24/06/2016, 16:04
Si hubiese tenido la cabeza alzada, habría podido ver que Shiona se giraba hacia ella con lentitud. Si hubiese tenido sus ojos clavados en la líder de Uzushiogakure, podría haber sentido la relampagueante ira que destellaba en sus curiosos ojos purpúreos. Sin embargo, no era así, y, antes de que pudiera siquiera de terminar su ruego, la orden de la Uzukage laceró sus oídos como un auténtico latigazo.
—Largáos de aquí, genin, no lo repetiré una vez más. ¡¡LARGO!!
Ayame se encogió sobre sí misma, arrancada del escaso coraje que había conseguido reunir. A su espalda, Datsue se reincorporó y no tardó en intentar salir por patas. Sin embargo...
—¡¡Y TÚ TE QUEDAS AQUÍ, CHICO DE TAKI!! Te tenía más respeto, jinchuuriki de Ame.
«Deja de llamarme así... Soy Ayame...» Se mordió el labio inferior, profundamente herida en su orgullo. Sentía ganas de replicar, sentía ganas de seguir luchando, sentía ganas de luchar por el derecho de Datsue por seguir siendo un niño normal y corriente y no el Jinchūriki de Takigakure, como ella lo era de Amegakure. Pero acababa de reparar en que no era más que una hormiga tratando de resistirse al designio de los shinobis más poderosos de todo Onindo. Y, mientras tanto, el Ichibi seguía sembrando el caos entre las gradas y el público.
¿Qué podía hacer alguien como ella? ¿Qué era lo que debía hacer?
—¡Cuidado!
Algo la empujó bruscamente hacia un lado, y Ayame gimió dolorida cuando su cuerpo dio con la arena. Aturdida como estaba, le costó algunos segundos comprender que el Kawakage acababa de salvarles a todos de resultar aplastados por la garra del monstruo. A todos, menos a un chico de cabellos rubios que ahora se debatía por liberarse.
«Vamos a morir todos... Va a pasar lo mismo que en Kusagakure...»
Algo pareció estallar en el interior de Eri, y la onda de choque repelió a todos los que se encontraban allí presentes. Sin embargo, Ayame seguía de pie, con sus cabellos y sus ropajes ondeando al son del viento repentinamente levantado. Por su mente pasaban los rostros de sus seres más queridos: su padre, su hermano, su tío... Daruu... Aquella extraña energía la inundó con violencia, estalló en su pecho y se liberó como una auténtica onda que se extendió por todo su cuerpo y le puso la carne de gallina. Como aquella vez en la mansión abandonada, volvía a sentirse poderosa, llena de un poder inexplicable. Capaz de realizar cualquier cosa.
Y, sin embargo, no había sido la única que había experimentado aquella sensación. A pocos metros de ella, el cuerpo de Eri se había recubierto de una capa de energía que bullía desde cada poro de su piel y su gesto inocente se había transformado en una mueca salvaje y feral. Sus párpados inferiores se habían inyectado en sangre y sus ojos estaban fijos y llenos de temor en el muchacho que el tanuki había conseguido atrapar.
«No puede ser... ¿Ella también es...?»
Eri le devolvió la mirada, y vio en sus facciones la misma sorpresa que la inundaba a ella. La chiquilla de Uzushiogakure se miró las manos. Ayame hizo lo mismo, y aún así se sorprendió al verse las suyas propias envueltas por aquella energía. No comprendía qué era lo que estaba pasando, pero antes de que pudiera pensar al respecto, Eri se lanzó a la carga.
Y Ayame la siguió.
En cuestión de segundos, ambas llegaron hasta el cuerpo del bijuu. Eri se impulsó y saltó hacia la garra del Ichibi, mientras que Ayame se limitó a ascender hasta una posición cercana a su abdomen y retrajo su puño derecho. Con su técnica de la hidratación activada y la potencia que le proporcionaba aquella extraña circunstancia, bombeó el agua directa hacia los músculos de su brazo.
—¡SUÉLTALE! —bramó, en el momento en el que su brazo impactó como un martillo hidráulico contra el vientre del Ichibi.
—Largáos de aquí, genin, no lo repetiré una vez más. ¡¡LARGO!!
Ayame se encogió sobre sí misma, arrancada del escaso coraje que había conseguido reunir. A su espalda, Datsue se reincorporó y no tardó en intentar salir por patas. Sin embargo...
—¡¡Y TÚ TE QUEDAS AQUÍ, CHICO DE TAKI!! Te tenía más respeto, jinchuuriki de Ame.
«Deja de llamarme así... Soy Ayame...» Se mordió el labio inferior, profundamente herida en su orgullo. Sentía ganas de replicar, sentía ganas de seguir luchando, sentía ganas de luchar por el derecho de Datsue por seguir siendo un niño normal y corriente y no el Jinchūriki de Takigakure, como ella lo era de Amegakure. Pero acababa de reparar en que no era más que una hormiga tratando de resistirse al designio de los shinobis más poderosos de todo Onindo. Y, mientras tanto, el Ichibi seguía sembrando el caos entre las gradas y el público.
¿Qué podía hacer alguien como ella? ¿Qué era lo que debía hacer?
—¡Cuidado!
Algo la empujó bruscamente hacia un lado, y Ayame gimió dolorida cuando su cuerpo dio con la arena. Aturdida como estaba, le costó algunos segundos comprender que el Kawakage acababa de salvarles a todos de resultar aplastados por la garra del monstruo. A todos, menos a un chico de cabellos rubios que ahora se debatía por liberarse.
«Vamos a morir todos... Va a pasar lo mismo que en Kusagakure...»
Algo pareció estallar en el interior de Eri, y la onda de choque repelió a todos los que se encontraban allí presentes. Sin embargo, Ayame seguía de pie, con sus cabellos y sus ropajes ondeando al son del viento repentinamente levantado. Por su mente pasaban los rostros de sus seres más queridos: su padre, su hermano, su tío... Daruu... Aquella extraña energía la inundó con violencia, estalló en su pecho y se liberó como una auténtica onda que se extendió por todo su cuerpo y le puso la carne de gallina. Como aquella vez en la mansión abandonada, volvía a sentirse poderosa, llena de un poder inexplicable. Capaz de realizar cualquier cosa.
Y, sin embargo, no había sido la única que había experimentado aquella sensación. A pocos metros de ella, el cuerpo de Eri se había recubierto de una capa de energía que bullía desde cada poro de su piel y su gesto inocente se había transformado en una mueca salvaje y feral. Sus párpados inferiores se habían inyectado en sangre y sus ojos estaban fijos y llenos de temor en el muchacho que el tanuki había conseguido atrapar.
«No puede ser... ¿Ella también es...?»
Eri le devolvió la mirada, y vio en sus facciones la misma sorpresa que la inundaba a ella. La chiquilla de Uzushiogakure se miró las manos. Ayame hizo lo mismo, y aún así se sorprendió al verse las suyas propias envueltas por aquella energía. No comprendía qué era lo que estaba pasando, pero antes de que pudiera pensar al respecto, Eri se lanzó a la carga.
Y Ayame la siguió.
En cuestión de segundos, ambas llegaron hasta el cuerpo del bijuu. Eri se impulsó y saltó hacia la garra del Ichibi, mientras que Ayame se limitó a ascender hasta una posición cercana a su abdomen y retrajo su puño derecho. Con su técnica de la hidratación activada y la potencia que le proporcionaba aquella extraña circunstancia, bombeó el agua directa hacia los músculos de su brazo.
—¡SUÉLTALE! —bramó, en el momento en el que su brazo impactó como un martillo hidráulico contra el vientre del Ichibi.