12/06/2016, 03:33
Kazuma se encontraba disfrutando, muy cómodamente, del combate entre su compatriota y la chica de Amegakure. Estaba en las gradas, en una fila por debajo de donde estaba Juro. Le hubiese gustado el sentarse junto a su compañero y observar aquel despliegue de habilidades ninjas, pero el estadio estaba repleto de gente y levantarse de su asiento implicaría perderlo.
«Esto se está poniendo bueno —pensó en cuanto ambas participantes comenzaron a intercambiar ataques—. Es una lástima que Naomi y el viejo no pudiesen venir.»
Pero la aparente soledad en aquel mar de gente no le molestaba; Se encontraba completamente sumergido en las idas y venidas del encuentro, en las tácticas y en las técnicas usadas. Buena compañía eran el enorme bote de palomitas con mantequilla y el exagerado vaso de gaseosa que cargaba consigo.
De pronto la pelea final del torneo de los dojos llegó a un punto crítico; Las personas del público se encontraban ardiendo de emoción mientras trataban de transmitir su ánimo a las competidoras. Incluso la gente de Takigakure se mostraba entusiasmada, aunque no tenían a quien pudiesen apoyar abiertamente. La Aotsuki desplegó una serie de extraños “clones” que sin perder tiempo rodearon a su enemiga. El público se levantó y aulló de adrenalina antes tal espectáculo excepcional y ante la expectativa de cómo reaccionaría la Mizumi. Pero lo que aconteció después hizo descender un efímero y terrible silencio sobre todas y cada una de las personas que se encontraban como espectadores. «Y así, lo que estaba soportando tanta presión, terminó por quebrarse.»
—Me rindo. —Fue lo que exclamó su compañera de villa.
Las palabras fueron dichas sin fuerza y sin convicción, pero la forma en cómo rompió a llorar logró que todos captaran el mensaje. Daba la sensación de que con esa frase, Eri les había robado, a todos, el aliento y las esperanzas de ver un espectáculo digno de contar a sus descendientes.
«Esto no está bien; Ya estaba seguro de que Eri no podría con todo el peso que representaba la final, pero esta forma de hacer las cosas no va dejar a nadie satisfecho… En estos combates lo más importante no eran la fuerza o la victoria, eran el espectáculo y la apariencia.»
Las voces del público comenzaron a volver lentamente, primero como un susurro pero luego fue cobrando fuerza hasta tener la magnitud de una furiosa tormenta. Los gritos y los insultos comenzaron a manifestarse con una inclemencia brutal, mientras la insatisfacción comenzaba a regarse como un incendio.
—¡Hey, no había terminado con eso! —Exclamó cuando las personas aledañas le despojaron de sus golosinas para aventarlas hacia la arena, más específicamente hacia la joven de Uzushio.
«Bueno, el combate se puede dar por terminado, pero... —se levantó emocionado al ver como Datsue entraba en la arena—. Aun tengo el espectáculo de consolación.» En ningún momento había tenido dudas de que ganaría la apuesta, pero no estaba seguro de si el Uchiha estaría dispuesto a cumplir.
Sintió una enorme satisfacción al ver todo aquella especie de sátira que el de Takigakure estaba montando. Él estaba disfrutando de lo lindo, pero no podía decirse lo mismo de todos los demás espectadores decepcionados. A la peliazul la estaban retirando rápidamente del campo, mientras que la ganadora confrontaba el descomunal bochorno al cual la estaba sometiendo aquel joven y poco consciente apostador. «Me siento bien porque esto de la apuesta se diera a la perfección, pero también me siento un poco mal por aquellas chicas; Después de todos iban a demostrar el gran poder de las Kunoichis, todo un hito necesario en una profesión de tradiciones bastante machistas. Estaban tan cerca del honor y la gloria… Pero ahora solo serán recordadas como “Ayame la que ganó sin luchar y Eri la que perdió sin luchar”.» No podía evitar imaginar lo crueles y terribles que serían con ellas los medios impresos y los chismes que se presentarían durante un muy largo tiempo, por meses y hasta por años quizás... En el peor de los casos, serían acosadas de por vida.
