5/09/2018, 01:26
El caos se desató aún más debido a la extraña intromisión de Sasagani Yota, quien comandó a su ejército de genin, uno tras uno; quienes corrieron a socorrerle como moscas. Otro par —que uno de ellos parecía ser un can— terminó por ensañarse con su némesis, Datsue, aunque el Uchiha logró librarse gracias al accionar de uno de sus compañeros.
Aquello era, sin embargo, una situación que él ignoró completamente. Su total atención estaba dividida entre el Intrépido y Shanise, que tras un súbito debate verbal con Hanabi, expresó sus últimos deseos antes de desaparecer.
Y sucede que los últimos deseos de su superior eran los suyos propios. El tiburón de Amegakure asintió como el guerrero más fidedigno. Aunque por dentro estaba confundido. Su guardiana desaparecida, y ahora con la orden de eliminar a uno de los genin de su propia aldea. Sin siquiera saber el por qué. Lamentablemente, un soldado no necesita conocer esos detalles en algunas ocasiones. Blandir la espada, de esa forma, resulta mucho más sencillo.
Y sesgar una vida con ella, también.
«Te tengo» —se dijo en cuanto encontró a Inoue Keisuke entre la escasa muchedumbre que se paseaba por las gradas. Aunque, no por ello, dejó pasar el detalle más fundamental: y es que la pelirroja que había desaparecido con Ayame, ahora también se encontraba en el centro del coliseo, conversando con su Kage.
Entre la incertidumbre, aprovechó para colarse por una de las gradas que daban a la retaguardia de sus objetivos.
Umikiba Kaido caminó lentamente hacia Keisuke, apaciguando su respiración. Tratando de mantener la calma y la compostura de un guerrero, mientras sus pies, mojados, iban dejando las secuelas de su propia técnica. El médico le vio venir, como la foca que prevé la aproximación del Tiburón, pero que cuyo conocimiento del inminente peligro no cambia en nada su fatídico destino. Tan sólo le quedaba aceptar que iba a acabar sí o sí entre las fauces de un verdadero asesino.
—Inoue Keisuke, te han sentenciado a morir —un paso. Otro. Cinco metros les separaban—. que tengas un buen viaje hasta las calurosas tierras del Yomi.
Kaido no se movió, sin embargo; sino que cinco burbujas de agua —las cuales flotaron directamente desde los residuos de agua que fue dejando con el suika durante sus primeros pasos— se dispararon mortíferas hasta los linderos de Keisuke. Dos iban dirigidas a su pecho, otra directa a la cabeza, y las últimas dos a cada costado de su abdomen.
Aquello era, sin embargo, una situación que él ignoró completamente. Su total atención estaba dividida entre el Intrépido y Shanise, que tras un súbito debate verbal con Hanabi, expresó sus últimos deseos antes de desaparecer.
¡KAIDO! ¡TE QUIERO EN EL BARCO EN DIEZ MINUTOS! ¡CON EL CADÁVER DE KEISUKE O SIN ÉL PERO TENEMOS QUE IRNOS E INICIAR LA BÚSQUEDA DE AYAME YA!
Y sucede que los últimos deseos de su superior eran los suyos propios. El tiburón de Amegakure asintió como el guerrero más fidedigno. Aunque por dentro estaba confundido. Su guardiana desaparecida, y ahora con la orden de eliminar a uno de los genin de su propia aldea. Sin siquiera saber el por qué. Lamentablemente, un soldado no necesita conocer esos detalles en algunas ocasiones. Blandir la espada, de esa forma, resulta mucho más sencillo.
Y sesgar una vida con ella, también.
«Te tengo» —se dijo en cuanto encontró a Inoue Keisuke entre la escasa muchedumbre que se paseaba por las gradas. Aunque, no por ello, dejó pasar el detalle más fundamental: y es que la pelirroja que había desaparecido con Ayame, ahora también se encontraba en el centro del coliseo, conversando con su Kage.
Entre la incertidumbre, aprovechó para colarse por una de las gradas que daban a la retaguardia de sus objetivos.
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Umikiba Kaido caminó lentamente hacia Keisuke, apaciguando su respiración. Tratando de mantener la calma y la compostura de un guerrero, mientras sus pies, mojados, iban dejando las secuelas de su propia técnica. El médico le vio venir, como la foca que prevé la aproximación del Tiburón, pero que cuyo conocimiento del inminente peligro no cambia en nada su fatídico destino. Tan sólo le quedaba aceptar que iba a acabar sí o sí entre las fauces de un verdadero asesino.
—Inoue Keisuke, te han sentenciado a morir —un paso. Otro. Cinco metros les separaban—. que tengas un buen viaje hasta las calurosas tierras del Yomi.
Kaido no se movió, sin embargo; sino que cinco burbujas de agua —las cuales flotaron directamente desde los residuos de agua que fue dejando con el suika durante sus primeros pasos— se dispararon mortíferas hasta los linderos de Keisuke. Dos iban dirigidas a su pecho, otra directa a la cabeza, y las últimas dos a cada costado de su abdomen.