiha no era lo importante, más si lo era lo de la bestia que allí amenazaba con destruir prácticamente todo. Pero que literalmente lo podría destruir todo.
—¿Qué piensas hacer Ritsuko? —Soltó el ente imaginario que volvió a materializarse debido al miedo y nerviosismo que sentía en este instante la ya mencionada.
—Ni puta idea. —Respondió apenas, estaba más en shock que en pánico, quería irse pero su cuerpo ni reaccionaba y lo que Yui le había dicho literalmente le entró por una oreja y le salió por la otra.
—Venga Ritsuko… Saquemos a este y borrémonos. —
Decía la rubia que había estado acompañándole hasta entonces, pero al igual que con la de Amegakure, el comentario no llegó a buen puerto.
Las cosas se derrumbaban a su alrededor, la gente corría y varias veces la habían golpeado y empujado además de los gritos que en primera instancia no la dejaban escuchar nada. Pero no, la pelirroja seguía allí mirando estática a la bestia. —¿Tú crees que pueda hacerle algo? —Soltó con una sonrisita nerviosa.
Esta vez la respuesta se tardó un poco más. —Lo mejor sería seguir las órdenes. —Y cuánta razón tenía la mujer esta, o por lo menos Ritsuko ya se estaba empezando a mover para cuando le dijeron eso, la cosa era que no sabía ni por dónde empezar.
~Los del centro sabrán qué hacer. ~Se dijo a si misma solo para evitar acercarse de más al bijuu, lo malo es que al desviar un poco la mirada pudo ver a un niño no tan lejos del lugar donde habían peleado. Si, un jodido niño deambulando y llorando probablemente buscando a su familia así que sin más, la chica comenzó a avanzar con algo de precaución para asegurarse que nada le caería encima. A saber si pasaría igual con el chiquillo llorón.
Anzu suspiró mientras dejaba que su vejiga se vaciase casi por completo. Se había hartado de refresco —porque había hecho buenas migas con el vendedor de refrigerios que siempre rondaba por su grada, y se los dejaba bien baratos—, de modo que apenas empezó el encuentro, no pudo aguantarse más. Para más inri, se había perdido de camino al servicio de mujeres. «Al menos no me he cruzado con nadie.» Mucha gente ponía cara rara al verla entrar en los baños femeninos, y más de un graciosillo se había llevado su merecido por ello. Anzu dudaba que hubiera podido pegar a nadie con la vejiga tan llena, sin embargo.
Y allí estaba, saciando uno de los impulsos más primitivos del ser humano, cuando todo se fue al diablo.
Un estruendo ensordecedor sacudió las paredes mismas del edificio, que crujieron de forma poco tranquilizadora. Sonó como cien relámpagos golpeando la tierra al mismo tiempo.
—¿Qué demonios...?
La Yotsuki no sabía en ese momento cuánto de literal tenía su pregunta. Pero lo averiguaría, minutos después.
Sin previo aviso el techo cedió, como si hubieran construido aquel edificio con cartón piedra, y parte del baño se derrumbó. Anzu se levantó de la taza a toda prisa, tratando de subirse los pantalones sin salir de su asombro. El polvo y la tierra la cegaron durante unos instantes, pero luego creyó distinguir una silueta de entre los escombros.
—¿Tatsuya-san?
Definitivamente era él, su amable compañero de Aldea. No había tenido mucho contacto con él durante el Torneo, pero todavía recordaba sus educadas palabras durante la fiesta de Año Nuevo en Takigakure.
—¡Tatsuya-san, ¿estás bien?!
Ni corta ni perezosa, Anzu trató de sacar al muchacho de entre los escombros.