Habían pasado unos cuantos días desde que la chica despertó en una cama ajena, con todo el cuerpo magullado y aún mas cicatrices. Por suerte, casi se había acostumbrado a ello, al menos su cuerpo. No parecía que hubiese sobrevivido a una paliza como la que recibió en casa de su padrastro a manos de esos guardias personales, ya andaba y todo. Casi se podría decir que su cuerpo se había amoldado a un ritmo de vida un tanto frenético, en lo que a la recuperación al menos se refiere.
Sin demasiado ánimo, la chica reposó como dios manda, y se contuvo de hacer la tontería que tenía en mente. —Romperle la cara a su padrastro, obviamente.— Sabía que no era aún rival para esos guardias personales, y además de ellos, una enorme corte le cubría la espalda. Si bien lo dijo un sabio, el dinero es poder.
Al menos tenía clara una cosa, debía darse en prisa en cumplir sus objetivos, fuera cual fuera de los dos. El de darle la paliza era evidentemente que sería el mas demorado, quizás era hora de pillar todos y cada uno de sus ryos e invertirlo en un negocio. Ya tenía claro que no iba a ser cosa fácil, pero evidentemente iba a tardar menos en poder ayudar a su madre de esa manera. Si cumplía con eso, podría mantener ella misma a su madre, ofrecerle todos los lujos a los que ella acostumbraba... y como no, separala de ese hijo de la grandisima señora que vende su cuerpo en una esquina transitada.
Está mal llamar a una mujer así, pero esa señora mínimo hacía eso. Criar a una mala pécora de esa calaña no podía ser de buena señora.
Ataviada con su ropa, y sin armas salvo un par de miseros kunais, la chica salió a la calle por fin. Cuando lo hizo, no pudo evitar ser sorprendida por un bullicio de gente que no era normal. La ciudad no le ea familiar, pero sin duda había algo raro, quizás algún evento. Sin demasiados ánimos, se puso a investigar, y poco tardó en darse cuenta del acontecimiento; se estaba celebrando un gran torneo.
«Diablos... ¿un torneo?»
Para cuando se quiso dar cuenta, el bullicio de la gente, los empujones, y en sí la corriente de aquella marea humana, la habían llevado frente a la entrada. Donde un rostro se le hizo mas que reconocible, una cabellera azabache y unas prendas que sin duda eran las del curandero que una vez la acompañó a cenar.
Escurriéndose entre personas, la chica recortó las distancias con éste todo lo que pudo, cosa que no fue fácil. Finalmente llegó hasta él, pero no fue antes de que éste tomase asiento, expectante del combate. Tampoco era para menos, se trataba ni mas ni menos que de la gran final.
Sin permiso, se sentó junto a él, y le pagó con una sonrisa. Hacía tiempo que no se veían, tampoco quería preocuparlo con su reciente incidente. Ya habría tiempo para hablar sobre eso.
[...]
Pasaron un rato observando el torneo, una pelea de lo mas rara entre un par de chicas. Una era reconocible, una kunoichi de Amegakure; mientras que la otra, parecía pertenecer a la aldea del chico de las rastas, Riko. Entre una cosa y otra, la pelea fue de lo mas desbocada al inicio, pero comenzó a estropearse un tanto. En mitad del combate, un chico se entrometió, y hasta uno de los señores al mando de las aldeas tuvo que salir al estadio.
«¿Esto... esto es un torneo de verdad? Que poca organización... ¿Cómo no le han detenido antes de saltar al tatami?»
Quiso hacer un inciso en la batalla, iba a quejarse a Mogura diciéndole que este combate parecía de cómic, pero antes de que eso le fuese posible... todo se fue a la puta.
Un invitado para nada deseado hizo gala de presencia, y sin haber avisado de que venía a merendar, puso todo patas para arriba. Poco mas que un rugido le bastó para desmontar la mitad del estadio. La gente voló, y otra gente volaba de esos primeros, y unas pocas de arboladas le hubiesen salvado... pero allí no habían mas que muros. Al final quedaron como pegatinas, estampados en la piedra caliza.
Desde la posición privilegiada de la peliblanco, se podía ver perfectamente al creador de todo el desorden. Una cola, unos ojos inyectados en sangre, y un tamaño atroz. No cabía duda, se trataba de uno de los demonios con cola de los que tanto hablaban los libros. Uno de esos monstruos con los que cuando eres pequeña te amenazan de que si no duermes vendrán a comerte. No era para menos.
—HOSTIA PUTA! LA MADRE QUE ME PARIÓ!!— Vociferó asustada la chica mientras se levantaba del palco.
Rápidamente llevó la vista hacia su lado, y tomó a Mogura por el brazo. Su cuerpo temblaba como un flan de huevo.
Por sus mejillas corrían un par de lagrimas, fruto del estrés que tenía ahora mismo. Ya no era solo el momento, que también, todo se le estaba acumulando... ¿Acaso no iba a tener un solo respiro? Diablos, cuando la vida aprieta el cuello lo hace de verdad.
