Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
El sol, casi al borde del horizonte, calentaba la fresca mañana en la que se había despertado Uzushiogakure no Sato, tiñendo el mar de tonos dorados y crepusculares. En el puerto, una cantidad inusual de shinobis y kunoichis llenaban los muelles. Hablaban entre ellos. Algunos más emocionados que otros. Algunos más tensos que otros. Probablemente todos con algo de nervios.
Siempre había algo de nerviosismo cuando se empezaba una misión. La incertidumbre de cómo resultará, las ganas de hacerlo bien, de no fallar. Y aquella en particular… Bueno, aquella en particular no era una misión cualquiera.
(S) Gran Guerra Ninja: Operación Trombón de Fūjin Recomendaciones: Personajes de nivel superior a 10 Lugar:Costas de las Olas Rompientes (País del Rayo) Plazo máximo: 2 meses
Aprovechando la batalla que parece va a librarse en los Arrozales del Silencio, la Alianza Shinobi ha decidido enviar un grupo más pequeño de ninjas para atacar y recuperar la Villa de las Aguas Termales mientras esta se encuentra más desprotegida. El grupo saldrá desde Uzushiogakure no Sato, en barco, dirigiéndose al puerto de las Costas de las Olas Rompientes.
En total, eran noventa y siete ninjas los citados para llevar a cabo la reconquista de la Villa de las Aguas Termales. Quizá algún día, si lo hacían fantásticamente bien —o catastróficamente mal—, aquel número cobrase un encanto especial, y fuesen conocidos como Los noventa y siete de Uzu. O algo más épico. Por el momento, sin embargo, tan solo era eso: un número.
El navío en el que iban a desplazarse era un barco de tres palos, de numerosas velas cuadradas blancas y una majestuosa bandera con la espiral izada, bien alta y carmesí.
—Mucha suerte —decía Datsue, situado en el estrecho puente de madera que conectaba el barco con el muelle—. Vuelve sano y a salvo.
»¡Mucha suerte!
»Suerte.
A medida que los ninjas iban subiendo, Datsue les saludaba con un apretón de manos y les dedicaba unas breves palabras. Ataviado con su vestimenta de Uzukage —sombrero incluido—, el hecho de que estuviese personalmente allí ya denotaba la importancia de la misión.
Para desgracia de Datsue, no podía ir con ellos. La Villa no podía quedar sin su cabeza visible, en un momento tan crítico y con tanta incertidumbre. Lo único que podía hacer en aquellos momentos era… desearles suerte. Era poca cosa, lo sabía. Muy poca cosa. Demasiado poca.
«Los estoy enviando yo. Cada shinobi, cada kunoichi que no regrese…»
La responsabilidad sería suya. La culpa sería suya. Lo peor de todo es que había enviado tantas tropas a los Arrozales del Silencio y a diversos puntos estratégicos de Ōnindo, que no todas las fuerzas que enviaba a aquel barco eran ninjas de élite. Joder, había genins. E incluso entre los genins, alguno estaba muy verde todavía. Si ellos morían…
—Dependemos de ti. ¡Mucha suerte! —se forzó a seguir saludando, tragándose la angustia y empujándola con fuerza contra el estómago.
¡Hola! ¡Datsue al habla! Como ya saben, esta trama la llevaremos Nao y yo. Es mi obligación de Uzukage recordaros que en Uzu contamos con una bonita armería de la que podéis recoger diversas armas para la misión. Si lo hacéis, especificarlo en el próximo post.
A todos los participantes, ya es vuestro turno. Por el momento, vamos a poner una ventana de 96h de tiempo en el que podéis postear a partir de mi post. Quizá esto cambie más adelante, pero por el momento vamos a probar así. Cualquier duda o cosa, no dudéis en hablarnos a Nao o a mí.
18/04/2022, 13:07 (Última modificación: 18/04/2022, 22:41 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Uchiha Suzaku era uno de esos genin tan verdes que se encontraban aquella mañana en el Puerto de Uzushiogakure. Impaciente y nerviosa a partes iguales, aguardaba su turno entre los noventa y siete shinobi que poco a poco atravesaban los muelles para dirigirse al barco que habría de llevarlos hasta su destino en el País del Rayo.
«Maldita sea, cuando dije que podían lanzarme a las fauces de Kurama si era necesario, no esperaba que fuese tan pronto...» Pensaba para sí, mirando a su alrededor con cierta angustia. Al lado de la mayoría de los shinobi y kunoichi que se encontraban allí, era parecía una pequeña hormiguita. Una hormiguita pequeña y tan llamativa como una luz de neón. Pese a todo, Suzaku intentaba tragarse los nervios e intentaba aparentar normalidad lo mejor que podía.
Sobre todo, porque junto a ella se encontraba su hermana mayor. Si Umi detectaba la mínima flaqueza en ella, la obligaría a darse media vuelta y regresar a casa. Y eso era algo que no podía permitir.
—¡Menudo barco! —le comentó, tratando de desviar el foco de su angustia hacia algo más nimio. Suzaku nunca había viajado en barco, y la visión de aquel navío con tres mástiles, numerosas velas blancas cuadradas y la bandera de la espiral alzada y de color vivo carmesí, ciertamente le sobrecogía—. Espero que no te marees, no queremos tenerte ocupando el baño como haces en casa —bromeó.
Aunque se arrepintió nada más hacerlo. Porque ella, precisamente ella, era de las personas que peor lo tenían montando en barco. ¿Y si se caía por la borda? ¿Y si pasaba algo y el barco terminaba hundiéndose en el fondo del mar? ¡Ella no sabía nadar! ¡Se hundiría a plomo en aquel monstruoso océano! Tragó saliva con esfuerzo. Concentrarse en el barco tampoco había sido una buena idea.
