6/09/2018, 14:23
Después de todo lo ocurrido —Akame tenía la sensación de que habían pasado semanas, en lugar de tan sólo unas horas—, el Uchiha sintió un extraño confort cuando su Uzukage le pasó la mano por encima del hombro con gesto paternal. Hanabi y los Hermanos del Desierto nunca habían tenido la mejor de las relaciones; ellos dos no dejaban de ser, al fin y al cabo, las armas que Uzumaki Zoku había creado para hacer llover fuego y muerte sobre todo Oonindo. Y el Sarutobi no dejaba de ser un jōnin de alto nivel que había ascendido al poder después de que todos sus rivales acabaran matándose entre sí.
Sin embargo, mientras caminaba en dirección al Edificio del Uzukage con Datsue al lado, dejando ya atrás el hospital, Akame tuvo la sensación de que lo que Hanabi había hecho era digno de un hombre muy sabio. De que realmente amaba a Uzushiogakure y a todos sus habitantes. Incluso aunque entre ellos había habido —o tal vez seguiría habiendo— traidores, conspiradores, gente que le despreciaba. Incluso aunque algunos de sus propios ninjas habían sacado los pies del plato a veces.
«Y no sólo Hanabi-sama...»
Al final, cuando las cosas se habían puesto serias de verdad, cuando el futuro de la Villa había dependido de un hilo... Todos los ninjas del Remolino habían dado un paso adelante. Nabi, Eri, Datsue, él mismo, aquel genin de la Uchigatana al que Akame no conocía, y muchos otros. Todos se habían defendido mutuamente, todos habían cubierto la espalda del compañero que estaba al lado. Todos habían demostrado que, por encima de intereses personales, para ellos lo más importante seguía siendo, y siempre había sido, la Villa Oculta entre los Remolinos. Eran un equipo.
Y eso le hizo sentir extrañamente feliz, como nunca antes.
Akame dejó escapar un suspiro de alivio cuando por fin pudo apoyar, durante un momento, la espalda sobre la pared de la entrada del Edificio. Llevaban un rato andando y la herida le molestaba soberanamente, incluso hasta el punto de temer que se le hubieran soltado los puntos.
—Por las tetas de Amaterasu... —dejó escapar, mirando de soslayo a Datsue—. Menudo día, ¿eh, compadre?
Sin embargo, mientras caminaba en dirección al Edificio del Uzukage con Datsue al lado, dejando ya atrás el hospital, Akame tuvo la sensación de que lo que Hanabi había hecho era digno de un hombre muy sabio. De que realmente amaba a Uzushiogakure y a todos sus habitantes. Incluso aunque entre ellos había habido —o tal vez seguiría habiendo— traidores, conspiradores, gente que le despreciaba. Incluso aunque algunos de sus propios ninjas habían sacado los pies del plato a veces.
«Y no sólo Hanabi-sama...»
Al final, cuando las cosas se habían puesto serias de verdad, cuando el futuro de la Villa había dependido de un hilo... Todos los ninjas del Remolino habían dado un paso adelante. Nabi, Eri, Datsue, él mismo, aquel genin de la Uchigatana al que Akame no conocía, y muchos otros. Todos se habían defendido mutuamente, todos habían cubierto la espalda del compañero que estaba al lado. Todos habían demostrado que, por encima de intereses personales, para ellos lo más importante seguía siendo, y siempre había sido, la Villa Oculta entre los Remolinos. Eran un equipo.
Y eso le hizo sentir extrañamente feliz, como nunca antes.
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Akame dejó escapar un suspiro de alivio cuando por fin pudo apoyar, durante un momento, la espalda sobre la pared de la entrada del Edificio. Llevaban un rato andando y la herida le molestaba soberanamente, incluso hasta el punto de temer que se le hubieran soltado los puntos.
—Por las tetas de Amaterasu... —dejó escapar, mirando de soslayo a Datsue—. Menudo día, ¿eh, compadre?