31/08/2018, 00:24
El gigante turquesa seguía contemplándola con sus ojos del color de la sangre, indiferente, poderoso; como quien mira una simple y molesta mosca que está a punto de despachar de un manotazo. Ayame era incapaz de apartar la mirada de él, de su nariz puntiaguda que la señalaba, de los cuernos que zigzagueaban sobre su cabeza. Todo en su ser destilaba poder en estado puro, un poder con el que ella jamás había llegado siquiera a soñar. El poder de un dios...
Y una lágrima se deslizó de forma silenciosa por la mejilla de la kunoichi que, en aquellos instantes, no se sentía más que una chiquilla.
—¡¡¡Levanta!!! —bramó la voz de Datsue, sobresaltándola.
Y algo en su mente hizo click y disparó recuerdos lejanos.
Lo había olvidado. Ella no estaba allí sólo por el chaleco y la placa plateada. Ayame apretó las mandíbulas y, aún temblando como una hoja de otoño, se levantó. Porque él estaba entre las gradas, observándola.
—¡¡¡Lucha!!! —ordenó el Uchiha.
Pero ella estaba escuchando otra voz muy diferente. Una voz forjada en hierro.
Y ella se había hecho una promesa a sí misma. Se había prometido que si conseguía aquella dichosa placa se enfrentaría a él y le demostraría que había crecido. ¿¡Y cómo iba a plantearle siquiera esa posibilidad si se comportaba como una cobarde y se acobardaba ante aquella mole de energía!?
El brazo del gigante se abalanzó de nuevo hacia ella, pero en aquella ocasión sus piernas no quedaron clavadas en la piedra. Se movió hacia un lado todo lo rápido que fue capaz.
—¡¡¡Lucha!!! ¡¡¡LUCHA!! —se desgañitaba su adversario y, siguiendo la comanda de su primitiva ira, los dos brazos del titán hicieron temblar el suelo con violencia, pulverizando las losas bajo sus pies cuando pasó junto a él a toda velocidad y levantando sendas nubes de polvo.
«¡Maldita sea, lo haría si no estuvieras intentando matarme!» Ayame se vio obligada a detenerse para no perder el equilibrio, pero ya tenía sus manos ocupadas entrelazándose. «La única manera de vencer a un gigante es... con otro gigante.»
—Que Amenokami me asista... —rogó para sí, aunque ella nunca había sido demasiado devota.
Fuera como fuere, Ayame tomó una gran bocanada de aire y la expelió en forma de agua. Una ingente cantidad de agua que no debería haber cabido en un cuerpo tan pequeño como el de la kunoichi y que chocó contra las losas de piedra, aplastándolas con el puño de la ira antes de alzarse desperezándose en forma de una gigantesca ola que arremetería al encuentro del gigante de Uchiha Datsue. Sin embargo, aquella técnica tan potente también había supuesto un arma de doble filo para Ayame, que ahora, con las manos apoyadas en las rodillas, resollaba sofocada, como si en cualquier momento fuera a escupir los pulmones.
Estaba jugando sus mejores cartas. Y eso le estaba pasando factura a ritmos demasiado acelerados.
Y una lágrima se deslizó de forma silenciosa por la mejilla de la kunoichi que, en aquellos instantes, no se sentía más que una chiquilla.
—¡¡¡Levanta!!! —bramó la voz de Datsue, sobresaltándola.
Y algo en su mente hizo click y disparó recuerdos lejanos.
«¡Levántate, niña!»
Lo había olvidado. Ella no estaba allí sólo por el chaleco y la placa plateada. Ayame apretó las mandíbulas y, aún temblando como una hoja de otoño, se levantó. Porque él estaba entre las gradas, observándola.
—¡¡¡Lucha!!! —ordenó el Uchiha.
Pero ella estaba escuchando otra voz muy diferente. Una voz forjada en hierro.
«¡Levántate y lucha, maldita sea!»
Y ella se había hecho una promesa a sí misma. Se había prometido que si conseguía aquella dichosa placa se enfrentaría a él y le demostraría que había crecido. ¿¡Y cómo iba a plantearle siquiera esa posibilidad si se comportaba como una cobarde y se acobardaba ante aquella mole de energía!?
El brazo del gigante se abalanzó de nuevo hacia ella, pero en aquella ocasión sus piernas no quedaron clavadas en la piedra. Se movió hacia un lado todo lo rápido que fue capaz.
—¡¡¡Lucha!!! ¡¡¡LUCHA!! —se desgañitaba su adversario y, siguiendo la comanda de su primitiva ira, los dos brazos del titán hicieron temblar el suelo con violencia, pulverizando las losas bajo sus pies cuando pasó junto a él a toda velocidad y levantando sendas nubes de polvo.
«¡Maldita sea, lo haría si no estuvieras intentando matarme!» Ayame se vio obligada a detenerse para no perder el equilibrio, pero ya tenía sus manos ocupadas entrelazándose. «La única manera de vencer a un gigante es... con otro gigante.»
—Que Amenokami me asista... —rogó para sí, aunque ella nunca había sido demasiado devota.
Fuera como fuere, Ayame tomó una gran bocanada de aire y la expelió en forma de agua. Una ingente cantidad de agua que no debería haber cabido en un cuerpo tan pequeño como el de la kunoichi y que chocó contra las losas de piedra, aplastándolas con el puño de la ira antes de alzarse desperezándose en forma de una gigantesca ola que arremetería al encuentro del gigante de Uchiha Datsue. Sin embargo, aquella técnica tan potente también había supuesto un arma de doble filo para Ayame, que ahora, con las manos apoyadas en las rodillas, resollaba sofocada, como si en cualquier momento fuera a escupir los pulmones.
Estaba jugando sus mejores cartas. Y eso le estaba pasando factura a ritmos demasiado acelerados.