Cuando le llegó su turno, avanzó hacia la posición del Uzukage. Él no podría acompañarlos, pero había acudido al muelle para despedirlos. Uchiha Suzaku le dedicó una profunda reverencia cuando llegó hasta él. Quiso dedicarle alguna frase alentadora: "«¡Daré lo mejor de mí, Uzukage-sama!»", "«¡Esos Copitos no tienen nada que hacer nada frente a nosotros, no se preocupe!»". Sí, algo así habría sonado bien. Pero cualquier intento murió en su garganta, cerrada a cal y canto. Y por eso se limitó a subir al barco con pasos vacilantes y con alguna que otra aterrada mirada dirigida a las aguas que se agitaban por debajo de sus pies. Demasiado cerca para su gusto. Demasiado profundo para sentirse a salvo.
Voy a coger una kodachi, un paquete de 5 senbon y un sello explosivo de clase D. Zankiu veri mucho.
Un tremendo y fresquito día de primavera dio la bienvenida a lo que podía ser el principio del fin. Dicen que no hay bien que por mal no venga, ¿no?. En fin, al menos el tiempo acompañaba, al menos en su ámbito atmosférico. El tiempo en sí, eso ya era otra cosa...
Para ser tan temprano como era, la ocasión era tan especial e incómoda que la mayor parte de la población de Uzushiogakure estaría despierta, si es que había logrado dormir. No era para menos, la guerra había comenzado, y se estaban alzando varios frentes. Por suerte o por desgracia, nadie podía estar demasiado ajeno a la situación, ya fuesen experimentados guerreros o inexpertos genins. La guerra no perdona, no tiene escrúpulos. La guerra es el Liche que devasta todo sin mirar lo que podría y no llegó a ser.
«Al menos he pillado algunas armas gratis... Algo es algo.»
Pensó el Senju, en lo que recortaba distancias en la cola del puerto. Allí había una ristra de soldados, de shinobis, que esperaban turno para tomar una embarcación. Sabía que menos daba una piedra. Era un dicho precioso, de hecho uno de sus favoritos. Y había que intentar ser positivo, pues morir siendo negativo sería políticamente incorrecto. O moralmente, o algo... es decir: Negativo más negativo es positivo. Pero aún con esas, seguías sin revivir.
Quizás con más desvaríos que varios, lo único cierto era que ser pesimistas en una situación así, no iba a arreglar nada.
Conforme avanzaban en la cola, Siete trató de investigar un poco a la gente, al menos visualmente. Quería tratar de ver si reconocía a alguien, si al menos tenía algún conocido por allí para menguar los nervios. Pero lamentablemente, pocos de sus "allegados" estaban embarcados en ésta misión. De hecho, El Culebra había sido enviado a los Arrozales del Silencio, y otros muchos a otros sitios. Quizás pasasen sus últimas horas de vida sin poder dedicarse una sonrisa, o una broma...
—Tío armas gratis... —Se dijo de nuevo en voz baja, por duodécima vez al menos. Si bien algo le distraía, era pensar que se había ahorrado unos buenos ryos para armarse en ésta ocasión.
El tiempo pasaba más angustioso y denso que en una película de miedo. De esas en las que las llaves de la casa están en un llavero con otras cien mil por ningún motivo concreto, y no puedes acertar a abrir la puerta incluso teniendo al asesino a pocos metros, con un hacha poco afilada. De esas películas donde sabes que el final no será feliz.
Y al fin, le tocó al Senju despedirse del Uzukage. Le tocó turno justo antes de subir por la pasarela hasta el buque de guerra. Ahí, Datsue estaba dándoles no un adiós, si no un hasta luego. Con un carisma que casi hacía parecer que no los mandaba a la guerra, si no a hacer un recado a la tienda junto a casa.
Siete no le daría la mano, si no que se la pondría para chocar el puño. —Los tipos de negocio solo dan la mano para sellar un trato, o para despedirse. Y yo pienso volver. —Sentenció con una sonrisa.
Poco después, estaría junto a los noventa y siete shinobis y kunoichis embarcados, buscando dónde pasar la travesía. La verdad, no sabía ni qué hacer... los nervios le tenían un poco dominado.
Era la primera vez que iba en un barco tan grande y bien preparado. Solo con un vistazo ya podía ver que seguramente un solo camarote de ese barco era más grande que su pequeño apartamento. Aunque lo realmente impresionante de aquella mañana, o de aquel lugar. Lo verdaderamente impresionante era lo hermoso que se veía el horizonte hacia el que partirían en breves. Los tonos dorados del amanecer se reflejaban sobre la superficie del mar dando una imagen de paz que a Hana le daba la sensación que pocas personas estaban prestando atención aparte de ella.
Los noventa y siete ninjas que estaban en los muelles tenían otras cosas en mente. Por lo menos, noventa y seis de ellos. Hana, oculta entre la multitud, pues casi todos ellos le sacaban una cabeza de altura minimo, miraba al horizonte mientras esperaba para subir al barco. Llevaba lo justo y necesario para el viaje, así cómo todas sus armas y herramientas shinobi. Pasase lo que pasase, esperaba no tener que necesitarlas todas.
Aunque sabía que iban a la guerra, aún no estaba mentalizada para quitar una vida. Incluso las de los ninjas de Kurama se le antojaban demasiado preciadas para simplemente quitarselas a sus dueños. ¿Podría hacerlo llegado el momento? Solo esperaba que si al final no, no estuviese poniendo en riesgo más vida que la suya. Al menos en el momento y lugar en que se encontrase. Su fracaso podía significar el fracaso de la misión y de todo. Negó con la cabeza y se quitó los pensamientos negativos de encima. Iba a ir e iba a cumplir con su cometido. Salvaría a todos los que pudiese de los suyos, volverían los noventa y siete. Al precio que hubiese que pagar.
— G-gracias, Datsue. Cuida de la villa, ¿vale? — le dijo a su kage con la confianza que él mismo le había permitido, estrechandole la mano cuando llegase su turno.
