18/06/2016, 08:33
(Última modificación: 18/06/2016, 08:53 por Umikiba Kaido.)
El escualo acomodaba plácidamente su azulado trasero sobre la grada y dejaba reposar sus piernas sobre el cabezal de los asientos inferiores. Como rey en su trono, Kaido se había hecho su propio espacio para disfrutar de uno de los eventos más esperados por los ciudadanos de los Dojos del Combatiente y a su lado le acompañaba el joven Shirogama, un vendedor-transeúnte de la ciudad de Tanzaku que habría acompañado al tiburón durante su revoltoso viaje por el País del fuego, obligándole, prácticamente, a acudir al famoso torneo. No por nada había faltado a las primeras dos rondas, pero después de tanto resquemor al evento por el simple hecho de no haber podido participar, allí se encontraba, deseando ver en primera fila como su compañera ganaba el jodido torneo de una buena vez.
Porque si de algo estaba seguro, es de que Ayame limpiaría el suelo con Eri. Las conocía a ambas, y aunque podría decirse que las dos eran tan débiles y delicadas como un jodido fideo cocido; la de Amegakure seguramente estaría más motivada por el asunto de su promesa. Si los nervios no le traicionaban, todo sería pan comido.
El combate comenzó y las damas no dudaron en tantearse. El desarrollo del mismo fue según lo esperado por cualquiera y ninguna parecía tomar la ventaja suficiente como para tener la posibilidad de acabar con el combate, aunque la resolución en los movimientos de Ayame comenzaba a ser más determinante mientras los ir y venir de la batalla fueran suscitándose. La amplia gama de espectadores —incluyendo al mismísimo tiburón— podría sentirse conforme del espectáculo, teniendo en cuenta que hasta el momento; ninguna había sobornado a la otra, ni mucho menos.
Pero el pez muere por la boca. Y en cuanto Kaido le comentó a Shirogama su conformidad con la pelea, la contrincante de su compañera de aldea espetó las palabras mágicas. Un certero "me rindo" para traer a su persona y a su aldea el deshonor que un cobarde se merece. Ayame le replicó un par de veces, intercambiaron palabras inaudibles para el resto de la muchedumbre, y concluyeron el encuentro con la visita inesperada de una cara conocida. La de Datsue, cuyas manos sostenían una flor.
«Quién lo diría... el sobornador tiene su lado romántico. ¡Que bello!»
A partir de allí todo comenzó a ponerse lo suficientemente extraño como para que el tiburón sintiese la necesidad de levantar el culo e intentar mirar más de cerca todo el asunto. No era para menos, cuando además de Datsue, el líder de la Cascada decidió también acercarse al tumulto de gente en el centro del campo. Se le veía enojado, y kaido no podía esperar a ver como le metía el chanclazo a su protegido... aunque la espera era de lo menos que tendría que preocuparse.
El estruendo le golpeó el alma y le obligó a retroceder por instinto. Aquella magnífica explosión le había calado hasta los huesos y le estrujó tanto los tímpanos que lo único que podía oír era un incesante, neto y constante pitido chillón que le hizo perder el equilibrio. A su lado, Shirogama luchaba por contener la calma pero el miedo le invadió de tal manera que salió corriendo despavorido hacia el lado contrario de su azulado acompañante.
Para Kaido todo duró una eternidad. Podía sentir incluso el temor y la confusión ajena, por no decir que la suya ya era suficiente como para obligarlo a huir de las gradas en cuanto recobrara la compostura. Pero como si tratase de un claro augurio de muerte, el chillido de sus oídos se detuvo en seco para abrir paso al certero rugido que auspiciaba el verdadero terror; pues a pesar de que el escualo desconocía totalmente lo que podría haber causado semejante catástrofe, él pudo sentir, de bestia a bestia, el verdadero canto que secundaba la destrucción.
Tenía la cabeza por todos lados. Tanto grito despavorido, polvo y desastre le impedía poner en orden sus ideas para así tomar la decisión más acertada en ese momento. Por tal razón, no pudo siquiera percatarse del inminente peligro que salió despedido hacia a él entre los escombros. Un enorme pedazo de madera que terminó por golpearle la cabeza y enviarle, además, despedido hacia las gradas superiores; haciendo que se llevase de por medio a una persona. Fue en esa circunstancia que pudo comprobar la verdadera ventaja de ser un Umi no Shisoku; fue su resistencia sobrenatural la que le permitió soportar semejante impacto sin padecer más que un buen dolor de cabeza. El color de su piel no era más que un precio mínimo a pagar cuando se tenía una ventaja física tan importante como la suya.
—¡Mierda! —espetó con garganta quebrada. Intentó recomponerse tan pronto como le fuera posible y dejó caer su cuerpo entre los pedrales laterales, quejándose del dolor —. ¡Eh, tío; ¿estás bien?