—¿Qué sucede allí abajo? —De pronto las cosas comenzaron a volverse mucho más confusas.
De un momento a otro alguien más apareció sobre el campo de batalla. Se trataba del mismísimo Kawakage. El joven de ojos grises trago grueso, pues no daba crédito a lo que veía. El líder de aquella aldea bajó de su palco solo para darle un buen golpe a Datsue. No estaba seguro de que hacer, no se imaginaba que lo de la apuesta fuera a acarrear problemas de semejante magnitud a aquel chico.
«Joder… No puedo dejarle toda la culpa a Datsue, pero tampoco quiero ganarme una bronca. Debí verlo venir, los Kages no son famosos por su sentido del humor.» Se llevó las manos al cabello, tratando de encontrar una solución que fuera lo más honorable y lo menos problemática posible.
De pronto sucedió una enorme explosión que mandó a todos contra el suelo y las paredes. Luego un rugido desgarrador que parecía provenir de algo más allá de lo que un humano pudiese imaginar.
Kazuma se levantó como pudo, quitándose de encima a alguien que había quedado inconsciente al caer sobre él. Cuando abrió los ojos se encontró en un lugar completamente distinto y que en nada se parecía al mundo que había visto la última vez que parpadeo. El estadio ahora estaba prácticamente en ruinas y reinaba aquel familiar y ominoso silencio que se manifiesta cuando una tragedia golpea por sorpresa.
Antes de poder moverse las personas comenzaron a correr a su alrededor, como dirigidas por un rugido que volvía a golpear sus pechos con ferocidad. La mayoría de las personas eran más altas que él, por lo que le impedían ver que sucedía en los alrededores, la única información que tenía era la del fugaz vistazo que había arrojado. La única razón por la cual no caía, y era aplastado por la multitud enloquecida, era porque estaba utilizando chakra en sus pies para mantenerse firme en su sitio.
—¿Pero qué demonios es lo que sucede? —no encontraba la forma de salir de aquella marea humana que lo mantenía anclado al lugar donde estaba su asiento—. ¡¿Juro, dónde estás?! —Gritó con todas sus fuerzas, con la esperanza de que su compañero que hasta hace poco estaba cerca pudiese escucharlo entre el caos reinante.
«Esto se está poniendo bueno —pensó en cuanto ambas participantes comenzaron a intercambiar ataques—. Es una lástima que Naomi y el viejo no pudiesen venir.»
Pero la aparente soledad en aquel mar de gente no le molestaba; Se encontraba completamente sumergido en las idas y venidas del encuentro, en las tácticas y en las técnicas usadas. Buena compañía eran el enorme bote de palomitas con mantequilla y el exagerado vaso de gaseosa que cargaba consigo.
De pronto la pelea final del torneo de los dojos llegó a un punto crítico; Las personas del público se encontraban ardiendo de emoción mientras trataban de transmitir su ánimo a las competidoras. Incluso la gente de Takigakure se mostraba entusiasmada, aunque no tenían a quien pudiesen apoyar abiertamente. La Aotsuki desplegó una serie de extraños “clones” que sin perder tiempo rodearon a su enemiga. El público se levantó y aulló de adrenalina antes tal espectáculo excepcional y ante la expectativa de cómo reaccionaría la Mizumi. Pero lo que aconteció después hizo descender un efímero y terrible silencio sobre todas y cada una de las personas que se encontraban como espectadores. «Y así, lo que estaba soportando tanta presión, terminó por quebrarse.»
—Me rindo. —Fue lo que exclamó su compañera de villa.
Las palabras fueron dichas sin fuerza y sin convicción, pero la forma en cómo rompió a llorar logró que todos captaran el mensaje. Daba la sensación de que con esa frase, Eri les había robado, a todos, el aliento y las esperanzas de ver un espectáculo digno de contar a sus descendientes.
«Esto no está bien; Ya estaba seguro de que Eri no podría con todo el peso que representaba la final, pero esta forma de hacer las cosas no va dejar a nadie satisfecho… En estos combates lo más importante no eran la fuerza o la victoria, eran el espectáculo y la apariencia.»