La reconfortó ver una cara conocida, pues no reconocía a absolutamente nadie más en aquel lugar. Ni Reiji ni Eri estaban por allí. Estarían haciendo cosas más importante o directamente, como Datsue, se quedarían a proteger la villa. Al menos con eso no iba a tener problema. Se iría sabiendo que su hogar estaba en buenas manos, incluso si no volvía, todo estaría bien.
Justo cuando embarcaba se llevó una mano al portaobjeto, asegurandose de que estuviese todo en su sitio. Incluyendo las cosas que había tomado prestadas. También había pensado en sellar algunas técnicas de lava en sus pergaminos y tal vez darselo a algún novato por si se ve en un apuro.
- Kodachi [En su vaina, en el lado izquierdo de la cintura] (希, grabado en la base de la hoja)
-Kodachi [En su vaina, en el lado derecho de la cintura]
- Saigo no torikku [En el pelo como accesorio]
-Fuuma Shuriken [Atado a la espalda]
-Portaobjetos básico [bordado en el costado izquierdo] [7/10]
-Sello explosivo clase B
- Kemuridama
- Hikaridama
- Otodama
- Shuriken
- Comunicador avanzado
-Chīsana Makimono (x2)
Uchiha Umi caminaba cabizbaja entre el resto de soldados que se encaminaban a la guerra —porque eso es lo que eran, soldados de infantería—. Desgraciadamente, su hermana, una recién egresada que apenas acababa de comenzar su trayectoria, estaba entre ellos. Umi jamás se lo perdonaría a Uchiha Datsue. Aquel patán engreído estaba saludando a sus ninjas uno a uno, un poco más adelante. Y Umi tenía los puños apretados, esperando su momento. Se juró a sí misma que se resistiría a meterle una hostia en los dientes, pero solo porque seguro que si lo hacía no estaría en los Arrozales para proteger a Suzaku, sino en un calabozo.
Ni siquiera pudo contestar al intento de romper el hielo de su hermana más que con un gruñido malhumorado. Enseguida les llegó el turno de saludar al Uzukage, y Suzaku clavó una reverencia que le hizo apartar la mirada. La tos de otro genin que estaba impaciente por saludar a su Kage la sobresaltó. Suzaku ya había subido a bordo, y Datsue la esperaba mostrándole la mano.
Umi no correspondió el saludo. Se quedó mirándolo a los ojos un buen rato, respirando profundamente.
—Más te vale que mi hermana vuelva sana y salva de esta misión, Escudo —espetó peyorativamente, y antes de perder los nervios y soltar más la lengua, se apresuró a subir al barco y a acercarse a su hermana. Se apoyó en la barandilla, observando la aldea.
Llevaré una Te Yari, un Fuma Shuriken y un Sello explosivo de clase C.
A pesar de las enseñanzas de Uzumaki Eri, quien había sido su sensei durante un temporadita y de las inesperadas sesiones de entrenamiento de Shukaku sentía que no había progresado como debía. Mi sharingan seguía en su estado habitual y más allá del Karyūkōgeki no había aprendido ninguna técnica más. Lo había intentado, pero fue en vano. Llegaba más verde a aquella guerra de lo que sería óptimo y en algún que otro momento no podía dejar de pensar que podía llegar a ser una losa para el resto de camaradas y compañeros. Pese a todo, Datsue quería tenerme en aquel barco. antes de llegar allí me di un paseito por la armería donde tomé unas cuantas armas que de bien seguro serían útiles en la reconquista de la Villa de las Aguas Termales, terreno que ya había visitado junto a la única cara reconocible de aquel lugar, Uchiha Suzaku.
Poco a poco la gente iba pasando por la pasarela después de responder el saludo del Uzukage. Cada uno lo hacía a su propia manera. Yo yacía cabizbajo, sabedor de mis limitaciones y me veía claramente sobreestimado por decirlo de algún modo. Fui incapaz de mirar a los ojos de Datsue, lo que si hice es alzar el puño para chocarlo con el suyo.
— Espero poder poner la enseñanzas de Shukaku-dono en práctica y ser útil
Tras ello cruzaría la pasarela y me dispondría a recostarme en alguna pared o en la valla de la cubierta dejando que la brisa marina removiese mis cabellos mientras hacíamos tiempo.
Datsue fue saludando uno a uno a sus ninjas. Cuando vio a Suzaku hacerle una reverencia, se le hizo un nudo en la garganta. A punto estuvo de decirle que se quedase en los muelles. Joder, ¿por qué no había tachado su nombre de la lista? Lo había debatido con Inteligencia. Había gente demasiado joven enlistada en aquella misión, con muy pocos trabajos realizados a su espalda. Suzaku era una de ellas.
«Cuando tú te enfrentaste y asesinaste a Zoku, también tenías trece años», fue lo que le respondieron. Aquella réplica le dejó sin argumentos. Sabía que necesitaban los efectivos, y que no había más de donde sacar. Se dijo que debía confiar, que les estaría fallando a los suyos si no lo hacía. Pero al verla…
«Me cago en mis muertos».
Llegaron varias personas más hasta ver a Hayato. Había compartido un viaje con aquel singular shinobi, tan loco como desesperado por salvar a su madre. Era un gamberro y un inconsciente, pero no se merecía morir.
—Sé que lo harás —mintió, porque ni él ni nadie sabían si volvería o no. Pero le devolvió el choque de puños y le dio una palmada en la espalda, porque creía que eso era lo que necesitaba Hayato: confianza y fe.
Después saludó a Akimichi Daiku, uno de los aprendices de Raito-sensei, como en su día lo había sido él y Akame. Un buen tío que recientemente había escalado a Chūnin. Le dio un abrazo y le vio subir. Otra espinita más en el pecho.
Llegó el turno de otra kunoichi que conocía muy bien.
—Hana… Lo haré —le prometió, y se sintió culpable al hacerlo—. Nos vemos pronto.
La siguiente kunoichi le dejó con la mano colgando en el aire. Él la bajó, sin rencor, sin enfadarse por la falta de respeto. Lo hubiese hecho con otra persona. Mas no con ella. No después de lo que había descubierto recientemente en una entrevista con su hermana.
