20/08/2018, 20:10
El final dio comienzo.
Todos los participantes del examen de Chūnin se vieron reunidos de nuevo, aunque esta vez no fue frente a la Academia de las Olas con la que Ayame había comenzado a familiarizarse, sino frente al Estadio de Celebraciones. Un colosal edificio de piedra gris que parecía estar gruñendo debido a los murmullos del gentío que ya se encontraba en su interior y les esperaban con impaciencia contenida. Ayame, intimidada, tragó saliva con esfuerzo. Ya había sabido de antemano que la última prueba consistía en una demostración de combate, pero los sentimientos que la estaban invadiendo le recordaban al lejano Torneo de los Dojos. Y eso era algo que le aterraba y que no deseaba recordar. Sin entablar ninguna palabra ni mirada con el resto de aspirantes, la muchacha avanzó junto al grupo hasta la zona de vestuarios. A cada uno de ellos les correspondía un vestuario individual, con un casillero y un banco de madera; aunque Ayame pronto se daría cuenta que ni siquiera tendría la opción de disfrutarlo. Y es que, cuando les estaban mostrando la grada que se les había reservado por si deseaban ver el resto de enfrentamientos, le comunicaron que ella disputaría el primer enfrentamiento. Y contra Uchiha Datsue nada menos.
«Esto. Debe. Ser. Una. Broma.» Pensó, pálida como la cera y maldiciendo a todos los dioses de la suerte habidos y por haber. «¡Esto debe ser una maldita broma!» ¿Pero qué tenían en contra de ella? ¡Parecía que lo habían hecho a propósito! Ella, que no deseaba volverle a ver el pelo a Datsue ni en pintura, ahora debía enfrentarse a él en el primer combate. ¡Antes prefería enfrentarse a todos los demás aspirantes juntos que luchar contra el Uchiha!
Y, sin embargo,, tuvo que morderse la lengua y no protestar. Ni siquiera miró a su oponente antes de ser separada del resto del grupo para dirigirla a su puerta de salida del estadio. Se había sumido en su siniestro mutis, pero la tormenta bullía en su interior con la fuerza de un huracán. ¡Lo que habría dado por poder sumergir la cabeza en agua fría para lanzar un grito de desahogo!
—Bienvenidos, aspirantes a Chunin —la voz del hombre sin brazo resonó desde todas partes y ninguna, sobresaltándola y apartándola momentáneamente de sus pensamientos—. Ésta será la última prueba de vuestro examen. Lo cual no quiere decir que sea la más importante ni la menos importante, es igual de importante que cualquiera de las otras dos. En estos combates no se tratan de ganar, sino de dar lo mejor de vosotros sin excederos. "Pero, señor, lo mejor sin excedernos es contradictorio." No, aunque sea un combate, estaréis rodeados de gradas llenas de civiles. Controlaos, pero dad espectáculo a esas gradas llenas de civiles. Como la última vez, solo hay dos normas, esta vez eliminatorias. Uno, nada de matar, dos, nada de peleas en la grada. Ahora sí, bienvenidos, queridos espectadores, que comience el primer combate, Uchiha Datsue de Uzushiogakure contra Aotsuki Ayame de Amegakure.
«Matar, suspenso. Qué pena...» Bromeó en su fuero interno, aunque era una broma cargada de veneno que ardía en su pecho. «Pelear en las gradas, suspenso. Entendido.»
Las puertas se abrieron entonces, y Ayame se obligó a entrecerrar los ojos cuando la luz inclemente del verano hirió sus pupilas. Avanzó con paso firme, sin hacer demasiado caso a las ovaciones entre el público y con la mirada clavada en el frente. Aunque era bien consciente de que rostros familiares la observaban desde las gradas, y no sólo las de sus compañeros. Su padre y su hermano estaban entre ellos, y no estaba dispuesta a defraudarles.
«Uchiha Datsue. Maldita sea mi suerte.» Volvió a repetirse, apretando las mandíbulas. No era suficiente con que fuera un Uchiha, tenía que ser precisamente él. Pero respiró hondo, tratando de enfriar las ascuas de la rabia que bullían en sus intestinos, y se colocó en posición en el centro del estadio de combate: rodillas ligeramente curvadas, mano cerca del portaobjetos. No hubo sello de la confrontación ni saludo alguno, algo extremadamente extraño en ella, siempre cordial con sus adversarios. Y es que no había en ella ninguna migaja de respeto que pudiera ofrecerle a Datsue. «Ya me has jodido bastante. No voy a permitir que también me arrebates el ascenso a Chūnin... y dar un paso más para ponerme a la altura de mi padre.»
Aunque ambos sabían que aquel enfrentamiento iba mucho más allá que la simple prueba de un examen. Aquel combate era un ajuste de cuentas entre dos shinobi que llevaba pendiente demasiado tiempo.
