21/06/2016, 16:27
Era algo que sabía desde hace mucho, que había confesado a mucha gente, y, aún así, no se hubiese imaginado ni en cientos de años cómo dolía esa sensación, aquella sensación de frustración, de saber que no hacía lo correcto para su gente, para su villa, para aquellas personas que ahora la abucheaban desde las gradas, pero, por otro lado, en lo más profundo de su corazón algo chillaba, algo que la decía que por fin había hecho lo que ella había querido desde un principio.
Pero no podía.
—Somos kunoichis, Eri... Estamos aquí para servir a nuestros superiores. Esto iba a ser un honorable combate entre dos amigas, no una matanza entre dos enemigos— Y le daba toda la razón del mundo, porque ellas habían compartido algo, y ahora la peliazul lo había echado todo a perder, todo por dejarse llevar por su estúpido corazón en un mundo donde los sentimientos no estaban permitidos.
Cuando por fin logró incorporarse, dos personas que parecían ser árbitros, la apremiaron a abandonar el lugar, diciendo palabras que para Eri solo eran sonidos lejanos a los que asentía sin ganas, hasta que se dejó hacer, y éstos se la llevaron, cabizbaja, con un sabor agridulce del que no podía deshacerse. A sus espaldas, no escuchó las voces de Datsue, ni de ninguno de las cabezas de las tres villas, solo escuchaba a sus pensamientos, contradiciéndose de los anteriores.
Era un total desastre, como el que estaba a punto de suceder.
Un aullido capaz de dejar sin el sentido del oído a más de uno, un grito desgarrador, un chillido terrorífico inundaron los oídos de Eri, haciendo que por un instante se librase del agarre de ambos brazos de los árbitros y se los llevase a los oídos, sintiendo que en cualquier momento iban a explotar. Retrocedió dos pasos, con los ojos totalmente cerrados, cuando ocurrió: un trozo de madera había acabado con las vidas de aquellos que habían intentando escoltarla a un lugar seguro, fuera de los abucheos de la gente, fuera del peligro que suponía quedarse allí con toda esa gente sedienta de sangre.
Pero ahora eran ellos los que habían quedado sepultados, sin vida. Junto con la mayoría de gente que habían estado ocupando aquellas gradas ahora destrozadas, el polvo y el humo predominaba en todo el lugar... Si había una palabra para definir aquello, se podía definir como masacre.
La onda de choque que había creado el trozo de madera había hecho que la joven de Uzushiogakure volviese sobre sus pasos, pero de una forma violenta y agresiva, haciendo que la chica acabase de culo, de espaldas a lo sucedido. En un rápido movimiento - y doloroso - se puso de pie, cerca de donde se encontraba Ayame. Y cuando lo vio, allí, frente a ella, tan grande y majestuoso, a la par que terrorífico, sintió algo indescriptible: algo rugía en su interior, y el rugido se convirtió en fuego, abrasador, puede que fuera una llama, o solo ascuas; pero estaba allí, como un recuerdo, un recuerdo cercano, doloroso, sofocante. Imposible de describir.
—Yubiwa, ¿has dicho que este niño tuyo, Datsue se llamaba, no? ¿Has dicho que es duro?
—Sí, ¿por...? Espera, ¡preferiría castigarle, no darle un premio por su comportamiento!
Escuchó algo, una réplica, un no cercano, pero estaba ensimismada, estaba escuchando la conversación de los kages sin moverse ni un ápice, estática, como si su mente y su cuerpo fueran dos cosas diferentes que no estuviesen ligados, ¿qué era lo que estaba ocurriendo? ¿Qué tenían que debatir en el estado en el que se encontraban? Aquel estado que parecía lejano, y que, a la vez, estaba tan cerca de acabar con sus vidas como una katana afilada.
—No estoy tan seguro de que soportar este peso sea un premio
''¿Premio?'' Fue lo único que pasó por su mente, un susurro de sus pensamientos, cuando la pata del gran bijuu se alzaba sobre ellos, queriendo acabar con sus vidas como si de pequeñas hormigas se tratase.
—Eri, Jinchuriki de Amegakure —anunció Shiona, y Eri no pudo más que abrir los ojos con sorpresa, clavando éstos en la joven que había sido su rival escasos minutos antes. ¿Ella? ¿Jinchūriki? Una mueca, parecida a una sonrisa se instauró en su rostro mientras la líder de su propia villa seguía hablando. —Haríais bien en buscar a vuestros seres queridos y abandonar este lugar. ¡Rápido!
''Pero... Ayame es una jinchūriki, y eso significa tener... Un bijuu en su interior, como el que está aquí... Entonces...'' Pero antes de seguir con la conversación, algo la sacó de su ensimismamiento, una voz demasiado familiar.
— ¡Eri, hay que salir de aqui! ¡AHORA!
La susodicha parpadeó varias veces, y su corazón empezó a latir con rapidez. ¿Qué narices hacía él ahí? ¿Y qué iban a hacerle a Datsue? ¿Qué iba a pasar? ¡Ella no quería que nadie más acabase mal parado!
—Pero... Pero... — Indecisa, echó otra mirada al lugar donde estaba ahora Ayame, postrada frente a los kages, sin escuchar nada, ajena, ¿debía irse, debía evitar que le pasase algo a Datsue? ¡Era una decisión de los propios kages! Aunque... Tampoco había hecho mucho caso de lo que Shiona le había enseñado sobre el respeto... ¡¿Qué debía hacer?!
Qué difícil era todo.