Umi le espetó que más le valía que Suzaku volviese sana y salva, y antes de que tuviese tiempo a responder, se subió al barco. Lo cierto fue que, en una parte, le alivió que subiese tan rápido. Porque, ¿qué cojones iba a responder ante eso? Tranquila, ¿volverá? Ni de coña. Eso no lo sabía. Nadie lo sabía.
Uchiha Natsu fue de los últimos en pasar. Había estado entrenando con Shukaku —sabe los Dioses qué narices había aprendido—, y aunque eso le había generado cierta angustia semanas atrás, ahora en cierta parte le reconfortaba. Shukaku podía ser el mayor hijo de puta del mundo, pero si Natsu estaba allí, vivo y con dos piernas, es porque había visto algo en él. O, por lo menos, era lo suficientemente duro como para haber sobrevivido.
Eso ya le decía más sobre él que una misión de rango A completada con éxito en su expediente.
—Eso espero, mequetrefe —dijo Shukaku, poseyendo momentáneamente el cuerpo de Datsue—. O te vas a enterar cuando vuelvas. ¡JIA JIA JIA!
Con el último shinobi subido al barco, el puente de madera se recogió. Las velas se desplegaron, el motor se encendió, y el navío salió del puerto dejando a Datsue, familiares y civiles que se habían acercado a despedirse con el corazón en un puño.
¿Tendrían éxito? ¿Volverían a verlos?
• • •
El barco partió con noventa y siete ninjas en cubierta. Bueno, no todos ellos. Algunos, encargados del buen funcionamiento del navío ya estaban al timón, o asegurándose de que las velas están bien amarradas, o abajo en cocina.
Pese a que bajo cubierta el espacio era amplio, con numerosos pasillos que conducían a camarotes, baños, cocina y un gran comedor en el centro, no existían habitaciones individuales suficientes para todos. En su lugar, había habilitado un gran espacio en el interior con numerosas hamacas puestas en filas una tras otra para que gran parte de ellos pudiesen dormir haciendo turnos.
Apenas habían puesto el barco en marcha cuando se oyó una voz autoritaria desde lo alto del palo mayor.
—¡Escuchad! ¡¡ESCUCHAD!! —Poco a poco, los murmullos y las voces se fueron acallando. Se escucharon varios sshh que terminaron de silenciar a los pocos parlanchines—. Soy Uchiha Raito, y tengo algo que deciros.
De un ágil salto, cayó sobre el trinquete y luego sobre la barandilla que rodeaba la cubierta. Raito había sido asignado como el General de aquella misión. Era un tipo de cabello negro y despeinado, ojos igual de oscuros y el mentón torcido, como si un martillo de guerra se lo hubiese reventado en el pasado. Vestía con el chaleco ninja y la placa dorada que le identificaba como Jōnin. Muchos de allí le conocían por ser un ninja implacable. Otros, por ser un shinobi difícil con el que lidiar. A muchos otros directamente no le caían bien: decían de él que era un borde de mierda. Otros que simplemente le conocían por haber sido el sensei del actual Uzukage. Lo que estaba claro es que tenía buena y mala fama al mismo tiempo, dependiendo a quién le preguntases.
—Llegaremos a nuestro destino mañana por la noche. Se estiman precipitaciones, probabilidad baja de tormenta. Deberéis permanecer con el Escuadrón que se os ha asignado durante todo el viaje. Haremos turnos de vigilancia permanentemente. No podemos descartar que nos intercepten por el camino —Las órdenes eran claras y directas, aunque la mano de Raito viajaba de tanto en tanto a su boca, como un tic, o como si se hubiese olvidado que no tenía un cigarro entre los dedos—. Vuestros Capitanes de Escuadrón os explicarán en detalle el plan para recuperar la Villa de las Aguas Termales. Cualquier duda se la trasladaréis a ellos.
»Ah, y otra cosa —añadió, al sospecharlo—. ¡Nada de combatitos amistosos en este barco, golfos! Sabéis como es Datsue, ¡es capaz de hacernos pagar a todos por los desperfectos! —exclamó, despertando las carcajadas en unos pocos. No era Raito de la clase de persona que se le daba bien contar chistes, sino más bien de los que enmudecían las sonrisas con una sola mirada—. Eso es todo. ¡Descansen!
Raito desapareció de sus vistas en dirección a los puestos de control, y entonces se produjo un caos controlado. Desde distintas posiciones, Capitanes de los Escuadrones empezaron a llamar a sus miembros.
—¡Escuadrón número doce, por aquí!
—¡Escuadrón número nueve!
—¡Escuadrón número siete!
—¡Escuadrónnúmerocuarochquincentaseidostro!
Uchiha Suzaku, Uchiha Umi, Uchiha Natsu, Senju Hayato, Himura Hana, habéis sido seleccionados para el Escuadrón de Batalla 42. Lo tenéis en el informe de vuestra misión: el número del escuadrón; los nombres de los integrantes (que sois solamente vosotros); y la Capitana de vuestro Escuadrón, una Jōnin llamada Tsuta Neiru.
Uchiha Suzaku fue inspeccionando, uno a uno a todos los shinobi que iban subiendo al barco después de ella. Por una razón u otra, y a veces sin ninguna en especial, algunos de ellos le llamaron especialmente la atención: el primero fue un chico de cabellos blancos y de apariencia tan escuálida y enclenque como una ramita a punto de quebrarse que se tomó la confianza como para chocar el puño del Uzukage, como si fueran amigos de toda la vida. ¡Menuda falta de decoro! ¿Quién se creía que era? La segunda que le llamó la atención fue una kunoichi de cabellos rubios, de la que Suzaku no recordaba su nombre pero sí se acordaba de haberla visto en el fatídico Torneo de los Dojos. «Qué extraño... Me parecía haber oído algo de que se había retirado.» Al tercero sí que lo conocía. Uchiha Natsu, con el que había compartido una pequeña aventura en la Aldea de las Aguas Termales hacía relativamente poco. Qué caprichoso era el destino, meditó. ¡Y también se había atrevido a entrechocar el puño con el Uzukage!
