3/09/2018, 18:24
Un pinchazo en la espalda, y una voz inundó su mente. Una voz que ella conocía muy bien, y que le provocó un escalofrío de terror.
—No, no, no... ahora no... —gimoteó para sí, cuando un extraño calor se apoderó de su cuerpo. Un calor reconfortante como un abrazo... un abrazo de una amiga...
O, más bien, el calor del abrazo de una pitón antes de estrangularte.
Como si no tuviera suficiente, ahora tenía que luchar en dos frentes diferentes: el terrenal y el mental.
Su padre y su hermano...
«¡No! ¡Los pondría en peligro a todos!» Ayame se aferró a ellos. Se aferró al recuerdo de la última conversación que había tenido con su padre sobre el bijuu y se dejó envolver por la dureza de sus ojos aguamarina. Se aferró al recuerdo de cuando perdió el control en aquella misión, a la mirada de terror de Daruu. «¡Me descubrirían! ¡Me verían como un monstruo!»
Datsue, envuelto en su coloso (que seguía regenerándose a cada paso que daba), avanzaba hacia ella con pasos lentos, rodeando el cráter del lago que ella misma había creado.
—Me jodiste, Ayame —decía, y esta vez no alzaba la voz. Simplemente la dirigía hacia ella. Sólo a ella—. No solo aquel día —continuó, y Ayame, sin despegar la mano de la cara, le miró con extrañeza—. Me cortaste el hilo por el que descendía tan solo por haberte hecho fumar, pudiendo provocar mi muerte de no haber sido un clon.
Y aquellas palabras reavivaron las ascuas de sus entrañas.
—Provocaste mi caída como Jōnin. Te burlaste de tu propia compañera torturada por los tuyos solo para poder hacerme daño. ¡Yo pagué el precio por mis errores! ¡Pero hoy, hoy es el día en que tú responderás por tus crímenes!
—¡MALDITO UCHIHA! —gritó Ayame, lanzándose a la carrera contra él.
Sin embargo, apenas le dio tiempo a recorrer más que un par de metros. Datsue se había detenido y, después de llevarse una mano al portaobjetos, un potente fogonazo de luz le obligó a detenerse y a cruzar los brazos por delante del rostro. Sin embargo, no fue todo lo que ocurrió. En el momento en el que su oponente cerró los ojos para protegerse de su propia artimaña, el gigante que le protegía se desvaneció...
Y el sello que llevaba adosado en su cuerpo desde prácticamente el principio del combate se desprendió de él.
El estallido hizo eco por todas las gradas del estadio.
«Q... ¿Qué ha pasado?» Pensó Ayame, confundida. Intentó entreabrir los ojos pero aún veía luces donde no debía haberlas. Por eso hizo el sello del pájaro y chasqueó la lengua al mismo tiempo que desplegaba el arco que llevaba adosado a su muñeca, y envió una onda sonora cargada con chakra a su alrededor. El eco le devolvería de manera casi instantánea la posición del Uchiha, hacia donde disparó una flecha sacada del carcaj que llevaba a su espalda.
—¡Tú me cortaste a mí el hilo sólo porque no descubriera tus sucias patrañas! —le gritó, e internamente suspiró de alivio al darse cuenta de que ya casi había recuperado el sentido de la visión—. ¡Y jamás me reiría de una compañera! Lo siento pero... sólo me estaba riendo de ti. Tú querías verla. Y te di lo que querías —sonrió, aunque era una sonrisa extraña. Una sonrisa nada feliz. No se sentía para nada orgullosa de la treta que había utilizado aquella vez para embaucarle, pero ella era la Sirena de Amegakure y estaba decidida a darle su merecido por todas aquellas veces que se la había jugado—. ¡Puede que hayas pagado tu precio con tu Kage cuando te bajó de rango por tus tonterías pero no conmigo! ¡Y TODA ESTA IDIOTEZ POR UNA MALDITA CEBOLLA Y UN POLVO MEDIO FRUSTRADO!
El público debía de estar alucinando, escuchando tales cosas, pero a Ayame, que cada vez jadeaba con más ahínco, nada le importaba.
«Puedo darle poder.
