8/07/2020, 18:54
—Pase lo que pase, tú, Umikiba Kaido, no hiciste nada. Nada. Te obligaron a hacerlo. Te doblegaron. Que no vuelvan a hacerlo, Kaido.
»Ya tienes mi perdón. Ahora, Kaido. Vuelve a unir tus lazos con tus compañeros. Ellos te...
¡¡¡BOOOOOOOOAAAAAAAMMMM!!!
Sendas explosiones envolvieron dos sectores alejados del Estadio, allí donde sabía el escualo que estaban los clones de Ryūnosuke. Kaido había cerrado los ojos por un instante, como si así fuera capaz de evitar todo lo que estaba a punto de pasar. Como si así, no fuese a sentir culpa. Culpa por las vidas que serían cremadas con las fauces ardientes de aquella destructiva llamarada. Culpa por las vidas que serían cercenadas por el inclemente torbellino de viento que no distinguía entre concreto, sangre o carne, succionándolo todo por igual. Culpa, de la más pura, por no haber tenido la fortaleza suficiente para haber dicho que no a aquella masacre y haber podido, quizás, cambiar el destino de muchas vidas.
Pero aquellos estruendos sólo habían sido la antesala de una muerte anunciada. El acto principal, comandado por un general de Raijin, estaba a punto de empezar.
—¡Kaido, lucha a mi lado! ¡Cumple tu mi...!
¡¡¡Zzzzzzssssssssssssssssssttttt !!!
La ira de los cielos cayó, finalmente, sobre su víctima. Elegida a dedo por el mismísimo Zaide. El Señor Feudal de la Tormenta. El hermano de Amekoro Yui. Kaido lo sabía con certeza, que ya no había nada que hacer. Yui aún esperanzada, abandonó su misión de exculpar a Umikiba Kaido y corrió con todas sus fuerzas en dirección al punto exacto de donde había descendido aquél rayo.
Kaido la vio alejarse. Se levantó del suelo y quiso seguirla, pues temía que Zaide no se diera aún por satisfecho con el fatídico resultado del ataque. Quería seguirla y luchar a su lado tal y como se lo había pedido hacía un momento. Reivindicarse, si es que existía la posibilidad. Pero entonces lo entendió, que el plan de los Ryūto seguía su marcha.
El ataque no había terminado.
El gyojin volteó hacia el muro de tierra. Pidió a los Dioses que Akame no pensara en buscarle. Esperaba que siguiera las instrucciones y que velara por su propia huida, porque no quería tener que enfrentarlo. Luego giró para afrontar otra realidad.
«Ni una vida más» —se dijo. La lluvia lo empapaba, pero lejos de ser un mal presagio, fue algo que lo revitalizó y extrañamente le hizo sentir como en casa. En su verdadero hogar. Así que allí estaba, El Tiburón de Amegakure, dispuesto a resarcirse así fuera mínimamente con los suyos—. «Ni una vida más»
Oteó en dirección a un punto en concreto. Sabía con certeza que, tarde o temprano, el Heraldo llegaría. Y ahora era su deber hacerle frente.
Por Amegakure.
»Ya tienes mi perdón. Ahora, Kaido. Vuelve a unir tus lazos con tus compañeros. Ellos te...
¡¡¡BOOOOOOOOAAAAAAAMMMM!!!
Sendas explosiones envolvieron dos sectores alejados del Estadio, allí donde sabía el escualo que estaban los clones de Ryūnosuke. Kaido había cerrado los ojos por un instante, como si así fuera capaz de evitar todo lo que estaba a punto de pasar. Como si así, no fuese a sentir culpa. Culpa por las vidas que serían cremadas con las fauces ardientes de aquella destructiva llamarada. Culpa por las vidas que serían cercenadas por el inclemente torbellino de viento que no distinguía entre concreto, sangre o carne, succionándolo todo por igual. Culpa, de la más pura, por no haber tenido la fortaleza suficiente para haber dicho que no a aquella masacre y haber podido, quizás, cambiar el destino de muchas vidas.
Pero aquellos estruendos sólo habían sido la antesala de una muerte anunciada. El acto principal, comandado por un general de Raijin, estaba a punto de empezar.
—¡Kaido, lucha a mi lado! ¡Cumple tu mi...!
¡¡¡Zzzzzzssssssssssssssssssttttt !!!
La ira de los cielos cayó, finalmente, sobre su víctima. Elegida a dedo por el mismísimo Zaide. El Señor Feudal de la Tormenta. El hermano de Amekoro Yui. Kaido lo sabía con certeza, que ya no había nada que hacer. Yui aún esperanzada, abandonó su misión de exculpar a Umikiba Kaido y corrió con todas sus fuerzas en dirección al punto exacto de donde había descendido aquél rayo.
Kaido la vio alejarse. Se levantó del suelo y quiso seguirla, pues temía que Zaide no se diera aún por satisfecho con el fatídico resultado del ataque. Quería seguirla y luchar a su lado tal y como se lo había pedido hacía un momento. Reivindicarse, si es que existía la posibilidad. Pero entonces lo entendió, que el plan de los Ryūto seguía su marcha.
El ataque no había terminado.
El gyojin volteó hacia el muro de tierra. Pidió a los Dioses que Akame no pensara en buscarle. Esperaba que siguiera las instrucciones y que velara por su propia huida, porque no quería tener que enfrentarlo. Luego giró para afrontar otra realidad.
«Ni una vida más» —se dijo. La lluvia lo empapaba, pero lejos de ser un mal presagio, fue algo que lo revitalizó y extrañamente le hizo sentir como en casa. En su verdadero hogar. Así que allí estaba, El Tiburón de Amegakure, dispuesto a resarcirse así fuera mínimamente con los suyos—. «Ni una vida más»
Oteó en dirección a un punto en concreto. Sabía con certeza que, tarde o temprano, el Heraldo llegaría. Y ahora era su deber hacerle frente.
Por Amegakure.