—Desde luego somos un grupo... variopinto —le comentó a su hermana, en un intento de romper el hielo. Umi aún seguía malhumorada, y no podía culparla, pero ya que se dirigían a una misión tan peligrosa, ¡al menos podían hacerlo de una forma más animada!
Cuando el último shinobi subió al barco, se recogió el puente de madera. El navío osciló ligeramente cuando las velas se desplegaron con estruendo, y entonces Suzaku sintió como si le hubiesen golpeado en la cabeza con una sartén. ¡Maldita sea! Apenas habían empezado a alejarse del muelle y ya estaba terriblemente mareada. Lo primero que hizo fue apartarse todo lo que pudo de la barandilla. Y del mar. Apoyándose con una mano, la pelirrosa se quedó por el centro de la cubierta, con la espalda apoyada en uno de los mástiles respirando hondo varias veces.
Una voz la sobresaltó:
—¡Escuchad! ¡¡ESCUCHAD!! —Las voces a su alrededor se acallaron entre varios chistidos. Suzaku giró la cabeza lentamente a su alrededor, intentando no marearse más pero también buscando el origen de aquella voz. No tardó en encontrarla, cuando un hombre bajó con un ágil salto sobre la barandilla que rodeaba la cubierta. Tenía el cabello negro y despeinado, y sus ojos eran igual de oscuros. Lo más destacable de su rostro era su mentón torcido, como si hubiese recibido un contundente golpe. Uchiha Raito era el general encargado en aquella misión. Suzaku nunca había hablado con él cara a cara, pero había oído de él (concretamente, palabras textuales de otras personas) que era un borde de mierda. Pero si había sido el mentor del Uzukage, ¡tenía que ser una persona alucinante!—. Soy Uchiha Raito, y tengo algo que deciros. Llegaremos a nuestro destino mañana por la noche. Se estiman precipitaciones, probabilidad baja de tormenta —Suzaku no pudo evitar dirigir una nerviosa mirada al cielo. Lo que le faltaba, turbulencias en un viaje en barco. Magnífico. Y seguro que, con la suerte que estaba teniendo, caería la tormenta del siglo y después les atacaría un kraken—. Deberéis permanecer con el Escuadrón que se os ha asignado durante todo el viaje. Haremos turnos de vigilancia permanentemente. No podemos descartar que nos intercepten por el camino. Vuestros Capitanes de Escuadrón os explicarán en detalle el plan para recuperar la Villa de las Aguas Termales. Cualquier duda se la trasladaréis a ellos.
»Ah, y otra cosa. ¡Nada de combatitos amistosos en este barco, golfos! Sabéis como es Datsue, ¡es capaz de hacernos pagar a todos por los desperfectos! Eso es todo. ¡Descansen!
—¿Quién en su sano juicio se pondría a combatir aquí y ahora? —Se preguntó Suzaku en un murmullo. No sólo era una locura hacerlo en un barco, ¡arriesgarse a lesionarse justo antes de que llegara el verdadero enfrentamiento era una auténtica temeridad!
Uchiha Raito se dirigió hacia los puestos de mando, y de manera inmediata los Capitanes de los Escuadrones comenzaron a llamar a sus miembros.
—¡Escuadrónnúmerocuarochquincentaseidostro!
Entre tanto caos de voces y el propio mareo contra el que estaba intentando luchar, a Suzaku se le hizo muy difícil distinguir la voz que la llamaba por el Escuadrón 42. Por eso decidió seguir a su hermana hasta la posición de la jōnin que les estaba llamando. Si no recordaba mal, su nombre era Tsuta Neiru.
—¡Uchiha Suzaku, a su disposición! —se presentó, cuadrándose para saludar. Aunque dio algunos torpes traspiés en el proceso.
El pulso de Hana se aceleraba cada segundo que pasaba en el barco. Dudaba llegar siquiera a mar abierto sin que le diese un infarto. Estaba convencida de que no era la más joven del lugar, había algunos genin que parecían recien graduados. Sin embargo, podía ser tranquilamente la más bajita del barco, y no solo eso, había gente que se giraba a mirarla.
De ahí, principalmente, venían los nervios. Ella no reconocía a absolutamente nadie. ¿Qué había pasado con su generación? ¿Y con la de Datsue? ¿Habían muerto todos? ¿Se habían retirado? ¿Se habían ido al otro campo de batalla? ¿¡Qué estaba pasando!? La cuestión era ¿por qué la reconocían? ¿Por quedar tercera en el Torneo de los Dojos? ¿Por el follón con Shizuka? Iba a pasar más vergüenza que dolor en esa misión.
De repente, su general empezó el discurso en cuanto empezó el viaje, moviendo la atención sobre él. Hana agradeció tener un sitio donde mirar aparte del suelo. Muy en resumen, les dijo que tendrían que hacer guardias y justo en ese momento recordó que existían los escuadrones.
El suyo estaba compuesto por tres Uchihas y un Senju. Le parecía curioso haber conocido a seis Uchihas y solo una Uzumaki. Con tanto Uchiha en su escuadrón, tenía la sensación de que la habían puesto en un escuadrón de combate. Tal vez lo había hecho demasiado bien en el Torneo de los Dojos, porque realmente no se le daba tan bien combatir. Sin contar el hecho de que hacía meses que no lo hacía.
Cuando su general acabó su discurso, cada capitan empezó a llamar a su equipo. Todos a la vez. Hana pudo distinguir quien había llamado al suyo y se dirigió a ella de inmediato. Andaba como un pingüino, dando pasos cortos y rápidos, e intentando evitar a la gente que se cruzaba de un lado a otro para llegar a su respectivo capitan.