«¿¿PERO QUÉ HACES TONTA!?»
Ni ella misma lo creía, estaba paralizada por el miedo y la situación.
Sin demasiado ánimo, la chica reposó como dios manda, y se contuvo de hacer la tontería que tenía en mente. —Romperle la cara a su padrastro, obviamente.— Sabía que no era aún rival para esos guardias personales, y además de ellos, una enorme corte le cubría la espalda. Si bien lo dijo un sabio, el dinero es poder.
Al menos tenía clara una cosa, debía darse en prisa en cumplir sus objetivos, fuera cual fuera de los dos. El de darle la paliza era evidentemente que sería el mas demorado, quizás era hora de pillar todos y cada uno de sus ryos e invertirlo en un negocio. Ya tenía claro que no iba a ser cosa fácil, pero evidentemente iba a tardar menos en poder ayudar a su madre de esa manera. Si cumplía con eso, podría mantener ella misma a su madre, ofrecerle todos los lujos a los que ella acostumbraba... y como no, separala de ese hijo de la grandisima señora que vende su cuerpo en una esquina transitada.
Está mal llamar a una mujer así, pero esa señora mínimo hacía eso. Criar a una mala pécora de esa calaña no podía ser de buena señora.
Ataviada con su ropa, y sin armas salvo un par de miseros kunais, la chica salió a la calle por fin. Cuando lo hizo, no pudo evitar ser sorprendida por un bullicio de gente que no era normal. La ciudad no le ea familiar, pero sin duda había algo raro, quizás algún evento. Sin demasiados ánimos, se puso a investigar, y poco tardó en darse cuenta del acontecimiento; se estaba celebrando un gran torneo.
«Diablos... ¿un torneo?»
Para cuando se quiso dar cuenta, el bullicio de la gente, los empujones, y en sí la corriente de aquella marea humana, la habían llevado frente a la entrada. Donde un rostro se le hizo mas que reconocible, una cabellera azabache y unas prendas que sin duda eran las del curandero que una vez la acompañó a cenar.
Escurriéndose entre personas, la chica recortó las distancias con éste todo lo que pudo, cosa que no fue fácil. Finalmente llegó hasta él, pero no fue antes de que éste tomase asiento, expectante del combate. Tampoco era para menos, se trataba ni mas ni menos que de la gran final.
Sin permiso, se sentó junto a él, y le pagó con una sonrisa. Hacía tiempo que no se veían, tampoco quería preocuparlo con su reciente incidente. Ya habría tiempo para hablar sobre eso.
[...]
Pasaron un rato observando el torneo, una pelea de lo mas rara entre un par de chicas. Una era reconocible, una kunoichi de Amegakure; mientras que la otra, parecía pertenecer a la aldea del chico de las rastas, Riko. Entre una cosa y otra, la pelea fue de lo mas desbocada al inicio, pero comenzó a estropearse un tanto. En mitad del combate, un chico se entrometió, y hasta uno de los señores al mando de las aldeas tuvo que salir al estadio.
«¿Esto... esto es un torneo de verdad? Que poca organización... ¿Cómo no le han detenido antes de saltar al tatami?»
Quiso hacer un inciso en la batalla, iba a quejarse a Mogura diciéndole que este combate parecía de cómic, pero antes de que eso le fuese posible... todo se fue a la puta.
BOOM.
¡¡GRROOOOOOAAAAARR!!
Un invitado para nada deseado hizo gala de presencia, y sin haber avisado de que venía a merendar, puso todo patas para arriba. Poco mas que un rugido le bastó para desmontar la mitad del estadio. La gente voló, y otra gente volaba de esos primeros, y unas pocas de arboladas le hubiesen salvado... pero allí no habían mas que muros. Al final quedaron como pegatinas, estampados en la piedra caliza.
Desde la posición privilegiada de la peliblanco, se podía ver perfectamente al creador de todo el desorden. Una cola, unos ojos inyectados en sangre, y un tamaño atroz. No cabía duda, se trataba de uno de los demonios con cola de los que tanto hablaban los libros. Uno de esos monstruos con los que cuando eres pequeña te amenazan de que si no duermes vendrán a comerte. No era para menos.
—HOSTIA PUTA! LA MADRE QUE ME PARIÓ!!— Vociferó asustada la chica mientras se levantaba del palco.
Rápidamente llevó la vista hacia su lado, y tomó a Mogura por el brazo. Su cuerpo temblaba como un flan de huevo.
Por sus mejillas corrían un par de lagrimas, fruto del estrés que tenía ahora mismo. Ya no era solo el momento, que también, todo se le estaba acumulando... ¿Acaso no iba a tener un solo respiro? Diablos, cuando la vida aprieta el cuello lo hace de verdad.
«¿¿PERO QUÉ HACES TONTA!?»
Ni ella misma lo creía, estaba paralizada por el miedo y la situación.