Las voces del público comenzaron a volver lentamente, primero como un susurro pero luego fue cobrando fuerza hasta tener la magnitud de una furiosa tormenta. Los gritos y los insultos comenzaron a manifestarse con una inclemencia brutal, mientras la insatisfacción comenzaba a regarse como un incendio.
—¡Hey, no había terminado con eso! —Exclamó cuando las personas aledañas le despojaron de sus golosinas para aventarlas hacia la arena, más específicamente hacia la joven de Uzushio.
«Bueno, el combate se puede dar por terminado, pero... —se levantó emocionado al ver como Datsue entraba en la arena—. Aun tengo el espectáculo de consolación.» En ningún momento había tenido dudas de que ganaría la apuesta, pero no estaba seguro de si el Uchiha estaría dispuesto a cumplir.
Sintió una enorme satisfacción al ver todo aquella especie de sátira que el de Takigakure estaba montando. Él estaba disfrutando de lo lindo, pero no podía decirse lo mismo de todos los demás espectadores decepcionados. A la peliazul la estaban retirando rápidamente del campo, mientras que la ganadora confrontaba el descomunal bochorno al cual la estaba sometiendo aquel joven y poco consciente apostador. «Me siento bien porque esto de la apuesta se diera a la perfección, pero también me siento un poco mal por aquellas chicas; Después de todos iban a demostrar el gran poder de las Kunoichis, todo un hito necesario en una profesión de tradiciones bastante machistas. Estaban tan cerca del honor y la gloria… Pero ahora solo serán recordadas como “Ayame la que ganó sin luchar y Eri la que perdió sin luchar”.» No podía evitar imaginar lo crueles y terribles que serían con ellas los medios impresos y los chismes que se presentarían durante un muy largo tiempo, por meses y hasta por años quizás... En el peor de los casos, serían acosadas de por vida.
—¿Qué sucede allí abajo? —De pronto las cosas comenzaron a volverse mucho más confusas.
De un momento a otro alguien más apareció sobre el campo de batalla. Se trataba del mismísimo Kawakage. El joven de ojos grises trago grueso, pues no daba crédito a lo que veía. El líder de aquella aldea bajó de su palco solo para darle un buen golpe a Datsue. No estaba seguro de que hacer, no se imaginaba que lo de la apuesta fuera a acarrear problemas de semejante magnitud a aquel chico.
«Joder… No puedo dejarle toda la culpa a Datsue, pero tampoco quiero ganarme una bronca. Debí verlo venir, los Kages no son famosos por su sentido del humor.» Se llevó las manos al cabello, tratando de encontrar una solución que fuera lo más honorable y lo menos problemática posible.
De pronto sucedió una enorme explosión que mandó a todos contra el suelo y las paredes. Luego un rugido desgarrador que parecía provenir de algo más allá de lo que un humano pudiese imaginar.
Kazuma se levantó como pudo, quitándose de encima a alguien que había quedado inconsciente al caer sobre él. Cuando abrió los ojos se encontró en un lugar completamente distinto y que en nada se parecía al mundo que había visto la última vez que parpadeo. El estadio ahora estaba prácticamente en ruinas y reinaba aquel familiar y ominoso silencio que se manifiesta cuando una tragedia golpea por sorpresa.
Antes de poder moverse las personas comenzaron a correr a su alrededor, como dirigidas por un rugido que volvía a golpear sus pechos con ferocidad. La mayoría de las personas eran más altas que él, por lo que le impedían ver que sucedía en los alrededores, la única información que tenía era la del fugaz vistazo que había arrojado. La única razón por la cual no caía, y era aplastado por la multitud enloquecida, era porque estaba utilizando chakra en sus pies para mantenerse firme en su sitio.
—¿Pero qué demonios es lo que sucede? —no encontraba la forma de salir de aquella marea humana que lo mantenía anclado al lugar donde estaba su asiento—. ¡¿Juro, dónde estás?! —Gritó con todas sus fuerzas, con la esperanza de que su compañero que hasta hace poco estaba cerca pudiese escucharlo entre el caos reinante.