Una vez delante de la que supuso sería Tsuta Neiru, hizo una leve reverencia.
— Himura Hana, Tsuta-san. — desde su incidente con el Shukaku, tenía miedo de llamar a alguien de una forma indebida y ser lanzada por la cubierta.
Tsuta Neiru sonaba increiblemente raro, por lo menos para Hana, ni Tsuta ni Neiru sonaban a nombre para nada, así que confió en que estuviese bien escrito en el pergamino para dirigirse a ella. Tras su breve presentación, se giraría a comprobar quienes eran sus compañeros, en un vano intento de reconocer quien era quien.
Lo primero que reconocería era que era la más chiquita del escuadrón.
—Eso espero, mequetrefeLa voz del Shukaku fue toda una sorpresa, pero no estaba allí, sino que salía de de la boca del Uzukage.. O te vas a enterar cuando vuelvas. ¡JIA JIA JIA!
— Volveremos. Todos.
Era un sueño utópico. Era lo que todos deseábamos, pero nos estábamos dirigiendo a la guerra. Aún en caso de doblegar la resistencia de los ejércitos de Kurama, alguno de los nuestros iba a perecer. Es posible que muchos, pero al final lo importante era cumplir con la misión. Por ello llevábamos el símbolo del remolino grabado en nuestra bandana. Para defenderlo hasta las últimas consecuencias. El puente de acceso al barco terminó por recogerse y yo miraba por la barandilla el vaivén del mar que daba acceso al basto océano.
—¡Escuchad! ¡¡ESCUCHAD!!
Aquel vozarrón me sacó de mis pensamientos y centré mi atención en su emisor. Un tipo que lucía aquella placa dorada que el acreditaba como jōnin que tanto anhelaba. El tipo en cuestión solo con el mero contacto visual ya imponía y el silencio sepulcral que acompañó sus primeras palabras no le mostraban más que el más absoluto de los respetos. Su mensaje fue claro y conciso. Cada uno estaríamos a las ordenes de un pequeño escuadrón y mientras llegábamos a nuestro destino iríamos haciendo turnos para hacer guardia. Era el momento de reunirme con mi escuadrón.
«Creo que el mío era el 42»
Un caos más bien controlado se apoderó del barco cuando los distintos líderes de los escuadrones empezaron a llamar a sus nuevos subordinados. Entre aquel caos traté de atinar y seguir las indicaciones del escuadrón número 42. Me llevó algo de tiempo pero finalmente alcancé mi objetivo. Uchiha Suzaku y otra chica, más bien bajita y de cabellos dorados, se adelantaron y ya se habían presentado. Nada más llegar hice una leve reverencia hacía la jōnin.
Con el último de los shinobis ya en el navío, la rampa de acceso se elevó, y zarparon rumbo a la guerra. No era un rumbo fácil de digerir, eso seguro, pero era un rumbo con el que tendrían que lidiar tarde o temprano. Vivir o morir a veces solo era cuestión de tiempo y suerte. La más temibles de las combinaciones, y a veces llamado destino.
Apenas empezó la marcha, una voz sobresalió entre el resto. Se trataba de un shinobi llamado Uchiha Raito, un shinobi bastante famoso en Uzushiogakure, sobre todo por ser el maestro del actual Uzukage. El jōnin saltó sobre una de las barandas del barco, y reclamó la atención de todos los allí presentes. Aviso de que llegarían al destino a la noche del día siguiente, lo cuál significaba que dormirían en el buque. Tras ello dijo que harían turnos de vigilancia, pues que atacasen el navío era una posibilidad más que asequible. Anuncio también que los capitanes de cada escuadrón darían detalles sobre el plan para recuperar la Villa de las Aguas Termales, y por último sentenció que estaban totalmente prohibidos los "combates amistosos". El hombre se despidió tras el discurso, y justo tras ello comenzaron los correspondientes jefes de escuadrón a llamar a sus miembros.
Parecía que todo daba comienzo, nadie ni nada iba a esperar. El tiempo era puro oro.
Para cuando el Senju se quiso dar cuenta, su escuadra había sido llamada. Se trataba del escuadrón de batalla 42, y era una Jōnin llamada Tsuta Neiru quien les requería, siendo ésta la líder. Siete se fue acercando lo antes posible, lo cuál se volvió un acto bastante difícil, dado que había un jaleo del viento y la madre con cada jefe de escuadrón llamando a los suyos. Pero por suerte, no era una tarea imposible. Simplemente complicada.
El grupo se reunía cerca de la mujer, de la jōnin, de la capitán. Todos se fueron presentando de uno en uno, tratándose de un grupo de lo más variopinto, aunque con un apellido bastante común: Uchiha. Hayato no sería menos, y haciendo una leve reverencia terminaría dándose a conocer también al resto, y principalmente a la jōnin.
—Senju Hayato presente. —Sentenció, sin saber muy bien qué mas podía decir.
Para cuando quiso darse cuenta, estaba rodeado de extraños. Iba a ir a una guerra, donde posiblemente moriría, rodeado de gente a la que no conocía en absoluto. Realmente era una desdicha...
Aunque fijándose bien en el grupo, había una chica que sí podía reconocer levemente. No la conocía de la academia, no la conocía de haber hablado con ella, o de haberla visto por las calles de Uzu. Era algo más profundo, algo más intenso... ¿Acaso no era la que se besó con Shizuka?
¿Tenían a una idol en el equipo?
Bueno, al menos a alguien del equipo la conocía, aunque fuese de vista o más bien por las revistas. Vaya desdicha.
27/04/2022, 17:30 (Última modificación: 27/04/2022, 17:30 por Amedama Daruu.)
—Desde luego somos un grupo... variopinto —le comentó su hermana.
