22/06/2016, 13:28
Anzu tuvo que contener una risotada cómica cuando vio a su compañero de Aldea —tan cortés como lo recordaba— disculparse con una serena inclinación de cabeza por haber caído del techo en el baño de mujeres. Sin embargo, pronto aquella risa se ahogó en su garganta, entre polvo y arena, y la Yotsuki tosió un par de veces.
—¿Qué cojones está pasando ahí arriba? Desaparezco un par de minutos y todo se va al diablo... —preguntó, confusa, tratando de intuir algo por el hueco que había en el techo, sobre la cabeza de Tatsuya.
Las paredes del edificio eran gruesas como puertas acorazadas, porque cuanto se podía intuir desde el baño de chicas era que todo temblaba de tanto en tanto —y nada más—. Sin embargo, Tatsuya sí parecía saber lo que estaba ocurriendo, a juzgar por sus palabras, y estaba a punto de contárselo a la kunoichi cuando de repente...
«¡Alguien viene!» Instintivamente, Anzu se colocó a un lateral de la puerta de los baños, que daba al pasillo de donde provenían las voces. Aguzó el oído —que ya era de por sí bastante bueno— y pudo escuchar la conversación con claridad... Quizás desearía no haberlo hecho. «¿Bijuu? ¿Están diciendo que ha aparecido un bijuu? ¿¡Aquí en medio!? ¿Qué...?»
De repente, uno de los misteriosos personajes pareció advertir que la conversación ya no era privada. Anzu sintió como un escalofrío le subía por la espalda, y a punto estaba de esconderse, cuando notó que alguien tiraba de ella con fuerza y le tapaba la boca. Se dio cuenta de que era Tatsuya un momento antes de sacudirle un codazo en las costillas. El shinobi la manejó como si fuera un muñeco de trapo, o aún peor, una civil; Anzu se puso furiosa, pero no dijo nada.
«Sé cuidarme sola, socio.»
En cuanto Tatsuya la soltó, ignoró deliberadamente su consejo de esconderse en el baño, y se tumbó junto a la pila de escombros que correspondía a la sección de techo derrumbado. Se aseguró de colocarse al otro lado, de forma que no estuviera a la vista, e hizo unos simples sellos.
Instantes después, un pedrusco apenas distinguible de los otros escuchaba con total atención lo que ocurría en el pasillo.
—¿Qué cojones está pasando ahí arriba? Desaparezco un par de minutos y todo se va al diablo... —preguntó, confusa, tratando de intuir algo por el hueco que había en el techo, sobre la cabeza de Tatsuya.
Las paredes del edificio eran gruesas como puertas acorazadas, porque cuanto se podía intuir desde el baño de chicas era que todo temblaba de tanto en tanto —y nada más—. Sin embargo, Tatsuya sí parecía saber lo que estaba ocurriendo, a juzgar por sus palabras, y estaba a punto de contárselo a la kunoichi cuando de repente...
«¡Alguien viene!» Instintivamente, Anzu se colocó a un lateral de la puerta de los baños, que daba al pasillo de donde provenían las voces. Aguzó el oído —que ya era de por sí bastante bueno— y pudo escuchar la conversación con claridad... Quizás desearía no haberlo hecho. «¿Bijuu? ¿Están diciendo que ha aparecido un bijuu? ¿¡Aquí en medio!? ¿Qué...?»
De repente, uno de los misteriosos personajes pareció advertir que la conversación ya no era privada. Anzu sintió como un escalofrío le subía por la espalda, y a punto estaba de esconderse, cuando notó que alguien tiraba de ella con fuerza y le tapaba la boca. Se dio cuenta de que era Tatsuya un momento antes de sacudirle un codazo en las costillas. El shinobi la manejó como si fuera un muñeco de trapo, o aún peor, una civil; Anzu se puso furiosa, pero no dijo nada.
«Sé cuidarme sola, socio.»
En cuanto Tatsuya la soltó, ignoró deliberadamente su consejo de esconderse en el baño, y se tumbó junto a la pila de escombros que correspondía a la sección de techo derrumbado. Se aseguró de colocarse al otro lado, de forma que no estuviera a la vista, e hizo unos simples sellos.
Instantes después, un pedrusco apenas distinguible de los otros escuchaba con total atención lo que ocurría en el pasillo.