— ¡No le hagan nada malo a Datsue-san, por favor! — Chilló con voz desgarradora desde su propia posición, con las manos en el pecho, llevándose de nuevo por sus sentimientos.
Pero no podía.
—Somos kunoichis, Eri... Estamos aquí para servir a nuestros superiores. Esto iba a ser un honorable combate entre dos amigas, no una matanza entre dos enemigos— Y le daba toda la razón del mundo, porque ellas habían compartido algo, y ahora la peliazul lo había echado todo a perder, todo por dejarse llevar por su estúpido corazón en un mundo donde los sentimientos no estaban permitidos.
Cuando por fin logró incorporarse, dos personas que parecían ser árbitros, la apremiaron a abandonar el lugar, diciendo palabras que para Eri solo eran sonidos lejanos a los que asentía sin ganas, hasta que se dejó hacer, y éstos se la llevaron, cabizbaja, con un sabor agridulce del que no podía deshacerse. A sus espaldas, no escuchó las voces de Datsue, ni de ninguno de las cabezas de las tres villas, solo escuchaba a sus pensamientos, contradiciéndose de los anteriores.
Era un total desastre, como el que estaba a punto de suceder.
BOOM.
¡¡GRROOOOOOAAAAARR!!
¡¡GRROOOOOOAAAAARR!!
Un aullido capaz de dejar sin el sentido del oído a más de uno, un grito desgarrador, un chillido terrorífico inundaron los oídos de Eri, haciendo que por un instante se librase del agarre de ambos brazos de los árbitros y se los llevase a los oídos, sintiendo que en cualquier momento iban a explotar. Retrocedió dos pasos, con los ojos totalmente cerrados, cuando ocurrió: un trozo de madera había acabado con las vidas de aquellos que habían intentando escoltarla a un lugar seguro, fuera de los abucheos de la gente, fuera del peligro que suponía quedarse allí con toda esa gente sedienta de sangre.
Pero ahora eran ellos los que habían quedado sepultados, sin vida. Junto con la mayoría de gente que habían estado ocupando aquellas gradas ahora destrozadas, el polvo y el humo predominaba en todo el lugar... Si había una palabra para definir aquello, se podía definir como masacre.
La onda de choque que había creado el trozo de madera había hecho que la joven de Uzushiogakure volviese sobre sus pasos, pero de una forma violenta y agresiva, haciendo que la chica acabase de culo, de espaldas a lo sucedido. En un rápido movimiento - y doloroso - se puso de pie, cerca de donde se encontraba Ayame. Y cuando lo vio, allí, frente a ella, tan grande y majestuoso, a la par que terrorífico, sintió algo indescriptible: algo rugía en su interior, y el rugido se convirtió en fuego, abrasador, puede que fuera una llama, o solo ascuas; pero estaba allí, como un recuerdo, un recuerdo cercano, doloroso, sofocante. Imposible de describir.
—Yubiwa, ¿has dicho que este niño tuyo, Datsue se llamaba, no? ¿Has dicho que es duro?
—Sí, ¿por...? Espera, ¡preferiría castigarle, no darle un premio por su comportamiento!
Escuchó algo, una réplica, un no cercano, pero estaba ensimismada, estaba escuchando la conversación de los kages sin moverse ni un ápice, estática, como si su mente y su cuerpo fueran dos cosas diferentes que no estuviesen ligados, ¿qué era lo que estaba ocurriendo? ¿Qué tenían que debatir en el estado en el que se encontraban? Aquel estado que parecía lejano, y que, a la vez, estaba tan cerca de acabar con sus vidas como una katana afilada.
—No estoy tan seguro de que soportar este peso sea un premio
''¿Premio?'' Fue lo único que pasó por su mente, un susurro de sus pensamientos, cuando la pata del gran bijuu se alzaba sobre ellos, queriendo acabar con sus vidas como si de pequeñas hormigas se tratase.
—Eri, Jinchuriki de Amegakure —anunció Shiona, y Eri no pudo más que abrir los ojos con sorpresa, clavando éstos en la joven que había sido su rival escasos minutos antes. ¿Ella? ¿Jinchūriki? Una mueca, parecida a una sonrisa se instauró en su rostro mientras la líder de su propia villa seguía hablando. —Haríais bien en buscar a vuestros seres queridos y abandonar este lugar. ¡Rápido!
''Pero... Ayame es una jinchūriki, y eso significa tener... Un bijuu en su interior, como el que está aquí... Entonces...'' Pero antes de seguir con la conversación, algo la sacó de su ensimismamiento, una voz demasiado familiar.
— ¡Eri, hay que salir de aqui! ¡AHORA!
La susodicha parpadeó varias veces, y su corazón empezó a latir con rapidez. ¿Qué narices hacía él ahí? ¿Y qué iban a hacerle a Datsue? ¿Qué iba a pasar? ¡Ella no quería que nadie más acabase mal parado!
—Pero... Pero... — Indecisa, echó otra mirada al lugar donde estaba ahora Ayame, postrada frente a los kages, sin escuchar nada, ajena, ¿debía irse, debía evitar que le pasase algo a Datsue? ¡Era una decisión de los propios kages! Aunque... Tampoco había hecho mucho caso de lo que Shiona le había enseñado sobre el respeto... ¡¿Qué debía hacer?!
Qué difícil era todo.
— ¡No le hagan nada malo a Datsue-san, por favor! — Chilló con voz desgarradora desde su propia posición, con las manos en el pecho, llevándose de nuevo por sus sentimientos.