Umi echó un vistazo a los ninjas que iban subiendo al barco tras ellas, y que acabarían siendo sus compañeros de equipo. Había una muchacha con una curiosa trenza rubia en cascada, que vestía un chaleco anaranjado bastante llamativo. A juzgar por la enorme espiral carmesí en su espalda, una fanática más de Uzushiogakure. También había otro fanático de la Espiral, un Uchiha como ellas, con el pelo de color blanco. ¿Serían canas naturales o se tintaría? O estaba de moda el tinte o había una rara predisposición genética que desconocía en la aldea, porque había otro tipo también con el pelo blanco. Lo primero que le llamó la atención de aquél destartalado muchacho fue que desde allí, lejos, parecía tener los dientes recubiertos de metal. ¿Un aparato o un arma exótica?
Umi superó.
—Parecemos una caja de caramelos, con tanto colorín —rio Umi por primera vez—. Esos dos ya vienen chupados —susurró, dándole un codazo a Umi y dirigiendo la mirada a Natsu y a Hayato cuando no estaban mirando.
Todo el mundo a bordo, el barco partió y provocó un bamboleo que mareó a Suzaku y la derrotó antes de que empezase a combatir. Umi la observó, preocupada. Aunque una voz la sobresaltó. La de Uchiha Raito, de quien se decía que había sido el mentor del Uzukage. Bueno, Umi sabía que había sido el mentor del Uzukage y también de Uchiha Akame, el otro llamado Hermano del Desierto. Un criminal peligroso y buscado. Aquél tipo se parecía más a este que a Datsue, y verlo casi daba tanto miedo como lo que evocaba el nombre de Uchiha Akame al oírlo.
Por supuesto, intentó romper el hielo con una broma malísima. Al menos, a Uchiha Umi no le hizo ni puta gracia. «Encima de pagar poco nos va a quitar el dinero... una mierda.» Por supuesto, a Umi le pagaban poco porque hasta ese entonces se había negado a hacer ni una misión superior al rango D, no fuera a ser que se enraizara demasiado a los cimientos de la aldea y subiera rangos innecesariamente. «Y en cuanto expresase una idea demasiado peligrosa para el status quo del Consejo y de la jerarquía de Hanabi y Datsue, perderé la cabeza misteriosamente. Un cuerpo aparece flotando en los muelles...» —se burló internamente.
Ellas y sus compañeros antes mencionados acabaron asingados al Escuadrón 42, bajo el liderazgo de Tsuta Neiru, jōnin. Umi siguió a su hermana y se cruzó de brazos frente a su líder. Todos los demás fueron presentándose, y Umi trató de recordar bien los nombres de cada uno. Himura Hana «"Chica Patriota"...», Uchiha Natsu «"Paliducho"...» y Senju Hayato «y "Flacucho"...»
—Uchiha Umi —se presentó ella, con un desganado saludo militar.
29/04/2022, 21:40 (Última modificación: 29/04/2022, 23:05 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
Tsuta Neiru era una mujer de cabello corto y negro, con un gran mechón que le nacía del flequillo y le cubría la mitad de su rostro. Los iris de sus ojos tenían un llamativo color dorado, y llevaba los labios pintados de un rosa pálido. Vestía con el chaleco ninja oficial, abierto, y portaba por debajo una blusa negra y unas mallas cortas del mismo color.
—Buenos días a todos —empezó, en cuanto todos se presentaron. Su voz era particularmente grave—. Mi nombre es Tsuta Neiru y seré la líder de vuestro escuadrón.
Alrededor de ellos, el barullo fue en aumento a medida que los distintos escuadrones se juntaban con sus capitanes. Un par de jóvenes genins no encontraban su escuadrón e iban de aquí para allá, perdidos, preguntando desorientados con todo aquel que se cruzaban.
Tsuta Neiru desplegó un mapa frente a ellos.
—Llegaremos mañana al atardecer a este punto —dijo, señalando el barco dibujado—. Según nuestros informes, lo más probable es que el ejército de la Alianza se esté enfrentando en esos momentos a los ninjas de Kurama en algún punto cercano a los Arrozales del Silencio. Gracias a los sellos de comunicación, sabremos cómo está yendo la batalla y decidiremos si vamos a apoyar o nos dirigimos a la Villa de las Aguas Termales, donde trataremos de conseguir nuestro objetivo principal: recuperar la aldea de las manos de Kurama.
Hizo una breve pausa para mirarles por un instante antes de continuar.
—Si bien originalmente esta misión iba a estar conformada por ninjas de la Alianza, se decidió a última hora que solo seríamos los uzujines —informó. Quizá por eso habían necesitado de ninjas tan jóvenes e inexperimentados para rellenar el regimiento—. Una de las razones es porque… no atracaremos el barco en el puerto de las Costas de las Olas Rompientes.
Desenvolvió un pergamino frente a ellos y se oyó un sonoro: ¡pluff! Tras una nube de humo blanca, aparecieron seis chalecos salvavidas y tres cuerdas.
—Lo más probable es que las fuerzas de Kurama tengan controlado el puerto y nos encontrásemos con sorpresas desagradables en los muelles. Además, alertaríamos de nuestra presencia. Por eso mismo, los uzujines somos los más adecuados para el desempeño de esta misión. Nos cobijaremos bajo el amparo de la oscuridad de la noche para... saltar directamente al mar.
¤ A contracorriente (coste de 1 punto, gratis para Uzushiogakure)
Las corrientes moderadas de viento no te frenan ni te causan malestar en los ojos, que puedes mantener abiertos. Puedes estabilizar tus pies cuando caminas por encima del agua incluso con un oleaje fuerte. Los personajes de Uzushiogakure tienen este mérito desbloqueado de manera totalmente gratuita.
—Las Costas de las Olas Rompientes está llena de acantilados y rocas peligrosas bajo la superficie que hacen intratable el desembarco en ningún otro punto que no sea el puerto. Por ello, repito, el barco quedará a una distancia desde la que no sea vea desde el puerto con la oscuridad de la noche y correremos por las olas a esta playa de aquí, situada a trescientos metros del puerto. Todos y cada uno de nosotros llevará puesto el chaleco salvavidas por seguridad, e iremos atados por cuerdas en parejas por si ocurre un accidente. Pase lo que pase, no obstante, deberemos mantenernos en absoluto silencio. Debemos llegar a la Villa de las Aguas Termales sin que nadie nos vea. La sorpresa es nuestra mejor baza. Si no conseguimos llegar de forma sigilosa, las probabilidades de éxito de esta misión bajarán al veinte por ciento.