Todos los participantes del examen de Chūnin se vieron reunidos de nuevo, aunque esta vez no fue frente a la Academia de las Olas con la que Ayame había comenzado a familiarizarse, sino frente al Estadio de Celebraciones. Un colosal edificio de piedra gris que parecía estar gruñendo debido a los murmullos del gentío que ya se encontraba en su interior y les esperaban con impaciencia contenida. Ayame, intimidada, tragó saliva con esfuerzo. Ya había sabido de antemano que la última prueba consistía en una demostración de combate, pero los sentimientos que la estaban invadiendo le recordaban al lejano Torneo de los Dojos. Y eso era algo que le aterraba y que no deseaba recordar. Sin entablar ninguna palabra ni mirada con el resto de aspirantes, la muchacha avanzó junto al grupo hasta la zona de vestuarios. A cada uno de ellos les correspondía un vestuario individual, con un casillero y un banco de madera; aunque Ayame pronto se daría cuenta que ni siquiera tendría la opción de disfrutarlo. Y es que, cuando les estaban mostrando la grada que se les había reservado por si deseaban ver el resto de enfrentamientos, le comunicaron que ella disputaría el primer enfrentamiento. Y contra Uchiha Datsue nada menos.
«Esto. Debe. Ser. Una. Broma.» Pensó, pálida como la cera y maldiciendo a todos los dioses de la suerte habidos y por haber. «¡Esto debe ser una maldita broma!» ¿Pero qué tenían en contra de ella? ¡Parecía que lo habían hecho a propósito! Ella, que no deseaba volverle a ver el pelo a Datsue ni en pintura, ahora debía enfrentarse a él en el primer combate. ¡Antes prefería enfrentarse a todos los demás aspirantes juntos que luchar contra el Uchiha!
Y, sin embargo,, tuvo que morderse la lengua y no protestar. Ni siquiera miró a su oponente antes de ser separada del resto del grupo para dirigirla a su puerta de salida del estadio. Se había sumido en su siniestro mutis, pero la tormenta bullía en su interior con la fuerza de un huracán. ¡Lo que habría dado por poder sumergir la cabeza en agua fría para lanzar un grito de desahogo!
—Bienvenidos, aspirantes a Chunin —la voz del hombre sin brazo resonó desde todas partes y ninguna, sobresaltándola y apartándola momentáneamente de sus pensamientos—. Ésta será la última prueba de vuestro examen. Lo cual no quiere decir que sea la más importante ni la menos importante, es igual de importante que cualquiera de las otras dos. En estos combates no se tratan de ganar, sino de dar lo mejor de vosotros sin excederos. "Pero, señor, lo mejor sin excedernos es contradictorio." No, aunque sea un combate, estaréis rodeados de gradas llenas de civiles. Controlaos, pero dad espectáculo a esas gradas llenas de civiles. Como la última vez, solo hay dos normas, esta vez eliminatorias. Uno, nada de matar, dos, nada de peleas en la grada. Ahora sí, bienvenidos, queridos espectadores, que comience el primer combate, Uchiha Datsue de Uzushiogakure contra Aotsuki Ayame de Amegakure.
«Matar, suspenso. Qué pena...» Bromeó en su fuero interno, aunque era una broma cargada de veneno que ardía en su pecho. «Pelear en las gradas, suspenso. Entendido.»
Las puertas se abrieron entonces, y Ayame se obligó a entrecerrar los ojos cuando la luz inclemente del verano hirió sus pupilas. Avanzó con paso firme, sin hacer demasiado caso a las ovaciones entre el público y con la mirada clavada en el frente. Aunque era bien consciente de que rostros familiares la observaban desde las gradas, y no sólo las de sus compañeros. Su padre y su hermano estaban entre ellos, y no estaba dispuesta a defraudarles.
«Uchiha Datsue. Maldita sea mi suerte.» Volvió a repetirse, apretando las mandíbulas. No era suficiente con que fuera un Uchiha, tenía que ser precisamente él. Pero respiró hondo, tratando de enfriar las ascuas de la rabia que bullían en sus intestinos, y se colocó en posición en el centro del estadio de combate: rodillas ligeramente curvadas, mano cerca del portaobjetos. No hubo sello de la confrontación ni saludo alguno, algo extremadamente extraño en ella, siempre cordial con sus adversarios. Y es que no había en ella ninguna migaja de respeto que pudiera ofrecerle a Datsue. «Ya me has jodido bastante. No voy a permitir que también me arrebates el ascenso a Chūnin... y dar un paso más para ponerme a la altura de mi padre.»
Aunque ambos sabían que aquel enfrentamiento iba mucho más allá que la simple prueba de un examen. Aquel combate era un ajuste de cuentas entre dos shinobi que llevaba pendiente demasiado tiempo.