24/06/2016, 19:30
El joven de Uzushiogakure hacía lo posible para mantenerse unido al suelo con su chakra, pero la situación no era tan simple como para que aquello bastará. Las personas se movían casi al unísono, con una fuerza y una brutalidad que solo podían ser proporcionadas por el más primitivo de los miedos… El miedo a morir.
Parecía que todo había ocurrido en un instante; Primeramente estaba disfrutando de un combate que en cierto punto llegó a ser hasta hilarante, pero de pronto el mundo se había convertido en una vorágine de puñetazo, codazos y rodillazos que parecían tener como objetivo su cuerpo.
«Esto es malo… Tengo que salir de aquí.» Era su única opción, pero no sería fácil.
Su conciencia comenzaba a tambalearse y en cierto punto sus rodillas cedieron y se encontró cayendo al suelo. De pronto sintió como si un río de piedras se estuviera llevando su cuerpo, casi como si quiera despedazarlo, tal como un deslave hace con los pobres árboles que se cruzan en su camino. Mientras trataba de girarse, un chico saltó por encima de él con la suficiente fuerza como para romperle la nariz. Podía sentir la sangre fluyendo hacia su pecho, por sobre sus ropas, y como su cuerpo era zarandeado de un sitio a otro, como caía sobre una persona y como era levantado para ser arrojado de nuevo. Ya no podía percibir a Juro, pero no era descabellado pensar que había tenido la misma suerte que él.
«No puedo permitirme morir aquí…» Hizo acopio de todas sus fuerzas y se levantó.
Si no podía ir en sentido contrario a la marea humana, tendría que ir junto con ella e ir abandonandola de a poco. Le costaba respirar e incluso estar de pie, pero la fuerza del tumulto era tanta que encontró bastante fácil el solo dejarse llevar.
No supo decir de donde salió, pero un sujeto de enorme dimensiones, con una barriga digna de un jabalí gigante, corrió hacia donde este se encontraba, arrojando a un lado a todas las personas. El joven de ojos grises corrió con la misma suerte que los que estaban a su lado y fue expulsado de aquel río con un fuerte panzazo.
Por fin pudo tomar un poco de aire, sus pulmones y corazón trabajaban a toda prisa. No podía sentir la nariz, pero definitivamente sentía las náuseas y mareos típicos de una lesión como la que tenía. Miro hacia la multitud en busca de su compañero «espero que haya logrado salir a tiempo», pero no logro divisarlo. Lo que sí pudo ver una ligera brecha y algo que llamó su atención de manera inesperada.
En los restos de un asiento había una pequeña niña que se mantenía temblorosa mientras hacía un esfuerzo sobrehumano para esquivar las pisadas. Sin embargo, era evidente que el soporte del puesto estaba por ceder, para dejarla sumergida en una maraña de pies furiosos.
El joven de cabellos blancos no sabría decir porqué, pero cuando vio como la única protección que la mantenía viva se desmoronaba, su cuerpo comenzó a moverse por sí solo. Se zambulló de nuevo en aquella tempestad de miedo y como si su cuerpo fuera una férrea cúpula que protege de las inclemencias del clima, se posiciono sobre aquella criatura, que, aceptando su propia muerte, se había vuelto un ovillo.
«¿Por qué siempre termina haciendo estas cosas, Amo?» Su cuerpo recibió un nuevo aluvión de golpes y de pronto sus sentidos comenzaron desaparecer.
Era como si se hubiera abstraído por completo de aquella situación; No podía escuchar los gritos ni el arrullar de cientos de pisadas. Ni siquiera podía sentir los muchos golpes que estaba recibiendo, ni el cansancio de sus extremidades. Inclusive su vista estaba tornando daltónica y borrosa, como si estuviese en una especie de sueño.
Lo único que impedía que su espalda terminará rota era el que su espada estaba cruzada sobre ella y se llevaba la peor parte de la estampida. Pero aquello poco le preocupaba, lo único que tenía su atención era aquella chiquilla que yacía oculta bajo su cuerpo.
«Una costilla, una vértebra, el cráneo…» Bohimei se mantenía nombrando cada una de las lesiones de su señor.
Kazuma podía oírla, pero aunque era lo único que lograba escuchar, se mantenía indiferente a aquellas palabras. Su cabello se había soltado, y ahora junto con cálidas gotas de sangre se mantenía cayendo por sobre aquella chica. De pronto esta abrió los ojos y, junto con expresión desoladora, fue como si preguntar “¿voy a morir?”
El joven espadachín sintió un poco la necesidad de ser sincero y decirle que no lo sabía, pero sus labios eran incapaces formular palabras… Lo único que pudo hacer en ese momento fue esbozar una ligera y confortable sonrisa. Para su sorpresa, la jovencita, aun con lagrimas en los ojos, le devolvió una trémula y triste sonrisa. «Si mueres, al menos no lo harás sola, pequeña.»
