4/09/2018, 02:29
«¿Pero qué clase de monstruo eres, Uchiha Datsue?»
Umikiba Kaido no era de los que se impresionaba fácilmente. Había visto cosas, hecho otras tantas. Se podía decir que tenía cierta experiencia. Pero lo que ahora se mostraba frente a él y otro centenar de espectadores como una de las batallas más icónicas de la última época le abrió, sencillamente, los ojos. Tumbó el velo de su propia existencia y le demostró que en aquel mundo de ninjas, habían bestias más peligrosas que él.
Pues ahora presenciaba la colisión de un Dios, que atosigaba a una ínfima mortal.
O eso creerían todos y cada uno de los que no conocían a Ayame. Pero Ayame no era sólo Ayame. Ayame era...
Daruu lo presintió, y a través del Amedama, también Kaido. No era una corazonada, sino el instinto de la camaradería que apuntalaba hasta el detalle más obvios para ellos dos: que Aotsuki Ayame era más peligrosa durante sus momentos de mayor debilidad. Que se resarcía cuando se encontraba en el punto más bajo. En lo más profundo.
Era la primera vez que lo veía de primera mano. Al Bijuu tomando posesión. Adueñándose de un ser endeble y timorato que, humillado y vencido a partes iguales, sentía la necesidad de levantarse una vez más para acabar con el causante de su angustia. De su dolor.
Una masa de chakra transformando su cuerpo en lo indescriptible, cuernos, colas.
Ya lo había dicho antes: Ayame no era sólo Ayame. Ayame era...
Lo que vino luego fue una demostración desmesurada de poder. De un ataque fuera de este mundo, y de una defensa prodigiosa. El caos se adueñó de Uzushiogakure y se empezó a sentir en el aire el cómo la paz fortuita empezaba a desmoronarse junto con los muros del coliseo.
«¿Daruu? ¿¡Daruu?!»
Sólo vio la silueta de un hombre preocupado arrojarse a la boca del lobo. Venciendo sus temeridades y dejándose llevar por el amor. Kaido no amaba a nadie, sin embargo, pero no iba a dejar que su compañero muriera en un ínfimo intento de salvar a su amada. No de esa forma.
Para su pesar, llegó a la arena muy tarde. Apenas medio segundo. En el que él, la jinchuriki, Eri y Akame desaparecieron en una vorágine giratoria que consumió el espacio.
—P-ero... ¡¿qué cojones?! —espetó, confundido. Miró a su alrededor tratando de darse una respuesta a sí mismo aunque no la consiguió. Entonces buscó en las gradas, a Zetsuo. A Kori. A Shanise. A ninguno los vio. Al que sí encontró fue a...—. ¡Datsue! ¡¿a donde cojones se la ha llevado? ¡¿Adónde se ha llevado Akame a mi jodida Jinchuriki?!
Datsue no sólo le tendría que responder a Umikiba Kaido. Sino también a Nokomizuchi, su fiel compañera.