20/06/2016, 22:51
«Ah, por fin, ¡qué alivio!»
Anzu suspiró mientras dejaba que su vejiga se vaciase casi por completo. Se había hartado de refresco —porque había hecho buenas migas con el vendedor de refrigerios que siempre rondaba por su grada, y se los dejaba bien baratos—, de modo que apenas empezó el encuentro, no pudo aguantarse más. Para más inri, se había perdido de camino al servicio de mujeres. «Al menos no me he cruzado con nadie.» Mucha gente ponía cara rara al verla entrar en los baños femeninos, y más de un graciosillo se había llevado su merecido por ello. Anzu dudaba que hubiera podido pegar a nadie con la vejiga tan llena, sin embargo.
Y allí estaba, saciando uno de los impulsos más primitivos del ser humano, cuando todo se fue al diablo.
Un estruendo ensordecedor sacudió las paredes mismas del edificio, que crujieron de forma poco tranquilizadora. Sonó como cien relámpagos golpeando la tierra al mismo tiempo.
—¿Qué demonios...?
La Yotsuki no sabía en ese momento cuánto de literal tenía su pregunta. Pero lo averiguaría, minutos después.
Sin previo aviso el techo cedió, como si hubieran construido aquel edificio con cartón piedra, y parte del baño se derrumbó. Anzu se levantó de la taza a toda prisa, tratando de subirse los pantalones sin salir de su asombro. El polvo y la tierra la cegaron durante unos instantes, pero luego creyó distinguir una silueta de entre los escombros.
—¿Tatsuya-san?
Definitivamente era él, su amable compañero de Aldea. No había tenido mucho contacto con él durante el Torneo, pero todavía recordaba sus educadas palabras durante la fiesta de Año Nuevo en Takigakure.
—¡Tatsuya-san, ¿estás bien?!
Ni corta ni perezosa, Anzu trató de sacar al muchacho de entre los escombros.
Anzu suspiró mientras dejaba que su vejiga se vaciase casi por completo. Se había hartado de refresco —porque había hecho buenas migas con el vendedor de refrigerios que siempre rondaba por su grada, y se los dejaba bien baratos—, de modo que apenas empezó el encuentro, no pudo aguantarse más. Para más inri, se había perdido de camino al servicio de mujeres. «Al menos no me he cruzado con nadie.» Mucha gente ponía cara rara al verla entrar en los baños femeninos, y más de un graciosillo se había llevado su merecido por ello. Anzu dudaba que hubiera podido pegar a nadie con la vejiga tan llena, sin embargo.
Y allí estaba, saciando uno de los impulsos más primitivos del ser humano, cuando todo se fue al diablo.
Un estruendo ensordecedor sacudió las paredes mismas del edificio, que crujieron de forma poco tranquilizadora. Sonó como cien relámpagos golpeando la tierra al mismo tiempo.
—¿Qué demonios...?
La Yotsuki no sabía en ese momento cuánto de literal tenía su pregunta. Pero lo averiguaría, minutos después.
Sin previo aviso el techo cedió, como si hubieran construido aquel edificio con cartón piedra, y parte del baño se derrumbó. Anzu se levantó de la taza a toda prisa, tratando de subirse los pantalones sin salir de su asombro. El polvo y la tierra la cegaron durante unos instantes, pero luego creyó distinguir una silueta de entre los escombros.
—¿Tatsuya-san?
Definitivamente era él, su amable compañero de Aldea. No había tenido mucho contacto con él durante el Torneo, pero todavía recordaba sus educadas palabras durante la fiesta de Año Nuevo en Takigakure.
—¡Tatsuya-san, ¿estás bien?!
Ni corta ni perezosa, Anzu trató de sacar al muchacho de entre los escombros.