Sólo tiene que pedirlo.»
Sólo tiene que pedirlo.»
—No, no, no... ahora no... —gimoteó para sí, cuando un extraño calor se apoderó de su cuerpo. Un calor reconfortante como un abrazo... un abrazo de una amiga...
O, más bien, el calor del abrazo de una pitón antes de estrangularte.
Como si no tuviera suficiente, ahora tenía que luchar en dos frentes diferentes: el terrenal y el mental.
«¿O va a dejarse humillar delante de su padre y de su hermano... y de él...?»
Su padre y su hermano...
«¡No! ¡Los pondría en peligro a todos!» Ayame se aferró a ellos. Se aferró al recuerdo de la última conversación que había tenido con su padre sobre el bijuu y se dejó envolver por la dureza de sus ojos aguamarina. Se aferró al recuerdo de cuando perdió el control en aquella misión, a la mirada de terror de Daruu. «¡Me descubrirían! ¡Me verían como un monstruo!»
Datsue, envuelto en su coloso (que seguía regenerándose a cada paso que daba), avanzaba hacia ella con pasos lentos, rodeando el cráter del lago que ella misma había creado.
—Me jodiste, Ayame —decía, y esta vez no alzaba la voz. Simplemente la dirigía hacia ella. Sólo a ella—. No solo aquel día —continuó, y Ayame, sin despegar la mano de la cara, le miró con extrañeza—. Me cortaste el hilo por el que descendía tan solo por haberte hecho fumar, pudiendo provocar mi muerte de no haber sido un clon.
Y aquellas palabras reavivaron las ascuas de sus entrañas.
—Provocaste mi caída como Jōnin. Te burlaste de tu propia compañera torturada por los tuyos solo para poder hacerme daño. ¡Yo pagué el precio por mis errores! ¡Pero hoy, hoy es el día en que tú responderás por tus crímenes!
—¡MALDITO UCHIHA! —gritó Ayame, lanzándose a la carrera contra él.
Sin embargo, apenas le dio tiempo a recorrer más que un par de metros. Datsue se había detenido y, después de llevarse una mano al portaobjetos, un potente fogonazo de luz le obligó a detenerse y a cruzar los brazos por delante del rostro. Sin embargo, no fue todo lo que ocurrió. En el momento en el que su oponente cerró los ojos para protegerse de su propia artimaña, el gigante que le protegía se desvaneció...
Y el sello que llevaba adosado en su cuerpo desde prácticamente el principio del combate se desprendió de él.
¡¡¡BOOOOOOOOOOOOM!!!
El estallido hizo eco por todas las gradas del estadio.
«Q... ¿Qué ha pasado?» Pensó Ayame, confundida. Intentó entreabrir los ojos pero aún veía luces donde no debía haberlas. Por eso hizo el sello del pájaro y chasqueó la lengua al mismo tiempo que desplegaba el arco que llevaba adosado a su muñeca, y envió una onda sonora cargada con chakra a su alrededor. El eco le devolvería de manera casi instantánea la posición del Uchiha, hacia donde disparó una flecha sacada del carcaj que llevaba a su espalda.
—¡Tú me cortaste a mí el hilo sólo porque no descubriera tus sucias patrañas! —le gritó, e internamente suspiró de alivio al darse cuenta de que ya casi había recuperado el sentido de la visión—. ¡Y jamás me reiría de una compañera! Lo siento pero... sólo me estaba riendo de ti. Tú querías verla. Y te di lo que querías —sonrió, aunque era una sonrisa extraña. Una sonrisa nada feliz. No se sentía para nada orgullosa de la treta que había utilizado aquella vez para embaucarle, pero ella era la Sirena de Amegakure y estaba decidida a darle su merecido por todas aquellas veces que se la había jugado—. ¡Puede que hayas pagado tu precio con tu Kage cuando te bajó de rango por tus tonterías pero no conmigo! ¡Y TODA ESTA IDIOTEZ POR UNA MALDITA CEBOLLA Y UN POLVO MEDIO FRUSTRADO!
El público debía de estar alucinando, escuchando tales cosas, pero a Ayame, que cada vez jadeaba con más ahínco, nada le importaba.