»¿Alguna duda hasta aquí?
Hana podía o no tener una duda. Lo que sí tenía, y esto era cien por cien seguro, era un encaprichamiento extremo por…
¤ Trastorno psicológico (otorga de 2 puntos) [Caprichosa]
La poseedora de este defecto se encapricha de objetos inanimados y siente el impulso incontrolable de que sean de su propiedad. Solo es un capricho, así que no le dura mucho cuando ya lo ha conseguido. Durante los episodios, se olvida de todo lo que no sea conseguir ese amado objeto, primero por la vía fácil, verbalmente, sobornando o convenciendo, y si eso no funciona, por la vía difícil, intimidando o robando. Tras un tiempo, volverá en sí y, en caso de que sea necesario, devolverá dicho objeto a su legitimo dueño.
Si existe un gran peligro en conseguir dicho objeto por la fuerza, podrá disuadirse, adquiriendo el defecto Colérico durante el resto de la trama o del día, si es una trama larga.
Este defecto solo puede tener por objetivo objetos inanimados, nunca seres vivos, dichos objetos no tienen porque tener un valor economico alto ni ser preciosos, puede ser una prenda de ropa, un arma o incluso una piedra con forma extraña. Los efectos del defecto son más controlables contra más alta es la Voluntad.
… por ese collar con pinchos que portaba Uchiha Umi. ¡Era tan bonito! Necesitaba probárselo. Necesitaba ver qué tal le quedaría a ella.
Tras esperar a que todos se presentasen, y con un barullo in crescendo, la mujer se presentó como Tsuta Neiru, y por ende como la líder del escuadrón. Neiru desplegó un mapa ante los chicos, y señalando un punto en el mismo, recalcó que a la tarde del día siguiente llegarían allí. Sentenció que en algún punto de los Arrozales del Silencio estaría estallando el fragor del combate, y entre tanto ellos podían tener dos tareas diferentes: Ayudar al ejercito de la Alianza, o bien recuperar la Villa de las Aguas Termales de manos del ejercito de Kurama.
«Así que nuestro propósito puede variar, dependiendo de cuán bien lo estén haciendo en los Arrozales... ya veo...»
Poco después, Neiru informó del motivo por el cuál solo habían Uzujines en el barco. El buque no iba a tomar tierra, no se iba ni a acercar al puerto realmente. La jönin desenvolvió un pergamino, y de éste hizo aparecer una serie de chalecos salvavidas y unas cuerdas. Con ello, comenzó a explicar la estrategia. Saltarían al agua, en el amparo de la noche, para aprovechar la situación en un ataque sorpresa que solo los shinobis del Remolino podían realizar. Las Costas de las Olas Rompientes iban a ser todo un desafío, por todo lo que había y podía llegar a haber.
Hayato no pudo evitar pensar que en parte era una estrategia brillante, pero por otra parte podían verse envueltos en un campo de batalla realmente peliagudo. Si eran detectados y tenían que combatir en mitad del mar, la cosa no iba a ser para nada sencilla. Quizás eran la mejor baza, pero si no lograban que el plan fuese como la seda, la cosa se iba a poner muy jodida.
Y encima con esos chalecos de flotabilidad... ¿Por quienes los habían tomado?.
«¿De verdad necesitamos eso?.»
La mujer sentenció el plan, preguntando si hasta ese punto alguien tenía alguna duda. Hayato miraría al resto, al menos él no tenía nada que preguntar, y eso que solía ser un tipo realmente inconformista o protestón. Pero en éste negocio, no tenía nada que añadir...
—Ninguna duda. —Contestó. Él no tenía dudas que pudiesen interesar.
Hana asintió a practicamente cada oración que acababa su capitana. Básicamente, iban a ir andando por encima del agua en un mar asalvajado y peligroso con olas más grandes que su edificio para no entrar con el barco y ser demasiado evidentes. Tenía una opinión al respecto, que se guardó en cuanto nació, nadie la conocería nunca.
Pero, ¡claro que no se lo esperaban! ¿Quien iba a jugarsela entrando de noche andando sobre un tsunami tras otro? ¡Pues ellos porque eran todo valentía! Solo que Hana se había puesto ligeramente palida. Sí, los uzujin eran expertos en ese caso especifico. Sin embargo, ningún cocinero profesional cocina con palos, ningún pintor profesional pinta con mierda, hay muros que la habilidad no puede saltar.
Así que cuando Tsuta Neiru preguntó si alguien tenía preguntas, Hana hizo lo que hace toda buena estudiante cuando un profesor pregunta eso, mirar alrededor y hacerse la loca. Miró a cada uno de sus compañeros, a ver quien era el valiente que preguntaba algo.
Su mirada quedó clavada en Umi con la más pura fascinación. Su collar era justo lo que necesitaba. Llevaba tiempo pensando en algún tipo de cambio para resultar más amenazadora, porque por algún motivo, la intimidación no le salía tan natural como el resto de interacciones sociales. ¿Y qué hay mejor que un collar de pinchos? ¡Un hacha gigante! Pero como no podía ni mirar un hacha sin cansarse, tendría que conformarse.
—Ninguna duda.
Oh, sí, la guerra y todo eso. Se giró, apartando la mirada un segundo de Umi.
— Todo claro, sí.
Su mirada iba entre la capitana y su nuevo collar. Necesitaba un plan, una estrategia, rápido y eficaz. De momento, esperaría a que su jefa les dejase descansar y entonces ya se acercaría a Umi. Son compañeras ¿no? Seguro que no le importaba dejarle su collar.