Su pregunta no le distrajo de la cruda realidad. Estaba rodeado de escombros, peldaños y amplias fisuras en toda la estructura del inmenso campo de batalla. Si bien había tenido suerte de no haber muerto en el acto como tantos otros, no creía que aquello durase mucho si los que habían causado aquello se encontraban, aún, en el lugar.
—Mueve tu jodida calva y salgamos de aquí, no quiero morir sin haber tocado mi primer par de tetas, ¿vale?... ¡vamos!
Porque si de algo estaba seguro, es de que Ayame limpiaría el suelo con Eri. Las conocía a ambas, y aunque podría decirse que las dos eran tan débiles y delicadas como un jodido fideo cocido; la de Amegakure seguramente estaría más motivada por el asunto de su promesa. Si los nervios no le traicionaban, todo sería pan comido.
[...]
El combate comenzó y las damas no dudaron en tantearse. El desarrollo del mismo fue según lo esperado por cualquiera y ninguna parecía tomar la ventaja suficiente como para tener la posibilidad de acabar con el combate, aunque la resolución en los movimientos de Ayame comenzaba a ser más determinante mientras los ir y venir de la batalla fueran suscitándose. La amplia gama de espectadores —incluyendo al mismísimo tiburón— podría sentirse conforme del espectáculo, teniendo en cuenta que hasta el momento; ninguna había sobornado a la otra, ni mucho menos.
Pero el pez muere por la boca. Y en cuanto Kaido le comentó a Shirogama su conformidad con la pelea, la contrincante de su compañera de aldea espetó las palabras mágicas. Un certero "me rindo" para traer a su persona y a su aldea el deshonor que un cobarde se merece. Ayame le replicó un par de veces, intercambiaron palabras inaudibles para el resto de la muchedumbre, y concluyeron el encuentro con la visita inesperada de una cara conocida. La de Datsue, cuyas manos sostenían una flor.
«Quién lo diría... el sobornador tiene su lado romántico. ¡Que bello!»
A partir de allí todo comenzó a ponerse lo suficientemente extraño como para que el tiburón sintiese la necesidad de levantar el culo e intentar mirar más de cerca todo el asunto. No era para menos, cuando además de Datsue, el líder de la Cascada decidió también acercarse al tumulto de gente en el centro del campo. Se le veía enojado, y kaido no podía esperar a ver como le metía el chanclazo a su protegido... aunque la espera era de lo menos que tendría que preocuparse.
[...]
El estruendo le golpeó el alma y le obligó a retroceder por instinto. Aquella magnífica explosión le había calado hasta los huesos y le estrujó tanto los tímpanos que lo único que podía oír era un incesante, neto y constante pitido chillón que le hizo perder el equilibrio. A su lado, Shirogama luchaba por contener la calma pero el miedo le invadió de tal manera que salió corriendo despavorido hacia el lado contrario de su azulado acompañante.
Para Kaido todo duró una eternidad. Podía sentir incluso el temor y la confusión ajena, por no decir que la suya ya era suficiente como para obligarlo a huir de las gradas en cuanto recobrara la compostura. Pero como si tratase de un claro augurio de muerte, el chillido de sus oídos se detuvo en seco para abrir paso al certero rugido que auspiciaba el verdadero terror; pues a pesar de que el escualo desconocía totalmente lo que podría haber causado semejante catástrofe, él pudo sentir, de bestia a bestia, el verdadero canto que secundaba la destrucción.
¡¡GRROOOOOOAAAAARR!!
Tenía la cabeza por todos lados. Tanto grito despavorido, polvo y desastre le impedía poner en orden sus ideas para así tomar la decisión más acertada en ese momento. Por tal razón, no pudo siquiera percatarse del inminente peligro que salió despedido hacia a él entre los escombros. Un enorme pedazo de madera que terminó por golpearle la cabeza y enviarle, además, despedido hacia las gradas superiores; haciendo que se llevase de por medio a una persona. Fue en esa circunstancia que pudo comprobar la verdadera ventaja de ser un Umi no Shisoku; fue su resistencia sobrenatural la que le permitió soportar semejante impacto sin padecer más que un buen dolor de cabeza. El color de su piel no era más que un precio mínimo a pagar cuando se tenía una ventaja física tan importante como la suya.
—¡Mierda! —espetó con garganta quebrada. Intentó recomponerse tan pronto como le fuera posible y dejó caer su cuerpo entre los pedrales laterales, quejándose del dolor —. ¡Eh, tío; ¿estás bien?
Su pregunta no le distrajo de la cruda realidad. Estaba rodeado de escombros, peldaños y amplias fisuras en toda la estructura del inmenso campo de batalla. Si bien había tenido suerte de no haber muerto en el acto como tantos otros, no creía que aquello durase mucho si los que habían causado aquello se encontraban, aún, en el lugar.
—Mueve tu jodida calva y salgamos de aquí, no quiero morir sin haber tocado mi primer par de tetas, ¿vale?... ¡vamos!