«Una rótula, la cervical, la clavícula...» Y su voz se iba haciendo cada vez más sombría.
Parecía que todo había ocurrido en un instante; Primeramente estaba disfrutando de un combate que en cierto punto llegó a ser hasta hilarante, pero de pronto el mundo se había convertido en una vorágine de puñetazo, codazos y rodillazos que parecían tener como objetivo su cuerpo.
«Esto es malo… Tengo que salir de aquí.» Era su única opción, pero no sería fácil.
Su conciencia comenzaba a tambalearse y en cierto punto sus rodillas cedieron y se encontró cayendo al suelo. De pronto sintió como si un río de piedras se estuviera llevando su cuerpo, casi como si quiera despedazarlo, tal como un deslave hace con los pobres árboles que se cruzan en su camino. Mientras trataba de girarse, un chico saltó por encima de él con la suficiente fuerza como para romperle la nariz. Podía sentir la sangre fluyendo hacia su pecho, por sobre sus ropas, y como su cuerpo era zarandeado de un sitio a otro, como caía sobre una persona y como era levantado para ser arrojado de nuevo. Ya no podía percibir a Juro, pero no era descabellado pensar que había tenido la misma suerte que él.
«No puedo permitirme morir aquí…» Hizo acopio de todas sus fuerzas y se levantó.
Si no podía ir en sentido contrario a la marea humana, tendría que ir junto con ella e ir abandonandola de a poco. Le costaba respirar e incluso estar de pie, pero la fuerza del tumulto era tanta que encontró bastante fácil el solo dejarse llevar.
No supo decir de donde salió, pero un sujeto de enorme dimensiones, con una barriga digna de un jabalí gigante, corrió hacia donde este se encontraba, arrojando a un lado a todas las personas. El joven de ojos grises corrió con la misma suerte que los que estaban a su lado y fue expulsado de aquel río con un fuerte panzazo.
Por fin pudo tomar un poco de aire, sus pulmones y corazón trabajaban a toda prisa. No podía sentir la nariz, pero definitivamente sentía las náuseas y mareos típicos de una lesión como la que tenía. Miro hacia la multitud en busca de su compañero «espero que haya logrado salir a tiempo», pero no logro divisarlo. Lo que sí pudo ver una ligera brecha y algo que llamó su atención de manera inesperada.
En los restos de un asiento había una pequeña niña que se mantenía temblorosa mientras hacía un esfuerzo sobrehumano para esquivar las pisadas. Sin embargo, era evidente que el soporte del puesto estaba por ceder, para dejarla sumergida en una maraña de pies furiosos.
El joven de cabellos blancos no sabría decir porqué, pero cuando vio como la única protección que la mantenía viva se desmoronaba, su cuerpo comenzó a moverse por sí solo. Se zambulló de nuevo en aquella tempestad de miedo y como si su cuerpo fuera una férrea cúpula que protege de las inclemencias del clima, se posiciono sobre aquella criatura, que, aceptando su propia muerte, se había vuelto un ovillo.
«¿Por qué siempre termina haciendo estas cosas, Amo?» Su cuerpo recibió un nuevo aluvión de golpes y de pronto sus sentidos comenzaron desaparecer.
Era como si se hubiera abstraído por completo de aquella situación; No podía escuchar los gritos ni el arrullar de cientos de pisadas. Ni siquiera podía sentir los muchos golpes que estaba recibiendo, ni el cansancio de sus extremidades. Inclusive su vista estaba tornando daltónica y borrosa, como si estuviese en una especie de sueño.
Lo único que impedía que su espalda terminará rota era el que su espada estaba cruzada sobre ella y se llevaba la peor parte de la estampida. Pero aquello poco le preocupaba, lo único que tenía su atención era aquella chiquilla que yacía oculta bajo su cuerpo.
«Una costilla, una vértebra, el cráneo…» Bohimei se mantenía nombrando cada una de las lesiones de su señor.
Kazuma podía oírla, pero aunque era lo único que lograba escuchar, se mantenía indiferente a aquellas palabras. Su cabello se había soltado, y ahora junto con cálidas gotas de sangre se mantenía cayendo por sobre aquella chica. De pronto esta abrió los ojos y, junto con expresión desoladora, fue como si preguntar “¿voy a morir?”
El joven espadachín sintió un poco la necesidad de ser sincero y decirle que no lo sabía, pero sus labios eran incapaces formular palabras… Lo único que pudo hacer en ese momento fue esbozar una ligera y confortable sonrisa. Para su sorpresa, la jovencita, aun con lagrimas en los ojos, le devolvió una trémula y triste sonrisa. «Si mueres, al menos no lo harás sola, pequeña.»
«Una rótula, la cervical, la clavícula...» Y su voz se iba haciendo cada vez más sombría.